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Yus Capítulo 1

Capítulo 1: La llegada y la cama compartida
El sol de enero brillaba con fuerza sobre la ruta que llevaba a Mar del Plata. Los dos autos avanzaban en caravana: adelante, el de la familia de Lucas, con él manejando su Fiat viejo pero confiable; atrás, el de la familia de Yus, con ella mirando por la ventana, el pelo rubio suelto ondeando con el viento que entraba por la ventanilla entreabierta. Las dos familias habían hecho este viaje juntas desde que los chicos eran pequeños, pero este año algo se sentía diferente. Lucas había pasado los últimos meses en el gimnasio, y su cuerpo, antes flacucho, ahora mostraba músculos definidos bajo la remera ajustada. Yus, por su parte, había florecido en una belleza imposible de ignorar: sus ojos cafés brillaban con picardía, sus pechos firmes se marcaban bajo la camiseta liviana y su cola, redonda y perfecta, era el sueño de cualquiera que la viera caminar por la playa.
Llegaron a la casa alquilada cerca de Playa Grande al atardecer. Era una construcción vieja pero acogedora, con paredes blancas y un balcón que miraba al mar. Los padres descargaron las valijas entre risas y comentarios sobre el calor, mientras Lucas y Yus se miraban de reojo, como si midieran el terreno. Habían sido amigos toda la vida, casi como hermanos, pero ahora, con 18 y 19 años, algo en el aire había cambiado.
—Che, ¿y cuántos cuartos tiene esto? —preguntó Lucas, dejando su bolso en el living.
Su madre, secándose el sudor de la frente, respondió con una sonrisa despreocupada:
—Dos, como siempre. Uno para nosotros y otro para ustedes. Hay una cama grande, así que van a tener que compartir como cuando eran chicos.

Yus arqueó una ceja y soltó una risita nerviosa.
—¿En serio? ¿Todavía creen que entramos los dos en una cama?

Lucas se rió, pero no pudo evitar que sus ojos se deslizaran rápido por el cuerpo de ella.
—No sé, Yus. Creo que ahora ocupamos un poco más de lugar.

Ella le dio un empujón juguetón en el hombro, pero el contacto, aunque breve, dejó una chispa en el aire. Subieron al cuarto juntos, con las valijas en la mano. Era una habitación sencilla: paredes de madera gastada, una ventana que dejaba entrar la brisa salada y, en el centro, una cama doble con sábanas blancas que parecía más chica de lo que ambos recordaban. No había sofá, ni colchón extra, ni escapatoria.
—Esto va a ser raro —dijo Yus, tirando su mochila al lado de la cama. Se cruzó de brazos, y el movimiento hizo que su camiseta se ajustara más a sus curvas. Lucas tragó saliva, fingiendo que miraba por la ventana.
—Nah, sobrevivimos peores. ¿Te acordás cuando dormimos en esa carpa en Pinamar y llovió toda la noche? —respondió él, tratando de sonar relajado.
Ella sonrió, sentándose en el borde de la cama.
—Sí, pero ahora no sos un enano flaco que cabe en cualquier rincón. Mirate, estás gigante.

Lucas se rió y flexionó un brazo, marcando el bíceps con un gesto exagerado.
—Gracias al gimnasio, ¿qué te parece?

Yus puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar mirarlo un segundo más de lo necesario.
—Boludo, no te la creas tanto.

Esa noche, después de una cena llena de anécdotas entre los padres y un par de cervezas que los chicos se robaron del cooler, llegó el momento inevitable. Los adultos se fueron a su cuarto, y Lucas y Yus subieron las escaleras en silencio. La habitación estaba bañada por la luz plateada de la luna que entraba por la ventana. Ella se puso una remera larga y unos shorts cortitos para dormir; él, un pantalón de algodón y una musculosa que dejaba ver sus hombros anchos.
—¿Lado derecho o izquierdo? —preguntó Yus, parada al pie de la cama.
—Derecho, siempre duermo del lado de la ventana —respondió Lucas, tirándose sobre el colchón con un suspiro.
Ella se acostó a su lado, dejando un espacio prudente entre los dos. La cama crujió bajo el peso de ambos, y el silencio se llenó del sonido lejano de las olas. Estaban acostados boca arriba, mirando el techo, con las manos apoyadas sobre sus estómagos como si temieran moverse.
—¿Estás cómodo? —preguntó ella, girando apenas la cabeza hacia él.
Lucas se rió bajito.
—No mucho. Siento que si me muevo te aplasto.

—Qué exagerado —replicó Yus, pero su voz tenía un tono suave, casi coqueto. Se giró de lado, dándole la espalda, y su pelo rubio se desparramó sobre la almohada. Lucas no pudo evitar notar cómo los shorts se le subían un poco, dejando a la vista la curva de su pierna.
—Buenas noches, entonces —dijo él, apagando la lámpara de la mesita.
—Buenas noches, grandote —respondió ella, y aunque no podía verlo, Lucas juró que había una sonrisa en su voz.
Pasaron unos minutos en silencio. Él intentaba no pensar en el calor que emanaba del cuerpo de Yus, a solo centímetros de él. Ella, por su parte, sentía el colchón hundirse un poco bajo el peso de Lucas y se mordió el labio, preguntándose por qué de repente le costaba tanto dormirse. Ninguno de los dos lo admitiría, pero esa primera noche en la cama compartida había plantado una semilla: una mezcla de curiosidad, incomodidad y algo más, algo que ninguno quería nombrar todavía.

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