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13.9.13

Siento en mi barriga la ley de la gravedad

Al final Mi Hermana va a tener razón y mi camiseta de ayer va a ser más hipster que feministadeladiferencia, y por más que grite que solanopuedesconamigassí, la jaqueca no se vence ni con sonrisas, ni con arco iris.

"A ver si es que me he vuelto inmune a las sonrisas por consumo habitual".

El cráneo me da un pequeño respiro cuando lo que le doy no son drogas habituales (palabras, sonrisas, abrazos) sino una cantidad tan inmensa de belleza que sale por los ojos, "Se puede llorar de belleza. Esta es la segunda vez". Que la Chica de las Manos Pequeñas y la Chica Coach sean capaces de haber creado algo tan absolutamente maravilloso me desborda. Las palabras, las pequeñas flores, las flores grandes, la versatilidad, las luces en suspensión, la suspensión de la incredulidad en general, los mapas, los relojes, y, en definitiva, Cortázar, tan grande, tan inmenso, y al mismo tiempo más pequeño que ellas, que se hacen gigantes cuanto más pequeñas pretenden parecer.

Y luego la Chica de los Festivales, y un montón de personas igual de maravillosas, y compartir recuerdos de Erasmus, y "no sé por qué me arrepiento siempre de no haberme ido de Erasmus, si no hay nada que me quede por hacer", y pensar que es cierto, y tener ganas de adoptar gatos, de regalar perros en pareja ("estaréis unidos para siempre porque los perros tendrán que verse", asegura la Chica Punk como si eso de unirse para siempre fuera un buen plan, algo que no acabo de ver por mucho baile mañanero en la cocina que hayamos tenido), de robarle un hijo a la Chica Patatista; y es que mi checklist está casi completa y quiero vomitar arco iris de colores pero vuelve el clavo, y me quedo sin ver a Pretty in Black, y es que tener horarios incompatibles es una mierda.

Y vuelvo con la Chica de los Festivales en un taxi porque la gente del barrio ES BIEN ("nunca pensé que quisiera vivir en otro sitio") y hablamos de vida casidepueblo, de llamadas al telefonillo que no puedes atender porque trabajas en casa, y de trabajar en casa, y de trabajar y no trabajar, y de esa falsa autonomía del que no es emprendedor pero hace trimestrales de IVA, y de síndromes de Estocolmo.

Un enorme SÍ flota en el aire y llega un correo al que le pido unas horas de tregua porque tengo la sensación de que estoy a punto de arriesgar mi piso ("y sentir esas cosquillas en la tripa de cuando empiezas con alguien, pero todos los días, al entrar en casa"), y mis clasesdebailequenoempiezannunca, y mis clasesdeteatroquedanmiedo (empezar de cero, improvisar, conocer gente, echar de menos, querer saltar en vez de cocerme, pero estar muy dispuesta a ser feliz), y mis clasesdeyogaquemeconvalidaelipad (porque de pronto soy consciente de que tres tardes a la semana son muchas tardes, y hago trampas, y me corrijo a mí misma las posturas y asíestoybien), y mis viernes por la tarde, y mis flirteos noctámbulos con House of Cards, y de nuevo el miedo y la pereza y Estocolmo, pero estoy harta de ser camello y ser león empieza a no ser suficiente y quiero ser niño.

Sí.

Sí.

Sí.

5.9.13

Miedos

"Pues eso te digo. Que hacemos cosas para asustar nuestros miedos". El Chico Speed tiene de cuando en cuando unos ataques de iluminación muy serios.

Le decía al Parador de Montañas Rusas que me siento frágil y vulnerable. No es ninguna novedad ser frágil y vulnerable, pero es una novedad decirlo. Es una novedad afrontarlo.

Como el sentir vergüenza. Ahora me da vergüenza todo, en general. Lanzarme a bailar swing en el Travelling. Hablar en según qué contextos. Montar un pollo en un servicio técnico en el que sé positivamente que me han estafado. Dirigirme a La Jefa de Todo Esto. Jugar a la consola. Comprar comida.

"¿Cuántas fobias, no?"

El Chico de la Sonrisa se metamorfosea todo el rato. De refugio de la Chica Aura a vecino, de vecino a experimento antimiedos, de experimento a cita, de cita a arrepentimiento.

Por qué cojones estoy haciendo esto.

Decía Mi Media Infancia que la diferencia entre los 20 y los 30 es que sabes cuándo es el momento de irte a casa. Lo que pasa es que no te vas. Pero al menos hay una voz en tu cabeza que grita, alto y claro, "ahora. Lárgate ahora". Acabadas las berenjenas y la carne especiada era el momento de marchar, antes de que los árboles de Argumosa siguieran bailando trance en mi retina, granoyuvanomezclan hasta que mezclan, que últimamente es con cierta asiduidad.

Pero cogimos el cambio y dijimos que era para la última, y cervezas innecesarias, y ataques de valentía frente a esas parejas bailarinas que me daban miedo y "mírales, pobres, hemos ganado", y luego más miedos, "debería coger una camisa", y en mi casa no entra nadie, porque esas son mis reglas. Planifico una salida sucia con zapatos en la mano pero acabo saliendo a las seis de la mañana, porque la diferencia entre los 20 y los 30 también es que una tiene más sueño que miedo, incluso cuando tiene mucho miedo.

Y llegar a casa y que Vespa me espere con cara de dóndeestámicaramelo y sentirme culpable.

Y que suene el despertador a las 8 y media y creer que estoy despierta y saber que no.

Y llegar tarde a la oficina justo ahora que la Segunda de A Bordo empieza a soltar comentarios jocosos sobre la longitud de nuestras sobremesas (y eso que aún no habla de los desayunos) y pensar que igual empieza a correrme prisa hablar con el Chico Lomo y cerrar mi Plan C.

Y ponerme muy mala solo de pensar en la expresión "Plan C".

Y "tienes una almohada en la cabeza" y la sangre que se baja hasta los tobillos.

Y tomar el primer café en La Gruta y, claro, tirármelo por encima. "¿Te has manchado, niña?" "¿Te extraña?"

Y "¿no has dormido?" "No". "¿Has salido?" "Sí". "Joooooder, tía. Lo tuyo es muy serio".

Y pensar que si lo mío fuera muy serio, precisamente, no saldría.

Septiembre. Clases de baile, de yoga, de teatro, de psicología. Dejar de beber entre semana. "I'm doing Sober September. My brain hurts thinking about it."

El mío duele de pensar en un Septiembre Ebrio.

Por favor, todos los que vais a venir, a sacarme de fiesta, a hacerme trasnochar, a hacerme muy feliz, a traer luz al principio del otoño, cuidadme.

No me oiréis pedir esto muchas veces.

Voy muy en serio.

10.10.10

Paréntesis, 2.0. Afortunadamente

La cosa básicamente era que no debería haberme movido de casa, que no había embalado suficiente, que cada vez que intento ser selectiva con los trastos me da llorera (véase posts anteriores) y que así no se puede. Pero como se supone que estoy dejando de castigarme a mí misma (aun a costa de no parar de hablar de castigos divinos, porque esto, al fin y al cabo, es progresivo), saco la basura (que, vista en la calle, igual no es tan poca) y me voy a la Casa de la Tortilla, aunque sólo sea para conocer al Chico Berlinés y confirmar que existe y no es una ilusión compartida por el Rey del Laboratorio y el Sociólogo Renegado.

No sólo existe, sino que es majísimo, y mientras engullo un pincho de tortilla voy envidiando la vida Erasmus y la vida alemana, el aprendizaje idiomático por inmersión y poder escuchar las historias de supervivientes del Holocausto de primera mano.

En paralelo, dos Erasmus italianos intentan hablar sin mover las manos y cuentan malentendidos lingüísticos en Argentina. El Sociólogo Renegado, que se ha encerrado a sí mismo en la esquina de la barra, me saca la lengua de tanto en tanto. Creo que estaría a gusto si el resto de los pobladores del local dejasen de jugar con la puerta y de golpearme con las chaquetas.

Pero el caso, no sabemos si por la sangría peligrosa, porque ha dejado de llover, o simplemente porque sí, es que decidimos ir a tomar otra a algún sitio cercano, y acabamos en el Redrum. Y me parece fatal. Porque creo que me habría enamorado mucho de ese bar y no vale conocerle ahora que abandono el barrio.

Discusiones iletradas (por mi parte, sólo; mis interlocutores tienen nivel) sobre música. Sonrisa del pincha cuando le pido Such Great Heights. Y es que, efectivamente, durante un rato, y desde tan arriba, todo parece perfecto. Asequible. Divertido. Me vale con mirar al Rey del Laboratorio y verle sonreír. Con prometerle a la Chica Suiza versión Erasmus Italiana que nos vamos a ir de bares por Malasaña. Con ver al Sociólogo Renegado intentar mimetizarse con un ambiente que detesta.

Durante un rato, todo está bien, y me hacía falta...