Rengo, te acordaste del tema comida? decía el mensaje de texto. Se había olvidado.
- Che Plumero, decime una cosa. -increpó el rengo. Tienen algo fresco allá? Acá hace un calor bárbaro abajo de estas chapas de mierda.
- Vino y cerveza, Rengo -contestó el hombre, mientras se acomodaba la camisa, aún transpirado. Te traigo.
- No, no puedo tomar, estoy con unas pichicatas.
- No se entonces. Ah, hay ensalada de fruta -dijo Plumero, casi con cara de asco.
- Ah, eso esta bien, traeme. Dale. Pará, vos sos el último?
- No, viene el Chimpa ahora.- Bueno, que me la traiga él.
- Acá adentro todo bien?
- Espectacular!! De primera, está un poco sucia ya. Pero bueno, quedé para lo último por culpa del boludo del Chimpa que perdió un envido facilísimo. Ahora viene él.
La carente geografía del conurbano se apoltronaba en la zona. Calles de tierra, terrenos baldíos, paredes tatuadas en alguna guerra electoral. Al fondo de un pastizal, cuatro paredes resistían sin dignidad el paso del tiempo. Adentro, el aire viciado de polvo era atravesado por espadas de luz que nacían en la cortina de plástico y morían en el piso, en la mesa y en la piel de Cecilia. El ritmo de cumbia se volvía zumbido, nítido y débil. A lo lejos un perro se quitaba las penas con un lánguido ladrido. Cerca otro se sacaba la mugre con una lánguida lengua. El calor era sofocante aunque estaba cayendo la tarde. Frente a Cecilia las ruinas de un baño, un inodoro indescriptible y en la pared los surcos por donde hubo una cañería. Detrás de ella una cocina y una mesada sin pileta acumulaban mugre y grasa casi prehistóricas, una canilla que salía de la pared no dejaba de gotear a pesar de estar atada con cordones. A un lado, la puerta de madera entreabierta de una habitación penumbrosa. En las paredes se juntaba humedad, cuadros de bicicleta, cubiertas de camión, sogas, herramientas, y monturas, todo tapizado de polvo y tierra. Un par de vivaces, y algo saltones ojos marrones luchaban contra un flequillo y buscaban la puerta de chapa. Cada vez que se abría, Cecilia, podía ver al Rengo, un personaje de baja estatura, macizo, tatuaje en el antebrazo, pelo prolijo y corto, lentes negros, celular en mano. Más allá, su propio Ford Ka, en el que la habían traido, entre el pasto. Cada tanto se escuchaba sonar el celular, la puerta se abría y Cecilia recibía visitas. El rengo hablaba poco, lo justo y necesario, los diálogos eran todos parecidos. Casi un monólogo. Llegó el Chimpa.
- Rengo...- se limitó a decir, a modo de saludo le extendió la mano. Plumero me dijo que te traiga esta ensalada.
- Está bien, dejala ahí. -dijo el rengo apuntando con un movimiento de cabeza un rudimentario estante de madera. Sabés como es el tema, no? - siguió. Tres cosas: uno, a la chica no la podes desatar, si no queres que te vea le ponés la venda. Dos, tenes 20 minutos. Tres: No hagas giladas que yo pispeo todo desde acá. Cuatro: la plata. Chimpa puso la jarra de plástico con ensalada de fruta donde le indicó el Rengo, pagó, la puerta de chapa se abrió y pasó. Al instante se asomó y reclamó.
- Eh Rengo, no la podés limpiar un poco? Puse buena guita!!
- Chimpa, la puta que te parió no me rompas las pelotas. Cuando te volviste tan delicado? -contestó el Rengo. Cogetela así como está, hubieras ganado el envido y te la cogías antes, más limpita. Que querés? Sos el último, si no te va te devuelvo la guita y chau no hay drama, eh! Adentro hay un poco de estopa o algún trapo, pasale eso si querés que me quiero ir a la mierda.
- Se le puede hacer la cola? preguntó con ingenuidad.
- Chimpa, no seas pelotudo, entrá y fijate como la tiene. - contestó el Rengo sentado en el esqueleto de un cajón de gaseosa y sin levantar la vista de un palito que tallaba parsimoniosamente con una navaja.
Por lo general le quitaban la venda de los ojos. Amarrada con cinchas de caballo, sogas y un cinturón a una crujiente mesa de madera de patas serruchadas (una especie de mesa ratona pero mas alta), esperaba Cecilia. Las manos atadas a la altura de las muñecas, con los codos apoyados en la tablas. Las piernas separadas, sujetas a las patas. Bombachita, corpiño y un trapo de venda. Habían pasado de a uno, no recordaba si habían sido cinco o seis. No los miraba a la cara. Solo veía un desfile de asquerosas panzas sudorosas. Entre risotadas y puteadas, manos toscas y dedos con uñas engrasadas recorrieron su perlado cuerpo. Fué sometida al paroxismo de la humillación. La posición en la que estaba atada permitía que le tiraran de su pelo al penetrarla. Le dilataron la cola a fuerza de dedos y saliva. Se le quejaban irónicamente de que tenía puesta la bombachita y tenìan que corrérsela hasta que uno se la arrancó. Fué babeada sin piedad ni escrúpulos. Después del cogerla se quitaban el preservativo y vaciaban en su espalda su tibio liquido, en su cabeza, en su cara. Los dejaban en su espalda, como patética broma al que venía después. Su boca fue destino de fin de faena sexual. Cuando habían pasado tres entró el Rengo y con un trapo le quitó dos preservativos del cuerpo, y le puso una lata con agua al alcance de su cara. Cecilia metía su cara, para limpiarse restos de semen, saliva propia y ajena, y los mocos. Mientras, en la oscuridad, una mano masturbaba una pija que se ponía dura en el mas absoluto silencio.
Unas horas antes Cecilia había terminado de trabajar su medio turno en el estudio. Agarró su diminuta cartera Prüne, fue al baño a ponerse linda. Más aún, porque es una preciosidad, de estatura mediana, finas y firmes piernas, una cola que era el destino obligado de todos los ojos (y deseos) de cuanto hombre habitara su cercanía. Lolas acordes a su armónico cuerpo. Su rostro delicado, de facciones definidas, regalaba unos labios audaces y perfectos. Ella sabía lo que generaba, y llevaba portación de actitud. Ordenó un poco su castaño y lacio pelo, emprolijó su flequillo. Tenía puesto el conjunto de encaje Caro Cuore que le habían pedido, corpiño con aro. Controló que su camisa esté a su gusto, se sacó algunas pelusitas de su pollera tubo, miró sus tacos Ricky Sarkany, no eran sus preferidos pero pero eran un regalo de él. Estaban ok. Pasó por su escritorio, se calzó los lentes de sol a modo de vincha y salió. Caminó hasta su auto estacionado en una calle cortada, al abrir la puerta, cuando estaba por subir apareció el Rengo.
Al rato salió el Chimpa, cruzó unas palabras de rigor con el Rengo. Este entró y dejó la jarra con ensalada de fruta en el mármol de la mugrienta mesada. Se fué sin decir palabra. Por unos instantes quedó sola, agitada. Sin saber que seguía. La puerta de madera que estaba entreabierta crujió, una figura alta, de pelo castaño claro y actitud serena se aproximó.
- Hola bombona, como estas? y como estas! Deslizó a medida que la rodeaba examinándola. El cuadro que se servía a sus ojos era dantesco. El rostro que supo estar perfectamente maquillado horas antes era una triste turba de colores sin sentido. La boca morada de ser de ser penetrada. La cara apoyada de lado en sus propias manos, boqueaba una respiración densa, entre su propio cabello. Siguió observándola. Daba vueltas a su alrededor. Vió su cuerpo barnizado en semen, sudor y saliva. Gotas que caminaban pesadamente por la dermis bronceada de su su cintura hacia abajo, hacia su pecho. Algunas querían caer pero no se desprendían y colgaban formando gruesos hilos. Siguió escrutándola, casi pacientemente, se detuvo en cada rincón del cuerpo vejado. Su cola estaba roja de los chirlos, y su ano claramente abierto. Los labios vaginales separados ofrecián su más rosada piel descarnada. Tenía puestos los tacos que él le había regalado.
- Si no lo sabías, hoy te recibiste de puta. -le dijo. De puta profesional quiero decir, putona fuiste siempre, la pasión por la pija la tuviste siempre. La gente pagó para cojerte, eso es muy bueno.
Cecilia no contestaba, recuperaba su entrecortada respiración lentamente. Mientras le hablaba, agarró la jarra con ensalada de fruta y con mucha decicación comenzó a volcarla en su cuerpo, en la cola, en la cabeza, en su espalda, en su pelo.
- Ceci, me calentaste mal, sabes que me tuve que pajear? Sí, mientras te cogía el tercero acabé. Y después me seguí pajeando. Perdoname si no me lavé las manos, olés? - le dijo mientras le acercaba los dedos de la mano derecha a su nariz. Tomá comé un poquito mas - le susurró y apoyó su glande en la boca. Vamos putita, abrí esa bocaza.
Ella accedió, la pija se puso cada vez mas firme. La sujetó del pelo y le cojió la boca. - Muy bien perra. Bien putaza!!!
Sacó su pija de la boca, agarró la bombacha rota que estaba en el piso y se la fregó por la cara.
- Puta de mierda te rompieron la bombacha a pijazos. Mirá. Olé. Ahora me vas a dar el mejor polvo de mi vida! - le dijo mientras desataba sus manos.
Se puso detrás de ella, le escupió el ano y la montó.
Su pija entraba con una facilidad que le resultaba extraña.
- Como tenes esta cola putaza!!! Te la abrieron toda!! - le dijo.
Cecilia se incorporó y apoyó las palmas de sus manos en la mesa. Arqueaba su espalda, llena de fruta, leche de hombre y sudor. La mesa crujía. El pasó alternadamente de su ano a su vagina con la pija y con la lengua. Embistió ese cuerpo varias veces hasta que escuchó un quejido de Cecilia. Que movia la cabeza en círculos, y la cola hacia atrás. Parecía estar poseída. Ahora emitió una sonrisa y él sabía que era el preámbulo del orgasmo. Se aferró a su cadera, le separó las nalgas y la siguió penetrando firme. Sus testículos golpeaban el sexo de ella y ella ya estaba en antesala de su pequeña muerte, ida, sonriente, sus manos se aferraban al borde de la mesa.
- Acabame adentro. - Fue lo único que dijo en mucho tiempo.
El estaba en el bode de la eyaculación. Sacó el pene lleno de semen y se lo frotó por la cola. Iba a estallar. Penetró su cola y en el segundo bombeo liberó su liquida carga, espesa y blanca dentro de su ser. Mientras el cuerpo de Cecilia se tensaba, el semen salía de su ano y chorreaba por sus piernas.
- Porque esta corrido el asiento? - Preguntó él al subir al auto.
- Y...manejó el Rengo, no se si por caballero o por machista - dijo ella. No le gusta que maneje una chica.
- Ya volvió tu marido?
- No.
- Podemos ir a cenar mañana?
- Es nuestra última oportunidad, vuelve pasado.
- Dale, lo hacemos. No tendrás que hacer tareas de ama de casa, no? ironizó.
- Que tarado que sos - contestó Cecilia mientras el Ford Ka se perdía en algún lugar de la noche.
- Che Plumero, decime una cosa. -increpó el rengo. Tienen algo fresco allá? Acá hace un calor bárbaro abajo de estas chapas de mierda.
- Vino y cerveza, Rengo -contestó el hombre, mientras se acomodaba la camisa, aún transpirado. Te traigo.
- No, no puedo tomar, estoy con unas pichicatas.
- No se entonces. Ah, hay ensalada de fruta -dijo Plumero, casi con cara de asco.
- Ah, eso esta bien, traeme. Dale. Pará, vos sos el último?
- No, viene el Chimpa ahora.- Bueno, que me la traiga él.
- Acá adentro todo bien?
- Espectacular!! De primera, está un poco sucia ya. Pero bueno, quedé para lo último por culpa del boludo del Chimpa que perdió un envido facilísimo. Ahora viene él.
La carente geografía del conurbano se apoltronaba en la zona. Calles de tierra, terrenos baldíos, paredes tatuadas en alguna guerra electoral. Al fondo de un pastizal, cuatro paredes resistían sin dignidad el paso del tiempo. Adentro, el aire viciado de polvo era atravesado por espadas de luz que nacían en la cortina de plástico y morían en el piso, en la mesa y en la piel de Cecilia. El ritmo de cumbia se volvía zumbido, nítido y débil. A lo lejos un perro se quitaba las penas con un lánguido ladrido. Cerca otro se sacaba la mugre con una lánguida lengua. El calor era sofocante aunque estaba cayendo la tarde. Frente a Cecilia las ruinas de un baño, un inodoro indescriptible y en la pared los surcos por donde hubo una cañería. Detrás de ella una cocina y una mesada sin pileta acumulaban mugre y grasa casi prehistóricas, una canilla que salía de la pared no dejaba de gotear a pesar de estar atada con cordones. A un lado, la puerta de madera entreabierta de una habitación penumbrosa. En las paredes se juntaba humedad, cuadros de bicicleta, cubiertas de camión, sogas, herramientas, y monturas, todo tapizado de polvo y tierra. Un par de vivaces, y algo saltones ojos marrones luchaban contra un flequillo y buscaban la puerta de chapa. Cada vez que se abría, Cecilia, podía ver al Rengo, un personaje de baja estatura, macizo, tatuaje en el antebrazo, pelo prolijo y corto, lentes negros, celular en mano. Más allá, su propio Ford Ka, en el que la habían traido, entre el pasto. Cada tanto se escuchaba sonar el celular, la puerta se abría y Cecilia recibía visitas. El rengo hablaba poco, lo justo y necesario, los diálogos eran todos parecidos. Casi un monólogo. Llegó el Chimpa.
- Rengo...- se limitó a decir, a modo de saludo le extendió la mano. Plumero me dijo que te traiga esta ensalada.
- Está bien, dejala ahí. -dijo el rengo apuntando con un movimiento de cabeza un rudimentario estante de madera. Sabés como es el tema, no? - siguió. Tres cosas: uno, a la chica no la podes desatar, si no queres que te vea le ponés la venda. Dos, tenes 20 minutos. Tres: No hagas giladas que yo pispeo todo desde acá. Cuatro: la plata. Chimpa puso la jarra de plástico con ensalada de fruta donde le indicó el Rengo, pagó, la puerta de chapa se abrió y pasó. Al instante se asomó y reclamó.
- Eh Rengo, no la podés limpiar un poco? Puse buena guita!!
- Chimpa, la puta que te parió no me rompas las pelotas. Cuando te volviste tan delicado? -contestó el Rengo. Cogetela así como está, hubieras ganado el envido y te la cogías antes, más limpita. Que querés? Sos el último, si no te va te devuelvo la guita y chau no hay drama, eh! Adentro hay un poco de estopa o algún trapo, pasale eso si querés que me quiero ir a la mierda.
- Se le puede hacer la cola? preguntó con ingenuidad.
- Chimpa, no seas pelotudo, entrá y fijate como la tiene. - contestó el Rengo sentado en el esqueleto de un cajón de gaseosa y sin levantar la vista de un palito que tallaba parsimoniosamente con una navaja.
Por lo general le quitaban la venda de los ojos. Amarrada con cinchas de caballo, sogas y un cinturón a una crujiente mesa de madera de patas serruchadas (una especie de mesa ratona pero mas alta), esperaba Cecilia. Las manos atadas a la altura de las muñecas, con los codos apoyados en la tablas. Las piernas separadas, sujetas a las patas. Bombachita, corpiño y un trapo de venda. Habían pasado de a uno, no recordaba si habían sido cinco o seis. No los miraba a la cara. Solo veía un desfile de asquerosas panzas sudorosas. Entre risotadas y puteadas, manos toscas y dedos con uñas engrasadas recorrieron su perlado cuerpo. Fué sometida al paroxismo de la humillación. La posición en la que estaba atada permitía que le tiraran de su pelo al penetrarla. Le dilataron la cola a fuerza de dedos y saliva. Se le quejaban irónicamente de que tenía puesta la bombachita y tenìan que corrérsela hasta que uno se la arrancó. Fué babeada sin piedad ni escrúpulos. Después del cogerla se quitaban el preservativo y vaciaban en su espalda su tibio liquido, en su cabeza, en su cara. Los dejaban en su espalda, como patética broma al que venía después. Su boca fue destino de fin de faena sexual. Cuando habían pasado tres entró el Rengo y con un trapo le quitó dos preservativos del cuerpo, y le puso una lata con agua al alcance de su cara. Cecilia metía su cara, para limpiarse restos de semen, saliva propia y ajena, y los mocos. Mientras, en la oscuridad, una mano masturbaba una pija que se ponía dura en el mas absoluto silencio.
Unas horas antes Cecilia había terminado de trabajar su medio turno en el estudio. Agarró su diminuta cartera Prüne, fue al baño a ponerse linda. Más aún, porque es una preciosidad, de estatura mediana, finas y firmes piernas, una cola que era el destino obligado de todos los ojos (y deseos) de cuanto hombre habitara su cercanía. Lolas acordes a su armónico cuerpo. Su rostro delicado, de facciones definidas, regalaba unos labios audaces y perfectos. Ella sabía lo que generaba, y llevaba portación de actitud. Ordenó un poco su castaño y lacio pelo, emprolijó su flequillo. Tenía puesto el conjunto de encaje Caro Cuore que le habían pedido, corpiño con aro. Controló que su camisa esté a su gusto, se sacó algunas pelusitas de su pollera tubo, miró sus tacos Ricky Sarkany, no eran sus preferidos pero pero eran un regalo de él. Estaban ok. Pasó por su escritorio, se calzó los lentes de sol a modo de vincha y salió. Caminó hasta su auto estacionado en una calle cortada, al abrir la puerta, cuando estaba por subir apareció el Rengo.
Al rato salió el Chimpa, cruzó unas palabras de rigor con el Rengo. Este entró y dejó la jarra con ensalada de fruta en el mármol de la mugrienta mesada. Se fué sin decir palabra. Por unos instantes quedó sola, agitada. Sin saber que seguía. La puerta de madera que estaba entreabierta crujió, una figura alta, de pelo castaño claro y actitud serena se aproximó.
- Hola bombona, como estas? y como estas! Deslizó a medida que la rodeaba examinándola. El cuadro que se servía a sus ojos era dantesco. El rostro que supo estar perfectamente maquillado horas antes era una triste turba de colores sin sentido. La boca morada de ser de ser penetrada. La cara apoyada de lado en sus propias manos, boqueaba una respiración densa, entre su propio cabello. Siguió observándola. Daba vueltas a su alrededor. Vió su cuerpo barnizado en semen, sudor y saliva. Gotas que caminaban pesadamente por la dermis bronceada de su su cintura hacia abajo, hacia su pecho. Algunas querían caer pero no se desprendían y colgaban formando gruesos hilos. Siguió escrutándola, casi pacientemente, se detuvo en cada rincón del cuerpo vejado. Su cola estaba roja de los chirlos, y su ano claramente abierto. Los labios vaginales separados ofrecián su más rosada piel descarnada. Tenía puestos los tacos que él le había regalado.
- Si no lo sabías, hoy te recibiste de puta. -le dijo. De puta profesional quiero decir, putona fuiste siempre, la pasión por la pija la tuviste siempre. La gente pagó para cojerte, eso es muy bueno.
Cecilia no contestaba, recuperaba su entrecortada respiración lentamente. Mientras le hablaba, agarró la jarra con ensalada de fruta y con mucha decicación comenzó a volcarla en su cuerpo, en la cola, en la cabeza, en su espalda, en su pelo.
- Ceci, me calentaste mal, sabes que me tuve que pajear? Sí, mientras te cogía el tercero acabé. Y después me seguí pajeando. Perdoname si no me lavé las manos, olés? - le dijo mientras le acercaba los dedos de la mano derecha a su nariz. Tomá comé un poquito mas - le susurró y apoyó su glande en la boca. Vamos putita, abrí esa bocaza.
Ella accedió, la pija se puso cada vez mas firme. La sujetó del pelo y le cojió la boca. - Muy bien perra. Bien putaza!!!
Sacó su pija de la boca, agarró la bombacha rota que estaba en el piso y se la fregó por la cara.
- Puta de mierda te rompieron la bombacha a pijazos. Mirá. Olé. Ahora me vas a dar el mejor polvo de mi vida! - le dijo mientras desataba sus manos.
Se puso detrás de ella, le escupió el ano y la montó.
Su pija entraba con una facilidad que le resultaba extraña.
- Como tenes esta cola putaza!!! Te la abrieron toda!! - le dijo.
Cecilia se incorporó y apoyó las palmas de sus manos en la mesa. Arqueaba su espalda, llena de fruta, leche de hombre y sudor. La mesa crujía. El pasó alternadamente de su ano a su vagina con la pija y con la lengua. Embistió ese cuerpo varias veces hasta que escuchó un quejido de Cecilia. Que movia la cabeza en círculos, y la cola hacia atrás. Parecía estar poseída. Ahora emitió una sonrisa y él sabía que era el preámbulo del orgasmo. Se aferró a su cadera, le separó las nalgas y la siguió penetrando firme. Sus testículos golpeaban el sexo de ella y ella ya estaba en antesala de su pequeña muerte, ida, sonriente, sus manos se aferraban al borde de la mesa.
- Acabame adentro. - Fue lo único que dijo en mucho tiempo.
El estaba en el bode de la eyaculación. Sacó el pene lleno de semen y se lo frotó por la cola. Iba a estallar. Penetró su cola y en el segundo bombeo liberó su liquida carga, espesa y blanca dentro de su ser. Mientras el cuerpo de Cecilia se tensaba, el semen salía de su ano y chorreaba por sus piernas.
- Porque esta corrido el asiento? - Preguntó él al subir al auto.
- Y...manejó el Rengo, no se si por caballero o por machista - dijo ella. No le gusta que maneje una chica.
- Ya volvió tu marido?
- No.
- Podemos ir a cenar mañana?
- Es nuestra última oportunidad, vuelve pasado.
- Dale, lo hacemos. No tendrás que hacer tareas de ama de casa, no? ironizó.
- Que tarado que sos - contestó Cecilia mientras el Ford Ka se perdía en algún lugar de la noche.
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