Sorpresas junto a mi Madre en el chalet.
[/size][/color]La luz del sol entraba a raudales por la ventana. Esta vez el sueño me había vencido y, lejos de levantarme temprano, me pasé la mañana medio dormido en la cama.
El día anterior había estado lleno de excitantes sorpresas. A primera hora había untado la fina espalda de mi madre de crema solar, posteriormente la había visto totalmente desnuda y, después de dormir la siesta, ella, con sus delicadas manos, me había embadurnado de after sun. Pero allí no había terminado la cosa. Cuando ya creía que el día no me deparaba más sorpresas, mi madre me había pillado pajeándome mientras miraba una película porno en la televisión y, lejos de enfadarse o marcharse, se había sentado a mi lado en el sofá, viendo la película y, de reojo, como terminaba mi “trabajo manual”.
Así que, delante de estos excitantes sucesos, mi día se iniciaba lleno de expectativas.
Me levanté de la cama y, desnudo, me dirigí al pasillo. Vi la puerta del cuarto de mi madre abierta y, de puntillas por si aún dormía, me encaminé hacia allí. El cuarto estaba vacío y la cama perfectamente hecha, señal inequívoca que hacía rato que se había levantado.
Con mis huevos dando saltos de alegría, bajé las escaleras. La cocina estaba vacía. Seguro que estaba en las hamacas tomando el sol. Salí al patio, pero allí tampoco había ni rastro de mi madre. ¡Qué raro! La compra de la semana ya estaba hecha así que no tenía ni idea de dónde se había metido.
Mientras pensaba en dónde podía estar, mi barriga empezó a protestar y a emitir sonidos. ¡Qué hambre! Entré en casa dispuesto a prepararme el desayuno. Cuando levanté la vista y vi que el reloj de la pared marcaba las dos, me quedé de piedra. ¡Había dormido toda la mañana como un lirón!
Cuando me dirigía a la nevera para preparar la comida para mi madre y para mí, vi que, enganchada con un imán, había una nota con la indudable caligrafía de mi madre.
Cogí la nota y leí:
“Buenos días mi príncipe,
Esta mañana me ha llamado Susan por si quería ir con ella y Laura a la playa Es Cavallet. Te habría invitado a venir, pero dormías tan profundamente que me sabía mal levantarte. Comeré un bocadillo con ellas y por la tarde ya estaré de vuelta en casa. Te he dejado un bocadillo en la nevera. Pórtate bien.
Besos, Ana.”
¡Mierda! No podría ver a mi madre hasta la tarde. Pero bueno, al mal tiempo, buena cara. Cogí el bocadillo de la nevera y me lo comí en dos bocados. Luego salí al jardín y me eché en una hamaca, dispuesto a relajarme y a esperar que pasaran las horas. Con el calor, el dulce viento y la barriga llena me quedé dormido.
Al cabo de un rato, sentí que sonaba el teléfono. Me levanté de la hamaca y, después de estirar los brazos y las piernas para desentumecerlos, me encaminé a coger el teléfono.
- Diga.
- ¡Aleluya! ¿Cómo está mi bella durmiente? Es la cuarta vez que te llamo- me dijo riendo mi madre.
- Aaaahh…- bostecé- Hola mama. Es que me he echado en las hamacas y me he quedado grogui – miré el reloj y vi que eran las cinco y media- ¿Ya vienes?
- Por eso te llamaba. Susan nos ha invitado a Laura y a mí a cenar en su casa. Primero nos bañaremos en su piscina y después saldremos de fiesta como tres solteronas. ¿Te importa?
- No, no. - mentí.
- Me da pena que te quedes solo.
- No, no. Tranquila. Ya me las apañaré. Pásatelo muy bien- le dije intentando que no se me notara la decepción en la voz.
- Gracias cariño. Vendré después de la fiesta. No me esperes levantado- dijo riendo.
Colgué el teléfono. ¡Joder, joder y otra vez joder! Mi gran día se había ido al garete por culpa de sus amigas.
Pasé el resto de la tarde sentado en el sofá mirando la tele. A las diez cené y vi una de las películas de acción que daban en la tele. Antes de ir a dormir y mirando una película porno donde unas chicas jóvenes se follaban a un tío afortunado, me hice una paja de consolación.
¡Vaya mierda de día! Resignado, a las dos de la madrugada me fui a dormir.
Unos fuertes golpes me despertaron de mi sueño. Prom, prom.
Alguien estaba aporreando la puerta. Me levanté, bajé las escaleras y me dirigí a la puerta. La entreabrí y vi a mi madre sentada en el suelo.
- ¡Hola Raúl!- me dijo riendo- ¡Es que no encuentro las llaves!
- ¿Y no habría sido más fácil llamar al timbre?- le pregunté mientras abría del todo la puerta.
- Pues sí, pues sí- contestó moviendo la cabeza arriba y abajo e intentando levantarse.
- Has bebido ¿no?- le dije mientras la cogía por las axilas y la ayudaba a levantar.
- ¿Yo?, ji,ji. Sólo un poquito- contestó mientras apoyaba todo su peso en mi cuerpo desnudo.
La ayudé a andar hasta las escaleras. Allí la cosa se complicó, porqué no pasábamos los dos de lado. Así que, ayudé a que se apoyará en la barandilla y, desde detrás por si se caía, la iba siguiendo.
Por primera vez me fijé en cómo iba vestida mi madre. Llevaba un fino vestido de color azul que le dejaba los hombros al descubierto y que, por debajo, le llegaba al inicio de las nalgas. Aun así, al haber estado sentada en el suelo, se le había subido y dejaba medio trasero al descubierto. Su culo, que se me presentaba muy apetecible, sólo estaba cubierto por un pequeño hilo de color rojo que se perdía entre sus nalgas. ¡Cómo le gustaba usar tangas de hilo y cómo me gustaba a mí que los usara! ¡Buf!
Embobado como estaba, no me di cuenta de que le falló el pie y por poco nos caemos los dos juntos escaleras abajo.
Cuando por fin llegamos al piso de arriba, yo ya iba medio empalmado, pero no le di importancia. La cogí como pude y, dando golpes en las paredes, llegamos a su habitación. Allí la ayudé a echarse en la cama boca arriba.
- Bueno, ya hemos llegado- le dije resoplando del esfuerzo.
- Muchas gracias… cariño- me dijo mientras empezaba a cerrar los ojos.
- Pero… desvístete ¿no? ¿No vas a dormir con la ropa sucia que has usado para salir de fiesta? - le dije con el ceño fruncido.
- Vale, vale- contestó mientras se esforzaba por quitarse el vestido.
Pasó un minuto forcejeando con el vestido y hubo un claro vencedor: el vestido.
- ¡Raúl! No te quedes mirando y ayúdame. – me dijo esta vez arrugando ella la frente.
- De acuerdo, de acuerdo- contesté.
Le hice estirar los brazos hacia arriba y lentamente fui estirando. El vestido subía y al mismo tiempo iba dejando su anatomía al descubierto. Primero sus muslos, después su diminuto tanga rojo (donde abultaban sus labios vaginales), luego su fina barriga y, finalmente, sus preciosos pechos. Terminé de sacarle el vestido por la cabeza y la observé. Estaba realmente preciosa. Sólo le quedaba puesto el diminuto tanga rojo y unos zapatos negros de tacón. ¡Qué visión más excitante! Mi polla crecía por momentos y ya presentaba unas dimensiones considerables.
- Voy a mear- me dijo sacándome de mi trance.
Se levantó y moviendo el culo de un lado al otro se fue hacia el lavabo. Yo me quedé en la habitación mirando ese grato movimiento y tocándome la polla sin ningún disimulo. Al cabo de unos minutos, oí la cadena del váter y sus pasos de vuelta, así que dejé de acariciarme.
Cuando entró por la puerta me quedé con la boca abierta. Venía desnuda y sólo con los zapatos de tacón. Pasó por delante de mí sin prestarle atención a mi polla, que se encontraba en su máximo esplendor, y se echó boca arriba en la cama. ¡Qué maravilla! Su coño, semiabierto me apuntaba y me pedía a gritos que lo tocara, que lo comiera, que lo penetrara. Pero su cara, con los ojos cerrados y la frente arrugada, y su respiración entrecortada me decían otra cosa.
Preocupado me dirigí donde tenía la cabeza y le dije:
- Mama, ¿te encuentras bien?
- Sí, sí- contestó.
Cuando abrió los ojos y se encontró a escasos centímetros de mí enhiesto falo, dijo mientras alargaba su mano y me cogía la polla:
- ¡Qué grande está mi niño!
Empezó un lento movimiento con la mano arriba y abajo. Yo me quedé con la boca abierta sin saber qué hacer. Estaba en la gloria. Entonces ella flexionó las piernas y se dio cuenta de que aún llevaba los zapatos de tacón.
- ¿Cariño, no harías el favor a mama de quitarle los zapatos?- me suplicó soltando mi polla.
Con desgana me dirigí a los pies de la cama. Me arrodillé y empecé a desatarle el zapato derecho. Cuando terminé y levanté la vista, me di cuenta que, desde mi privilegiada posición, tenía una visión perfecta del coño de mi madre. Su vagina se presentaba a mí totalmente abierta. Sus labios exteriores estaban totalmente abiertos y dejaban al descubierto sus labios interiores, los cuales estaban húmedos y semiabiertos. Unos centímetros más abajo y medio escondido por las sábanas se podía adivinar su ano. Con esta visión en mi retina, desaté rápidamente el zapato izquierdo y me empecé a tocar salvajemente.
Cuando me iba a levantar para echarme encima de mi madre, ella se levantó de un salto y, tapándose la boca con las manos, salió corriendo de la habitación. Oí como levantaba la tapa del váter y el sonido inconfundible de alguien vomitando.
Me dirigí al baño con mi polla a punto de reventar, preocupado por si mi madre necesitaba ayuda. Cuando llegué al lavabo, la visión no podía ser más surrealista. Mi madre estaba con la cabeza prácticamente dentro del retrete, colocada a cuatro patas en el suelo. A su lado había, revuelto y húmedo, su diminuto tanga rojo, el cual se había quitado cuando había ido a mear. Me acerqué a ella, pero lo único que veía era su gran culo en poma apuntándome. Estaba abierto de par en par y dejaba ver, ahora sí perfectamente, su estrecho ano y su húmedo coño.
Me arrodillé para ayudarla a incorporar y entonces pasó. Mi polla, que estaba a punto de estallar, tocó una de sus nalgas. Mi capullo, lleno a más no poder de líquido preseminal, resbaló hacia el centro y se coló en medio de las nalgas, tocando levemente su ano. No pude aguantar la excitación y me corrí a mares sobre el culo abierto de mi madre. El semen brolló de mi capullo y se esparció por sus nalgas y empezó a resbalar por su ano y su coño, dejándolo todo perdido.
- Raúl – balbuceó mi madre- ¿Qué haces?
Me quedé helado. ¿Ahora qué le decía? Parecía que mi madre no se había enterado por la borrachera pero al levantarse se daría cuenta de que su hijo se había corrido en su culo.
- Mmmmm… Nada, nada. Me he arrodillado para ayudarte a levantar. Creo que lo mejor es que te des una ducha – le dije.
Sin dejarle tiempo para reaccionar, la ayudé a ponerse de pie, la senté en la bañera y abrí la ducha. Cogí el teléfono de la ducha y le empecé a echar agua encima.
Al cabo de unos minutos, mi corrida ya había desaparecido y mi madre empezaba a reaccionar.
- Gracias Raúl – dijo con la cara aun un poco pálida – Creo que ya me encuentro mejor.
La ayudé a levantarse y la envolví con una toalla. Lentamente, vigilando que no resbalara, la saqué de la bañera y la guié hacia su habitación. Una vez en su cuarto, se echó en la cama y se cubrió con las sábanas.
- Buenas noches Raúl- me dijo cerrando los ojos.
- Buenas noches mama. Si necesitas cualquier cosa llámame.
No obtuve contestación. Mi madre ya había caído en un sueño profundo. La dejé descansar y me dirigí a mi cuarto. Me eché y, igual que mi madre, en pocos segundos estaba durmiendo.
Me levanté temprano. Salté de la cama y en unos pasos me planté delante de la cama de mi madre. Mi madre continuaba dormida. Su cara ya había recuperado su bello color moreno y su respiración era tranquila y pausada. La dejé durmiendo y me dirigí a prepararle el desayuno. Eran las 9 de la mañana, una hora perfecta para empezar bien el día. Preparé un buen desayuno para mí y para mi madre y, después de comerme mi parte, salí a tomar el sol en las hamacas.
Mientras esperaba que mi madre se despertara, me empecé a tocar recordando las excitantes escenas de la noche anterior: su mano cogiendo firmemente mi polla y su culo en pompa apuntándome. Sin embargo, si había una imagen que no podía sacarme de la cabeza era la de su ano y sus labios vaginales embadurnados de semen. Tan sólo que hubiera sido un poco más valiente, sólo un poco más, hubiera podido clavar mi enhiesto falo entre sus húmedos y abiertos labios. Con estos pensamientos en mí cabeza y con la mano sacando humo, me corrí como un salvaje, dejando toda mi mano y mi barriga perdidas de semen. Ya me daba igual si mi madre se levantaba y me veía. De ahora en adelante ya no iba a tener tantos reparos. Si ella era la culpable de que estuviera cachondo todo el día, que apechugara con las consecuencias.
Pasado un rato, me levanté de la hamaca y salté a la piscina. El agua estaba perfecta, a la temperatura idónea. Empecé a nadar de un lado al otro para hacer un poco de ejercicio. Concentrado en la natación, no me di cuenta de que mi madre acababa de salir y que se encontraba de pie desnuda al lado de la piscina.
- Buenos días Raúl - me dijo con una sonrisa en la boca.
- Buenos días mama – le dije mientras me aproximaba nadando - ¿Cómo te encuentras?
- Bien, bien… Mejor – me dijo un poco avergonzada. – Gracias por ayudarme ayer. ¡No sé ni cómo llegué a casa!
- De nada. Para algo estamos los hijos- le contesté acercándome y apoyándome al borde de la piscina. Desde mi posición, a los pies de mi madre, podía ver su magnífico coño desde abajo, el cual se mostraba cerrado, y más arriba, sobresaliendo por encima de su barriga, sus espléndidos pechos, apuntando orgullosos hacia delante. – ¿Al menos te lo pasaste bien?
- Sí, sí. Mucho – me respondió sonriendo. – Con Susan y Laura quedamos en qué mañana volveríamos a ir a la playa y a cenar a su casa.
- Aaaa, muy bien – le contesté intentando aparentar entusiasmo. ¡Qué mierda! Me iba a quedar otro día solo.
- Me dijeron que si querías podías venir con nosotras. Así no estarás todo el día aquí aburrido.
Mi cara tuvo que cambiar, porqué mi madre me miró y dijo:
- Esto es un sí ¿no?
- Por supuesto. La verdad es que ayer me aburrí un poco. – le contesté.
- Perfecto. Luego las llamó y se lo digo. Bueno voy a desayunar que me he levantado muerta de hambre.
Vi como se dirigía hacia la cocina, moviendo el culo de un lado a otro. ¡E imaginar qué hacía apenas unas horas ese culo había estado embadurnado de mi leche! ¡Buf, me ponía malo!
Al cabo de una media hora, mi madre volvió a salir y se sentó al borde de la piscina, mirando como nadaba.
- Mmmm… ¡Qué buena está el agua!- dijo mientras cerraba los ojos y echaba su cuerpo un poco hacia atrás para que le tocara de lleno el sol.
Aprovechando que estaba ensimismada recibiendo los rayos de sol, salí lentamente de la piscina sin hacer ruido. Me dirigí hacia su espalda y, de un empujón, la eché al agua. Cuando su cabeza salió del agua y me vio de pie donde, hacía unos instantes, había estado ella sentada, dijo:
- Serás….
Con una sonrisa traviesa, salió del agua y corriendo se dirigió hacia mí. Estuve unos instantes hipnotizado por el vaivén de sus pechos, pero, antes de que me atrapara, empecé a correr delante de ella.
- No me vas a atrapar. ¡Te pesa el culo! – le dije riendo.
- ¿Cómo? Te vas a enterar.
Estuvimos corriendo alrededor de la piscina unos minutos. Al fin, ralenticé la marcha para qué me atrapara pero, cuando ella ya creía que me iba a pillar, salté a la piscina.
Cuando salí a la superficie, miré hacía el borde de la piscina, pero mi madre no estaba allí. Giré la cabeza para ver si estaba al otro lado. Tampoco estaba allí. ¿Dónde se había metido?
De repente, como un monstruo que sale de las profundidades marinas, salió de debajo del agua y, antes de que tuviera tiempo de reaccionar, puso sus manos sobre mis hombros y, con todas sus fuerzas, me empujó hacia abajo.
Me cogió por sorpresa pero moviendo mis pies con todas mis fuerzas resistí. Al ver que no lograba hundirme y aguantándose en mis hombros, sacó parte de su cuerpo del agua para hacer más fuerza. Ahora, mientras forcejábamos, sus tetas, que se movían arriba y abajo, quedaban delante de mi cara y, en más de una ocasión, me iban golpeando las mejillas.
- ¡Eh! Eso de dar tetazos en la cara no vale. – le dije riendo.
- Tú sabrás – me contestó esforzándose para que me hundiera.
- ¿A sí? Pues te las veras con mi boca.
- ¿Cómo? – dijo extrañada bajando la vista.
Sin darle tiempo a reaccionar, abrí la boca y, cogiendo su pezón al aire, me lo metí en la boca y empecé a lamerlo y succionarlo. Tuve que cogerla por sorpresa porqué su presión sobre mis hombros disminuyó un momento.
- ¿Con que ésas tenemos, eh? – me dijo traviesa – Si tu juegas sucio yo también.
No sabía que estaba tramando, pero poco tarde en averiguarlo. Noté como su pie iba subiendo recorriendo mi pierna hasta llegar a mis testículos. Entonces, una vez allí, se plantó encima de mi polla, que ya presentaba una considerable erección, y la empezó a recorrer de abajo a arriba. No me lo podía creer, mi madre me estaba pajeando con un pie. No aguanté la emoción del momento y, después de forcejar un último momento ella con su pie en mi polla y yo con su pezón dentro de mi boca, acabé hundiéndome.
Una vez debajo del agua, nadé hacia ella, como un tiburón en busca de su presa. Pero ella huía hacia el borde de la piscina. La cogí de las piernas y tiré hacia mí. Ella se resistía y continuaba intentando avanzar. Cuando vio que no tenía ninguna opción, optó por una táctica más inteligente: tiró su culo hacia tras y, con él, me dio de lleno en la cara.
Me cogió desprevenido y por un momento, le solté las piernas. Momento que ella aprovechó para zafarse y llegar hasta el borde. Sólo tuve tiempo de, con la boca bien abierta, darle un mordisco cariñoso en una de las nalgas.
Cuando la alcancé, ella ya había salido de la piscina y me miraba orgullosa.
- Ya ves que no puedes hacer nada contra tu madre. Soy más lista que tú. Venga, como perdedor, tendrás que untarme toda de crema solar, que no quiero achicharrarme.
¡Oh, qué castigo más doloroso! Mientras ella se echaba de espaldas en la hamaca, yo entré en la casa a buscar la crema solar. La cogí y salí al patio. Ella ya estaba preparada. Se había echado los cabellos a un lado y tenía la cabeza apoyada sobre los brazos.
Me dirigí hacia ella y, pasando la pierna por encima de la hamaca, me senté sobre su culo.
- ¿Estás cómoda o peso demasiado? – le pregunté.
- Tranquilo Raúl. Estoy perfecta. – me contestó.
Así que moví mi culo buscando una buena posición para empezar a esparcirle la crema. Acomodé mi polla, que ya se encontraba semierecta, entre las nalgas de mi madre. Esta vez no había ningún tipo de tela que separara nuestros sexos.
Abrí el bote, me eché crema en las manos y empecé a untarle el cuello y los hombros. Lentamente, fui bajando resiguiendo su columna vertebral. Cuando llegué al inicio de sus caderas, subí untándole de crema los lados. Ella se incorporó un poco, por lo que le pude acariciar parte de sus pechos, que reposaban encima de la hamaca.
Antes de bajar a untar su culo, volví a esparcirle crema por el cuello, pero esta vez, eché mi cuerpo hacia delante, por lo que mi polla quedó presionada entre sus nalgas. Moví mi cadera suavemente hacia delante y hacia atrás, por lo que mi falo recorría tímidamente el hueco que quedaba entre sus posaderas.
Al cabo de un minuto de rocé en el que mi madre no dijo nada, bajé hacia su trasero. Para tener una visión perfecta de éste, moví mi culo hasta depositarlo sobre sus piernas. Abrí otra vez el bote de crema, llené mis manos de ésta y empecé a untarle las nalgas.
Primero moví mis manos en círculos, abarcando la totalidad de su trasero. Al mover las manos de esta forma, sus nalgas se iban abriendo y cerrando, mostrando y escondiendo su estrecho ano y, más abajo, su suculento coño.
Lentamente, mi masaje, (era un masaje en toda regla), se fue centrando en la parte más interesante: la central. Con mis pulgares empecé a recorrer el canalillo que quedaba entre las dos nalgas. Luego, despacio, fui bajando, rozando con mis dedos su rosado ano. Mi madre, lejos de oponerse, levantó tímidamente su culo. Señal que el masaje le estaba gustando. Cómo no vi ningún tipo de oposición, sino todo lo contrario, mis toqueteos se convirtieron más osados. Bajé las manos y empecé a acariciarle la parte interior de los muslos. Con cada pasada, rozaba los labios externos de su vagina, que, tímidamente, se empezaban a abrir dejando a la vista sus húmedos labios interiores. Movía las manos hacia los lados y hacia el centro, por lo que sus más íntimos secretos quedaban a la vista. Con el dedo pulgar e índice, cogí sus labios exteriores y los fui masajeando, de arriba abajo. Después, mientras con la mano izquierda separaba sus labios exteriores, con el dedo medio de la mano derecha, que se encontraba embadurnado de crema y de flujos vaginales, empecé a recorrer desde su clítoris hasta su ano, lugar donde me detenía y hacía pequeños círculos. Mi madre emitía leves gemidos y dejaba que continuara con mis caricias. Entonces, en uno de los recorridos hacia delante y hacia atrás, mi dedo se coló completamente en su húmeda y cálida vagina.
- Aarrgg. ¡Buf! – gimió ella. – Raúl, venga… no te pases que soy tu madre. – me dijo con una voz entrecortada.
Su comentario me cortó el rollo. Así que opté por terminar el masaje con sus piernas. Al finalizar, me levanté y, con mi polla apuntando al cielo, me dirigí a la hamaca de al lado. Mi madre se dio la vuelta. Tenía la cara roja como un tomate y respiraba entrecortadamente.
- ¿Dónde vas Raúl? – me preguntó.
- ¿Cómo que dónde voy? Pues a sentarme en la hamaca. – le contesté un poco contrariado.
- De eso ni hablar. Aún no has terminado. Te he dicho que me tenías que untar “TODA” de crema. – y acto seguido se echó en la hamaca esperando que le esparciera la crema por la parte delantera.
Salté como un resorte de la hamaca y me senté entre las piernas de mi madre. Mis huevos reposaban encima de su fina raya de pelo púbico. Me unté las manos de crema y empecé a esparcírsela por la cara. Luego fui bajando por el cuello, pasé a los hombros y se la extendí por los brazos. Cuando terminé con las manos, me puse más crema y le empecé a acariciar esos magníficos pechos. Los cogías con las manos, los acariciaba tiernamente y ellos se dejaban hacer agradecidos. Sus pezones, que ya estaban duros, se pusieron como piedras. Cogí cada uno con mis manos e inicié un lento masaje anular.
- Ejem… Rául, creó que esta parte ya está bien untada – dijo mi madre con una sonrisa en la boca.
Descendí y empecé a untarle la barriga y el ombligo. Para estar más cómodo y tener un mejor acceso a la zona, moví mi culo hacia atrás. Ahora, mis huevos colgaban libres y mi polla, que daba señales que iba a estallar en cualquier momento, quedaba a tocar de su sexo abierto.
Continué untando sus caderas y fui bajando hasta acariciar su fina mata de pelo.
- Creo que hay una cosa que te molesta y que no te deja untarme bien. – dijo mi madre riendo al ver que mis brazos no paraban de golpear mi polla, que iba de un lado al otro.
- Tranquila. – le dije con una sonrisa perversa - Eso tiene fácil solución.
Cogí mi polla con la mano derecha mientras con la izquierda separaba sus labios vaginales. Haciendo presión hacia abajo, coloqué mi polla a lo largo de su empapado coño. Mi capullo quedó presó entre su ano y la entrada de su vagina.
- Problema solucionado. – le contesté dejando escapar un pequeño gritó de placer.
Antes de que pudiera decir nada, continué con el masaje en las caderas. Mientras acariciaba su barriga, notaba como mi polla hacía esfuerzos por recuperar su posición normal. Mi capullo estaba poniéndolo todo perdido de líquido preseminal.
Mis manos bajaron hasta el inicio de sus labios vaginales, los cuales estaban separados por mi enardecida polla. Empecé a acariciar esa zona pero mi madre me volvió a cortar el rollo.
- Rául. – me dijo con las mejillas rojas. – Creo que esta zona ya tiene suficiente crema solar.
Así que sólo me quedaban las piernas. Eché mi culo un poco hacia atrás y mi polla salió disparada hacia arriba. Mi capullo, de camino hacia la libertad, acarició su ano, la parte interior de sus labios interiores y el clítoris. A mi madre se le escapó un grito de placer.
Como en la anterior vez, terminé rápidamente con sus piernas y me eché en la hamaca de al lado.
- Buf, Raúl ¡Cómo me has puesto!- me dijo mientras se levantaba. – Pero esto no va a quedar así. Date la vuelta.
- ¿Cómo? – balbuceé.
- Lo qué oyes. Date la vuelta. – contestó cogiendo el bote de crema.
Me eché de espalda y mi madre se sentó encima de mi trasero. Noté la humedad en su entrepierna.
Se untó las manos de crema y empezó a masajearme el cuello, los hombros y los brazos. Lentamente fue descendiendo hasta llegar al inicio de mis nalgas. Allí se paró y, cómo había hecho yo, se llenó las manos de crema y empezó a masajear mis nalgas en círculos. Con el dedo índice inició un lento movimiento por el canalillo que quedaba entre ellas. ¡Qué sensación más agradable! Entre cosquillas y placer. Continuó bajando hasta alcanzar, con su dedo, mi ano.
- ¡Eh! ¿Qué haces? – protesté.
Ella ni se inmutó. Continuó acariciando en círculos mi diminuto y estrecho ano. Mientras, con la otra mano, cogió mis huevos, que reposaban en la hamaca, y los empezó a acariciar. Sus caricias, juntamente con la presión de mi cuerpo encima de mi polla, hicieron que casi me corriera, pero, cuando estaba llegando al clímax, mi madre pasó a untar mis piernas para terminar con mis pies.
- Venga Raúl, gírate que aun falta la parte delantera.
A pesar de presentar una tremenda erección no dudé ni un segundo. Me giré dispuesto a continuar disfrutando de sus caricias. Esta vez era yo el que tenía la cara como un tomate y respiraba entrecortadamente. Mi madre se sentó sobre la parte inferior de mi barriga y, untándose nuevamente las manos, continuó sus caricias por mi parte delantera.
Primero me untó la cara, seguidamente bajó por el cuello, continuó por los hombros y terminó con los brazos y las manos. Luego pasó a esparcir la crema por mis pectorales donde se entretuvo acariciando mis pezones.
Para continuar con el masaje, tuvo que echar el culo hacia atrás. Pero hubo un problema. Cuando inició el descenso de su culo, sus nalgas se abrieron y su ano chocó con mi duro y palpitante capullo. En ese instante, tanto a mí como a mi madre se nos escapó un leve gemido de placer.
- ¡Cómo estamos! – dijo mi madre mientras levantaba el trasero y se sentaba un poco más hacia abajo.
No sé si fue por el remedio que la enfermedad. Al sentarse, mi polla quedó encajada entre sus húmedos labios vaginales. Mi madre hizo como si no se diera cuenta e inició su masaje en mi parte abdominal. Yo, como aquel quien no quiere, empecé un lento movimiento pélvico hacia adelante y hacia atrás, con lo que sus labios vaginales me estaban haciendo literalmente una paja.
Mi madre no dijo nada, sino que se entretuvo más de la cuenta en mis abdominales e incluso volvió a acariciar mis pectorales. Seguro que estaba disfrutando igual que yo y demoraba el momento de seguir con el masaje. Pero ese momento llegó, y la demora valió la pena. Alzó su pubis y se sentó encima de mis rodillas. Luego cogió más crema y empezó a esparcirla por los laterales de mi polla. Cuando terminó con esa zona, me miró a los ojos y con las dos manos cogió mi polla. Con la mano izquierda bajó la piel al máximo mientras con la derecha empezaba a acariciar mi capullo, que estaba totalmente al descubierto. Estuvo medio minuto así. Luego, la mano izquierda bajó a acariciar mis huevos y la derecha empezó un lento sube-baja.
¡Estaba en la gloria! El día había llegado. Mi madre me estaba haciendo una paja mientras me miraba sonriendo a los ojos. Empecé a gemir y la respiración se me aceleró. Notaba su cálida mano recorriendo, primero lentamente y luego con más ímpetu, mi endurecido pene.
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