CAPÍTULO 1
De quién soy yo y quién es él
Mi marido tuvo la culpa de que me convirtiera en una adicta a las buenas vergas, a los sementales cogelones, y en general al buen sexo. Aunque genéticamente siempre fui una mujer cachonda, con el permiso de mi marido estas calenturas se potenciaron.
Les contaré nuestra historia.
Mi nombre es Rebeca Fuentes, y soy reina de picas, lo que significa que pertenezco al club de hotwifes; esposas calientes que tienen sexo con otros hombres con el consentimiento de sus maridos. Pero no me gusta estar con cualquier hombre, sino con uno que sea alfa, inteligente, caballeroso pero a la vez maniaco y pervertido, de esos que les gusta el juego del erotismo y la seducción, porque aunque me encanta coger, el 90% de mis orgasmos son consecuencia de los preliminares.
Tengo 38 años de edad, con dos hijos en mi haber, uno de 18 años llamado Uriel, y una chica de 17 de nombre Allison que estudian ya en la universidad y la preparatoria respectivamente. Mi marido tiene 44 años y se llama Alfonso, (aunque de cariño le decimos Poncho), y tiene la particularidad de que es un cornudo consentidor.
Yo trabajo como organizadora de eventos sociales donde me dedico al diseño, planificación, servicio de catering y ejecución de los mismos. Poncho trabaja como ejecutivo de ventas en una concesionaria de autos Toyota, en la que gana el mínimo a no ser que tenga buenas ventas en el mes.
Hay meses que a mí me va mejor por la cantidad de eventos que tengo. Por mi rama de trabajo como planificadora de eventos suelo mantenerme en forma. Como te ven te tratan, por eso acudo al gimnasio con regularidad y cuido de mi aspecto personal lo más que puedo para verme y sentirme bien. Siempre ando de falda ejecutiva, tacones y pantimedias. Nunca faltan los pendientes y las pulseras.
Físicamente soy bajita, mido 1:65 de estatura, pero me veo más alta de lo que soy porque uso tacones de 15 centímetros que, por cierto, son más largos que los 12.5 centímetros que tiene mi cornudito de pene en estado de erección. Se lo tengo bien medidito.
Uso los tacones de ese tamaño porque me gusta recordarle a mi cornudito lo patética que es su verguita en comparación de los tacones de mis zapatos:
—Cariño, ¿qué se siente saber que el tamaño de mis tacones es más largo que tu pequeño pitito?
Poncho u Osito, como le digo de cariño por su complexión, se excita cuando le hago esa clase de comentarios, por lo que de inmediato se prende y me quiere echar mano, aunque pocas veces lo dejo continuar. Me gusta tenerlo a dos velas para que tenga una excitación continua.
En lo que respecta a mí, me gusta llevar el pelo largo, y como lo tengo rizado naturalmente suelo aprovechar esas bondades que tienden ser halagas tanto por hombres como por mujeres.
Dado que tengo la piel muy blanca, soy de las que suele variar el color de cabello con frecuencia, a veces ando rubia, castaña, otras veces pelirroja, en fin. Cualquier tono se presta a mi tez de piel. Actualmente lo llevo negro azulado que destella a la luz del sol del mediodía. El tono rojo con el que barnizo mis gruesos labios contrasta muy bien con él.
Como buena latina tengo unas caderas pronunciadas y un culazo que ni juntando dos cabezas humanas se podrían igualar. Creo que ese es mi mayor atributo, mis redondas y abultadas nalgas. Y Poncho, mi marido, es consciente de lo afortunado que es de tener a una esposa culona como yo a su lado.
A pesar de haber amamantado a mis dos hijos, mis tetas siguen siendo firmes, en forma de peras pesadas, aunque me cuelgan un poco por su imponente volumen y su pesadez. Por lo demás, siendo sincera no soy una mujer con una gran cintura. Y tampoco, a mi edad, pretendo tenerla, pero me ayudan mucho mis anchas caderas y mis regordetas piernas para disimular.
Tengo el rostro ovalado, una nariz fina, espesas pestañas negras que hidrato con todo lo que encuentro en el mercado y unos ojos verdes que fueron la mejor herencia que me ha dado mi padre.
Debo decir que tengo un par de areolas tan grandes como monedas, y he descubierto que a los hombres les excitan mucho. «Te hacen ver más putota» me han dicho algunos amantes, y yo les creo, porque nomás me los ven y se les pone el pene tan duro como un riel.
De carácter soy un poco autoritaria, mucho más de lo que quisiera, especialmente en lo que tiene que ver con mi trabajo y mi hogar, que es lo que me importa y a lo que le doy prioridad. Aunque soy una mujer promiscua he criado a mis hijos con buenos valores y a sus ojos soy una buena madre.
Algo negativo es que me gusta tener el control de todo lo que pasa a mi alrededor porque no me gusta sentirme contrariada ni con incertidumbre. A pesar de ser una mujer educada, tengo la boca muy suelta y digo vulgaridad y media cuando me sale del culo.
Ya saben, sé cómo y dónde comportarme según el estatus lo amerite. Jamás avergonzaría a mi familia haciendo o diciendo algún disparate en público. Obviamente delante de gente importante me comporto decentemente, muy finolis, pero entre amigos, amantes y familia, me gusta ser simplemente yo, y hablo al chile, como dicen los jóvenes.
En sí soy una dama muy práctica, digo las cosas como son y no me gustan las hipocresías. Por lo mismo a mí no me gusta andar de doble cara, y por esa misma razón no le caigo muy bien a mucha gente, principalmente a mi suegra y a mis cuñadas, pues dicen que soy muy grosera y que ninguneo a mi marido, como si fuera mi títere.
Esto último sí es cierto, pero es porque Poncho es un pendejo que no sabe defenderse de esas arpías hijas de puta que tiene por hermanitas. Es muy dejado y sumiso. No se defiende. Sus hermanas le quitaron prácticamente todo lo que le había heredado su papá, salvo una finca que yo le estoy ayudando a pelear.
Ya en el lado íntimo, si soy sincera, me considero una mujer muy sexosa y caliente. Me he vuelto adicta a los hombres varoniles y con iniciativa, principalmente a los que son dominantes y seductores, sin importar ya si tienen las vergas gordas o no, si son feos o son guapos. El problema es que me guste, porque entonces hago todo lo posible para llevármelo a la cama (o a la encimera de cualquier motel, una nunca sabe).
No me da pena decirlo, porque como dije antes, me gusta la sinceridad y no me importa si alguien me considera vulgar, o si le parece bien o le parece mal. Me vale, no me dan de comer para andarme criticando o sentirme juzgada. Yo soy de las que cree que la mayoría de las mujeres son tan calientes y sexosas como yo, pero son tan mustias que les cuesta reconocerlo por mustias. En fin.
A mí, por lo pronto, me encanta coger. Adoro el sexo sucio y morboso. Soy muy puta en la cama, y por lo mismo me fascina ser complaciente con mi macho en cuestión y jadear, gritar, pedir más verga y correrme a chorros mientras me doy unos ricos sentones sobre el pene o mientras son ellos los que me están cabalgando como una yegua en celo.
Me excita mucho que mientras me tienen a cuatro patas como perra, mientras me clavan la verga por mi panochita o mi culito, me nalgueen, me jalen el pelo y me digan obscenidades. Eso nunca lo hizo mi Osito.
Como digo, también me gusta que me den por el culito, aunque para ser franca, ese agujerito apenas ha sido recién estrenado, pues el que me lo desvirgó, me ha culeado tan rico que me estoy volviendo adicta al anal.
Eso sí, siempre busco que mis machos sean limpios y sanos, porque una cosa es ser promiscua y otra pendeja: por eso procuro que mis amantes recurrentes se hagan estudios de ETS, ya que prefiero que me cojan a pelo dado mi gusto porque que me rellenen el chocho con su lechita cuando eyaculan, hasta que me escurran sus espermas por mis muslos.
Ninguna experiencia es mejor a cuando me empachan de verga y me escupen toda su lechita caliente dentro de mi útero. Adoro la sensación de sentirme rellena por esa cremita viscosa y ardiente para que después resbale entre mis piernazas.
También soy de las que se tragan los mecos cuando se los echan en la boca, luego de habérselas mamado con todo y huevos. Me gusta mirarme en el espejo y ver lo puta que soy, con mi boca embarrada de restos de mecos, babas y sudor, con mi rímel corrido en los ojos, mi maquillaje arruinado, y el barniz de mis labios pintado en los huevos y verga de mis machos.
Toda una putona, lo sé, pero así soy, ¿qué más da? Pero como dije al principio, previo a todas estas obscenidades, me gusta ser cortejada, seducida, y, sin lugar a dudas, gozar de los preliminares.
De cómo lo conocí
Conocí a Poncho, mi marido, hace más de 19 años en un baile de Ciudad Valles, en San Luis Potosí, aquí en México, de donde soy originaria. Me llamó la atención que fuera un hombre tan correcto y tan sereno. Para ser hombre mi Osito era muy poco vulgar y sus cortejos eran casi de película romántica, tirando a la cursilería. Confieso que eso fue lo que me atrapó de él, que fuera tan diferente a las otras fieras masculinas que sólo me buscaban para coger (que tampoco es una queja).
Osito era muy detallista conmigo, tímido, recatado y podría decirse que hasta pudoroso, y por esas mismas cualidades logramos formalizar una relación. Duramos varias semanas saliendo a cafés, a la plaza, al cine o a cenar, y dado que todavía no éramos más que amigos, yo seguía cogiendo con mi última ex pareja.
Osito luego me propuso que fuera su novia y acepté. Allí rompí de tajo con mi ex, aunque vaya que extrañe los primeros días su vergota, y más porque Poncho no daba ese paso para cogerme y yo no entendía por qué. Aun así se me hacían entretenidas sus conversaciones y adoraba que él siempre pusiera atención a todo lo que le platicaba. A medida que le contaba más sobre mis experiencias sexuales, él se ponía más renuente a hacerme el amor. Por otro lado, a él no le gustaba ser el centro de atención, y ese fue un nuevo punto a su favor.
Con el tiempo se me hizo raro que no pasáramos de los besos y las manoseadas cuando ya teníamos rato de estar saliendo juntos.
Yo soy de las que se calientan con mucha facilidad, principalmente cuando me besan. Es sentir una lengua en mi boca para humedecerme en el acto. Cuando Poncho me besaba y me restregaba la cremallera, sentía un bulto en su pantalón, pero nada del otro mundo. Yo pensaba que su bulto desinflado se debía a que no estaba completamente excitado por sentirse incómodo en la calle, donde me colgaba de él, me aferraba a su entrepierna con mi cuerpo y lo obligaba a que me estrujara las nalgas y las tetas, pero él no pasaba de ahí.
Al principio dije —vale, es respetuoso, no es de los que te enamoran con detalles y palabras bonitas para luego llevarte a la cama, este chico es romántico de verdad y quiere algo serio y real. —
Todo fue tan real que después de casi un año me propuso matrimonio y yo como una loca, sin siquiera habérmelo cogido, le dije que sí. Era la fiebre del amor. Pero tantos meses en abstinencia sexual empezaron a cobrarme factura y a ponerme de mal humor. Ya no me satisfacían mis vibradores ni mis dildos. Yo acostumbrada a coger y a coger desde la primera cita y este cabrón que se las daba de —caballeroso— y que quería que en nuestra relación fuéramos de poquito a poquito. Me estaba dejando a pan y agua, con los pezones tiesos y mi bizcochito mojado. Creí que no era justo.
Entonces sucedió que después de un año de novios, se supone que enamorados, tras una noche de copas en una disco, me harté de andar sólo de manita sudada y le dije;
—Bueno, Poncho, ya está bien, estoy bien pinche caliente. Mi panochita está goteando de ganas, y tú nada que te motivas. Así que te lo advierto de una vez: o me coges ahora mismo o me voy y busco quién me coja por otro lado. Tú decide.
Poncho se sorprendió de mi vulgar petición, y hasta se hizo el indignado al principio, diciéndome que él solo trataba de hacerme sentir como una dama, que él no era como los demás. Pero cuando vio que la cosa iba en serio se trató de justificar diciendo que él había sido criado con valores cristianos y sólo quería respetarme. Como estaba alcoholizada no medí mis acciones y me eché a reír como una loca cuando me dijo que él quería hacerme el amor hasta el matrimonio, por lo que le dije:
—Mira, Poncho, si tú te piensas que yo soy virgen, estás equivocado. Ya te he contado muchas de mis experiencias sexuales y ahora sabes lo cachonda que soy. A mí me rompieron el himen cuando tenía trece, y desde entonces me han metido más pitos en la vagina de lo que tú me has metido la lengua en la boca en los últimos meses. Dime la verdad, ¿eres maricón, y sólo estás conmigo para taparle el ojo al macho? Mira que ya me han dicho algunas amigas y amigos míos que tus actitudes tan delicadas y dóciles conmigo no son tan normales.
Poncho se quedó helado y muy dolido de lo que le dije. Se agitó varias veces, se levantó y se sentó, dio varias vueltas en donde estábamos parados y me dijo:
—¿Cómo puedes pensar que soy maricón, Rebeca? Claro que no, eso es muy ofensivo de tu parte.
—¿Entonces por qué no quieres coger conmigo, Osito? ¿Es que no se te para o qué?
—No, si de parárseme sí se me para. Lo que pasa es que hay un pequeño problemita.
Por mi borrachera no logré percibir el nivel de vergüenza que tenía encima. Aun así que lo seguí atosigando sin piedad.
—¿Qué pequeño problemita, Osito? Si no eres maricón y dices que sí se te para, ¿entonces qué pasa contigo?
—Es que me da vergüenza decírtelo, Rebeca.
—Chingado contigo, Poncho, o me hablas claro o aquí lo dejamos todo. Siento que me ocultas muchas cosas y eso no es conveniente para nuestra relación. Habla bien con la verdad o mejor lo cortamos.
Recuerdo que esa noche lo obligué a irnos a mi cuarto después de la disco, en la casa de asistencia universitaria donde vivía. Insistí a que nos besáramos apasionadamente y en el intermedio nos metimos mano, él más a mí, en mis nalgas y en mis tetas.
En seguida quedé encuerada, él me ayudó con eso, quitándome cada prenda con lentitud, hasta quedar con las tetas y los pezones de fuera. Sus ojos se clavaron ansiosos en mis pechos, luego en mi pubis depilado, en bizcochito mojado y entreabierto, en mis nalgas redondas y duras. Osito se abrazó a mis carnes y azotó mi culo varias veces como si en ello se le fuera la vida.
—¡Awwww! Así, Osito, así… estrújame!
Amasó mis prominencias y las estrujó como no lo había hecho nunca desde que nos conocimos. Yo estaba verraca, agitada, restregándome como perra a él, enseñándole lo que por estúpido le pertenecía y no había tenido el valor de reclamar. Me dejé manosear. Me entregué a él y le hice saber que era suya. Con los minutos le pedí que se desvistiera, de hecho yo también lo ayudé con eso.
Pero entonces, lo que pasó después nos dejó a los dos tan desconcertados que habría valido más no haberlo visto desnudo nunca para habernos ahorrado tal vergüenzas, él más que yo.
Creo que mi crueldad vino más por mi borrachera que por mi verdadera decepción. En el fondo yo también lo quería, y reconozco que nunca debí de haberme burlado tan cruel de él, pero era más joven a inexperta que ahora.
—No mames cabrón jajajaja, ¿qué mierdas es eso que te cuelga? ¿Es neta que ya está erecto?
Osito, muerto de la vergüenza, se puso las manos encima de sus anodinos genitales.
—No seas cruel conmigo, Rebeca, por favor, que me da mucha vergüenza.
—¡Es que no puedes ser tan cabrón, Poncho!
—¿Ves por qué no quería tener sexo contigo, Rebeca? Porque con lo que me decías de los tamaños que te habías comido, me daba mucha pena que mi… tamaño te decepcionara. Por eso no quería nada aún contigo.
—A ver, Poncho, ¿tu idea era enamorarme, volverme dependiente a ti, para al final revelarme esta miniatura que tienes por pitito? ¡No puedes ser tan cabrón! ¡Eso es injusto, Osito, injusto! —En medio de la rabia, la borrachera me hizo echarme a llorar—. Eso que tienes ahí parece más bien un puto clítoris en lugar de un pene.
No era del todo cierto. Mi ceguera me hizo minimizarlo más de lo que desbebería por la furia y la decepción. Le medirá como 12 o 13 centímetros, lo que se supone que es un tamaño promedio, pero esa noche estaba tan avergonzado que el pene se le encogió y casi se le ocultó por su barriguita, porque él es peludito y barrigoncito, un gordito bonito y abrazable que a mí por lo menos me gustaba.
El pobre se echó a lloriquear, y la verdad es que me sentí mal por él. Entendí que tenía que relajarme, pero me sentía engañada, humillada y terriblemente decepcionada. ¿Por qué ocultarme algo que a lo mejor no era tan grave pero que él pretendió nunca revelarme hasta que nos hubiéramos cansado? No me pareció justo.
—No seas tan dura conmigo, Rebeca, que yo te amo, y si no te dije nada fue porque yo sé que tú eres mucha mujer para mí.
—A ver, Poncho —me limpié el lagrimal—, es que yo tampoco quiero ser cruel contigo, pero no inventes, ¿en verdad piensas que, con lo caliente y sexosa que soy, yo me voy a conformar con ese pitito el resto de mis días, casándome contigo? —le enseñé el anillo de compromiso que me había dado sólo un par de semanas atrás.
No lo decía en serio en realidad. Yo estaba enamorada de él hasta las trancas, pero si lo quería humillar era por lo lastimada que me sentía por su ocultamiento.
—Soy muy bueno con la boca, en verdad, preciosa, y también soy bueno con mis dedos— me dijo (y vaya si tenía razón con esa afirmación.)
Pero en ese rato no me importaba nada. Yo estaba echando chispas por todos lados de coraje.
—No me jodas, Poncho, dejé ir a un machote como Héctor para quedarme contigo. Vieras la vergota que tenía el cabrón. Sólo un huevo suyo es más grande que tu puto pito. Ya mi vagina está amoldada a su polla, ¿de dónde pinches crees que yo me voy a conformar con tu pitito, tu boca o tus dedos? Alucinas, cabrón, alucinas.
Y como una tonta me volví a echar a llorar. Les recuerdo que era una novata universitaria que no sabía cómo gestionar ciertas situaciones.
—Por favor, Rebeca— se me puso de rodillas —tienes que perdonarme, yo te amo, esto no se puede quedar así. Estoy muy enamorado de ti. Debe de haber una solución.
—¡Debiste de ser franco conmigo desde el principio, Poncho, esa es la única realidad! Yo no te voy a engañar, me gustas mucho, siento cosas muy bonitas por ti, pero para mí la honestidad y el sexo es igual de indispensable que el amor. Tu puro amor no me basta. Necesito honestidad. Si me lo hubieras dicho desde el primer día a lo mejor ni siquiera me hubiera molestado, como dices, si eres bueno con la lengua o con los dedos entonces lo habríamos probado. Lo que no me parece justo es que quisieras venderme gato por liebre. Y ahora ya no sé si quiero tener sexo contigo. Esto me ha dado un bajón.
—Pero es que ni siquiera lo hemos intentado, Rebeca. Ni siquiera me has dejado demostrarte lo que te puedo hacer. Lo que puedo provocarte.
Me reí de él involuntariamente.
—De momento, Ponchito, lo único que me provocas es lástima. Pero está bien. A ver, me abriré de piernas, y dejaré que hagas lo tuyo.
Sin ningún preliminar me tumbé en mi cama bocarriba. En esa posición mis gigantescas chiches deslumbraron a mi Osito. Su pollita brotó de su escondite y se puso dura como mástil. Aun así no se hizo más grande de lo que se la vi al principio, pero sí la noté más dura. Lo miré con curiosidad y me abrí de piernas para él. Me le ofrecí enseñándole mi humedal en mis labios verticales. Tenía mi vello púbico recortado, todavía no me hacía el depilado permanente como ahora.
A Osito le gustó. Lo vi en su cara hambrienta y en el temblor de su cuerpo. Ahí constató que tenía razón y yo era mucha mujer para él. Pero no se detuvo. Poncho al abalanzarse sobre mí quiso demostrarme lo habilidoso que podría ser con su lengua y con su boca.
Y le creí. Confirmé que tenía razón. Era muy bueno con la lengua y con sus dedos. Era muy bueno absorbiéndome los labios mayores y menores. Se apoderó de mis gigantescas tetas y al mismo tiempo metió la lengua en la profundidad de mi carnosa rajita. Después estimuló mi clítoris. Terminé empapada y jadeando varias veces.
Pero al llegar la hora de la verdad no cumplió mis expectativas. Osito metió su miserable verguita y ésta resbaló por mi panochita y yo ni siquiera me enteré. No quiero decir que no sintiera su protuberancia dentro, pero mi agujerito lo tenía demasiado dilatado por la estimulación que me había dado con su lengua y sus dedos para apenas notarlo.
Sonreí cruelmente cuando constaté que me estaba excitando no sentir nada. Fue una sensación rara y algo demente. Calentarme por no sentirlo. Calentarme por ver su cara de susto mientras me penetraba con ímpetu, muy fuerte, y yo con las piernas abiertas, comiéndome mis propios pezones con mi boca, levantándome las chiches con los dedos.
Osito taladrándome hasta agotarse y yo riéndome de él, sintiendo un cosquilleo en todo mi cuerpo por el placer que me producía estarlo humillando con mi inferencia. Entonces Osito me dijo que iba a eyacular, yo le pedí que me la sacara y se los echara en sus manos. Así lo hizo. Lo vi convulsionar. Sus manos quedaron mojadas con sus chisguetes de semen.
—Úntamelos en la cara, Osito, para que por lo menos veas por última vez lo que será ver tu lefa mojándome el rostro.
Poncho se apresuró a embadurnarme la cara con sus mecos. Gemí. Me dejé embalsamar. Él miró su obra y yo me reí. Con mi lengua recogí los restos de mis labios. Él se estremeció. Poncho estaba entregado a mí, y quise constatar qué tan obediente y sería a mis órdenes si se lo pidiera.
—Límpiame tus mecos en mi cara, pero hazlo con tu lengua.
—Pero Rebeca, qué puto asco.
—Hazlo, Osito, sólo hazlo.
Su cara hizo ascos, muchos ascos, pero le bastó cerrar los ojos para dejarme el rostro limpio de su semen. Todo lo que iba recogiendo lo iba escupiendo en el suelo. Yo no paré de reír. Estaba encima de mí. Su pecho pegado a mis tetas llenas de carne. Osito se separó y su pene volvió a su estado invisible de antes.
—¿Así que ese es todo tu potencial, Osito? —lo avergoncé.
Mi prometido tragó saliva y palideció.
—Por lo menos hice que te mojaras, Rebeca. De hecho, varias veces te hice gemir— se alegró.
—Tienes buena boca y buenos dedos, tienes razón— admití, vistiéndome—, pero de verga no mucho.
—¿Y qué sentiste cuando te metí mi pene?
Allí me eché a reír cruelmente. No lo pude evitar.
—¿Te digo lo que sentí? Pena, mucha pena por ti.
Poncho entornó sus ojos y se entristeció.
—Pero gemiste— insistía.
—Sólo cuando usaste tu lengua y tus dedos.
—¿Qué quieres decir?
Me incorporé. Cerré mis piernas para ocultarle mi vagina usada y sentí la pesadez de mis tetas en el pecho.
—Mira, Poncho, realmente estuve más al pendiente de que no se me saliera tu pitito de mi hueco que pensando si lo iba a disfrutar. Y tú estuviste más concentrado en si yo sentía placer, que en disfrutarlo. Mejor dejémoslo así. No te humilles más ante mí. Habrá alguna chica a la que sí le guste tu pitito y se conforme con ello. Yo, la verdad, no. Como te digo, siento cositas muy bonitas por ti, pero no es suficiente, y si te soy sincera, no quiero lastimarte.
—Pero Rebeca…
—Lo siento, Poncho, te devuelvo tu anillo de compromiso —me lo quité del dedo anular—, pero la verdad yo no quiero continuar con esto. Cuídate, y que seas feliz. Ahora vete.
Para entonces yo era una chica que estudiaba la universidad. No tenía beca, así que mis pocos ingresos para comprarme ropa y esas cosas me las daba mi papá, que por cierto, era tan tradicional como Ponchito. Si papá se hubiera enterado que su hija era una puta que le gustaba abrirse de piernas de cama en cama, de seguro me habría mandado a la mierda y adiós universidad, adiós teléfono, adiós ropita, adiós mensualidades.
Previo a que Poncho fuera mi novio desde hace un año, a mis papás les habían llegado rumores de que yo andaba de piruja con mis compañeros de universidad, que solía tomar alcohol y enfiestarme muy seguido, así que me dieron un ultimátum: si no les demostraba que era una chica con cabal, con modales, seria y buena estudiante, me cortarían toda clase de ayuda y me las tendría que arreglar sola como pudiera.
Sólo por eso me convenía tener a Poncho como mi novio, pues él representaba todo lo que mis padres querían de un hombre para mí; caballeroso, guapito, educado, estudioso y con buenos valores. Y él lo sabía, porque desde el principio fue muy bien aceptado por mis papás.
—¿Cómo se lo explicaremos a tus padres, Rebeca? ¿Cómo se los explicaremos a mis hermanas, que son quienes me han criado?— volvió a llorar—. Será un escándalo y una decepción. Ya están las invitaciones para dentro de seis meses. Ya están las amonestaciones y la fecha en la iglesia, después de tu graduación. No me hagas esto, por favor, Rebeca…
Me causó mucha conmoción verlo de rodillas sobre mis pies nuevamente, llorando, implorándome que no lo dejara. Pero, la verdad, es que yo no tuve piedad. Lo quería mucho, pero esa noche estaba completamente convencida de que no podría casarme con él.
—Déjame en paz, Poncho, por favor.
—Rebeca, me dijiste que me querías, que sentías cosas muy bonitas por mí.
—Y es verdad, Osito, es verdad, siento cosas muy bonitas por ti, te amo, pero no es suficiente. Necesito más. No sólo de amor se vive, sino también de sexo.
—Sí, eso entendí. Tú me estás dejando porque… consideras que en el tema del sexo yo no… voy a conseguir satisfacerte. Que no voy a dar el ancho.
—Lo acabas de ver tú mismo, Osito.
—Pero dime, Rebeca, si tú pudieras vivir una sexualidad plena, ¿te conformarías con mi amor?
—Ya sabes que sí, Poncho, pero contigo es imposible.
—Espera, Rebeca, que estoy… intentando… decírtelo… y me cuesta mucho.
—¿Decirme qué?
—Que… te tengo una propuesta para evitar que todo se vaya a la mierda, para evitar un escándalo y todo eso.
—¿De qué propuesta me hablas, Poncho?
—Esto sólo funcionará si en verdad tú me amas al menos un poco.— Me sentenció.
—Sí, sí, ya te dije que sí, ¿pero cuál es tu propuesta?
Poncho estaba cabizbajo. Le temblaban los labios y poco quería mirarme a los ojos, hasta que me dijo:
—Si tú, Rebeca, me amas, y a su vez tú te conformas con mi amor… a mí no me importaría que la parte sexual… la encontraras fuera de casa… con discreción, con responsabilidad y… sin que yo me entere.
—¿Qué estás diciendo qué? Carajo, Poncho.
Esto era más de lo que habría imaginado. No lo pude creer al principio, y de hecho me quedé pasmada.
—No me hagas repetirlo de nuevo, preciosa, por favor.
—¿Me estás dando carta libre para irme a coger por ahí con otro hombre, y conformarme con tu cariño, tu pitito y tu amor, sólo para no causar un escándalo entre nuestras familias?
—No sólo es por eso, Rebeca, lo principal es porque te quiero un montón, y me dolería en el alma perderte.
—Pero esto es una locura, ¿lo sabes, Poncho? No puedes tener tan poca dignidad y tan poca autoestima para pedirme algo así.
—No me hagas cuestionármelo más, preciosa, mi Rebeca, por favor, porque si no me arrepentiré.
—Es que tienes que hacerlo, Poncho, tienes que cuestionarte seriamente lo que me propones. Me estás diciendo que me darás permiso de irme a culear por ahí con tal de casarme contigo, ¿no será que en lugar de amarme más bien estás obsesionado conmigo? Lo que me pides no tiene lógica.
—Te amo, y estoy dispuesto a sacrificarme si tú… en verdad me quieres y te casas conmigo.
No lo podía creer. Todo era muy surrealista.
—¿Cuál son las condiciones?— me previne antes de firmar aquél tácito acuerdo.
—Que de vez en cuando… hagas el intento por hacer el amor conmigo.
—¿Ajá?— dije. No me parecía una tortura intentarlo si como recompensa podría coger con quien yo quisiera.
—Y una condición más.
—A ver… dila.
—Que… tus aventuras sean… con hombres fuera de nuestro entorno, y que, por favor, seas discreta y que evites… que yo me entere tan explícitamente. No quiero saber que soy un cornudo y mucho menos que nuestras familias se enteren. Me moriría de la vergüenza.
—Me parece justo —me encogí de hombros—. Pero sigo pensando que es una locura, ¿lo sabes?, creo que quieres tener un trofeo en casa en lugar de una esposa.
—Te amo, Rebeca, pero para que esto funcione tú también tienes que amarme. Por eso dime si me amas, ¿me amas, Rebeca?, ¿me amas o me dejarás por el primer hombre que te coja mejor que yo?
—¡Claro que te amo, Alfonso, y porque te amo estoy siendo sincera contigo, porque no me gustaría mentirte y hacerte daño después!
—Entonces acepta lo que te propongo, preciosa. Casémonos en estos términos.
—¿Estás seguro que no me lo reprocharás después?
—Creo que sí.
—¿Crees que sí, o estás seguro? —lo acosé.
—Estoy seguro.
—Bueno, pues… con tales términos, y en ese caso, acepto… me casaré contigo.
Y ahí, implícitamente, firmamos tácitamente nuestro acuerdo matrimonial. Él sería un cornudo consentidor, y yo una reina de picas; una putita tragona de buenas vergas que, a su vez, tendría que actuar discretamente.
LA HISTORIA SIGUE
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