Viernes de orales

Dos cuerpos deseándose desde el principio de semana, sabiendo que llegando al final se verían una vez más. Dos cuerpos quemándose, sucumbiendo a la tentación de saborearse en el absoluto silencio que aquella oficina demandaba. Es así que surgieron los “Viernes de orales”.

En el noveno piso de aquel edificio de vidrios espejados, cada viernes que les es posible se lleva a cabo una placentera y silenciosa sesión de besos, manoseos y orales mutuos. El silencio es su compañero en esas mañana donde trabajadores de las demás oficinas no pueden ser testigos auditivos de sus placeres.

La rutina era más o menos la misma. Mensajitos van, mensajitos vienen desde el lunes o martes. Se provocan, se desean. Miércoles, las ansias crecen. Se envían fotos, audios o videos masturbándose con alguna de las fotos de los encuentros previos. Jueves, la calentura es tanta que dudan si verse un día antes es buena idea. Viernes, último mensaje confirmando el encuentro. Ella llega y toca puntual el timbre correspondiente en el portero eléctrico. Escucha el chirrido de la puerta e ingresa. Adentro, en el hall, la espera los interminables segundos en compañía del guardia, a quien debía mentirle. “Si, a la escribanía” era la de siempre, aún sabiendo que la escribanía quedaba en el exacto sentido opuesto a la oficina que ella visita. Aún sabiendo que el guardia podía verla todas las semanas por las cámaras de seguridad salir del ascensor y entrar a la oficina frente a la escribanía. El morbo la acechaba en esos segundos hasta que el ascensor llegaba para acercarla a su destino.

Noveno piso, él la recibe con una sonrisa entre cómplice y tímida. Ella, se sonroja de solo verlo. Es que le gusta la sonrisa en sus labios, y recuerda en ese instante que él los sabe usar muy bien. No se saludan en la entrada. Por discreción y por deseo. No pueden comerse la boca en la entrada, y saludarse con dos besos no está entre sus deseos. Esperan a cerrar la puerta y se comen la boca como ansiaron y se prometieron toda la semana. Intensamente, con lenguas danzantes y respiración pronto a agitarse.

Entre las preguntas de rigor (¿cómo estás?, ¿cómo te trató la semana?, ¿qué tal el laburo?, ¡¿viste el frío que hace?!), manotazos desesperados y ropa cayéndose al suelo se van hasta el sofá que tiene al otro lado de la oficina. Estilo diván, tiene un pequeño respaldo en una de sus esquinas. Ella se recuesta desnuda completamente, él se acomoda entre sus piernas mirándola a los ojos y sin más alargamientos hunde su lengua en ella. Eso la estremece, pero no emite sonido. Tiene muy claro que para que esto funcione el silencio absoluto es imprescindible.

Genio en el arte de uso de la lengua, la recorre completo. Desde el clítoris hasta muy cerca de la entrada de su orto. Se esmera en cada centímetro que transita. La humedece con su saliva y esparce la humedad natural emanando de las entrañas de ella. Con sus manos acaricia la parte interna de sus muslos. Ella, por su parte, ya llevó su antebrazo entre sus dientes para atenuar cualquier gemido que pudiera escapársele. Él la mira en esa posición, con la cara tapada y sabe que está haciendo un buen trabajo. Pone en juego dos de sus dedos, que los introduce dentro de ella. Siente en sus dedos los masajes que el interior de la vagina le realiza.

Sabe que está cerca de acabar. Se preocupa un poco por los ruidos, pero confía en que ella no hará ninguno. Intensifica los movimientos y la profundidad de todo su repertorio. Ella acelera su respiración y los espasmos en su vientre se hacen notorios. Acaba, acaba muy intensamente, pero sin emitir sonido alguno. Empapa por completo la barba prolijamente recortada de él, de quién recibe una sonrisa satisfecho por el resultado de su trabajo.

Sin emitir palabra intercambian lugares: él se recuesta, ya con los pantalones bajos y ella empieza su parte de la magia. Lo embruja, lo lleva a un estado casi de delirio al estimular su glande con el ancho de su lengua, mientras lo masturba suavemente. Mete solo la puntita en su boca y juega con la punta de su lengua, sin dejar de mover su manos arriba-y-abajo. Siente cada vez más la dureza de su miembro, los pequeños saltitos que hace cuando algo lo excita por demás. Siente en su nuca apoyarse la mano vergonzosa mano de él, invitándola a comérsela entera. Acepta la invitación.

Él tira la cabeza hacia atrás en franca demostración de placer máximo. Está por acabar, ella lo sabe y se prepara para recibir su ración de leche. Porque sí, se deja llenar la boca de leche, sólo por él. No sabe muy bien porqué, pero disfruta de los lechazos de él, que rápidamente descarta en el lavabo del baño que acompaña la oficina. Espera ansiosa como gatita hambrienta la lechita que él le dará.Pero no, hoy él tiene otros planes. Un final alternativo a la rutina de los viernes.

- ¿Te la puedo meter?