Yo sabía que me ibas a pedir basta...
Y te diste vuelta en la cama, buscando acomodarte en una cucharita para descansar un ratito, pero yo no te voy a dar tregua; estoy muy caliente hoy. Y volví a comenzar, besándote la nuca, ahí donde nace el pelo, y pensaste en un mimo relajado. Pero yo fui bajando por tu espalda; estás saladita. Y seguí bajando, besándote, lamiéndote, hasta que llegué al huesito dulce. Me acomodé, a pesar de que te quejaste juguetona, y te abrí los cachetes para hacerte un beso negro de antología. Te lamí el culito, te metí la lengua, te volví a lamer, a chupar, te metí un dedito; todavía tenés olorcito a jabón. Gemiste cuando te deslicé el dedo, y arañaste las sábanas; yo seguí lamiéndote, el espacio entre la concha y el culo; tu conchita, caliente y lubricada, tiene un aroma y un sabor deliciosos. Y mientras seguía metiéndote el dedo en el culo, empecé a meterte la lengua en la vulva. Te quejaste, gozosa, y te giraste parcialmente; me agarraste la cabeza para apretarla más contra tu conchita jugosa. Gemías, y con la mano libre te pellizcabas y te tironeabas los pezones, empezando a acabar otra vez. Se me paró como nunca, y aprovechando el baño de saliva, te la metí por la cola; te sobresaltaste, pero inmediatamente empezaste a gemir y gemir, ese quejidito que me indicaba que la estabas pasando bomba. Bomba, bomba, bomba por el culo, y un dedo clavado en la vagina caliente, rozándote el clítoris, que lo tenías parado y colorado casi como los cachetes de tu culo. Le dimos un buen rato; yo ya había acabado dos veces, en tu boca y entre tus piernas, y tardé casi cuarenta minutitos en llenarte la colita de lechita tibia. Habíamos cambiado cuatro veces de posición, sin sacarla; casi me quedo sin aire.
Sé que te gustó, te reíste al acabar por... ¿trigésima vez? ¿Milésima? Estabas hecha un volcán, y cuando te la saqué del culo, redoblaste la apuesta: te volviste, te agachaste, y empezaste a chupármela, para sacarme hasta la última gotita de semen. Tu lengua jugueteó en tu sonrisa. Tus labios brillaban. Estabas contentísima.
Ahora sí, a dormir, bombón. Cucharita, o como quieras; dame una tregua que no puedo más.
Por ahora...
(Pero no me vuelvas a pedir basta... porque no voy a parar).
Y te diste vuelta en la cama, buscando acomodarte en una cucharita para descansar un ratito, pero yo no te voy a dar tregua; estoy muy caliente hoy. Y volví a comenzar, besándote la nuca, ahí donde nace el pelo, y pensaste en un mimo relajado. Pero yo fui bajando por tu espalda; estás saladita. Y seguí bajando, besándote, lamiéndote, hasta que llegué al huesito dulce. Me acomodé, a pesar de que te quejaste juguetona, y te abrí los cachetes para hacerte un beso negro de antología. Te lamí el culito, te metí la lengua, te volví a lamer, a chupar, te metí un dedito; todavía tenés olorcito a jabón. Gemiste cuando te deslicé el dedo, y arañaste las sábanas; yo seguí lamiéndote, el espacio entre la concha y el culo; tu conchita, caliente y lubricada, tiene un aroma y un sabor deliciosos. Y mientras seguía metiéndote el dedo en el culo, empecé a meterte la lengua en la vulva. Te quejaste, gozosa, y te giraste parcialmente; me agarraste la cabeza para apretarla más contra tu conchita jugosa. Gemías, y con la mano libre te pellizcabas y te tironeabas los pezones, empezando a acabar otra vez. Se me paró como nunca, y aprovechando el baño de saliva, te la metí por la cola; te sobresaltaste, pero inmediatamente empezaste a gemir y gemir, ese quejidito que me indicaba que la estabas pasando bomba. Bomba, bomba, bomba por el culo, y un dedo clavado en la vagina caliente, rozándote el clítoris, que lo tenías parado y colorado casi como los cachetes de tu culo. Le dimos un buen rato; yo ya había acabado dos veces, en tu boca y entre tus piernas, y tardé casi cuarenta minutitos en llenarte la colita de lechita tibia. Habíamos cambiado cuatro veces de posición, sin sacarla; casi me quedo sin aire.
Sé que te gustó, te reíste al acabar por... ¿trigésima vez? ¿Milésima? Estabas hecha un volcán, y cuando te la saqué del culo, redoblaste la apuesta: te volviste, te agachaste, y empezaste a chupármela, para sacarme hasta la última gotita de semen. Tu lengua jugueteó en tu sonrisa. Tus labios brillaban. Estabas contentísima.
Ahora sí, a dormir, bombón. Cucharita, o como quieras; dame una tregua que no puedo más.
Por ahora...
(Pero no me vuelvas a pedir basta... porque no voy a parar).
1 comentarios - Basta para mí.