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La azafata chichona y culona ninfomana 🍒🍑

Lo rubio natural recogido en un formal moño adornado por una gorra azul a juego con una falda y un chaleco. Camisa blanca, bien cuidada, rematada con una corbata roja en contraste con su atuendo azul. Grandes ojos zafiro que casi congelaban con la mirada. Carnosos labios en rojo vivo. Pose serena y confiada. Gesto amable, pero indiferente, y un cuerpo bien formado, a unas medidas de 95-62-92. Esa era la rutina de Leire, azafata de vuelo de una buena compañía comercial cuya vida se pasaba de 500 en 500 pasajeros.
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 Desde que era pequeña, Leire había soñado con viajar: debido a que vivía en un pueblo a pocos kilómetros de un aeropuerto, su niñez había quedado marcada por aquel ir y venir de aviones, que ella imaginaba iban a lugares fabulosos y mágicos, lejos de todo y de todos a los que ella conocía. Aquellas ensoñaciones infantiles se convirtieron al crecer en un sueño a realizar, en una obsesión por ver cumplida aquella fantasía de su infancia: la de conocer todos aquellos sitios adonde aquellos monstruos de metal y alas iban, fuese donde fuese. Así nació su vocación de ser azafata de vuelo, y no cejó hasta que por fin lo consiguió, sin embargo, nunca creyó que fuera tan difícil y demandante tanto físicamente como mental, todas las azafatas tenían que cumplir un estricto régimen y no era ningún chiste. Todas tenían que tener cuerpos delgados con pechos grandes así como también unas perfectas caderas, lastimosamente ella no contaba con pechos grandes, pero la aerolínea tenía la costumbre de dar a las azafatas que no cubrían esta parte con distintos tipos de productos para que pudieran cumplir esos requisitos Leire empezó a tomar te de Fenogreco esto supuestamente hacía modificaciones hormonales, provocando que sospechas, crecieran, potencialmente entre otros productos, también le dieron pasta dental marvis así como también productos de belleza y de salud que solamente las empleadas de las aerolíneas tenían acceso
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Paso tiempo hasta que al final logró entrar en una gran compañía aérea que cubría tanto vuelos nacionales como los internacionales alrededor de todo el mundo. Al poco tiempo, viajar era toda su vida, así como atender a los pasajeros que por sus vuelos pasaban.
          
 A ojos de los pasajeros, era la típica tía buena que todos se comían con los ojos. De buen año y mejor herencia genética, las curvas de Leire despertaban las fantasías de los jovenzuelos adolescentes y de los maduros hombres hartos de estar casados con su mujer, locos por echar una cana al aire con ella. Ella, sabedora de los deseos que hacía aflorar en los demás, solo podía dar su mejor y más aséptica sonrisa adoptando su tono de indistinta amabilidad propia de su profesión…pero, en su interior, su cuerpo rugía de ganas por que las fantasías que despertaba se hicieran realidad, y no solo las fantasías que los pasajeros vertían en ella, si no también las suyas propias.
           
Su ojo experto ya había aprendido a fijarse en los pasajeros a los que atendía: no faltaba el ejecutivo agresivo pegado a su ordenador portátil, el neurótico vendedor, el estudiante jovencito dominado por sus hormonas, el madurito interesante, el anodino que pasa desapercibido, el jubilado en busca de diversión, el recién casado con deseos de ir al baño con su esposa o la pareja veterana en eterna pelea…
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Tantos y tantos tópicos que con el tiempo se iban acumulando y que despertaban en ella el deseo de comprobar sus diferentes maestrías en las artes amatorias. Leire conocía a los hombres, y sabía que una de sus fantasías era unirse al “club del sexo en el aire”. Club al que ella pertenecía.
           
Su obsesión por ser una mujer de mundo que viajase a todos los países del globo le había hecho dejar de lado toda posibilidad de vida estable en tierra. No tenía instinto maternal en toda su vida, y no estaba segura de llegar a tenerlo algún día (y de tenerlo, ya se preocuparía en ese entonces). Y tampoco tenía tiempo para novios insulsos con ínfulas de retenerla para sí mismos, pasar por la vicaría y formar más tarde una familia. Aquellas fantasías de moralidad la divertían, porqué independientemente de sus edades o su posición social, todos parecían cortados por ese patrón religioso de “mujer e hijos” que el mundo lastraba desde tiempo inmemorial. Pero eso no funcionaba.
Pasó el tiempo y leire comenzaba a relacionarse con sus compañeros, ya todos la conocían, así como el capitán, cuando la conoció, sólo vio en ella una joven con resto inocente y muy delgada al principio no se tenían confianza, pero el paso del tiempo cambió las cosas
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Un día el capitán y su compañero le preguntaron si era una neófita y ella dijo que sí que no llevaba mucho tiempo trabajando en la aerolínea apenas acaba de terminar la universidad.
hasta que un día en uno de esos vuelos una de sus compañeras no pudo ir en ese vuelo por un retraso. Los humores entre sus compañeras decían que aquella compañera faltante tenía un romance con el capitán, lejos de convencerla no quiso caer en falacias lo que no contó, fue que en ese preciso vuelo el capitán vio a leire cuando estaba abordando y la escaneo de la cabeza los pies a la mitad de vuelo. Todas las azafatas estaban trabajando analizando y atendiendo a los pasajeros cuando de repente la radio de Leire sonó el capitán, la estaba llamando al principio la llamaba para que le dieran café. Luego poco a poco empezó a romper el hielo Ya que la traían de aquí para allá , y así pasaron varios vuelos y pasó el tiempo y Leire comenzó a estar más tiempo en la cabina de los pilotos
llegaron a un punto en donde comenzaron a charlar verdaderamente se había tardado mucho en la cabina de los pilotos y sus compañeras comenzaron a preguntarse qué es lo que hacían ahí adentro
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El capitán se dio cuenta que los pechos de leire habían crecido y supo que era obra del té que se les daba a las azafatas y el de una manera muy directa, le dijo a ella. En verdad está funcionando tus pechos están más grandes que desde la primera vez que te vi
Ella asintió con la cabeza y le respondió. Estoy muy agradecida mi cuerpo ha cambiado bastante, lo único que me hace falta son mis caderas anchas como las de mis compañeras, no comprendo cómo es que llegaron a tener ese cuerpo si no van al gimnasio.
El capitán le dijo, te voy a revelar un secreto compañeras, pasaron por un proceso de iniciación para que se vuelvan oficialmente miembros de nuestro equipo
Leire con curiosidad, quise saber más sobre ese proceso y le comenzó a decir muchas preguntas, se notaba en sus ojos la curiosidad, por lo tanto, el capitán le pidió su compañero que se encargará de pilotar el avión, mientras él se encargaba de la petición de aquella mujer, mientras que el hombre la tomó de la mano y le sonrió diciéndole acompáñame, vamos a hacer la iniciación. Luego de eso ellos bajaron por unas escaleras que llevaban a una cámara que estaba debajo de la cámara de los pilotos
en ese lugar había una cama y diversos artefactos sexuales. La chica se puso nerviosa, ya comenzaba a comprender a que se estaba metiendo en ese momento. El capitán se comenzó a quitar la ropa y le pidió a la chica que hiciera lo mismo. Ella al abotonarse la camisa sintió como sus enormes pechos, caían por la gravedad inmediatamente el capitán halago a la chica por semejantes melones que se cargaba apenas con 23 años, se cargaba tremendo manjar
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Leire se son rojo al ver la tremenda verga que se cargaba el hombre que estaba enfrente de él y él amablemente le pidió ven acá no tengas miedo. En este momento voy a penetrarte ese hermoso culo que tienes y verás que en una semanas tendrás unas caderas iguales o mejor que a las de tus compañeras minutos. Después ambos estaban cogiendo el hombre penetraba a la joven mujer con rudeza, mientras que aquella chica gemí como toda una puta, mientras que sus enormes tetas saltaban de un lado a otro el hombre fue cuidadoso para no dejarla embarazada, así que se corría en la cara de la chica chichona, y así pasaron varios días y varios viajes con intensas sesiones que cada vez dejaban a la chica sin poder caminar hasta que tres meses. Después empezó a notar que sus caderas comenzaban a ensancharse así como su culo y su trasero comenzaba a volverse más parado y uniforme. Sus compañeras ya sabían qué es lo que pasaba, pues que ellas también pasaron por ese proceso prácticamente ella había perdido la virginidad con el capitán
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Todo transcurrió con normalidad y los viajes posteriores hasta que ocurrió un acontecimiento que la excitó demasiado ocurrió durante un vuelo Nueva York-Nueva Zelanda. Un largo viaje de muchas horas y horas en el que la mayoría de pasajeros se aburrían o pasaban el tiempo viendo las películas ofrecidas durante el vuelo.
Vicky, una compañera de trabajo, le había dicho en broma que uno de los pasajeros no la perdía de vista, insinuando que de tener la más mínima posibilidad, se la intentaría cepillar. Con disimulo, Leire observó al pasajero en cuestión: un joven con pinta de vivir pagado de sí mismo, el típico capitán del equipo de deportes, estrella en su universidad. En tanto que Vicky confesó sentir cierto desprecio por los gallitos que iban de machos, a Leire le divertía pensar hasta que punto esa suerte de autosuficiencia que exudaba el tío era real…y su mente perversa tuvo una idea.
          
 Había oído por boca de Vicky y de otras compañeras que aprovechando que la gente estaba distraída, dormida, o un poco de ambas, algunas parejas se encerraban en el baño para darse un revolcón aprovechando la falta de oxígeno propio de un vuelo como ese, lo que intensificaba la experiencia sexual, Leire y el morbo de saber lo que un hombre y una mujer hacen en el baño del avion      
Con la cortesía propia de su oficio, se dirigió a su presa, ofreciéndose con toda amabilidad para lo que él dispusiera, bien un cojín para el cuello, o alguna bebida….con la salvedad de que se había desabotonado el botón superior de su chaleco y, por debajo de la corbata, muy disimuladamente, se había soltado dos botones, dejando un escote que solo fuese visto por su especial cliente.
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Éste, que vio con detalle lo que se le ofrecía tan generosamente (y con curvas más que apetecibles), hizo el guiño de ojo más leve y fugaz del mundo, pero que ella captó.
El universitario al voltear a ver aquella mujer exuberante con grandes pechos, no podía medir qué tan grandes eran esas enormes tetas, sólo podía confiar en su imaginación, hasta que aquella mujer voltearse quedó de perfil. Sólo así el chico pudo ver qué tan grandes eran esas enormes tetas la azafata, al darse cuenta que la estaban mirando.
Le contestó con una media sonrisa pícara, y antes de que pudiera darse cuenta, aquel prepotente universitario se la estaba comiendo dentro del baño, con desaforada pasión.
 Empezó con una tanda de morreos bien dados mientras sus manos iban locas por su cuerpo, descubriendo lo que aquel insulso y anodino traje de azafata ocultaba. Sobó su trasero, apretándole con fuerza las nalgas, casi intentando notar el tanga bajo la ropa.
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Le desabrochó el chaleco y terminó de abrir la camisa. Con furia asesina sacó sus enormes tetas de la prisión del sujetador, lanzándose a devorarle los pezones mientras jugaba con ellos usando sus pulgares en tanto que Leire se dejaba hacer, separando sus piernas de forma casi instintiva para que él se pegase a ella.
Aquel chico, cuyo nombre pudo escuchar muy fugazmente (Robert) y cuyo apellido, aunque se lo dijo, pronto se le olvidó debido a la forma tan salvaje que tenía de acariciarla por encima del tanga, calentándola por todos los medios, preparándola para el gran momento.
          
 “Lujuria”, pensó ella, y la palabra la enloqueció

Enfrascada como había estado en viajar, en ver maravillas a lo largo y ancho del mundo, en cumplir su sueño, había dejado de lado todo lo demás, el sexo incluido.
Ni siquiera en su adolescencia, cuando sus hormonas más revolucionadas estaban, se había dejado llevar por aquel torrente de placeres por el que sí se habían dejado llevar sus amigas, y que había llevado a algunas de ellas a ser madres jóvenes. Leire se había salido de la norma, había obviado el sexo sin pensar en ello al correr de los años…hasta ahora.
           
Cooperando con su inesperado amante, Leire, le abrió su camisa y el cinturón de sus pantalones para ver qué era eso que tanto atraía a las mujeres.
Era el momento, era su momento. Tenía que saberlo, necesitaba saberlo más que cualquier otra cosa en el mundo. Con las manos le bajó los pantalones…y entonces lo vio. De pequeña las había visto, sí, como un juego infantil e inocente entre ella y un amigo suyo, pero aquel entonces no le había dado mayor trascendencia. Aquello era distinto. Muy distinto.
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Mirando a los ojos de su amante, le estampó un par de morreos bien dados en la boca antes de atraerlo hacia ella y susurrarle al oído, muy suavemente, que iba a ser él el afortunado en desvirgarla. Los ojos de Robert parecieron salirse de las órbitas, y con mordaz sonrisa se arrodilló en aquel pequeño cuartucho, le sacó el tanga con tanta fuerza que casi se lo rompió…y al ver aquel coñito virgen, no lo dudó ni un segundo a la hora de comérselo todo: pasó la lengua por sus labios mayores, jugó con su clítoris, le clavó la lengua un par de veces, le dio besos…Leire creía enloquecer de pura pasión, ni en sus más locos sueños hubiese imaginado algo así…no podía siquiera describirlo, era algo embriagador, amoral, salvaje…era tan increíble, tan abrasador…
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No era lo más grueso del mundo, ni tampoco lo más largo (aunque se pintaba de buen año), pero eso le daba igual, lo único que quería era metérsela en la boca y devorársela hasta los testículos cual actriz porno. Por suerte para ella su amante era bastante metrosexual, por lo que estaba bien depilado incluso en sus genitales. Leire chupaba y requetechupaba como una sibarita, era la primera que saboreaba y le encantaba el sabor.
Quería más.
  
 Ya no podía posponerlo por más tiempo, tenía que ser ya mismo.
Se acomodó como pudo donde estaba antes y su amante, satisfecho con la mamada que le acababan de hacer, la recompensó con una primera penetración algo dolorosa, pero a todo efecto magistral.
Un primer impacto, necesario para romper el himen rápidamente y así evitar andarse por las ramas, bastó para que Leire llegase al éxtasis. Robert procuró sellar con sus labios los de Leire para evitar ser descubiertos por el resto del pasaje.
Dejándola que se recrease unos momentos en ese primer instante de unión entre los dos, él comenzó a bailar dentro de ella, a moverse como experto catador de mujeres debido a su facilidad con sus compañeras de universidad, y sin duda, aquella era su mejor cata.
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Leire tardó poco en rodearlo con las piernas, apoyando las manos en el techo a modo de sujeción y dejar que él, que llevó las manos a su culo para tenerla bien sujeta, empezase a follársela como le viniese en gana. La mente de Leire estaba ida, apenas era capaz de formular un pensamiento, su cordura, su conciencia, todo había desaparecido y solo quedaba el placer: real, infinito, ilimitado placer. Leire era placer, lo exudaba por los cuatro costados, por todos los poros de su cuerpo. Metió la mano por la nuca de él acariciándole el pelo, lo atraía hacia ella para que se metiese aún más fondo, estaba loca por gozar cualquier precio. En ese momento era un juguete en sus manos…y le gustaba.
           
Las acometidas de Robert ponían a Leire en órbita. Más que un viaje de Nueva York a Nueva Zelanda, aquello era un viaje hasta los límites de lo desconocido.
Se besó con él jugando a batallar con las lenguas, en una pugna por alargar aquel momento hasta la eternidad si fuese preciso. Ahora que ya sabía lo que era el sexo, Leire no quería dejar que aquel semental se le escapara, deseaba estar siempre entre sus piernas, que él nunca dejase de follarla. ¡Que señor polvo, que ardor!. El que Robert fuese su primer hombre parecía encenderlo más aún, la idea de ser él quien le quitase la virginidad a una mujer como ella, lejos de pueriles e inocentes jovencitas con fantasías de romanticismo, era un placer extra del que Robert no se iba a privar.
          
 Leire sabía que algo iba a pasar, lo sentía, casi lo presentía. Podía verlo reflejado en la cara de su amante, se le notaba tenso, como si estuviese conteniendo su pasión por algún motivo desconocido. Su cuerpo convulsionaba por completo mientras Robert iba y venía dentro de ella cada vez con más rapidez, como si quisiera llegar a una meta que ella ignoraba. Lo cogía de los hombres para que la penetrase más fondo, lo besaba, casi lo desgarraba a morreos…Era su hombre, su dueño, su semental, su amo…lo era todo para ella, su absoluto y señor, y podía hacer lo que quisiera, ella lo aceptaría. La riada de sensaciones iba en aumento, no paraba de crecer, bullía como una marea en pleamar que, cada vez más fuerte, la llevaba al delirio…hasta que por fin ocurrió.
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 “Orgasmo”, adivinó, y no se equivocaba. Fue un éxtasis culminante, un instante para que ella recordaría toda la vida: en aquel pequeño de cuarto, toda encogida junto a un perfecto desconocido por el estrecho tamaño de su nido de amor, había entregado lo más íntimo que una mujer podía entregar a un hombre, se lo había dado gustosamente. Pareció haber una eternidad hasta que volvieron a la calma tras aquel revolcón.
Todo su cuerpo se relajó, su cara brillaba de felicidad, y la de Robert más aún, parecía como si hubiese tocado el cielo con los dedos de la mano. Rápidamente y para evitar que alguno otro les descubriese, Robert se vistió rápidamente y salió de allí
. Leire se recompuso como pudo, aunque no fue capaz de encontrar su tanga. Repeneinándose y vistiéndose lo mejor que pudo, Leire salió de aquel cuarto no sin antes mirar por último vez a lo que se había convertido
No había rastros, era como otro baño de un avión cualquiera, y aún así…ese siempre sería su sitio. Aquel baño sería su baño.
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Intentando recuperar la normalidad tras el torbellino de pasiones encendidas, la azafata de vuelo volvió con sus compañeras de viaje. Nadie parecía haberse dado cuenta de lo ocurrido, pero le pareció entender un gesto cómplice en Vicky, tan fugaz que no se atrevió a preguntarle si el gesto lo había hecho de verdad o no. Cuando el vuelo aterrizó en Wellington, la capital de Nueva Zelanda, Leire se fijó en Robert. Al pasar uno cerca del otro cuando tomaban tierra, éste señaló muy levemente a uno de los bolsillos de sus pantalones.
Aunque a lo primero Leire no comprendía aquel gesto tan altivo y su sonrisa perversa, pronto se le iluminó el cerebro: ya sabía donde había ido a parar su tanga, y también sabía de las muchas noches que Robert se lo llevaría a la nariz para recordar a la mujer que, sin pudor alguno, se le había ofrecido para desvirgarla.
           
Al viajar de un lado para otro y de un continente a otro con tanta asiduidad, entre turno y turno de vuelo las azafatas tenían habitaciones de hotel cedidas por las diversas compañías, en caso de hacer una larga escala.
Cuando Leire ya estaba en tierra junto a sus compañeras, Vicky se le acercó para decirle que la había visto meterse con Robert en el baño, y que si bien no lo aprobaba del todo (un escándalo de esos es perjudicial para cualquier aerolínea), sí le había gustado que por fin se dignase a probar las delicias del sexo, razón por la que la invitaba más tarde a una discoteca, donde todas irían para relajarse un poco antes del siguiente vuelo. Movida por la curiosidad, Leire aceptó.

continuará en la segunda parte
           

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