Últimamente había agarrado una costumbre. Cada vez que mi marido no estaba en casa por viaje de negocios, me iba a pasar la noche con mi vecino del 5to B.
La rutina es siempre la misma, espero que el Ro se duerma, y cuando ya no hay movimiento en el edificio, subo a su piso y le toco la puerta, tres golpecitos suaves a modo de contraseña.
Tomamos mate, miramos la tele y por supuesto, cogemos. Cogemos mucho, ya que el viejo tiene un aguante increíble. Claro que el viagra ayuda, pero aun así resulta notable la resistencia que demuestra. Incluso a mí me deja agotada.
-La semana que viene mi marido viaja de nuevo, esta vez van a ser dos noches, podemos hacer algo- le digo, los dos desnudos en su cama, disfrutando todavía las sensaciones del polvo que nos acabamos de echar.
Yo misma le hago de secretaria a mi marido, de esa forma estoy al tanto de sus arribos, partidas y estadías, lo que me permite organizar mejor mis noches con Armando o..., con alguien más, jeje.
-¿Cuándo?- me pregunta pensativo.
-El jueves y el viernes...-
-El jueves tengo la juntada con los muchachos, tendríamos que dejarlo para el viernes-
Ya en una ocasión me había comentado sobre esas "juntadas", partidos de póker que organiza cada mes con sus amigos, los "muchachos". Todos de su misma edad y jubilados del Poder Judicial como él.
-¿Y tus amigos..., saben lo nuestro?- le pregunto con obvia curiosidad.
-No me pude guardar el secreto- admite con una sonrisita lasciva.
-¿Y que les dijiste?- me empiezo a interesar.
-La verdad, que me estoy encamando con una vecina mucho más joven, casada y fuerte como un tren- repone - Pero no te preocupes que no me creen, dicen que estoy gagá, que tanta paja me está haciendo delirar-
-Si querés puedo venir y convencerlos- le digo, arrimándome aún más a su cuerpo, ansiosa por sentir su piel ajada por los años contra la mía.
-¿Te gustaría?- inquiere.
-Sí, ¿porqué no?, podría servirles las bebidas, ser una especie de camarera- sugiero.
-Mirá que somos cuatro vejetes que juntos debemos sumar como trescientos años-
-¡Me encantan los vejetes!- le digo a la vez que me le subo encima, a caballito, apoyándole las tetas en el pecho y frotándome la concha contra su renacida erección.
-Cuando te vean las momias esas les agarra un paro...- se exalta.
-¡Mmmhhh...! ¿Un paro como éste?- le pregunto agarrándole la pija y frotándosela.
-Ni con viagra se les para a esos...-
No se lo digo, pero mientras lo volvemos a hacer, ya estoy fantaseando con la noche de póker.
El jueves, con mi marido ya de viaje, llego a casa, la despido a mi suegra y una vez que el Ro se duerme, me pongo un vestido blanco, sin ropa interior debajo, y ya estoy lista para ejercer de anfitriona.
Subo al 5to B antes de que lleguen los invitados, ya que quiero causar una buena impresión y tener todo listo para cuando comience la partida.
Cuando Armando me ve se queda con la boca abierta.
-Mariela, creo que voy a pedir una ambulancia para que esté preparada en la puerta del edificio, no quiero perder a los pocos amigos que me quedan-bromea.
-No seas tonto- le digo subiéndome el escote del vestido que se me baja a cada rato -Si tus amigos son como vos, ya deben estar bastante curtidos en mujeres-
Lo cierto es que sus amigos ya estaban al tanto de que esa noche habría una invitada especial, ni más ni menos que "la minita que se estaba volteando", tal como se refiere a mí cuando habla con ellos.
A medida que van llegando, me los va presentando. Julián, Antonio y Manuel. Todos de base seis. Todos ex jueces. Y todos, al igual que Armando, se me quedan mirando como si hubiesen estado perdidos en una isla desierta y yo fuera la primera mujer que ven en años.
Las cartas ya están echadas, literalmente, porque cada uno toma su respectivo lugar y, tras unos tragos, comienza la partida.
Yo me ocupo de que los vasos se mantengan llenos y de encenderles los habanos, aunque ante mi revoloteo alrededor de la mesa ninguno se puede concentrar en sus cartas y pierden manos increíbles.
En cierto momento, haciendo ruido con su vaso, Armando anuncia que se va a sortear un beso mío. Aunque no estaba enterada, asiento con entusiasmo.
El ganador es Antonio con una escalera de color. Así que dispuesta a entregarle su premio, me siento en sus rodillas, le agarro la cara y cuando todos piensan que le voy a dar un beso en la mejilla, lo volteo hacia mí y lo beso en la boca. Pero no con un beso de compromiso, sino con un beso largo, intenso, de lengua contra lengua, tanto que los demás aplauden a rabiar y organizan nuevas partidas con el mismo premio para el ganador.
El segundo resulta ser Julián, el tercero de nuevo Antonio, después Armando, y después de varias manos por fin le toca a Manuel.
Con cada uno me siento en sus rodillas y los beso en la boca, en forma ávida y jugosa, poniéndolos a todos en tal estado de excitación que podía notar sus erecciones abultándose por debajo de la ropa.
Cuando de nuevo le toca a Armando, me le siento encima, de frente, las piernas alrededor de su cuerpo, y tras el beso de rigor, a modo de yapa, me bajo yo misma el escote del vestido. No me había puesto corpiño así que mis pechos quedan al desnudo, pesados y contundentes.
Armando me los aprieta con sus manos, tratando de abarcarlos en plenitud y ante la atenta mirada de sus amigos, me chupa y muerde los pezones, que ya están hinchados y duritos de tanta calentura.
Lo que viene después es un absoluto descalabro.
Todos quieren su porción de mis pechos, así que me recuesto boca arriba sobre la mesa, por encima de las cartas y las apuestas, entregándome dócilmente a esa manada de gerontes excitados.
Alguien me arremanga la falda del vestido por arriba de la cintura, y como tampoco tengo puesta bombacha, mi concha se abre ante ellos húmeda y rozagante.
Siento una lengua y labios que me chupan, dientes que me muerden, dedos que me abren y exploran por dentro.
Cierro los ojos tratando de contener todas ésas sensaciones que me atraviesan como puñales. Cuando los abro me encuentro rodeada por un buen racimo de porongas. Todas al palo, demostrando que la edad no es impedimento cuando la excitación es la adecuada.
Todos son hombres de edad avanzada, recorriendo ya la sexta década de sus vidas, pero por las erecciones que ostentan y florean delante mío, se nota que aún tienen una vida sexual bastante activa.
Estoy incómoda encima de la mesa, así que me levanto y me saco el vestido, quedando completamente desnuda entre medio de ellos.
Enseguida se arremolinan a mi alrededor para tocarme el culo y las tetas, como si quisieran comprobar que todo esto es real, que no se trata de una mera ilusión.
-¡Vamos al cuarto...!- pregona Armando con un tono de voz que delata su excitación.
Ya conozco el camino, así que yo voy por delante, contoneándome sensual e incitante, guiándolos presurosa hacia el Olimpo de los sentidos.
Me tiro de espalda en la cama, y me abro toda, húmeda y caliente, entregándome por completo a sus voraces apetitos.
Los cuatro se me tiran encima sin orden ni control, chupando, lamiendo y besando lo que tienen al alcance.
Entiendo que lidiar con cuatro hombres al mismo tiempo, todos con un alto grado de excitación, puede resultar complicado y hasta incómodo, pero por alguna razón a mí se me facilita.
Igual que con los amigos de Pablo, que fue mi último gangbang, la cantidad no me presupone ninguna dificultad.
Me siento tan confiada, tan segura de mí misma, que pese a la superioridad numérica siento que mi femineidad mantiene en todo momento el dominio de la situación.
Así que actuando en consecuencia, hago que se acuesten de espalda en la cama de Armando, que es amplia y en la que entramos todos.
Me pongo en cuatro y gateando entre ellos voy chupando de a uno esos pedazos bien duros y aguerridos.
Los hay de todos los tamaños y formas.
Gruesa y cabezona la de Armando, combada hacia un lado la de Antonio, de calibre recortado la de Julián, larga y recta, como una salchicha, la de Manuel.
Me atraganto con todas, babeándome del gusto, haciéndoles garganta profunda a todos, incluso al bueno de Manuel que tiene la poronga más larga de los cuatro.
Obvio que para entonces algunos cedieron terreno en lo que a erección se refiere, después de todo se trata de señores mayores, pero con un poco de buena voluntad y mucha saliva, al rato ya están duros de nuevo.
Mientras los voy alternando en mi boca, dedicándole a cada uno la atención que merece, ellos también se alternan para chuparme la concha y el culo.
Sentir sus lenguas explorando mis agujeros hace que me estremezca y gimotee de placer.
Al primero que me cojo es (obviamente) al dueño de casa. Quién no solo estaba prestando su cama sino también a su amante.
Así como está, echado de espalda, con la pija mojada en mi saliva, me le subo encima y, de cuclillas, me la clavo toda entera, cuidando que los demás no se pierdan detalle de la penetración.
Me muevo arriba y abajo, provocando adrede que mis tetas se sacudan ostentosamente al ritmo de la cabalgata. Ninguno se pierde el espectáculo, atentos al punto de contacto entre su cuerpo casi septuagenario y el mío mucho más joven.
Admito que incluso a mí me resulta un contraste por demás excitante. Su piel arrugada, fláccida, caída, con esas manchas típicas de la edad, rozándose con la mía, aún lozana y resplandeciente.
Acabo encima suyo, soltando sobre su vientre un chorrito de flujo que provoca la admiración de nuestros espectadores.
-¡Que puta hermosa, hasta se mea del gusto!- escuché que decía alguno, aunque en realidad no me estaba meando, técnicamente había tenido una eyaculación vaginal, algo habitual en mí cuando estoy pasada de revoluciones.
Así los fui montando a todos, de cuclillas, bautizando a cada uno con el sagrado elixir de mi sexo. O sea, eyaculando encima de cada uno.
Si bien estoy entrenada, cabalgar a cuatro tipos, por más ancianos que sean, resulta extenuante, así que termino deshecha.
Me tomo un breve respiro, aunque no me dejan descansar mucho, ya que enseguida empiezan a desfilar por entre mis piernas, cogiéndome cada cuál a su ritmo, tratando de aprovechar al máximo esa virilidad que de a poco parece ir cediendo terreno.
Cuando se produce una especie de pausa, aprovecho para ir por mi celular y revisar las cámaras de mi casa, especialmente la que está enfocada en el Ro.
Mi hijo duerme como un angelito, ajeno a las diabluras que está cometiendo su madre.
Le doy un beso a la pantalla y vuelvo al dormitorio de Armando, en dónde los cuatro gerontes se turnan para ir al baño, que está dentro de la misma habitación.
Me recuesto en la cama y los observo.
¿Acaso hay algo más excitante que ver a un hombre yendo a mear luego de haberte hecho el amor? Para mí no, y en este caso no era uno, sino cuatro. Y en fila, como si se tratara de un baño público.
Luego de la meada en conjunto, y notando que la flaccidez persistía, Armando propone recurrir a una ayudita extra.
-Un poco de "ayudín" nunca viene mal- comenta, precisamente él que en nuestras noches de pasión suele recurrir con asiduidad a la mencionada ayuda.
Después de que todos consumen su correspondiente dosis de viagra, vuelven a la cama, para besarme y acariciarme, y obvio, para que les vuelva a chupar la pija.
Lo hago, chupo a todos de nuevo, notando luego de un rato, el engrosamiento provocado por la pastillita milagrosa.
Ahora me garchan en cuatro patas, y mientras uno me surte por detrás, los demás se pasean por delante de mi cara para que me siga llenando la boca con sus vergas.
Me gusta verlas delante mío, oscilantes, pringosas, nervudas. Y aún me gusta más saborearlas. Pasarles la lengua de arriba abajo, por la punta, besar esos huevos que cuelgan flojos y encanecidos.
El cuarto de Armando se ha convertido en una zona liberada, en dónde todo está permitido. Por eso no me sorprende sentir una pija en el culo.
Giro la cabeza y lo veo a Manuel, sonriéndome baboso y perverso, mientras me la empuja bien adentro.
Estoy tan mojada que el flujo se me resbala incluso por entre los cachetes de la cola, sirviendo de apropiado lubricante.
Mientras la siento entrar dejo de chupar, enfocando todos mis sentidos en esa deliciosa rotura que no por repetida deja de conmoverme.
Cuándo consigue metérmela toda, me agarra con brusquedad de las caderas y me entra a culear con movimientos igual de bruscos y arrebatados. No puedo evitar gritar y retorcerme por lo violento de sus embestidas, pero por más que llore y patalee, no aminora en lo absoluto la descarga.
Cierro los ojos y hundiendo la cara entre las sábanas, me entrego por completo a tan glorioso disfrute.
Ahora el que me culea es Antonio, me doy cuenta de que cambiaron por la diferencia entre una verga y otra. La de Manuel es recta y larga, como un embutido, mientras que la de Antonio tiene una pronunciada curvatura en el medio. Una deliciosa comba que produce un inaudible ¡CRAC! cada vez que me atraviesa el esfínter. Es como si se doblara dentro mío, aunque solo se trata de la parte curva encontrando su lugar.
Todos me culean por turnos, más de una vez, compitiendo entre ellos para ver quién me llega más profundo.
No se los digo, pero aunque todos me la meten hasta los huevos, el que me llega más adentro es Manuel, por el simple hecho de que la tiene más larga que los demás.
Me está culeando Armando, metiéndome todo su grosor, palmeándome la cola cada vez que me llega a esas profundidades que, mucho antes que sus amigos, ya había explorado con esmero en nuestras noches de solos y solas.
Con la pija de Armando palpitándome todavía en el culo, Julián me levanta y me besa en la boca, me pasa la lengua por toda la cara y bajando por el cuello, me chupa las tetas.
Con una rapidez inédita para un hombre de su edad, se cuela por debajo de mi cuerpo y metiéndomela por la concha, me practica, junto con Armando, la primera doble penetración de la noche.
Aunque los dos hombres no se hablan, parecen coincidir a la perfección en sus movimientos, entrando y saliendo cada cuál por un agujero, proporcionándome tal satisfacción que supera hasta mis pronósticos más optimistas.
En pleno éxtasis giro la cabeza y lo veo a Armando encima de mi espalda, la cara contorsionada en un gesto de depravación absoluta, fluyendo por mi recto con la facilidad con que un cuchillo caliente se desliza por un trozo de manteca.
Tengo a esos dos viejos dentro mío, cogiéndome, culeándome, mientras los otros dos se mantienen a la expectativa, pajeándose sin perderse detalle del espectáculo.
Luego son Antonio y Manuel los que me cogen de a dos, después Antonio y Julián, y después..., después ya perdí la cuenta.
La cuestión es que me cogen y culean formando todas las variantes posibles.
Por supuesto que después de tal desgate, quedan deshechos, derrumbados sobre la cama, sin fuerzas ya ni para soltar un último suspiro.
Aunque también estoy exhausta, liquidada, tengo ser yo la que se pone en marcha, ya que no en vano soy la más joven.
Así que vuelvo a montarlos, solo que esta vez hasta el final. Como yo había acabado sobre ellos antes, ahora ellos iban a acabarme a mí.
Empiezo, como no, por Armando. Me le subo encima, me clavo la pija y me muevo como una amazona en plena batalla, hasta que siento el torrente de semen fluyendo dentro de mí.
A un costado Manuel, que se había estado pajeando mientras me cogía a Armando, está a punto de acabar. Así que sigo con él, recibiendo también su descarga en mi interior.
Hago lo mismo con Julián y Antonio, montada sobre ellos me muevo hasta que también me llenan de leche, mezclando en mi conchita la vivificante esencia de los cuatro jovatos.
Según pude escuchar entre medio de jadeos, suspiros y exclamaciones de placer, en sus épocas de excesos, siendo ya jueces, se habían enfiestado con más de una joven abogada con ganas de escalar rápidamente en el escalafón judicial.
-¡Pero esto..., esto lo supera a todo!- exclama Antonio que, por motu propio, se declara el más fiestero de los cuatro.
Mientras ellos se ponen a recordar viejas encamadas, enfatizando una y otra vez, que no, que no y que no, que ninguna se puede comparar con la que acabamos de tener, yo me quedo a un costado, de rodillas, con las piernas levemente abiertas, pujando para expulsar del interior de mi concha, toda la leche que me inyectaron. No soy buena calculando, pero me debe haber salido como medio litro.
Espeso y grumoso, el semen de los cuatro ex jueces forma un pesado charco entre las sábanas, de un color entre ámbar y nacarado, seguramente por la diferencia entre las distintas tonalidades.
Me meto los dedos en la concha y presiono como si apretara algún botón interno, pero ya no me sale nada, aunque sigo sintiendo bien adentro esa densa ebullición que me hace sentir que aún estoy llenita de leche.
Me siento mareada, como si estuviera borracha, lo cual resulta comprensible luego del tremendo garche que me dieron.
Cuando se me pasa el mareo, me doy una ducha, me fijo de nuevo en las cámaras de mi casa, y tras asegurarme que todo está bien, vuelvo a la cama con ellos.
-Esto estuvo más que bueno, habrá que repetirlo, che- expresa Antonio.
-Mañana el marido va a seguir de viaje...- les informa Armando.
-¿Alguien sabe si se puede tomar viagra dos noches seguidas?- pregunta Manuel.
-Yo con tal de volver a probar a éste hembrón, me la juego- afirma Julián, acariciándome los pechos.
-¡Entonces mañana póker AGAIN!- exclama Armando.
Lo más divertido de todo es que hablan como si yo no estuviera ahí, y ni siquiera me consultan si estoy dispuesta a pasar de nuevo por la misma experiencia. Arreglan todo entre ellos y cuando ya están de acuerdo, me palmean la cola a modo de confirmación.
Así que el viernes, otra vez póker y gangbang.
No voy a volver a contar lo que pasó porque sería como repetir lo del día anterior. Lo esencial es que me cogieron entre todos, de nuevo, solo que esta vez no me acabaron adentro, sino encima. En la cara, en las tetas, en el vientre, en la cola...
¡Me pintaron de leche!
El sábado al mediodía llegó mi marido y, obviamente, después de estar unos cuantos días fuera, tenía ganas de coger. Por suerte es de acabar rápido porque después de las dos noches que había tenido, no estaba en condiciones de aguantar una sesión demasiado extensa.
Luego del polvo nos quedamos dormidos de cucharita, él cansado por el viaje y yo de haberme enfiestado con cuatro viejos verdes por dos noches seguidas.
La rutina es siempre la misma, espero que el Ro se duerma, y cuando ya no hay movimiento en el edificio, subo a su piso y le toco la puerta, tres golpecitos suaves a modo de contraseña.
Tomamos mate, miramos la tele y por supuesto, cogemos. Cogemos mucho, ya que el viejo tiene un aguante increíble. Claro que el viagra ayuda, pero aun así resulta notable la resistencia que demuestra. Incluso a mí me deja agotada.
-La semana que viene mi marido viaja de nuevo, esta vez van a ser dos noches, podemos hacer algo- le digo, los dos desnudos en su cama, disfrutando todavía las sensaciones del polvo que nos acabamos de echar.
Yo misma le hago de secretaria a mi marido, de esa forma estoy al tanto de sus arribos, partidas y estadías, lo que me permite organizar mejor mis noches con Armando o..., con alguien más, jeje.
-¿Cuándo?- me pregunta pensativo.
-El jueves y el viernes...-
-El jueves tengo la juntada con los muchachos, tendríamos que dejarlo para el viernes-
Ya en una ocasión me había comentado sobre esas "juntadas", partidos de póker que organiza cada mes con sus amigos, los "muchachos". Todos de su misma edad y jubilados del Poder Judicial como él.
-¿Y tus amigos..., saben lo nuestro?- le pregunto con obvia curiosidad.
-No me pude guardar el secreto- admite con una sonrisita lasciva.
-¿Y que les dijiste?- me empiezo a interesar.
-La verdad, que me estoy encamando con una vecina mucho más joven, casada y fuerte como un tren- repone - Pero no te preocupes que no me creen, dicen que estoy gagá, que tanta paja me está haciendo delirar-
-Si querés puedo venir y convencerlos- le digo, arrimándome aún más a su cuerpo, ansiosa por sentir su piel ajada por los años contra la mía.
-¿Te gustaría?- inquiere.
-Sí, ¿porqué no?, podría servirles las bebidas, ser una especie de camarera- sugiero.
-Mirá que somos cuatro vejetes que juntos debemos sumar como trescientos años-
-¡Me encantan los vejetes!- le digo a la vez que me le subo encima, a caballito, apoyándole las tetas en el pecho y frotándome la concha contra su renacida erección.
-Cuando te vean las momias esas les agarra un paro...- se exalta.
-¡Mmmhhh...! ¿Un paro como éste?- le pregunto agarrándole la pija y frotándosela.
-Ni con viagra se les para a esos...-
No se lo digo, pero mientras lo volvemos a hacer, ya estoy fantaseando con la noche de póker.
El jueves, con mi marido ya de viaje, llego a casa, la despido a mi suegra y una vez que el Ro se duerme, me pongo un vestido blanco, sin ropa interior debajo, y ya estoy lista para ejercer de anfitriona.
Subo al 5to B antes de que lleguen los invitados, ya que quiero causar una buena impresión y tener todo listo para cuando comience la partida.
Cuando Armando me ve se queda con la boca abierta.
-Mariela, creo que voy a pedir una ambulancia para que esté preparada en la puerta del edificio, no quiero perder a los pocos amigos que me quedan-bromea.
-No seas tonto- le digo subiéndome el escote del vestido que se me baja a cada rato -Si tus amigos son como vos, ya deben estar bastante curtidos en mujeres-
Lo cierto es que sus amigos ya estaban al tanto de que esa noche habría una invitada especial, ni más ni menos que "la minita que se estaba volteando", tal como se refiere a mí cuando habla con ellos.
A medida que van llegando, me los va presentando. Julián, Antonio y Manuel. Todos de base seis. Todos ex jueces. Y todos, al igual que Armando, se me quedan mirando como si hubiesen estado perdidos en una isla desierta y yo fuera la primera mujer que ven en años.
Las cartas ya están echadas, literalmente, porque cada uno toma su respectivo lugar y, tras unos tragos, comienza la partida.
Yo me ocupo de que los vasos se mantengan llenos y de encenderles los habanos, aunque ante mi revoloteo alrededor de la mesa ninguno se puede concentrar en sus cartas y pierden manos increíbles.
En cierto momento, haciendo ruido con su vaso, Armando anuncia que se va a sortear un beso mío. Aunque no estaba enterada, asiento con entusiasmo.
El ganador es Antonio con una escalera de color. Así que dispuesta a entregarle su premio, me siento en sus rodillas, le agarro la cara y cuando todos piensan que le voy a dar un beso en la mejilla, lo volteo hacia mí y lo beso en la boca. Pero no con un beso de compromiso, sino con un beso largo, intenso, de lengua contra lengua, tanto que los demás aplauden a rabiar y organizan nuevas partidas con el mismo premio para el ganador.
El segundo resulta ser Julián, el tercero de nuevo Antonio, después Armando, y después de varias manos por fin le toca a Manuel.
Con cada uno me siento en sus rodillas y los beso en la boca, en forma ávida y jugosa, poniéndolos a todos en tal estado de excitación que podía notar sus erecciones abultándose por debajo de la ropa.
Cuando de nuevo le toca a Armando, me le siento encima, de frente, las piernas alrededor de su cuerpo, y tras el beso de rigor, a modo de yapa, me bajo yo misma el escote del vestido. No me había puesto corpiño así que mis pechos quedan al desnudo, pesados y contundentes.
Armando me los aprieta con sus manos, tratando de abarcarlos en plenitud y ante la atenta mirada de sus amigos, me chupa y muerde los pezones, que ya están hinchados y duritos de tanta calentura.
Lo que viene después es un absoluto descalabro.
Todos quieren su porción de mis pechos, así que me recuesto boca arriba sobre la mesa, por encima de las cartas y las apuestas, entregándome dócilmente a esa manada de gerontes excitados.
Alguien me arremanga la falda del vestido por arriba de la cintura, y como tampoco tengo puesta bombacha, mi concha se abre ante ellos húmeda y rozagante.
Siento una lengua y labios que me chupan, dientes que me muerden, dedos que me abren y exploran por dentro.
Cierro los ojos tratando de contener todas ésas sensaciones que me atraviesan como puñales. Cuando los abro me encuentro rodeada por un buen racimo de porongas. Todas al palo, demostrando que la edad no es impedimento cuando la excitación es la adecuada.
Todos son hombres de edad avanzada, recorriendo ya la sexta década de sus vidas, pero por las erecciones que ostentan y florean delante mío, se nota que aún tienen una vida sexual bastante activa.
Estoy incómoda encima de la mesa, así que me levanto y me saco el vestido, quedando completamente desnuda entre medio de ellos.
Enseguida se arremolinan a mi alrededor para tocarme el culo y las tetas, como si quisieran comprobar que todo esto es real, que no se trata de una mera ilusión.
-¡Vamos al cuarto...!- pregona Armando con un tono de voz que delata su excitación.
Ya conozco el camino, así que yo voy por delante, contoneándome sensual e incitante, guiándolos presurosa hacia el Olimpo de los sentidos.
Me tiro de espalda en la cama, y me abro toda, húmeda y caliente, entregándome por completo a sus voraces apetitos.
Los cuatro se me tiran encima sin orden ni control, chupando, lamiendo y besando lo que tienen al alcance.
Entiendo que lidiar con cuatro hombres al mismo tiempo, todos con un alto grado de excitación, puede resultar complicado y hasta incómodo, pero por alguna razón a mí se me facilita.
Igual que con los amigos de Pablo, que fue mi último gangbang, la cantidad no me presupone ninguna dificultad.
Me siento tan confiada, tan segura de mí misma, que pese a la superioridad numérica siento que mi femineidad mantiene en todo momento el dominio de la situación.
Así que actuando en consecuencia, hago que se acuesten de espalda en la cama de Armando, que es amplia y en la que entramos todos.
Me pongo en cuatro y gateando entre ellos voy chupando de a uno esos pedazos bien duros y aguerridos.
Los hay de todos los tamaños y formas.
Gruesa y cabezona la de Armando, combada hacia un lado la de Antonio, de calibre recortado la de Julián, larga y recta, como una salchicha, la de Manuel.
Me atraganto con todas, babeándome del gusto, haciéndoles garganta profunda a todos, incluso al bueno de Manuel que tiene la poronga más larga de los cuatro.
Obvio que para entonces algunos cedieron terreno en lo que a erección se refiere, después de todo se trata de señores mayores, pero con un poco de buena voluntad y mucha saliva, al rato ya están duros de nuevo.
Mientras los voy alternando en mi boca, dedicándole a cada uno la atención que merece, ellos también se alternan para chuparme la concha y el culo.
Sentir sus lenguas explorando mis agujeros hace que me estremezca y gimotee de placer.
Al primero que me cojo es (obviamente) al dueño de casa. Quién no solo estaba prestando su cama sino también a su amante.
Así como está, echado de espalda, con la pija mojada en mi saliva, me le subo encima y, de cuclillas, me la clavo toda entera, cuidando que los demás no se pierdan detalle de la penetración.
Me muevo arriba y abajo, provocando adrede que mis tetas se sacudan ostentosamente al ritmo de la cabalgata. Ninguno se pierde el espectáculo, atentos al punto de contacto entre su cuerpo casi septuagenario y el mío mucho más joven.
Admito que incluso a mí me resulta un contraste por demás excitante. Su piel arrugada, fláccida, caída, con esas manchas típicas de la edad, rozándose con la mía, aún lozana y resplandeciente.
Acabo encima suyo, soltando sobre su vientre un chorrito de flujo que provoca la admiración de nuestros espectadores.
-¡Que puta hermosa, hasta se mea del gusto!- escuché que decía alguno, aunque en realidad no me estaba meando, técnicamente había tenido una eyaculación vaginal, algo habitual en mí cuando estoy pasada de revoluciones.
Así los fui montando a todos, de cuclillas, bautizando a cada uno con el sagrado elixir de mi sexo. O sea, eyaculando encima de cada uno.
Si bien estoy entrenada, cabalgar a cuatro tipos, por más ancianos que sean, resulta extenuante, así que termino deshecha.
Me tomo un breve respiro, aunque no me dejan descansar mucho, ya que enseguida empiezan a desfilar por entre mis piernas, cogiéndome cada cuál a su ritmo, tratando de aprovechar al máximo esa virilidad que de a poco parece ir cediendo terreno.
Cuando se produce una especie de pausa, aprovecho para ir por mi celular y revisar las cámaras de mi casa, especialmente la que está enfocada en el Ro.
Mi hijo duerme como un angelito, ajeno a las diabluras que está cometiendo su madre.
Le doy un beso a la pantalla y vuelvo al dormitorio de Armando, en dónde los cuatro gerontes se turnan para ir al baño, que está dentro de la misma habitación.
Me recuesto en la cama y los observo.
¿Acaso hay algo más excitante que ver a un hombre yendo a mear luego de haberte hecho el amor? Para mí no, y en este caso no era uno, sino cuatro. Y en fila, como si se tratara de un baño público.
Luego de la meada en conjunto, y notando que la flaccidez persistía, Armando propone recurrir a una ayudita extra.
-Un poco de "ayudín" nunca viene mal- comenta, precisamente él que en nuestras noches de pasión suele recurrir con asiduidad a la mencionada ayuda.
Después de que todos consumen su correspondiente dosis de viagra, vuelven a la cama, para besarme y acariciarme, y obvio, para que les vuelva a chupar la pija.
Lo hago, chupo a todos de nuevo, notando luego de un rato, el engrosamiento provocado por la pastillita milagrosa.
Ahora me garchan en cuatro patas, y mientras uno me surte por detrás, los demás se pasean por delante de mi cara para que me siga llenando la boca con sus vergas.
Me gusta verlas delante mío, oscilantes, pringosas, nervudas. Y aún me gusta más saborearlas. Pasarles la lengua de arriba abajo, por la punta, besar esos huevos que cuelgan flojos y encanecidos.
El cuarto de Armando se ha convertido en una zona liberada, en dónde todo está permitido. Por eso no me sorprende sentir una pija en el culo.
Giro la cabeza y lo veo a Manuel, sonriéndome baboso y perverso, mientras me la empuja bien adentro.
Estoy tan mojada que el flujo se me resbala incluso por entre los cachetes de la cola, sirviendo de apropiado lubricante.
Mientras la siento entrar dejo de chupar, enfocando todos mis sentidos en esa deliciosa rotura que no por repetida deja de conmoverme.
Cuándo consigue metérmela toda, me agarra con brusquedad de las caderas y me entra a culear con movimientos igual de bruscos y arrebatados. No puedo evitar gritar y retorcerme por lo violento de sus embestidas, pero por más que llore y patalee, no aminora en lo absoluto la descarga.
Cierro los ojos y hundiendo la cara entre las sábanas, me entrego por completo a tan glorioso disfrute.
Ahora el que me culea es Antonio, me doy cuenta de que cambiaron por la diferencia entre una verga y otra. La de Manuel es recta y larga, como un embutido, mientras que la de Antonio tiene una pronunciada curvatura en el medio. Una deliciosa comba que produce un inaudible ¡CRAC! cada vez que me atraviesa el esfínter. Es como si se doblara dentro mío, aunque solo se trata de la parte curva encontrando su lugar.
Todos me culean por turnos, más de una vez, compitiendo entre ellos para ver quién me llega más profundo.
No se los digo, pero aunque todos me la meten hasta los huevos, el que me llega más adentro es Manuel, por el simple hecho de que la tiene más larga que los demás.
Me está culeando Armando, metiéndome todo su grosor, palmeándome la cola cada vez que me llega a esas profundidades que, mucho antes que sus amigos, ya había explorado con esmero en nuestras noches de solos y solas.
Con la pija de Armando palpitándome todavía en el culo, Julián me levanta y me besa en la boca, me pasa la lengua por toda la cara y bajando por el cuello, me chupa las tetas.
Con una rapidez inédita para un hombre de su edad, se cuela por debajo de mi cuerpo y metiéndomela por la concha, me practica, junto con Armando, la primera doble penetración de la noche.
Aunque los dos hombres no se hablan, parecen coincidir a la perfección en sus movimientos, entrando y saliendo cada cuál por un agujero, proporcionándome tal satisfacción que supera hasta mis pronósticos más optimistas.
En pleno éxtasis giro la cabeza y lo veo a Armando encima de mi espalda, la cara contorsionada en un gesto de depravación absoluta, fluyendo por mi recto con la facilidad con que un cuchillo caliente se desliza por un trozo de manteca.
Tengo a esos dos viejos dentro mío, cogiéndome, culeándome, mientras los otros dos se mantienen a la expectativa, pajeándose sin perderse detalle del espectáculo.
Luego son Antonio y Manuel los que me cogen de a dos, después Antonio y Julián, y después..., después ya perdí la cuenta.
La cuestión es que me cogen y culean formando todas las variantes posibles.
Por supuesto que después de tal desgate, quedan deshechos, derrumbados sobre la cama, sin fuerzas ya ni para soltar un último suspiro.
Aunque también estoy exhausta, liquidada, tengo ser yo la que se pone en marcha, ya que no en vano soy la más joven.
Así que vuelvo a montarlos, solo que esta vez hasta el final. Como yo había acabado sobre ellos antes, ahora ellos iban a acabarme a mí.
Empiezo, como no, por Armando. Me le subo encima, me clavo la pija y me muevo como una amazona en plena batalla, hasta que siento el torrente de semen fluyendo dentro de mí.
A un costado Manuel, que se había estado pajeando mientras me cogía a Armando, está a punto de acabar. Así que sigo con él, recibiendo también su descarga en mi interior.
Hago lo mismo con Julián y Antonio, montada sobre ellos me muevo hasta que también me llenan de leche, mezclando en mi conchita la vivificante esencia de los cuatro jovatos.
Según pude escuchar entre medio de jadeos, suspiros y exclamaciones de placer, en sus épocas de excesos, siendo ya jueces, se habían enfiestado con más de una joven abogada con ganas de escalar rápidamente en el escalafón judicial.
-¡Pero esto..., esto lo supera a todo!- exclama Antonio que, por motu propio, se declara el más fiestero de los cuatro.
Mientras ellos se ponen a recordar viejas encamadas, enfatizando una y otra vez, que no, que no y que no, que ninguna se puede comparar con la que acabamos de tener, yo me quedo a un costado, de rodillas, con las piernas levemente abiertas, pujando para expulsar del interior de mi concha, toda la leche que me inyectaron. No soy buena calculando, pero me debe haber salido como medio litro.
Espeso y grumoso, el semen de los cuatro ex jueces forma un pesado charco entre las sábanas, de un color entre ámbar y nacarado, seguramente por la diferencia entre las distintas tonalidades.
Me meto los dedos en la concha y presiono como si apretara algún botón interno, pero ya no me sale nada, aunque sigo sintiendo bien adentro esa densa ebullición que me hace sentir que aún estoy llenita de leche.
Me siento mareada, como si estuviera borracha, lo cual resulta comprensible luego del tremendo garche que me dieron.
Cuando se me pasa el mareo, me doy una ducha, me fijo de nuevo en las cámaras de mi casa, y tras asegurarme que todo está bien, vuelvo a la cama con ellos.
-Esto estuvo más que bueno, habrá que repetirlo, che- expresa Antonio.
-Mañana el marido va a seguir de viaje...- les informa Armando.
-¿Alguien sabe si se puede tomar viagra dos noches seguidas?- pregunta Manuel.
-Yo con tal de volver a probar a éste hembrón, me la juego- afirma Julián, acariciándome los pechos.
-¡Entonces mañana póker AGAIN!- exclama Armando.
Lo más divertido de todo es que hablan como si yo no estuviera ahí, y ni siquiera me consultan si estoy dispuesta a pasar de nuevo por la misma experiencia. Arreglan todo entre ellos y cuando ya están de acuerdo, me palmean la cola a modo de confirmación.
Así que el viernes, otra vez póker y gangbang.
No voy a volver a contar lo que pasó porque sería como repetir lo del día anterior. Lo esencial es que me cogieron entre todos, de nuevo, solo que esta vez no me acabaron adentro, sino encima. En la cara, en las tetas, en el vientre, en la cola...
¡Me pintaron de leche!
El sábado al mediodía llegó mi marido y, obviamente, después de estar unos cuantos días fuera, tenía ganas de coger. Por suerte es de acabar rápido porque después de las dos noches que había tenido, no estaba en condiciones de aguantar una sesión demasiado extensa.
Luego del polvo nos quedamos dormidos de cucharita, él cansado por el viaje y yo de haberme enfiestado con cuatro viejos verdes por dos noches seguidas.
32 comentarios - Póker de ases...
P.D como te daria apoyada en la tabla de planchar
Buen post, van puntos.
Y además con foto impresionante. Una filmación de cualquiera de tus relatos rompería todo!!