Desde la primera hora que pasó algo con Paula, he estado fantaseando con hacer un trío con mi cuñada y mi esposa. Pero no de antes, apenas la conocí, no me atraía para nada. Me ha calentado hasta la locura la idea de los tres juntos, desde que cojimos, pero sé que es imposible un trío. Mi mujer no quiere ni oír hablar de tríos, imagínense que mucho menos con la hermana. Y mejor que no sepa de mi infidelidad con ella o puedo aparecer flotando en el río. Mi cuñada Paula por otro lado es una historia bien distinta, aun no se me ocurrió insinuarle un menage a trois, pero sé que su respuesta será negativa. Bastante culpa y remordimientos siente con esto como para sumarle más presión. Es justamente este punto de la culpabilidad la que continúa en esta historia. Ella había quedado en venir a la noche a mi casa el viernes, mi mujer afuera, de visita a lo de sus padres. Por suerte, nadie se extrañó que Paula no fuera para lo de mis suegros. Como una hora y media antes de cuando debía llegar, me llamó al celular.
-No voy a ir.-me dijo, palabras más, palabras menos.
-¿Por qué, Paula?-inquirí yo.
-No puedo seguir con esto. Tengo miedo.-
-Te aseguro que ni se me ocurre la idea de decir algo.-
-¿Vos te crees que a mi si? Ni loca. Es otra cosa.-
-No lo deseas.-
-Si, mucho, pero Sergio… No podemos.-
Podemos si, no debemos tal vez. Pero de la calentura no pensaba. Lo único que yo deseaba era tenerla, penetrarla, cojerla furiosamente, con locura. No necesitaba ni pensaba otra cosa. La bronca y la desilusión me invadieron.
-Bueno, si es lo que querés, pero yo no te iba a decir que pasara nada si venías. Podíamos hablar y poner las cosas en claro.-eso era claro, una mentira espantosa.
-Ya sé, pero tengo miedo que hagamos algo más que hablar.-
Eso era precisamente en lo que yo estaba pensando. Con palabras apaciguadoras, conseguí espantar sus miedos. Finalmente, accedió a venir. Hasta que no tocó el timbre no se me deshizo el nudo del estomago. Cuando respondí que ya bajaba, me dijo que tenía llave. ¿Quien sabe porque tocó el timbre? Tal vez para anunciarse como la estrella rutilante que a veces se jacta de ser. Aunque yo también le conocía esa faceta de nena tímida del interior. Al abrir la puerta, la vi de arriba a abajo. Se me paró el corazón, entre otras cosas. Vestía un pantalón ajustado que le marcaba la cintura y esa entrepierna hermosa, de atrás era un poema. Cuando dejó su cartera e ingresó al living, notó como le estaba mirando la parte posterior. Arriba llevaba una camisita blanca y ligera. Siempre vestía de buena calidad.
-Si empezás mirándome así, mejor me voy.-
-No, por que lo vas a hacer? Disculpame, no quise ofenderte.-
-No me ofende, pero venía para hablar.-
Ella solo quería hablar. Y yo en tanto, solo pensaba en meterla en la cama. Era un monstruo con una idea fija. Solo buscaba el “medio” para llevarlo al “cuarto”. Hablamos, le dije de pedir a un delivery. Abrí el vino, un blanco de buena calidad, cosa que admiró y agradeció. Imagino que aunque no soy el hombre más hermoso, ni el más atractivo para una mujer, corría con ventaja por nuestra cercanía. Mi conocimiento sobre ella, me jugaba a favor. Mi experiencia con las mujeres bien eran muchos cuerpos de ventaja en esa carrera, pero que ella ignoraba que yo los tuviera. Paula solo me conocía una mujer, su hermana, pero antes de casarme con Vero fui bastante gatero. La verdad es que era un loco osado. Era el típico hombre sin mucha facha que encaraba a lo que se le cruzara. Más de una vez me comí unos cuantos bagres, pero también algunos caramelitos. Algunas experiencias, quizá las cuente en otro relato, pero volvamos con Paula. Mi cuñadita, quizás creía que pasados los treinta y estando casado, solo había tenido a su hermana y a dos mujeres más. Y que con todo esto me había vuelto acartonado. Hechos un poco exagerados y distanciados de la realidad, ni soy acartonado ni fueron tantas las mujeres que tuve, aunque fueron más de las tres que ella insinuó sospechar. El delivery de sushi llegó, algo fresco para este verano agobiante. Acompañado con vino blanco, es perfecto. Como ella, que de tanto calor se abrió un botón de la camisa. Yo hice como si no pasara nada. Hasta que hablando de esto y de aquello, salimos con el tema de «nosotros». La incomodidad se palpaba en el aire como si fuera un objeto sólido. Divagando con las palabras, usé como cierre algo que me había ensayado mientras la esperaba inquieto.
-Mirá, hoy es el hoy, mañana podemos no vernos más y fingir que nunca pasó. Pero me gustaría que lo experimentáramos y luego decidir.-
Ella se rió, me insultó medio en broma y dijo que era una razón muy berreta. Ok, lo era, lo es aún. Pero tal gracia le causó que terminamos en toqueteos y yo me lancé a hacerle unas pocas cosquillas. Ella reía y accedía, todo estaba dicho. De pie, en la cocina, después de dejar los platos sucios en la pileta, juegueteamos con pellizcos.
-Estás sudoroso.-me dijo.
Me dejé el torso al descubierto para examinar su reacción, tiré la chomba al vuelo, en el piso de la cocina, cerca del tacho de la ropa. Me deslizó los dedos por el cuerpo y yo no pude aguantarme más y la besé. No me rechazó, el alcohol la había relajado. Se había olvidado en parte de sus miedos. La seguí tocando, examinando en donde le gustaba más. Cuando su nivel de calentura fue subiendo, la dirigí hacia la habitación, sin dejar de darle besos. Alternaba su cuello con su rostro, mis labios la recorrían en un tour de deseo. Se frenó a la entrada del dormitorio, la apoyé contra la pared, de espaldas a mi y la besé por detrás. No sé bien donde no metí mano, admiré su culo tan redondo y parado, que tanto me calentaba. Desabroché su pantalón y ella me retuvo la mano, apenas solté el botón.
-Quiero que me la chupes como el otro día, pero esta vez quiero estar cómoda.-
Traté de refrenar la bestia en mi que deseaba arrancarle la ropa y llenarla de verga y semen. Respiré hondo y conté mis latidos. Le saqué el pantalón con estudiada lentitud, le besé los muslos. De uno a otro, haciendome desear en ir al clítoris. Creía que ella no sentía tanto ahí. Pero apenas mi lengua le rozó el botón de pasada, Paula se arqueó toda, soltando un gemido profundo y delicado. Me detuve en sus labios, rodee su centro de placer, lo circunvalé. Ella gemía ruegos de que entrara en acción, quedamente lo hacía, como asfixiada. Comencé un cunnilingus despacio y ella soltó varios gemidos entrecortados que me hacían casi irme en seco. Seguí así por un rato, y ella parecía querer seguir y seguir. Yo pensé que me empezaría a doler la próstata de tanto aguantar. Pero al hacer una pausa, ella me dijo que me acercara. Se reclinó un poco y me manoteó el pantalón, sacando con total pericia mi pedazo. Se lo introdujo dentro con gula, acercándose tan rápido que me di cuenta un segundo después de lo que hacía, creí que deseaba ser penetrada. Bueno, lo fue, pero no por la vagina. Me deleité con esa imagen que se me hacía tan surrealista. Mi cuñada chupándomela, sin siquiera pedírselo. Mi vicio de hacer cunnilingus, me ha dado más de una fellatio a posteriori. Novias agradecidas, se sienten en deuda o quieren probar el sexo oral, ya que el hombre también se animó en primera instancia. Esto como toda regla, tiene sus excepciones, pero más de una vez me ha pasado. Es por eso que no entiendo a esos idiotas que no quieren chupar concha, pero si esperan un pete después. Todos boludos, en fin. Volviendo a mi pete particular, estaba que no daba más. Sabiendo que me acabaría pronto, le dije que estaba a punto, que me iba a ir, temía soltar un río de calentura.
-Acabame encima, en la boca no.-puso un poco cara de asco, aunque creo que nunca había probado una acabada en su boca.
Aun así, le avisé cuando estuve a punto y ella me pajeó sobre sus pechos. Si le acababa en la boca, en contra de sus deseos, la noche de sexo podía terminar ahí. Mejor no arruinar lo que iba tan bien. Me aferré a la pared de la cabecera al sentirme acabar, yéndome sobre ella furiosamente a borbotones. Creí que me iba a caer, las piernas me temblaban, sentía como si me drenaran todo el agua del cuerpo por la pija. Cuando pude mirar, Paula tenía un blanco salpicado sobre sus pechos, que aunque algo pequeños son hermosos. Me senté agotado a su lado y busqué un pañuelo para que se limpiara. Pese a eso, quiso ducharse. La observe un poco a escondidas mientras lo hacía, para luego esperarla en la cama. Preparé las sábanas para recibirla. Cuando volvió, la invité a acostarse, pero ella quiso destaparse completamente.
-Hace mucho calor.-
Nos seguimos besando y ella demostró que estaba más caliente que yo. Pese al cunnilingus, estaba con ganas de mucha guerra. Como yo estaba más tranquilo, pude penetrarla con parsimonia, disfrutando la entrada, moviéndome con lentitud. Ella en principio lo disfrutó, lanzando gemidos fuertes de placer, pero luego pidió que lo hiciera más fuerte. Si era vaginal, en algún punto.
-Dale, dame tu pija, no es eso lo que querías? Ahora, dámela.-lanzaba mientras gemía.
Paula deseaba sentirla dentro, fuertemente, entrar y salir. Me mentalicé en no acabar, me moví de la forma más mecánica posible, para no llegar tan pronto. Traté de hacerlo durar. Ella acabó, un par de veces, mentiría si dijera un número, más de una fue seguro.
-Me acabo, me acabo.-le dije entre jadeos, cuando no pude estirarlo más.
Me aferró con las piernas a la cadera y con las manos al mentón, llevándome a besarla. Me metió su lengua profundamente en la boca. Estaba por acabar cuando pensé en si ella había tomado la pastilla. Esto me desconcentró en parte y acabé, aunque no tan bien como lo hubiera hecho sin ese corte mental. Mi cerebro me traicionó, pero parte de mi se preocupaba de tener un hijo-sobrino difícil de explicar.
Acalorados y agotados, nos acostamos uno junto al otro. La abracé de costado, pero debido al calor quiso soltarse, aunque creo que era otro de sus remordimientos en acción. Hablamos un poco y le pregunté por la pastilla. Si, la había tomado. Respiré aliviado. Ella insinuó en un momento de la charla que ese era nuestro fin de semana, como dejando entrever que después del lunes, ambos volveríamos a nuestras vidas normales para siempre. Como si ese fin de semana fuera una licencia de fidelidad. Seguimos charlando, bromeando y toqueteándonos. Me fui relajando, hasta casi dormirme. Ella lo notó enseguida.
-No te duermas.-me ordenó, sacudiéndome levemente y aferrando mi pedazo.
Ya tenía completa confianza en la cama, cosa que hasta entonces no había demostrado. Me comenzó a manosear, con el objeto de excitarme. Ahora me manoseaba y tocaba sin timidez ni miedo. Yo sabía que eso solo no bastaría y la acaricié toda. Sus pechos, su pubis, sus piernas. Esas largas y hermosas piernas, las admiré en toda su extensión. Una hembra de metro ochenta en mi cama, con veinte años y pidiendo más. Un amigo me decía eso de las mujeres de esa edad, «siempre piden más», antes pensaba que no era tan cierto. Mi esposa a los veinte, cuando la conocí, no era tan así. Aunque no tengo quejas con respecto a ella como amante.
Paula, es otra historia, otro carácter. Es más frontal, exigente, mandona cuando quiere, hasta el extremo de parecer caprichosa. Cuando de tanto tocarnos, mi pene se erectó, ella se subió encima y se penetró solita. Lo hizo con total confianza en si misma, con suma pericia. La dejé sentárseme encima y gozar. Se la removía dentro, entrando rápido y volviendo a salirse despacio, como jugando. Dejé mi pasividad inicial para sentarme de frente y besarla por donde podía. Me concentré en sus pechos, que hasta ahora no había podido besar tanto como deseaba. Paula, tuvo varios orgasmos, yo uno solo más luego de bastante tiempo. En esa posición y después de lo anterior, podía aguantar tranquilamente. Paula estaba como insaciable, pero en un momento me dijo que estaba cansada, apuré mi acabada y me moví más fuerte para poder terminar. Ella se acostó y esta vez si se dejó abrazar de espaldas. Cada vez la sentía más mía. Ya era toda una mujer en pleno goce, no había culpas, nada más existía. Solo esa noche de placer, nuestro placer. Para no hacerlo tan largo, continuare el día siguiente en otro relato.
-No voy a ir.-me dijo, palabras más, palabras menos.
-¿Por qué, Paula?-inquirí yo.
-No puedo seguir con esto. Tengo miedo.-
-Te aseguro que ni se me ocurre la idea de decir algo.-
-¿Vos te crees que a mi si? Ni loca. Es otra cosa.-
-No lo deseas.-
-Si, mucho, pero Sergio… No podemos.-
Podemos si, no debemos tal vez. Pero de la calentura no pensaba. Lo único que yo deseaba era tenerla, penetrarla, cojerla furiosamente, con locura. No necesitaba ni pensaba otra cosa. La bronca y la desilusión me invadieron.
-Bueno, si es lo que querés, pero yo no te iba a decir que pasara nada si venías. Podíamos hablar y poner las cosas en claro.-eso era claro, una mentira espantosa.
-Ya sé, pero tengo miedo que hagamos algo más que hablar.-
Eso era precisamente en lo que yo estaba pensando. Con palabras apaciguadoras, conseguí espantar sus miedos. Finalmente, accedió a venir. Hasta que no tocó el timbre no se me deshizo el nudo del estomago. Cuando respondí que ya bajaba, me dijo que tenía llave. ¿Quien sabe porque tocó el timbre? Tal vez para anunciarse como la estrella rutilante que a veces se jacta de ser. Aunque yo también le conocía esa faceta de nena tímida del interior. Al abrir la puerta, la vi de arriba a abajo. Se me paró el corazón, entre otras cosas. Vestía un pantalón ajustado que le marcaba la cintura y esa entrepierna hermosa, de atrás era un poema. Cuando dejó su cartera e ingresó al living, notó como le estaba mirando la parte posterior. Arriba llevaba una camisita blanca y ligera. Siempre vestía de buena calidad.
-Si empezás mirándome así, mejor me voy.-
-No, por que lo vas a hacer? Disculpame, no quise ofenderte.-
-No me ofende, pero venía para hablar.-
Ella solo quería hablar. Y yo en tanto, solo pensaba en meterla en la cama. Era un monstruo con una idea fija. Solo buscaba el “medio” para llevarlo al “cuarto”. Hablamos, le dije de pedir a un delivery. Abrí el vino, un blanco de buena calidad, cosa que admiró y agradeció. Imagino que aunque no soy el hombre más hermoso, ni el más atractivo para una mujer, corría con ventaja por nuestra cercanía. Mi conocimiento sobre ella, me jugaba a favor. Mi experiencia con las mujeres bien eran muchos cuerpos de ventaja en esa carrera, pero que ella ignoraba que yo los tuviera. Paula solo me conocía una mujer, su hermana, pero antes de casarme con Vero fui bastante gatero. La verdad es que era un loco osado. Era el típico hombre sin mucha facha que encaraba a lo que se le cruzara. Más de una vez me comí unos cuantos bagres, pero también algunos caramelitos. Algunas experiencias, quizá las cuente en otro relato, pero volvamos con Paula. Mi cuñadita, quizás creía que pasados los treinta y estando casado, solo había tenido a su hermana y a dos mujeres más. Y que con todo esto me había vuelto acartonado. Hechos un poco exagerados y distanciados de la realidad, ni soy acartonado ni fueron tantas las mujeres que tuve, aunque fueron más de las tres que ella insinuó sospechar. El delivery de sushi llegó, algo fresco para este verano agobiante. Acompañado con vino blanco, es perfecto. Como ella, que de tanto calor se abrió un botón de la camisa. Yo hice como si no pasara nada. Hasta que hablando de esto y de aquello, salimos con el tema de «nosotros». La incomodidad se palpaba en el aire como si fuera un objeto sólido. Divagando con las palabras, usé como cierre algo que me había ensayado mientras la esperaba inquieto.
-Mirá, hoy es el hoy, mañana podemos no vernos más y fingir que nunca pasó. Pero me gustaría que lo experimentáramos y luego decidir.-
Ella se rió, me insultó medio en broma y dijo que era una razón muy berreta. Ok, lo era, lo es aún. Pero tal gracia le causó que terminamos en toqueteos y yo me lancé a hacerle unas pocas cosquillas. Ella reía y accedía, todo estaba dicho. De pie, en la cocina, después de dejar los platos sucios en la pileta, juegueteamos con pellizcos.
-Estás sudoroso.-me dijo.
Me dejé el torso al descubierto para examinar su reacción, tiré la chomba al vuelo, en el piso de la cocina, cerca del tacho de la ropa. Me deslizó los dedos por el cuerpo y yo no pude aguantarme más y la besé. No me rechazó, el alcohol la había relajado. Se había olvidado en parte de sus miedos. La seguí tocando, examinando en donde le gustaba más. Cuando su nivel de calentura fue subiendo, la dirigí hacia la habitación, sin dejar de darle besos. Alternaba su cuello con su rostro, mis labios la recorrían en un tour de deseo. Se frenó a la entrada del dormitorio, la apoyé contra la pared, de espaldas a mi y la besé por detrás. No sé bien donde no metí mano, admiré su culo tan redondo y parado, que tanto me calentaba. Desabroché su pantalón y ella me retuvo la mano, apenas solté el botón.
-Quiero que me la chupes como el otro día, pero esta vez quiero estar cómoda.-
Traté de refrenar la bestia en mi que deseaba arrancarle la ropa y llenarla de verga y semen. Respiré hondo y conté mis latidos. Le saqué el pantalón con estudiada lentitud, le besé los muslos. De uno a otro, haciendome desear en ir al clítoris. Creía que ella no sentía tanto ahí. Pero apenas mi lengua le rozó el botón de pasada, Paula se arqueó toda, soltando un gemido profundo y delicado. Me detuve en sus labios, rodee su centro de placer, lo circunvalé. Ella gemía ruegos de que entrara en acción, quedamente lo hacía, como asfixiada. Comencé un cunnilingus despacio y ella soltó varios gemidos entrecortados que me hacían casi irme en seco. Seguí así por un rato, y ella parecía querer seguir y seguir. Yo pensé que me empezaría a doler la próstata de tanto aguantar. Pero al hacer una pausa, ella me dijo que me acercara. Se reclinó un poco y me manoteó el pantalón, sacando con total pericia mi pedazo. Se lo introdujo dentro con gula, acercándose tan rápido que me di cuenta un segundo después de lo que hacía, creí que deseaba ser penetrada. Bueno, lo fue, pero no por la vagina. Me deleité con esa imagen que se me hacía tan surrealista. Mi cuñada chupándomela, sin siquiera pedírselo. Mi vicio de hacer cunnilingus, me ha dado más de una fellatio a posteriori. Novias agradecidas, se sienten en deuda o quieren probar el sexo oral, ya que el hombre también se animó en primera instancia. Esto como toda regla, tiene sus excepciones, pero más de una vez me ha pasado. Es por eso que no entiendo a esos idiotas que no quieren chupar concha, pero si esperan un pete después. Todos boludos, en fin. Volviendo a mi pete particular, estaba que no daba más. Sabiendo que me acabaría pronto, le dije que estaba a punto, que me iba a ir, temía soltar un río de calentura.
-Acabame encima, en la boca no.-puso un poco cara de asco, aunque creo que nunca había probado una acabada en su boca.
Aun así, le avisé cuando estuve a punto y ella me pajeó sobre sus pechos. Si le acababa en la boca, en contra de sus deseos, la noche de sexo podía terminar ahí. Mejor no arruinar lo que iba tan bien. Me aferré a la pared de la cabecera al sentirme acabar, yéndome sobre ella furiosamente a borbotones. Creí que me iba a caer, las piernas me temblaban, sentía como si me drenaran todo el agua del cuerpo por la pija. Cuando pude mirar, Paula tenía un blanco salpicado sobre sus pechos, que aunque algo pequeños son hermosos. Me senté agotado a su lado y busqué un pañuelo para que se limpiara. Pese a eso, quiso ducharse. La observe un poco a escondidas mientras lo hacía, para luego esperarla en la cama. Preparé las sábanas para recibirla. Cuando volvió, la invité a acostarse, pero ella quiso destaparse completamente.
-Hace mucho calor.-
Nos seguimos besando y ella demostró que estaba más caliente que yo. Pese al cunnilingus, estaba con ganas de mucha guerra. Como yo estaba más tranquilo, pude penetrarla con parsimonia, disfrutando la entrada, moviéndome con lentitud. Ella en principio lo disfrutó, lanzando gemidos fuertes de placer, pero luego pidió que lo hiciera más fuerte. Si era vaginal, en algún punto.
-Dale, dame tu pija, no es eso lo que querías? Ahora, dámela.-lanzaba mientras gemía.
Paula deseaba sentirla dentro, fuertemente, entrar y salir. Me mentalicé en no acabar, me moví de la forma más mecánica posible, para no llegar tan pronto. Traté de hacerlo durar. Ella acabó, un par de veces, mentiría si dijera un número, más de una fue seguro.
-Me acabo, me acabo.-le dije entre jadeos, cuando no pude estirarlo más.
Me aferró con las piernas a la cadera y con las manos al mentón, llevándome a besarla. Me metió su lengua profundamente en la boca. Estaba por acabar cuando pensé en si ella había tomado la pastilla. Esto me desconcentró en parte y acabé, aunque no tan bien como lo hubiera hecho sin ese corte mental. Mi cerebro me traicionó, pero parte de mi se preocupaba de tener un hijo-sobrino difícil de explicar.
Acalorados y agotados, nos acostamos uno junto al otro. La abracé de costado, pero debido al calor quiso soltarse, aunque creo que era otro de sus remordimientos en acción. Hablamos un poco y le pregunté por la pastilla. Si, la había tomado. Respiré aliviado. Ella insinuó en un momento de la charla que ese era nuestro fin de semana, como dejando entrever que después del lunes, ambos volveríamos a nuestras vidas normales para siempre. Como si ese fin de semana fuera una licencia de fidelidad. Seguimos charlando, bromeando y toqueteándonos. Me fui relajando, hasta casi dormirme. Ella lo notó enseguida.
-No te duermas.-me ordenó, sacudiéndome levemente y aferrando mi pedazo.
Ya tenía completa confianza en la cama, cosa que hasta entonces no había demostrado. Me comenzó a manosear, con el objeto de excitarme. Ahora me manoseaba y tocaba sin timidez ni miedo. Yo sabía que eso solo no bastaría y la acaricié toda. Sus pechos, su pubis, sus piernas. Esas largas y hermosas piernas, las admiré en toda su extensión. Una hembra de metro ochenta en mi cama, con veinte años y pidiendo más. Un amigo me decía eso de las mujeres de esa edad, «siempre piden más», antes pensaba que no era tan cierto. Mi esposa a los veinte, cuando la conocí, no era tan así. Aunque no tengo quejas con respecto a ella como amante.
Paula, es otra historia, otro carácter. Es más frontal, exigente, mandona cuando quiere, hasta el extremo de parecer caprichosa. Cuando de tanto tocarnos, mi pene se erectó, ella se subió encima y se penetró solita. Lo hizo con total confianza en si misma, con suma pericia. La dejé sentárseme encima y gozar. Se la removía dentro, entrando rápido y volviendo a salirse despacio, como jugando. Dejé mi pasividad inicial para sentarme de frente y besarla por donde podía. Me concentré en sus pechos, que hasta ahora no había podido besar tanto como deseaba. Paula, tuvo varios orgasmos, yo uno solo más luego de bastante tiempo. En esa posición y después de lo anterior, podía aguantar tranquilamente. Paula estaba como insaciable, pero en un momento me dijo que estaba cansada, apuré mi acabada y me moví más fuerte para poder terminar. Ella se acostó y esta vez si se dejó abrazar de espaldas. Cada vez la sentía más mía. Ya era toda una mujer en pleno goce, no había culpas, nada más existía. Solo esa noche de placer, nuestro placer. Para no hacerlo tan largo, continuare el día siguiente en otro relato.
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