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Nosotros y el español II

Nosotros y el español II

El siguiente día fuimos nuevamente a la playa, pero esta vez Clara no solo se sacó el corpiño de la bikini, para mi sorpresa y excitación se sacó lenta y sensualmente la tanga. En la playa estaban casualmente los chicos que habíamos visto la primera noche en el bar, quienes se quedaron petrificados al ver el escultural cuerpo de mi mujer. A ella toda esta atención claramente le gustaba, la excitaba, la calentaba…y a mí también. Uno de los muchachos hasta chifló cuando mi mujer quedó completamente desnuda y los demás aplaudieron.
Tuve que acostarme boca abajo para que la gente de la playa no se diera cuenta de mi erección, pero esto a los muchachos parecía no importarles ya que se paseaban por enfrente de mi mujer con sus pijas a tope. Ella se divertía con esto y comentaba- Mirá, la tiene más gorda que vos…y ese más larga…y aquel, pobre de la chica que esté con aquel, ni cosquillas le va a hacer-
Al mediodía el calor era insoportable así que Clara fue al agua…y atrás de ella los 4 jóvenes. Yo miraba atento desde la toalla tratando de pensar en otra cosa para que mi erección bajara. De repente los muchachos se acercaron a mi mujer, jugando, salpicándola, por delante y por detrás, la rodearon y se quedaron hablando durante unos minutos con el agua hasta el pecho. Las tetas de Clara asomaban y desaparecían en el agua como dos boyas marinas. Desde donde estaba no escuchaba pero veía que ella conversaba con todos, sonreía, se reía…

Uno a uno los jóvenes fueron saliendo del agua, ya con su verga flácida, se ve que el agua fría había surtido efecto, así que yo intenté lo mismo y fui al agua. Me acerqué a mi mujer quien me esperaba con una gran sonrisa y me dio un beso de lengua muy apasionado que no ayudó en nada a que mi pija se bajara. Cuando separó su boca de la mía la acercó a mi oído, apretó mi verga con sus manos y me dijo en voz baja-Se las agarré a todos…y los pajeé a los cuatro- Me miró a los ojos con cara de nena buena e inocente que nunca había roto un plato, hizo un mohín y me besó de nuevo. La tomé por las nalgas, la alcé y la penetré de parado allí mismo. Fue un polvo corto pero muy intenso, imaginaba las manos de mi mujer sobre las pijas de esos jovencitos y me calentaba más y más, sentía que mi corazón estaba por explotar pero otro cosa explotó, mi verga dentro de ella llenado su conchita de leche. Ella acabó conmigo mientras me besaba y me decía lo mucho que me amaba. Creo que nadie en la playa se dio cuenta de lo que había pasado, solo los jóvenes nos miraban y al salir del agua saludaron a mi mujer tirándole hasta un beso.
Ella acabó conmigo resto del día pasó con tranquilidad y sin otras novedades, excepto el excelente humor que teníamos los dos y lo cómplices que nos sentíamos. Al volver al hotel nos sorprendió no ver a Manolo, en su lugar había una señora mayor quien nos dijo que era el día libre del muchacho. A la noche fuimos después de cenar quisimos ir de nuevo a la piscina pero estaba cerrada, no nos dijeron por qué, pero que si queríamos relajarnos podíamos ir al spa en el cual había un jacuzzi.
Fuimos a la pieza a cambiarnos y bajamos al spa.
El hidromasaje burbujeaba bajo la tenue luz de lámparas azules, convirtiendo el vapor en una neblina sensual. Clara se deslizó en el agua antes que yo, su bikini negro brillando bajo la superficie como una segunda piel. De repente, y para alegría de Clara, apareció el conserje.-Buenas noches, ¿molesto? Hoy es mi día libre y como no tengo donde ir vine a relajarme al jacuzzi.- La cara de Clara se iluminó y yo me sentí un poco celoso pero a la vez excitado, quería saber hasta donde podíamos llegar. Manolo seguía junto a las tumbonas, paralizado, sus ojos recorriendo cada movimiento suyo como si temiera que fuera un sueño. 
—¿No te unís, Manolo? —preguntó ella de pronto, apoyando los brazos en el borde de la piscina. Su voz era dulce, pero cargada de un desafío que hizo temblar al joven—. El agua está… perfecta para compartir-. Dijo esto con toda intención.
El conserje tragó saliva, sus dedos aferrándose al borde de la toalla que llevaba sobre el hombro. Miró hacia la entrada del área de la piscina, como asegurándose de que nadie más estuviera cerca. 
—No debería… —murmuró, aunque ya se acercaba—. Los huéspedes… 
—Somos los únicos aquí —interrumpí, reclinándome hacia atrás para que el chorro de agua me masajeara la espalda—. Y las reglas del hotel no prohíben ser amable y cumplir todos los pedidos de los clientes, ¿verdad? 
Clara rio bajito, sus pies jugueteando bajo el agua con mi pierna. Manolo, tras un último instante de duda, dejó caer la toalla y se despojó de la camisa. Su torso era delgado, pálido, marcado por la sombra de un tatuaje en el costado. Se metió al hidromasaje con la cautela de quien teme quemarse. 
caliente

—Qué bien se te ve sin ese traje rígido —comentó Clara, desplazándose hacia él hasta que sus rodillas casi se rozaban bajo el agua—. Deberías relajarte más a menudo. 
El joven asintió, aunque su mandíbula seguía tensa. Yo observaba, mordiendo el interior de mi mejilla para contener una sonrisa. Clara siempre había tenido un talento innato para sacar lo salvaje de los hombres más tímidos. 
—Clara, escuchame —dije de pronto, como si acabara de recordar algo—. En la playa hoy no usaste corpiño. ¿Por qué hacerlo ahora? 

Ella me miró, sosteniendo mi mirada con una chispa de complicidad. Luego, sin apartar los ojos de los de Manolo, llevó sus manos a la espalda y desató el nudo del bikini. La tela flotó por un instante antes de hundirse en el agua, revelando sus pechos, firmes y coronados por pezones rozados y duros como dos frutillas maduras.
Manolo contuvo un gemido. Sus manos se aferraron al borde del hidromasaje, y bajo la superficie turbia, noté el movimiento involuntario de sus caderas. El bulto en sus pantalones cortos de nadar era evidente, una curva tensa se formaba en su short, su pija pedía salir de su calabozo y tanto hacía por evitarlo que cada movimiento delataba lo que intentaba ocultar. 
—Mejor así —susurró Clara, acercándose más a él hasta que sus pechos rozaron su pecho—. ¿No crees, Manuel? 
El joven no respondió. Su respiración era un mantra acelerado, y cuando Clara posó una mano en su muslo, saltó como si le hubieran aplicado una descarga. 
—Señora, yo… —balbuceó, pero ella le tapó la boca con un dedo. 
—Shhh —murmuró—. Aquí no hay señoras. Solo…personas y fantasías. 
El agua parecía hervir alrededor de nosotros. Mi propia excitación crecía al ver cómo Manuel perdía el control, cómo sus ojos se nublaban de un deseo que ya no podía contener. Clara, siempre la maestra, deslizó su mano unos centímetros más arriba en su muslo, acercándose a la costura de su pantalón. 
—¿Qué tal si…? —empezó a decir, pero un sonido lejano la interrumpió: pasos en el pasillo exterior. 
Manolo se incorporó de golpe, salpicando agua. Su rostro estaba congestionado, dividido entre el pánico y la frustración. 
—Debo… debo revisar eso —murmuró, saliendo del hidromasaje con torpeza. El bulto de su verga en sus pantalones mojados era imposible de disimular. 
Clara se recostó contra mí, satisfecha, mientras lo veía huir con la toalla cubriéndose la cintura. 
—Pobrecillo —susurró, mordiendo mi oreja—. Creo que le hemos dado algo en qué pensar para la próxima guardia. 
Reí, aunque sabía que aquella fuga era solo un respiro. Manuel había cruzado un umbral, y la noche siguiente no habría pasos en el pasillo que lo salvaran. 
Al quedarnos solos me saqué el short , ella su tanga, se sentó sobre mí y empezó a cabalgar me lentamente. El orgasmo mutuo fue casi inevitable, llegó luego de movimientos casi imperceptibles. Cuando terminamos le pregunté si quería coger con Manuel. -Pasará lo que deba pasar- me dijo y me besó apasionadamente

Te calentaste? Querés leer el final? Te leo o tlgrm @eltroglodita

2 comentarios - Nosotros y el español II

manoglo1 +1
Mmm, que caliente juego de seducción.