Cuando lo leí aún no había salido una edición en tomo de esta serie de 12 números, por lo que la fui consiguiendo ejemplar tras ejemplar, al principio a ritmo de uno por semana -como premio de uno de mis frustrados intentos de dejar de fumar-, luego pillándome los últimos números del tirón, leyéndolos hambriento de expectación y con el cigarrillo temblando en la mano. Recuerdo el deleite de leer varias veces cada capítulo, en la espera de conseguir el siguiente.
Escribí este artículo/reseña para la página web de Ediciones Parnaso. Con ella os invito a leer esta extraña y sobrecogedora obra maestra del noveno arte, o a charlar sobre ella si es que ya habéis tenido la suerte de sumergiros en sus páginas.
La Cúpula ha reeditado en formato comic-book el trabajo más ambicioso del guionista y dibujante Charles Burns. Se trata sin duda de una buena noticia, aunque la edición haya extirpado algunos detalles -a nuestro juicio, fundamentales- del original, como las inquietantes “fotos de anuario” que encabezaban cada número.
Ambientado en la América de los años 70, Agujero negro gira en torno a una nunca descrita enfermedad de transmisión sexual (‘el bacilo’) que sólo se contagia en la adolescencia, provocando imprevisibles mutaciones corporales. Mediante esta licencia narrativa de corte fantástico, Burns realiza una disección de esta etapa vital en todas sus facetas, tanto sociales como psicofísicas: la inseguridad, la repulsión ante el propio cuerpo, la obligación de ser ‘normal’, el miedo al rechazo, las primeras experiencias eróticas...
El drama de los protagonistas, cuyas vidas sufren un fuerte giro a causa de la extraña epidemia, oculta entre bastidores otro mucho más sórdido: el de aquellos estudiantes que ya eran apestados y freaks antes de contraer la enfermedad. Una paradoja apenas visible en un principio, pero que determinará el impredecible final de la historia.
Para desarrollar este argumento, Agujero negro absorbe los rasgos de múltiples subgéneros: el cómic de terror, el folletín, el thriller, la comedia de adolescentes, la road movie... Es una de las estrategias de Burns para atrapar al lector, que comprueba con estupor cómo las situaciones estereotipadas –la pérdida de la virginidad, la experimentación con drogas, el bosque como espacio del misterio, el viaje hacia ninguna parte- son metódicamente subvertidas, de modo que se reactiva todo su potencial dramático y simbólico, haciendo surgir de lo cotidiano lo siniestro y de lo previsible lo asombroso.
La técnica narrativa de esta obra es heredera de novelas gráficas como Watchmen (la ausencia de narrador externo, la ambigüedad moral de los personajes...), pero en el manejo de la temporalización Agujero negro alcanza una complejidad y una inteligencia expresiva sin límites. Al componerse de contínuos flashbacks, prospecciones, imágenes oníricas y secuencias que se repiten desde distintos puntos de vista (técnicas que juegan a confundir al lector, pero en última instancia no dificultan la comprensión), el relato se interioriza de manera que no conocemos los hechos ‘en sí’, sino su reformulación subjetiva por parte de los protagonistas, que nos introducen en su confusa visión del mundo. Así, la narración penetra en el terreno de lo inconsciente y lo obsesivo, de forma que cobran sentido los símbolos y analogías sexuales –heridas que simulan vaginas, renacuajos semejantes a espermatozoides- que proliferan a lo largo de estas páginas, con una variedad que oscila desde lo más explícito hacia lo más sutil.
Por otra parte, la maestría de Burns también queda patente en la perfecta planificación de las escenas más relevantes de cada episodio: el suspense, la composición meticulosa de cada plano, el uso de simetrías y paralelismos entre las viñetas, consiguen que los momentos clave (como la primera noche de sexo de Chris y Rob, o el encuentro de Keith con la ‘chica lagarto’ en la cocina, por citar sólo un par de ellos) adquieran el peso de lo inolvidable.
El apartado gráfico se ciñe con precisión a las necesidades de un relato semejante. Se trata de un dibujo de perfiles macizos, que debe su originalidad a un rotundo entintado (blanco y negro puro, sin grises). La plasmación de las deformaciones y extrañezas del cuerpo bajo la acción del ‘bacilo’ resulta siempre turbadora, mientras que la escasa expresividad de los rostros –quizá el punto débil de Burns como dibujante- se suple con la transcripción de las voces y pensamientos de los personajes, de un escalofriante realismo psicológico.
Ningún detalle parece haberse dejado al azar: no olvidemos que estamos ante el resultado de nada menos que diez años de intenso trabajo por parte de su autor. Pero la obra que nos ocupa es algo más que una cima del cómic independiente. No sería fácil hallar en la historia del cine o incluso de la literatura un análisis tan complejo, riguroso y fascinante acerca de la adolescencia y sus implicaciones. Cuando lo leemos Agujero negro nos devuelve la mirada, y arroja luz sobre aspectos de nuestra existencia que hasta entonces preferíamos mantener -por miedo o por hipocresía- entre las sombras.