Ella 19; yo, 48
Estaba cansado de manejar, era de noche, así que cuando apareció una estación de servicio y un parador decidí detenerme y continuar viaje al otro día.
Al costado de la ruta, a la entrada de la playa, vi a cinco chicas jovencitas, separadas cada tres metros, apenas vestidas, ofreciendo sexo pago. Pensé que, luego de bañarme y cenar, buscaría alguna.
Detuve el auto al lado de una piba de lindas piernas y le pregunté cuanto pedía, que hacía, y en dónde. Me midió y con tono ausente respondió: “Pete, cincuenta; simple, cien; completo, doscientos. Eso en el auto, sino, en las piezas del parador, que cuestan 70 pesos”
-Voy a alojarme ahí; ¿cuánto pedís por quedarte hasta la mañana? –consulté.
-¿Cuántos años tenés? –retrucó.
-48; ¿por qué?; Vos, ¿qué edad tenés?
-Porque no me quedo con viejos, pero vos parecés bien…; quinientos. Tengo 18.
Reinicié la marcha. Me excitó la putita, pese a su poca onda. Cargué combustible y estacioné delante del albergue. Al bajar observé a una jovencita sentada en un banco. Bonita, delgada, vestía una calza blanca que marcaba preciosas caderas y culito y una remera rosa, sobre breves y firmes tetas sin corpiño. Le calculé menos edad. A pesar de la ropa provocativa, el aspecto de la piba no parecía de puta.
“Qué rica pendeja para coger toda la noche”, pensé. Me imaginé chupando su conchita estrecha, suave, rosadita… Y hundiendo mi cara, mi lengua, en ese culito tierno… Pero, el único modo de cumplir mis deseos era que ella alquilase su cuerpito.
Si bien poseo buen aspecto, soy un hombre casi cincuentón; fácil, la diferencia de edad entre ambos debía ser de 30 años… La realidad era que el único modo que tenía de coger con pendejas era pagando.
En la ciudad donde vivía, me visitaba los viernes Leticia, una morochita de 21 años, quien compensaba su ordinario rostro con un cuerpo sensual y lujuriosa disponibilidad. Me daba todo, incluso cola; permitía mi pasión lamedora de concha; comía con dedicación mi pija; se dejaba llenar de leche y hasta la saboreaba. Todo a cambio de mil pesos semanales.
Los restantes días debía buscar en la computadora lindas nenas y pajearme. Por eso, cuando la putita de la ruta me dijo 500 la noche, me pareció barato.
Sin embargo, esa piba no podía compararse con la preciosa sentada en el banco. Pero era demasiado bonita para ser puta de calle, y si cobraba por coger, debía pedir mucho dinero.
Seguramente el confundido era yo: la chica tal vez era hija de los dueños del parador o de la estación de servicio. Si, mejor ni mirarla. Lo único que me falta era que me denunciasen por pedófilo, lejos de mi casa. Me baño, ceno, y después busco a la trola de la ruta. Evitaba chicas menores de edad, e intuía que esa minita mintió su edad y era más chica.
Continué caminando hacia el albergue. Al pasar al lado de la adolescente bonita sentada en el banco, sin mirarla, advertí mano tocando suavemente mi brazo izquierdo. Y una cálida, tierna, delicada voz me detuvo.
-Señor…, perdone… ¿puedo hacerle una pregunta…?
-Decime… - contesté, simulando mi sorpresa.
-Usted…, ¿va a pasar la noche en este parador?
-Si; ¿por qué?
-Discúlpeme señor, lo que pasa es que tengo un problema, y usted parece un hombre serio, bien, y quiero pedirle un gran favor…
No supe cómo reaccionar. Me asaltó la desconfianza; pensé que la piba, con ese aspecto ingenuo, en realidad fuese anzuelo de delincuentes. Y al mismo tiempo intuí que estaba delante de una gran oportunidad… La recorrí con mi mirada, mientras imploré a mi cerebro lucidez.
-No entiendo… ¿Vos vivís por acá?
-No señor, no; por eso le pido ayuda; tengo miedo, estoy sola…
Sentí pena por la chica. Debía ayudarla. Decidí postergar el baño.
-Acompáñame; vamos a cenar y me contás…
Dos horas después, la pendeja entró conmigo al albergue, a una habitación con dos camas. La registré como Carolina, mi sobrina. En la recepción le entregaron su mochila, la cual había pedido que se la guarden hasta que llegase su tío.
Durante la cena, Carolina, de 19 años, tal como verifiqué en su documento, me contó, llorando, con cruda franqueza, su problema.
Haciendo dedo había llegado allí, media hora antes que yo, tras recorrer casi mil kilómetros desde su casa. Su madre la había expulsado del hogar, luego de que la descubriese acostada con su padrastro, un hombre de 45 años.
El padre de Carolina había muerto tres años atrás, a los 50 años, en un accidente de tránsito. “Mi papá era todo, yo era su reina, me decía; mi mamá estaba celosa, y como ella le hacía la vida imposible, papi prácticamente dormía conmigo. Siempre nos acostamos desnudos, abrazados. El me explicó que eran las cosquillas que yo sentía abajo, y me enseñó a calmarme. Pero nunca me cogió, como decía la bruja de su esposa. Papi solamente me acariciaba, y yo a él…”.
Carolina relató que tras la muerte de su padre, los días eran tristes, y las noches se le hicieron insoportables; pese a las pajas que se daba, extrañaba las caricias, los dedos, el palo de carne sobre su cuerpo.
Un año después del accidente fatal, llegó a su casa el novio de su madre. Ella lo detestó.
“Una madrugada, yo ya tenía 18 años, fui a la cocina a buscar gaseosa. Estaba desnuda, como me acostaba siempre. Al pasar por el living vi a mi padrastro delante de la computadora, con el pantalón y el calzoncillo abajo. Estaba mirando videos pornográficos de trolitas. No se por qué hice ruido a propósito. El se puso de pie para tratar de tapar con su cuerpo la pantalla, pero quedó de frente, en bolas, con su pene parado. Y yo me quedé paralizada, desnuda. Me fui corriendo a mi cuarto y me tapé con las mantas. Al ratito me dieron ganas de acariciarme; tiré al costado lo que me cubría y me puse boca abajo, para dedearme. En eso estaba, disfrutando, mojadita, con los ojos cerrados, cuando sentí una lengua caliente en mi cola. Me quise dar vuelta y el novio de mi madre me sujetó, y sin decir nada me mandó su pija en mi concha. Me encantó, como estaba bien mojada entró toda, y gocé… A partir de esa noche, día por medio, cogíamos. Y así fue hasta hace una semana, cuando mi mamá entró a mi habitación y me vio sentada sobre la estaca de su novio metida dentro de mi…”
Luego del relato de Carolina, le aseguré que la llevaría hasta la ciudad donde vivo, adonde llegaría al mediodía. Más allá de la caliente historia, y mis deseos de comprobar las habilidades sexuales de la nena, me controlé. Mientras ella se bañase, iría a buscar la putita de la ruta.
-Andá a bañarte, sin apuro; yo voy a tomar un café y leer un rato así vos estás cómoda y te acostás para dormir –le dije.
-No le creo; usted se va a buscar a una de esas chicas baratas…
-¡No, nada que ver!
-Alberto, ¡no se vaya por favor!; no me deje sola… ¿Qué le parece si primero se baña usted, se acuesta, y después me baño yo? Si quiere, bañado, apague las luces; yo no voy a hacer ruido…
Concedí su pedido. Me di una ducha y envuelto en un toallón salí del sanitario y me metí a mi cama. Carolina fue a bañarse. Al escuchar el agua correr y quedarme solo pensé en masturbarme, pero deseché el deseo y cerré los ojos, dispuesto a dormir.
Estaba entregándome al sueño cuando escuché a la adolescente hablarme.
-Señor, discúlpeme, es lo último que le pido…
-Decime Carolina… -respondí, abriendo mis párpados e incorporándome sobre el colchón.
Mi respiración se detuvo. A contraluz de la iluminación del baño, delante de los pies de mi cama, estaba el cuerpo desnudo, delgado, esbelto, de una belleza descomunal.
-¿Puedo acostarme con usted?; no piense mal, no vaya a pensar que soy trola, yo sé que está cansado, no quiero provocarlo; solamente me dormiría si usted me abraza…
-Carolina, yo estoy desnudo, y vos también… aunque podrías ser mi hija, soy hombre, y no sé… me parece que va a ser incómodo para vos y para mi…
-¡Por favor!; y yo tengo confianza en usted…; pero si no quiere…- dijo entristecida, para de inmediato reclamarme:
-¿No le gusto…? – y giró su cuerpo dos veces, mostrándome su colita.
-Carolina, ¡sos preciosa!; pero te soy sincero: si te acostás conmigo, no voy a conformarme con abrazarte…
-Yo también quiero coger… -expresó sin pudor.
La pija se levantó, entusiasmada. Retiré la manta y la mostré orgulloso.
-¡Entonces, vení bebé…!
La bonita lanzó una exclamación de asombro, sonrió con picardía y avanzó, lentamente, hasta el costado derecho de mi cama.
-Alberto, ¡es inmensa!, ¡y relinda!; ¡me encanta! ¿Me dejás tocártela? –preguntó, tuteándome.
-Carito hermosa, ¡es tuya!; hacé lo que quieras con mi pija…; pero primero, vení, sentate sobre mis piernas, quiero tocarte…
La pendeja subió a la cama, abrió sus largas piernas y se sentó sobre mis muslos, quedando ambos frente a frente. Apenas sentía su peso; calculé que no debía superar los 45 kilos.
Estaba maravillado: una jovencita preciosa, educada, arrebatadoramente sexy, estaba a centímetros de mis ojos y mis dedos. Quedé en silencio, admirándola. Para mí era perfecta: hermoso rostro, cuello alto, hombros frágiles, brazos delgados, pechos pequeños pero duros, cintura finísima, vientre plano, y una vagina sabrosa, depilada… Y además, ¡no estaba pagando!
Con timidez, temiendo que un movimiento de mi parte evaporase la maravilla, adelanté mis manos hacia el cuerpo de ensueño. Mi derecha acarició las tetas, mientras que la izquierda fue al vientre, cintura, espalda, cola…
Ella puso sus dos manitas en mi verga. ¡Qué suavidad placentera!; comencé a gemir… Me di cuenta que si no me separaba, acabaría en breve. Tomé sus manos y las besé.
-Recostate, boca abajo, te voy a hacer gozar…-ordené.
Carolina sonriente, se colocó de costado, apoyada en un codo.
-¿Qué querés hacer?
-Chuparte ahí abajo…; seguro ya sabés como es…
-No, nunca me chuparon… La que chupaba era yo…
-¿Vos te hacés la paja?
-Cuando no cogía, si…
-Bueno, lo que te voy a hacer va a ser más rico…
La experiencia me había enseñado a comenzar al revés de la costumbre masculina. En la cama, empezaba abajo, en los pies, y Carolina los tenía bonitos. Los besé, acaricié, dedicando tiempo a cada uno de los deditos. Estando boca abajo recorrí con mi lengua y labios por la pantorrilla, me detuve en la parte posterior de la rodilla, y continué lentamente avanzando. Llegué al culito, que masajeé, hasta alcanzar su conchita. Ya estaba húmeda, caliente, olorosa… Mi lengua recorrió los labios rosaditos, y suavemente fui separándolos, mientras mis dedos paseaban por los muslitos suaves, las nalgas, las tetitas, las axilas.
Sin apurarme, llegué al clítoris palpitante de Caro. Me concentré en ese pedacito, besándolo, mordiendo, aspirando, en tanto que brotaban los juguitos de la pendeja. Ella ya gritaba, y sus manos empujaban mi cabeza, y sus caderas se agitaban salvajes…
-¡Si amor, si papi, ahí, si, si, seguí, seguí…! ¡Agh mmm, la puta! –exclamó.
Jadeaba como yegua, sus orgasmos llegaban, por lo que metí mi dedo índice en la conchita mientras retuve su clítoris entre mis labios, moviéndolo en círculos con la lengua. Y su cuerpito se arqueó, me puteó, gritó insultos, y tuvo tres orgasmos seguidos…
Me deslicé al costado, agotado, con toda la cara mojada por sus jugos, feliz de haber comido a una pendeja hermosa. Cerré los ojos. Repasé mentalmente las delicias de la nena que tenía a mi lado.
De pronto, mi pija, semierecta, quedó dentro de una cavidad acogedora. Carolina, entre mis piernas, estaba tragando mi pene. Sus manitos acariciaron mis pelotas y el estremecedor espacio entre estas y mi culo. En segundos logré la máxima erección, y ella, con la lengua, dejó el glande expuesto.
-¡Esto quería!: pija, pija, me encanta la pija, amo tu pija…; la tenés hermosa…; dámela, dame leche…
Y continuó mamándomela; mamaba terriblemente, se tragaba los 18 cm de pija dura hasta ahogarse, lamía el tronco, los huevos, mientras sus manos me apretaban las nalgas.
-¿Te gusta que te coma la pija?
-¡Si…!
-¿Te gusta que sea una putita sucia con vos?
- ¡Mmm…!
-¡Entonces culeame!, ¡meteme la poronga!, ¡reventame, dámela hasta el fondo!
(Continuaré otro día. Ahora tengo la pija al palo)
Estaba cansado de manejar, era de noche, así que cuando apareció una estación de servicio y un parador decidí detenerme y continuar viaje al otro día.
Al costado de la ruta, a la entrada de la playa, vi a cinco chicas jovencitas, separadas cada tres metros, apenas vestidas, ofreciendo sexo pago. Pensé que, luego de bañarme y cenar, buscaría alguna.
Detuve el auto al lado de una piba de lindas piernas y le pregunté cuanto pedía, que hacía, y en dónde. Me midió y con tono ausente respondió: “Pete, cincuenta; simple, cien; completo, doscientos. Eso en el auto, sino, en las piezas del parador, que cuestan 70 pesos”
-Voy a alojarme ahí; ¿cuánto pedís por quedarte hasta la mañana? –consulté.
-¿Cuántos años tenés? –retrucó.
-48; ¿por qué?; Vos, ¿qué edad tenés?
-Porque no me quedo con viejos, pero vos parecés bien…; quinientos. Tengo 18.
Reinicié la marcha. Me excitó la putita, pese a su poca onda. Cargué combustible y estacioné delante del albergue. Al bajar observé a una jovencita sentada en un banco. Bonita, delgada, vestía una calza blanca que marcaba preciosas caderas y culito y una remera rosa, sobre breves y firmes tetas sin corpiño. Le calculé menos edad. A pesar de la ropa provocativa, el aspecto de la piba no parecía de puta.
“Qué rica pendeja para coger toda la noche”, pensé. Me imaginé chupando su conchita estrecha, suave, rosadita… Y hundiendo mi cara, mi lengua, en ese culito tierno… Pero, el único modo de cumplir mis deseos era que ella alquilase su cuerpito.
Si bien poseo buen aspecto, soy un hombre casi cincuentón; fácil, la diferencia de edad entre ambos debía ser de 30 años… La realidad era que el único modo que tenía de coger con pendejas era pagando.
En la ciudad donde vivía, me visitaba los viernes Leticia, una morochita de 21 años, quien compensaba su ordinario rostro con un cuerpo sensual y lujuriosa disponibilidad. Me daba todo, incluso cola; permitía mi pasión lamedora de concha; comía con dedicación mi pija; se dejaba llenar de leche y hasta la saboreaba. Todo a cambio de mil pesos semanales.
Los restantes días debía buscar en la computadora lindas nenas y pajearme. Por eso, cuando la putita de la ruta me dijo 500 la noche, me pareció barato.
Sin embargo, esa piba no podía compararse con la preciosa sentada en el banco. Pero era demasiado bonita para ser puta de calle, y si cobraba por coger, debía pedir mucho dinero.
Seguramente el confundido era yo: la chica tal vez era hija de los dueños del parador o de la estación de servicio. Si, mejor ni mirarla. Lo único que me falta era que me denunciasen por pedófilo, lejos de mi casa. Me baño, ceno, y después busco a la trola de la ruta. Evitaba chicas menores de edad, e intuía que esa minita mintió su edad y era más chica.
Continué caminando hacia el albergue. Al pasar al lado de la adolescente bonita sentada en el banco, sin mirarla, advertí mano tocando suavemente mi brazo izquierdo. Y una cálida, tierna, delicada voz me detuvo.
-Señor…, perdone… ¿puedo hacerle una pregunta…?
-Decime… - contesté, simulando mi sorpresa.
-Usted…, ¿va a pasar la noche en este parador?
-Si; ¿por qué?
-Discúlpeme señor, lo que pasa es que tengo un problema, y usted parece un hombre serio, bien, y quiero pedirle un gran favor…
No supe cómo reaccionar. Me asaltó la desconfianza; pensé que la piba, con ese aspecto ingenuo, en realidad fuese anzuelo de delincuentes. Y al mismo tiempo intuí que estaba delante de una gran oportunidad… La recorrí con mi mirada, mientras imploré a mi cerebro lucidez.
-No entiendo… ¿Vos vivís por acá?
-No señor, no; por eso le pido ayuda; tengo miedo, estoy sola…
Sentí pena por la chica. Debía ayudarla. Decidí postergar el baño.
-Acompáñame; vamos a cenar y me contás…
Dos horas después, la pendeja entró conmigo al albergue, a una habitación con dos camas. La registré como Carolina, mi sobrina. En la recepción le entregaron su mochila, la cual había pedido que se la guarden hasta que llegase su tío.
Durante la cena, Carolina, de 19 años, tal como verifiqué en su documento, me contó, llorando, con cruda franqueza, su problema.
Haciendo dedo había llegado allí, media hora antes que yo, tras recorrer casi mil kilómetros desde su casa. Su madre la había expulsado del hogar, luego de que la descubriese acostada con su padrastro, un hombre de 45 años.
El padre de Carolina había muerto tres años atrás, a los 50 años, en un accidente de tránsito. “Mi papá era todo, yo era su reina, me decía; mi mamá estaba celosa, y como ella le hacía la vida imposible, papi prácticamente dormía conmigo. Siempre nos acostamos desnudos, abrazados. El me explicó que eran las cosquillas que yo sentía abajo, y me enseñó a calmarme. Pero nunca me cogió, como decía la bruja de su esposa. Papi solamente me acariciaba, y yo a él…”.
Carolina relató que tras la muerte de su padre, los días eran tristes, y las noches se le hicieron insoportables; pese a las pajas que se daba, extrañaba las caricias, los dedos, el palo de carne sobre su cuerpo.
Un año después del accidente fatal, llegó a su casa el novio de su madre. Ella lo detestó.
“Una madrugada, yo ya tenía 18 años, fui a la cocina a buscar gaseosa. Estaba desnuda, como me acostaba siempre. Al pasar por el living vi a mi padrastro delante de la computadora, con el pantalón y el calzoncillo abajo. Estaba mirando videos pornográficos de trolitas. No se por qué hice ruido a propósito. El se puso de pie para tratar de tapar con su cuerpo la pantalla, pero quedó de frente, en bolas, con su pene parado. Y yo me quedé paralizada, desnuda. Me fui corriendo a mi cuarto y me tapé con las mantas. Al ratito me dieron ganas de acariciarme; tiré al costado lo que me cubría y me puse boca abajo, para dedearme. En eso estaba, disfrutando, mojadita, con los ojos cerrados, cuando sentí una lengua caliente en mi cola. Me quise dar vuelta y el novio de mi madre me sujetó, y sin decir nada me mandó su pija en mi concha. Me encantó, como estaba bien mojada entró toda, y gocé… A partir de esa noche, día por medio, cogíamos. Y así fue hasta hace una semana, cuando mi mamá entró a mi habitación y me vio sentada sobre la estaca de su novio metida dentro de mi…”
Luego del relato de Carolina, le aseguré que la llevaría hasta la ciudad donde vivo, adonde llegaría al mediodía. Más allá de la caliente historia, y mis deseos de comprobar las habilidades sexuales de la nena, me controlé. Mientras ella se bañase, iría a buscar la putita de la ruta.
-Andá a bañarte, sin apuro; yo voy a tomar un café y leer un rato así vos estás cómoda y te acostás para dormir –le dije.
-No le creo; usted se va a buscar a una de esas chicas baratas…
-¡No, nada que ver!
-Alberto, ¡no se vaya por favor!; no me deje sola… ¿Qué le parece si primero se baña usted, se acuesta, y después me baño yo? Si quiere, bañado, apague las luces; yo no voy a hacer ruido…
Concedí su pedido. Me di una ducha y envuelto en un toallón salí del sanitario y me metí a mi cama. Carolina fue a bañarse. Al escuchar el agua correr y quedarme solo pensé en masturbarme, pero deseché el deseo y cerré los ojos, dispuesto a dormir.
Estaba entregándome al sueño cuando escuché a la adolescente hablarme.
-Señor, discúlpeme, es lo último que le pido…
-Decime Carolina… -respondí, abriendo mis párpados e incorporándome sobre el colchón.
Mi respiración se detuvo. A contraluz de la iluminación del baño, delante de los pies de mi cama, estaba el cuerpo desnudo, delgado, esbelto, de una belleza descomunal.
-¿Puedo acostarme con usted?; no piense mal, no vaya a pensar que soy trola, yo sé que está cansado, no quiero provocarlo; solamente me dormiría si usted me abraza…
-Carolina, yo estoy desnudo, y vos también… aunque podrías ser mi hija, soy hombre, y no sé… me parece que va a ser incómodo para vos y para mi…
-¡Por favor!; y yo tengo confianza en usted…; pero si no quiere…- dijo entristecida, para de inmediato reclamarme:
-¿No le gusto…? – y giró su cuerpo dos veces, mostrándome su colita.
-Carolina, ¡sos preciosa!; pero te soy sincero: si te acostás conmigo, no voy a conformarme con abrazarte…
-Yo también quiero coger… -expresó sin pudor.
La pija se levantó, entusiasmada. Retiré la manta y la mostré orgulloso.
-¡Entonces, vení bebé…!
La bonita lanzó una exclamación de asombro, sonrió con picardía y avanzó, lentamente, hasta el costado derecho de mi cama.
-Alberto, ¡es inmensa!, ¡y relinda!; ¡me encanta! ¿Me dejás tocártela? –preguntó, tuteándome.
-Carito hermosa, ¡es tuya!; hacé lo que quieras con mi pija…; pero primero, vení, sentate sobre mis piernas, quiero tocarte…
La pendeja subió a la cama, abrió sus largas piernas y se sentó sobre mis muslos, quedando ambos frente a frente. Apenas sentía su peso; calculé que no debía superar los 45 kilos.
Estaba maravillado: una jovencita preciosa, educada, arrebatadoramente sexy, estaba a centímetros de mis ojos y mis dedos. Quedé en silencio, admirándola. Para mí era perfecta: hermoso rostro, cuello alto, hombros frágiles, brazos delgados, pechos pequeños pero duros, cintura finísima, vientre plano, y una vagina sabrosa, depilada… Y además, ¡no estaba pagando!
Con timidez, temiendo que un movimiento de mi parte evaporase la maravilla, adelanté mis manos hacia el cuerpo de ensueño. Mi derecha acarició las tetas, mientras que la izquierda fue al vientre, cintura, espalda, cola…
Ella puso sus dos manitas en mi verga. ¡Qué suavidad placentera!; comencé a gemir… Me di cuenta que si no me separaba, acabaría en breve. Tomé sus manos y las besé.
-Recostate, boca abajo, te voy a hacer gozar…-ordené.
Carolina sonriente, se colocó de costado, apoyada en un codo.
-¿Qué querés hacer?
-Chuparte ahí abajo…; seguro ya sabés como es…
-No, nunca me chuparon… La que chupaba era yo…
-¿Vos te hacés la paja?
-Cuando no cogía, si…
-Bueno, lo que te voy a hacer va a ser más rico…
La experiencia me había enseñado a comenzar al revés de la costumbre masculina. En la cama, empezaba abajo, en los pies, y Carolina los tenía bonitos. Los besé, acaricié, dedicando tiempo a cada uno de los deditos. Estando boca abajo recorrí con mi lengua y labios por la pantorrilla, me detuve en la parte posterior de la rodilla, y continué lentamente avanzando. Llegué al culito, que masajeé, hasta alcanzar su conchita. Ya estaba húmeda, caliente, olorosa… Mi lengua recorrió los labios rosaditos, y suavemente fui separándolos, mientras mis dedos paseaban por los muslitos suaves, las nalgas, las tetitas, las axilas.
Sin apurarme, llegué al clítoris palpitante de Caro. Me concentré en ese pedacito, besándolo, mordiendo, aspirando, en tanto que brotaban los juguitos de la pendeja. Ella ya gritaba, y sus manos empujaban mi cabeza, y sus caderas se agitaban salvajes…
-¡Si amor, si papi, ahí, si, si, seguí, seguí…! ¡Agh mmm, la puta! –exclamó.
Jadeaba como yegua, sus orgasmos llegaban, por lo que metí mi dedo índice en la conchita mientras retuve su clítoris entre mis labios, moviéndolo en círculos con la lengua. Y su cuerpito se arqueó, me puteó, gritó insultos, y tuvo tres orgasmos seguidos…
Me deslicé al costado, agotado, con toda la cara mojada por sus jugos, feliz de haber comido a una pendeja hermosa. Cerré los ojos. Repasé mentalmente las delicias de la nena que tenía a mi lado.
De pronto, mi pija, semierecta, quedó dentro de una cavidad acogedora. Carolina, entre mis piernas, estaba tragando mi pene. Sus manitos acariciaron mis pelotas y el estremecedor espacio entre estas y mi culo. En segundos logré la máxima erección, y ella, con la lengua, dejó el glande expuesto.
-¡Esto quería!: pija, pija, me encanta la pija, amo tu pija…; la tenés hermosa…; dámela, dame leche…
Y continuó mamándomela; mamaba terriblemente, se tragaba los 18 cm de pija dura hasta ahogarse, lamía el tronco, los huevos, mientras sus manos me apretaban las nalgas.
-¿Te gusta que te coma la pija?
-¡Si…!
-¿Te gusta que sea una putita sucia con vos?
- ¡Mmm…!
-¡Entonces culeame!, ¡meteme la poronga!, ¡reventame, dámela hasta el fondo!
(Continuaré otro día. Ahora tengo la pija al palo)
16 comentarios - Ella 19; yo, 48
gracias por compartir
Tremenda historia Amigo... nos dejaste en la mejor parte... esperamos la próxima 😉
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