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30 agosto 2013

Hace cinco años se suicidó nuestro escritor favorito (o una aproximación a nuestra historia a través de David Foster Wallace).


Hace cinco septiembres se suicidó nuestro escritor favorito, aunque aún yo no sabía que aquel hombre robusto, difícil y colgado sería nuestro escritor favorito, de hecho, ni siquiera lo es, pero desde septiembre de 2008 hasta la fecha su nombre estuvo (y perdón por lo cursi de la frase) tan presente en nuestras vidas como la misma palabra amor.

Nuestra primera cita (documentada, más o menos, entre las páginas 115 y 122 de Fresy cool) tuvo lugar justo veinte días después de que David Foster Wallace decidiera ahorcarse. Así, cuando al fin nos encontramos (y después de haber cruzado unos cuantos emails y llamadas formales de Alcalá de Henares a Puerta de Toledo) una de las primeras cosas que me dijiste fue: ¡Qué pena lo de Wallace!, y yo: ¿qué pena lo de quién? Por aquel entonces mi altar literario estaba conformado por una lista de poetas que probablemente tú detestabas: José Ángel Valente, Charles Bukowski, Catulo, etc. Cuando mencionaste el nombre de David Foster Wallace yo jamás lo había escuchado, y cuando continuaste hablando de su fantástica prosa, de sus magníficas y ideas y de su gran importancia, yo no hice otra cosa que aburrirme (y avergonzarme), pues apenas me interesaba todo aquello que me contabas durante nuestro primer y extraño encuentro en el centro de Madriz.

Era octubre de 2008, yo aún tenía 17 años y muchos pájaros en la cabeza, y sin embargo la curiosidad me picó. La curiosidad por ti, y la curiosidad por David Foster Wallace. Comenzamos entonces a quedar cada semana. Comenzamos a enamorarnos (un poquito) el uno del el otro. Comenzamos a leer lo que el otro leía. Y comenzó a apasionarme lo que a ti te apasionaba... pero tuvimos que esperar a febrero o marzo de 2009 hasta que yo me atreviera a leer a aquel autor. DFW me daba mucho miedo porque sabía que comprender su prosa me resultaría complicado. Tú hablabas y hablabas y hablabas de él (e incluso tu narrativa, con la que más o menos por aquel entonces empezaste a jugar, se parecía muchísimo a todo lo que de DFW me contabas) y yo no quería ser menos. Me atreví primero con La niña del pelo raro y Extinción (me fliparon porque eran distintos a todo lo que había leído hasta la fecha). Con el tiempo lo demás. Lo que ya sabes. Lo que he ido contando en este blog a través de unos 64 post que ahora selecciono, te recuerdo y celebro:

  1. La primera vez que hablé de él y dije que me abrumaba. Leer a DFW era como tener una hiperglucemia, de ahí la referencia a sus Delitos! (Aquí)
  2. Cuando estaba triste, me hacía fotos en el baño y recuperaba sus citas más tremendas. (Aquí)
  3. Me obsesioné con el “rostro expresivo”, marca que luego aparecería tantas veces en el blog, en mis poemas e incluso en Exhumación (Aquí)
  4. El verano en Retamar, durante el cual casi termino La broma infinita de una sentada. Era horrible llevarse ese libro a la playa. (Aquí)
  5. Te compré Oblivion en Munich. (Aquí)
  6. Cuando te agradecí todas las nuevas lecturas que me habías enseñado (Aquí)
  7. “Toda mi vida he sido un fraude”, esa frase de DFW que te tatuaste en aquella tarde maravillosa de tinta y sangre (Aquí)
  8. Una montaña entera con sus libros, si los juntásemos a los que ahora guardamos, sería el doble de alta. ¡Tenemos hasta tres ejemplares de La broma infinita! (Aquí)
  9. Empecé a trabajar en Random House Mondadori también durante un septiembre (hace ya dos años de eso) y me traje este librazo de la oficina. Tú ya lo habías leído en inglés. (Aquí)
  10. También te hice una entrevista, y charlamos sobre él (Aquí)
  11. Hice un chiste con “La escoba” de su sistema (Aquí)
  12. Su nombre apareció en La tumba del marinero. Y le otorgué un cáncer. (Aquí)
Por todas estas cosas me da mucha rabia cuando dices que ya no te gusta David Foster Wallace, o que ya estás cansado de él. Porque sin sus libros no seríamos lo que somos. Porque sin él la historia sería distinta... no sé. Es posible que exagere. De hecho ayer me reí mucho cuando por la noche, en la cama, yo leía la biografía de DFW que Debate acaba de editar (Todas las historias de amor son historias de fantasmas, de DT Max) y tú apareciste en la habitación con tres poemarios de Lorca, Rilke y Catulo. Hace cinco años habrías sido tú el pesado de la biografía y yo la pesada de los poetas clásicos. Hace cinco años, cuando a él le quedaban pocos días para acabar con su vida, y a nosotros un mes para conocernos. Casualidades así me hacen muy feliz y hasta me dan miedo. Pero qué te voy a contar si todas las historias de amor son...

En fin.

Qué cosas. 

21 enero 2013

Aproximaciones a la belleza del marido (III): la muerte de Pleonasmo Chief.


Es curioso, y es una pena, pero Pleonasmo Chief está muerto. Muy muerto y muy enterrado en el imaginario de lo que ahora mismo conforma la narrativa de Antonio J. Rodríguez (en adelante Ibrahím, o Ibrah... sí, mejor Ibrah).

Os lo explicaré.

Aunque Fresy cool apareciera en nuestras librerías hace apenas un año, la novela llevaba acabada muchísimo más; tiempo justo para que nuestro pequeño héroe de ficción, Pleonasmo Chief, se desvaneciera, poco a poco, o más bien: se convirtiera en aquello que sabía que podía llegar a ser, pero que durante aquellas inocentes aventuras de Madrizentro, aún parecía imposible: “No me acuesto con mis alumnas. Todavía. Amo a mi mujer.” p. 189.

Pues bien.

El protagonista del nuevo libro de Ibrah se llama Aldo Attias y es un capullo. Es un capullo que cae bien, como caen bien todos los capullos conscientes de serlo. Hablo de casos como el de Joan Marc (en Hilos de sangre, de Gonzalo Torné), como el de Nick Dunne (en Gone Girl, de Gillian Flynn), como el de David Kepesh (en Animal moribundo, de Philip Roth) o, incluso, como el que podría ser el precedente del propio Aldo, aquel que protagoniza el cuento Putos modernos, con el que Ibrah colaboró en la antología Madrid, con perdón, publicada en Caballo de Troya a finales del año pasado.

Es el tiempo de los capullos. Pleonasmo Chief ha muerto. Decía,

que el protagonista del nuevo libro de Ibrah se llama Aldo Attias y es un suertudo. Listo. Rico. Guapo. Con su corazoncito y todo. Uno de esos hombres de los que cada una de nosotras podría enamorarse -y se enamora-, pero que está tan obsesionado consigo mismo que no es capaz de atender a cuanto le rodea. Y lo que le rodea es mierda: problemas familiares, problemas sentimentales, e incluso la posibilidad de perder todo lo que tenía. En definitiva, un Christian Bale (que no Christian Grey) que vuelve a disfrazarse de fáker y agarra bien fuerte su arma, no ya para descuartizar a una mujer, sino para destruir aquella moral que por Fresy cool y por las venas de Pleonasmo Chief flotaba.

Nada nuevo. El ser humano nace. Crece. Se vuelve oscuro.

Y El principio de incompetencia (libro que os podéis descargar aquí, por sólo 1,49 €, y que llegará a vuestros dispositivos de lectura a partir del jueves) es un libro oscuro. La vida ya no es un juego de niños. El amor duele. Las apariencias importan. Más. El dinero importa. Más. La política importa. Más. Los valores. ¿Qué valores? Importan. Las mentiras prevalecen.

Las mentiras.

Asumo la muerte de Pleonasmo Chief cuando leo las mentiras de los hombres retratados en El principio de incompetencia o en Putos modernos. Leo todo eso y no puedo dejar de pensar en un libro fabuloso que como sabéis me tiene fascinada. Se trata de La belleza del marido, de Anne Carson. Con Ibrah y Carson la sensación de condescendencia crece. La sensación de “hay que tragar saliva aunque me raspe”. Los dos me traen una historia con gran lirismo. Con grandes sentimientos.

No sé si me he explicado. Repito. El tiempo de las Grandes Historias le ha llegado.  

17 diciembre 2012

Fin del mundo y libros: 12 de 2012.

Se acerca el fin del mundo, que diga, el fin del año, y como siempre Internet se llena de listas de libros, películas, personajes o momentos que marcaron los últimos meses. A mí me encantan las listas, ya lo sabéis. Y aunque aún estamos a día 17, me veo obligada a redactarla muy pronto: durante las próximas semanas me esperan cientos de obligaciones familiares, laborales y académicas. (En efecto, el fin del mundo).

En junio ya hice alguna aproximación a aquellas lecturas que más me habían gustado. Pero al fin os dejo la lista definitiva de mis 12 de 2012. Una lista que, por otro lado, casi todos os podríais imaginar:

1. Aprender a rezar en la era de la técnica, de Gonçalo M. Tavares (Literatura Mondadori) 
/también aquí/
2. La jungla, de Upton Sinclair (Capitán Swing)
/también aquí/
3. Nada. Retrato de un insomne, de Blake Butler (Alpha Decay) 
/también aquí, aquí y aquí/
4. Noches azules, de Joan Didion (Literatura Mondadori)
/también aquí/
5. Ismene, de Yanis Ritsos (Acantilado) 
/también aquí/
6. Memphis Underground, de Stewart Home (Alpha Decay) 
/también aquí y aquí/
7. Fresy cool, de Antonio J. Rodríguez (Literatura Mondadori)
/también aquí, y aquí, y aquí y aquí y aquí y aquí, hehehe/
8. El jardín colgantede Javier Calvo (Seix Barral)
/también aquí/
9. Lo solo del animalde Olvido García Valdés (Tusquets)
10. Lolita secreta, Anónimo (Melusina)
11. El encantador. Nabokov y la felicidad, de Lila Azam (Duomo)
12. El sueño de Visnu, de David Meza (El Gaviero Ediciones)

Por último quisiera añadir que aunque 2012 ha traído estos libracos a nuestras mesas de novedades, este año también ha sido muy especial para mí por el descubrimiento y lectura incesantes de cuatro poetas ahora fundamentales en mi biblioteca, en mi vida y en mi imaginario. Hablo, por supuesto de Ted Hughes, de Birgitta Trotzig, de Anne Carson y de Ingeborg Bachmann. Ellos me han ayudado a re-descubrir el género. A reinterpretarlo. A escribirlo...

Y bueno.
El fin del mundo ya puede llegar. 
Aquí lo espero entre libros.
Muchas gracias.

20 noviembre 2012

Glaciares calientes (o bien: un post sobre la temperatura en la voluntad lectora).


Ayer, mientras ultimábamos la botella de Blanc Pescador que religiosamente consumimos en esta casa, día sí, día también, día no, o viceversa, Ibrah y yo tuvimos una conversación que no ha dejado de aparecer en mi mente durante la lectura de Glaciares, la primera novela de la autora Alexis M. Smith que Alpha Decay viene de publicar.

Fue Ibrah el que hacia la mitad de la cena comenzó esta charla a propósito de ese momento en el que “la madurez del lector” choca con “la madurez del narrador”, poniendo como ejemplo dos casos bien cercanos —nosotros mismos—, y refiriéndose especialmente a cómo asumimos nuestras obras primerizas en relación a los sentimientos que estas contienen, pues todos ellos están enfrentados, y cómo, a lo que después nos ha interesado hacer, crear, investigar, sentir, leer. No ha pasado tanto tiempo desde que termináramos de escribir nuestros primeros libros —apenas tres años—, pero hemos notado lo difícil que nos resulta a veces hablar de un Fresy cool o de un Poetry is not dead si no es desde la ternura que estos textos nos provocan hoy. Sin embargo esta ternura no tiene tanto que ver con el estilo, ni con la repercusión, ni con las críticas que recibieron... como con las problemáticas que allí se expresaban y con el hecho de que, pasado un tiempo, pueden parecernos sin duda “una cosa de niños”.

Nada nuevo bajo el sol, diréis, y es verdad, aunque es interesante reflexionar sobre ello en nuestra calidad de lectores y no desde el punto de vista creativo. ¿Por qué, por ejemplo, me interesa más —y aunque ambos me gusten— aquel cuento de Gonzalo Torné sobre las parejas —el matrimonio, la fidelidad, el tiempo, los celos—, que la forma en que Carlota Moseguí retrata las relaciones –desquiciadas, jóvenes, alocadas— en su nuevo cuento? Y no hablo de la calidad, ni de que el primero sea un novelista experimentado y la segunda una principiante. Lo que aquí me hace sintonizar más con un relato que con otro es mi propia experiencia ante los problemas morales que cada uno investiga. Un asunto de madurez que nada tiene que ver, a veces, con la edad del escritor, ni con la del lector. Es algo que va más allá, e Ibrah lo demostró con otro ejemplo que da la vuelta al anterior. Pensemos, dijo, en Anne Carson y en Maite Dono y en sus poemas sobre los celos, el desamor o la respectiva ¿belleza? de sus respectivos maridos. Carson elige la contemplación, la frialdad, el cuchillo silencioso pero afilado. Dono elige la explosión, la granada de mano, la sangre que salpica al lector. Dos posturas ante un mismo tema que puede parecer ridículo, ¡los celos!, dos posturas que pueden satisfacer más o menos al lector y ante las que Ibrah se aventura a juzgar: bien a la primera, mal a la segunda. Como dije antes: es sólo cuestión de voluntades. El autor literario es aquí un termómetro y al lector le corresponde elegir su temperatura predilecta.

Llegados a este punto, vuelvo al origen del post, y a Glaciares. Lo cierto es que no sé si me ha gustado. No sé. No sé. Yo creo que sí. Al menos lo suficiente como para haber querido reflexionar sobre algunas de las cosas que la autora me ha aportado. Bien, Alexis M. Smith no es tan joven. Ya no lo es. Sin embargo su libro podría considerarse juvenil. Muy ingenuo. Una historia sobre el descubrimiento del placer por la lectura, el amor que uno siente hacia las cosas bonitas, los recuerdos de la infancia y todas esas cosas que en ocasiones resultan demasiado cursis, y no porque así lo sean, sino por el modo —esa emoción desmedida— con el que la autora nos habla de Isabel, su extraña protagonista.

El principal problema de Glaciares, en relación con todo lo anteriormente dicho, tampoco se encuentra en su temática, ni en su trama, ni en sus personajes... ¿cuántas veces hemos leído sobre lectores, cuántas veces los escritores han escrito sobre escribir? (¿Y cuántas sobre amor, y sobre muerte, y todos esos grandes temas... acaso importa?) ...sino en la temperatura sofocante que Alexis M. Smith ha elegido para su termómetro. Un calor, sin embargo —y aquí es donde quería llegar por fin— entrañable. Amable. Gracioso. Un calor que evoca aquella ternura sobre la que Ibrah y yo conversábamos ayer por la noche. Un calor que convierte este pequeño relato en una obra bonita, de esas que a veces queremos que pasen por nuestras manos porque nos recuerdan aquella idea de la Literatura que teníamos cuando comenzamos a coleccionar libros... y qué curioso, pues de eso va Glaciares. De eso van las primeras obras. A eso huelen y así calientan. Por eso son tan importantes. Por eso, tan complicadas de juzgar.

12 octubre 2012

Lo que yo celebro este 12 de octubre.

1. Que nos vamos al campo a celebrar el cumpleaños de Ibrah Fresy Patinete Abd¿? J. Rodríguez Mi Amor. Porque cumple 25 años el sábado. Ay. Ay. 

2. Que hace 11 años que soy diabética -lo celebraré, pues, de manera insana en el cumple de Ibrah-.

3. Que en 2007 también reivindiqué mis 12 de octubre en una Carta al director de El País después de que Mariano Rajoy saliera diciendo sus cositas pedantes en un vídeo pedante sobre una hispanidad pedante. 

4. Que también es el cumple de Lola Font. Que también es el cumple de mi primer poema -arriba, en el link, lo digo-. 

5. Que nos vamos. Nos vamos (si el conductor se despierta, claro), nos vamos. 

02 junio 2012

Dicen ¿por qué lees "tanto"? Pues para curarme esta merde, que diría Proust.


Fortuny
Como hice el año pasado, en este mes de junio también os mostraré un balance de lo que han sido hasta ahora mis mejores lecturas de lo que llevamos de 2012. A finales de año elegiré veinte títulos (diez de poesía y diez de narrativa) y ahora sólo diez, mezclando ambos géneros. Mi propósito no es otro que el de ordenar mis lecturas sin sentido y con sentido, así como el de recomendaros a vosotros algunos de los que considero los mejores libros de estos últimos meses para que si os interesan os podáis acercar a la Feria del Libro de Madrid a buscarlos. He hablado de casi todos ellos, o he citado algunos de sus textos. Otros los he reseñado para Go Mag o para H Magazine. Aquí os dejo los títulos y algún que otro link. Hablaré brevemente de los que no hice reseña. Qué corto se hizo hasta ahora 2012 y qué difíciles y tristes han sido los últimos meses en esta casa. Pero no quiero deprimiros más (para eso ya están mis posts habituales), lo que quiero es celebrar el tiempo que hemos pasado leyendo, el que nos queda y el que disfrutaremos. [Ojo: sé lo que vais a decir ¡Fresy cool! Pues sí. Fresy cool. Qué pasa.]

Narrativa
  1. Memphis Underground, de Stewart Home (Alpha Decay)
    [Posiblemente Stewart Home se haya convertido en el autor preferido de mucha gente desde que Alpha Decay lo publicara hace unos meses, puesto que ha sido el verdadero descubrimiento del año. A la mierda Irvine Welsh, dije yo.]

  2. Maternidad imposible, de Irene Vilar (Lengua de Trapo)
    [Lo terminé hace muy poco y pasó a ser esencial para mí. Lo hablaba el otro día con Carlos Pardo en la fiesta de Random y estuvimos de acuerdo con que es una de las mejores novelistas vivas que existen. Muy bien por este fichaje, Lengua de Trapo. Ojalá se venda mucho y ojalá lo leáis muchísimo. Merece la pena.]

  3. Aprender a rezar en la era de la técnica de Gonçalo M. Tavares (Mondadori)
    [Una delicia de libro, como explico en la reseña, que además trata mi tema literario predilecto. No puedo decir más de lo que ya he dicho.]

  4. La jungla, de Upton Sinclair (Capitán Swing)
    [Un libro de combate de una editorial de combate. Gracias a La jungla me reafirmé en mi vegetarianismo, que también cumple casi siete meses. Es muy bestia y lo vais a flipar.]

  5. Fresy cool, de Antonio J. Rodriguez (Mondadori)
    [No he reseñado este libro pero en mi blog hay más información de él que en la propia novela, o algo así, porque me emociona. Porque amo al autor por encima de todo.]



Poesía
  1. Bajo la tierra, de Jirí Orten (Salto de Página)
    [En el link la reseña de este niño loco y esencial para nuestras estanterías poéticas de autores precoces.]

  2. Lo solo del animal, de Olvido García Valdés (Tusquets)
    [Para los amantes de la poesía de Valdés este libro es un regalo exquisito acerca de la naturaleza y del poeta como observador de esta. El poeta quiere ser animal y posiblemente Olvido consiga convertirse en un bello ciervo.]

  3. Poesía última del amor y la enfermedad, de Lois Pereiro (Libros del Silencio)
    [La reseña o breve nota de lectura que hice de este libro tuvo polémica. Poco importa ahora pues lo que quedó fue su lectura. Cada vez estoy más convencida de que las letas gallegas son otro mundo y de que allí los poetas no son tanto los poetas como los "mejores poetas".]

  4. En este lugar, de Unai Velasco (Papel de fumar)
    [Primer e impresionante poemario de quien podría ser el poeta más original de mi generación. Un libro difícil pero lleno de hallazgos. Al fin entre nosotros su voz. Y en el link, una entrevista de hace un tiempo...]

  5. La camada feroz, de Begoña Callejón (Amargord) 
    [Este poemario me recuerda a la poesía de Juan Andrés García Román, lo que quiere decir que el poemario tiene que ser bueno. Muy bueno. Una especie de diccionario de rostros y personajes suicidas que han marcado la vida y el frío de la poeta. Y yo es que soy muy fan de Begoña. En el link os enseño un poema antiguo de un antiguo libro.]

26 enero 2012

Conversación marital alrededor de Fresy cool: última parte.



[...]


LM: ¿Y el amor? ¿Cuánto amor hay en esta novela?

AJR: Se me ocurre que una de las líneas narrativas de la novela pasa por el trayecto que media entre que los protagonistas se conocen y el punto final de la ficción, donde naturalmente se encuentran en un lugar muy distinto. Veo ahí un desarrollo como de juego de arcade (otros dirán que el juego de la relación es más bien un rol), en donde, a mi juicio, todos los problemas o retos que se les plantean a los protagonistas tienen un origen sociocultural, así hablemos de celos, espacios compartidos, vacilaciones, infidelidades o hasta de paternidad. En ese sentido siempre me ha interesado desmontar la construcción de subjetividades en función de la cultura que uno consume, ya hablemos desde el discurso neorromántico o del liberal; y cómo ésta te enseña, las más de las veces mal, a relacionarte con el otro. 

LM: ¿Y el sexo? ¿Y la sexualidad?

AJR: Imagino que se trata de un subtema derivado del anterior. Todo es cultural. 

LM: Y… ya casi para terminar me gustaría que nos contaras un poco por qué eres tan gracioso. Yo me he reído muchísimo leyéndote. Siempre me río mucho contigo, en general, por eso TE AMO, entre otras cosas. Háhá. ¿Crees que hace falta más humor en nuestra literatura? ¿Por qué crees que los literatos son tan serios? ¿A quién le copias los chistes? ¿Con qué escritores te has reído últimamente?

AJR: En España hay una serie de autores con los que me he reído muchísimo: desde los cervantes, quevedos, mateosalemanes o poncelas a contemporáneos como Calvo, Fernández Porta o Mal-herido. Pero es verdad que, en líneas generales, y al menos en cuanto a literatura contemporánea se refiere, da la sensación de que no tenemos mucho que hacer con británicos o estadounidenses. Por lo que a mí respecta, imagino que debe ser una cuestión de tono, y que cada autor encuentra cierta predisposición a la comedia o la tragedia. Muchas veces intento decirme: “venga ya, vamos a ponernos serios”, pero al final acabo aburriéndome. Prefiero la sátira y la comedia. Y me gustan los escritores cachondos (imagino que aquí se encuentra parte de mi rechazo a la poesía como género: pues ellos parecen ser aún más serios que los novelistas). Y por ello, y siendo como es la risa un asunto especialmente delicado, siempre me pone de muy buen humor que alguien considere divertido algún texto mío. Casi me atrevería a decir que la capacidad de hacer reír al lector es uno de los éxitos que más valoro en un autor.  En cuanto al último libro con el que me carcajeé: una colección de ensayos de Kevin Smith.

LM: Después de todo esto –puedes ser sincero, llegados a este punto ya no nos está leyendo nadie- ¿estás contento con el resultado? ¿Te gusta tu novela? Y entonces, ahora… ¿qué?

AJR: Rayos. Creo que ha llegado el momento del discurso laxo.
No recuerdo literalmente la cita, pero en alguno de sus ensayos Pamuk cuenta que todo autor fantasea con su primer libro, la edición, la portada, y todo lo demás. A mí en verdad no me ha ocurrido exactamente así. Nunca he sido bibliómano. Y si sigo interesado en hacer ficción es porque para mí, lo importante en la escritura de una novela no es Ítaca, diría el proverbio, sino el camino.
Naturalmente recibir los ejemplares está muy bien, pero se trata de una felicidad de una magnitud diferente al instante en que uno pone punto final al manuscrito, acontecimiento que en este caso ocurrió alguna calurosa madrugada durante el verano de 2010. Entonces estábamos en aquel piso de Puerta de Toledo, y  pasé por un interminable mes de esprint final quemándome las pestañas frente a la luz blanca del ordenador, yéndome a dormir a las nueve o diez de la mañana y levantándome pasado el mediodía. Como te digo, es en ese momento en que te encuentras tú solo con tu documento word cerrado, terminando de revisar la última versión, donde se acaba la aventura de la novela. Eso sí que es un subidón. Y no el speed.
Dado que el libro salió de imprenta hace unas semanas y algunos amigos míos ya lo tienen, en este tiempo me he dado cuenta de que, casi inconscientemente, a toda costa he intentado evitar hablar de él. Además de que me resulta un poco autohumillante tocar el hombro de la gente para decirle, con un gesto como de Buddy Christ: “¡Hey!, ¿te moló?”, la verdad es que no sé hasta qué punto me pueden interesar las críticas. Porque supongo que tanto si los lectores la detestan, les divierte, les parece bien o mal, detectan errores o aciertos, en realidad esa sensación, supongo, sólo puede ocurrir en una proporción menor a lo que yo he experimentado en ese trayecto. Fresy Cool es un libro que he detestado horriblemente y me ha parecido una genialidad en otras ocasiones. Todo el que ha escrito una novela sabe esta sensación. Semejantes delirios de grandeza y hundimientos de ánimo hacen que uno mismo conozca todo el abanico de posibles reacciones cutáneas a la lectura de su propio texto, y alguna sombra de semejante ciclotimia, imagino, es lo que al final llegará al lector. De ahí lo que te comentaba antes sobre ese cierto desinterés (al menos de momento; quién sabe si ahora que el libro está en librerías me volveré un paranoico ante las críticas) en cuanto a las reacciones de los lectores.
Seamos sinceros. Si alguien me dice: “Fresy Cool es la leche de buena, repámpanos.”; o si por el contrario creen: “Chico: vaya papilla mala”; o incluso si optan por algún moderado término medio, pulgares arriba o abajo; yo, en mi fuero interno, no podré evitar pensar: “Por ahí ya he pasado yo.”
Y todo eso, naturalmente, mientras me distraigo pensando en proyectos por venir.
Es lo que hay. 


[FIN]

Para saber más...

25 enero 2012

22 enero 2012

Conversación marital alrededor de Fresy cool: tercera parte.




[...]
LM: Fresy cool es una novela de campus a lo Patricio Pron o Roberto Bolaño, pero también es una sátira sobre el Hombre de Letras Moderno, una enorme crítica literaria –hacia la narrativa contemporánea-, una burla contra los poetas, contra el asqueroso estado del periodismo en nuestro país, sobre el horror de la Universidad… una primera novela sobre la primera novela, una guía del Buen Moderno pero también una crítica feroz a la hipocresía de la Modernezzz y de la Moda, y, también, un retrato sobre lo que es crecer –la superación de la adolescencia- o, como diría DFW: el “Mundo Adulto”. Nos hablas de todas estas cosas. De todos estos temas ¿cuál crees que impactará, preferirá o tratará el lector de tu novela? Ah. Y algo muy importante. ¿Quién crees que será el lector de tu novela? ¿Tienes en mente a un lector tipo? ¿Determinado por qué edad? ¿Te interesan los lectores de tu edad? ¿Escribes para ellos?

AJR: A mí me da que imaginarse a un lector tipo implica, supongo que sin quererlo, sostener cierta actitud sectaria, sesgada y equivocadamente parcial de lo que es la experiencia de lectura; si de antemano uno sospecha que mezclando equis ingredientes atraerá a un predeterminado perfil psicológico, entonces se revela como alguien que desde el principio restringe sus posibilidades de disfrutar el texto. O dicho de otra manera: me da la sensación de que si alguien tratase de establecer un perfil a partir de aquellas lecturas que me gustan y aquellas otras que he detestado, en ese caso encontraría un carácter preocupantemente esquizofrénico, inestable y neurótico; y quiero creer que la patología no es sólo mía. Más allá de todo eso, pienso que si hay una virtud über alles en una primera novela, ésa es la sinceridad, precisamente porque nunca se te ocurre pensar en términos de: “eh, esto va a pasar por la cadena de la industria del libro, igual hay que mimar más al lector”. 


LM: La juventud, ahhhh diviiino tesssoro de precariedaddd y mal gusssto. ¿Te consideras “escritor joven”? ¿Te consideras parecido a tus contemporáneos? ¿Es que tienes contemporáneos? ¿Qué compartes con Aixa de la Cruz, con Tao Lin, con Miguel Espigado, con Julio Fuertes, con Ben Brooks, con Ernesto Castro, con Unai Velasco, CONMIGO? ¿Hace falta compartir algo? ¿Hace falta reivindicar algo?  No sabría comparar Fresy con nada. Quizá un poco de Javier Calvo por aquí, otro tanto de Eloy Fernández porta por allá y otro de Foster Wallace y Bolaño como guinda. Pero nada tan descarado como para decir que te pareces Mucho a ellos. ¿Crees que la crítica te va a dar muchas leches? ¿Crees que vas a joder a muchos lectores? ¿Crees que vas a animar a que más jóvenes escriban o publiquen? ¿Cómo asumes tu publicación en un sello como Mondadori? ¿Es un puto sueño? O bien, la confirmación de que estamos VIEJOS y de que los círculos se cierran, pues ¿no eres tú uno de esos muchos lectores que desde hace siete años para acá se vienen formando exclusivamente en su catálogo? Qué bonito esto último. Qué curioso ¿no?

AJR: La pregunta atrae un par de monolitos que en gran medida articulan la prensa cultural pero también la universidad: novedad y generaciones. Es inevitable que cada nueva hornada de autores venga condicionada por una coyuntura sociocultural anterior a la de sus predecesores, pero esto mismo puede aplicarse a los autores como voces independientes. Ya he comentado en alguna ocasión que lo generacional y lo nuevo no me interesan mucho; no creo en ello; apenas concibo estos conceptos como reclamos publicitarios para críticos y periodistas, aunque también para académicos. Y de igual manera que no se me pasaría por la cabeza ir descartando individuos en función de su (redoble de tambores)novedad u originalidad —y por extensión: de ellos no espero que vayan por delante de mi tiempo, sino que me permitan de algún modo interactuar—, así me sucede con los textos. Ante todo me inclino a leerlos como individualidades o sujetos independientes, con sus demonios, sus referentes, sus gustos y su personalidad propia. Nunca me he planteado un enunciado del tipo: “voy a escribir algo nuevo, algo generacional”; me limito a hablar de las cosas que me gustan, que coincidirán con y diferirán de los fetiches de mis contemporáneos y no contemporáneos.
Sobre autores de mi edad, no sé si es que hemos escarmentado del tratamiento mediático que se le ha dado a los que llegaron antes que nosotros, y por eso, tal vez, nos esforzamos bastante en atildar las diferencias antes que los parecidos, pero lo cierto es que no hay conciencia grupal más allá de los lazos de amistad. Me gusta el trabajo de alguna gente que has mencionado arriba, y muchos de ellos son amigos míos, pero me gusta aún más que mi relación con ellos ante todo se base en el debate. Nos lo pasamos bien así. Supongo que habrá quien crea que aquí sólo hay un festival del amor recíproco, pero no.
Sobre Mondadori: sí, es verdad, qué voy a decir. Una parte muy importante de mis lecturas contemporáneas se deben a su catálogo.

LM: Ahora algo un poco más suave. Háblanos de música y de cine. Háblanos de tus influencias, pero no sólo literarias, de hecho las literarias dejémoslas a un lado. Háblanos de rap, de electrónica, de skate, de comida turca, de qué te inspira y qué te obsesiona a la hora de escribir.

AJR: El rap. El rap es una influencia importante tanto en forma, ética y subjetividad. En forma porque por lo común se trata de un discurso, digámoslo así, anarrativo: no hay tramas ahí, sólo una sucesión de frases que encajan, lo cual, en ciertas ocasiones, es un procedimiento que me interesa: hacer avanzar la ficción sin una noción muy clara del horizonte. En cuanto a su ética, cierto tipo de rap propone, conscientemente o no,  un ideario moral (y aquí respondo a tu pregunta primera sobre Fresy Cool como novela moral) que yo suscribo; ese ideario —por lo demás, muy propio de un capitalismo en estado de gestación— pasa por: defensa del grupo primario (familia, amigos), meritocracia, trabajo, conciencia de y respeto a las jerarquías, noción del juego (ganas o pierdes, y ambas cosas hay que aceptarlas), estética del parvenu, etcétera, etcétera. Esto no tiene nada que ver con la imagen del rapero pimpín mediatizado —el mismo del que se burlaba Percival Everett en X—. En cuanto a la subjetividad, el rap me interesa por: a) los grupos y solistas de rap sueco que me gustan (y el rap sueco es un mundo aparte) me dan buen rollo; b) los grupos de rap alemán que me gustan dan un mal rollo igualmente impresionante, y ninguna expresión artística ha dado cuenta de la agresividad, la frustración y la violencia del individuo como el rap; y c) la literatura y el rap son actividades con un trasfondo muy competitivo, con la salvedad de que la literatura se esfuerza mucho en disimularlo, mientras que el rap no.  Ambas expresiones artísticas han avanzado con un transfondo similar pero con discursos diametralmente opuestos. 
El skate. Que en la portada salga un tipo haciendo skate me entusiasmaba porque, dejando a un lado las referencias a la cultura urbana que pueda haber en Fresy Cool, ser espectador de este espectáculo te devuelve a la experiencia romántica de la obra fracasada. Ahora en Barcelona me gusta sentarme en el C3Bar y ver a la gente patinar; tanto si la pirueta les sale bien como si acaban comiendo cemento, en ambos casos es un espectáculo. Y ésa fue para mí la experiencia de la escritura de Fresy Cool. A veces comía cemento y a veces—creo—la pirueta salía bien, pero siempre me divertí con ello. 

[...]

*
(Ya queda menos para el fin de la entrevista y para que puedan encontrar Fresy cool en las librerías, yeah)

12 enero 2012

Conversación marital alrededor de Fresy Cool: segunda parte.


[...]

LM: Vale, vamos a divertirnos un poco. Te voy a decir una serie de nombres o situaciones y tú me vas a contar qué tienen que ver con tu novela y por qué, ¿preparado(s)?

AJR:
-Javier Calvo: Bueno, es el mejor narrador español nacido en los setenta, con la trayectoria más solida del panorama. Hay algún guiño a Corona de flores por ahí.
  
-Looptroop: El mejor grupo de rap en Europa. Suelen sonar aquí. .

-Luna Miguel: Si la narratología situase alguna instancia por encima del autor, en el caso de Fresy Coolsería ella. Ya tú sabes.
  
-David Foster Wallace: Sólo hay dos cosas que me interesa tomar de él como narrador: su virtusiosismo estilístico y la psicología de sus personajes. Aunque bueno, estas son sus mayores virtudes, así que sí, en cierta forma es importante.

 -The Secret Society: La mejor banda de Madrid. Grande Pepo. 

-Instituto: “La peña de la clase entonces se reía de mí, y ahora yo vivo, y ellos tienen que sobrevivir, con un jefe, un curro y horarios fool, yo duermo hasta que se me hincha la cara como a Hulk; esta es la mierda, observa: mi estilo es underground pero más publico que Clinton y su asunto con la yerba”, Toteking. Era broma.

-Depeche Mode: Personal Jesus es un motivo importante en la novela.

-Esperanza Aguirre: Partido Pop.

-Popy Blasco: El blog más divertido para estar al tanto de lo que pasa en Madrizentro. Muchas veces, escribiendo con la intención de captar el Madrid de época pensaba en su bitácora como la principal competencia. 

-Zombie Kids: Una institución cultural.

-Barthes: relación de amor odio. Pero los Fragmentos del discurso amoroso fueron una piedra fundacional de la novela.

-Los anónimos de un blog: Me encantan los trolls. Su discurso está muy presente en ambas partes de la novela. Estoy de su parte. A mi manera, claro.

-Jersey de cuello vuelto: el uniforme del hombre de letras. El grado cero de la indumentaria intelectual. No puede faltar en el armario de ningún lector versado.

-Monogamia: Activista pro.


LM: Fresy cool trata muchos temas, pero hay dos que me llaman especialmente la atención dadas las circunstancias sociales actuales. Son los temas de política y religión. Hay algo premonitorio en tus palabras, incluso, pues a pesar de estar escrita hace más de un año tu novela ya presentaba un apocalíptico escenario político centrado sobre todo en Madrizentro. Estudiantes que se manifiestan (me los imagino ahora en Juventud sin futuro), presidentas corruptas (la política de chchs secos que se vierte sobre nuestra capital), e incluso Dios, paseándose extraño ante nuestros ojos incrédulos. Háblanos de todo esto. Dinos en qué se basa tu compromiso.
AJR: Religión. Soy un agnóstico con ciertas inclinaciones creyentes cartesianas/ unamunianas, aunque no rinda culto a ninguna religión. Mismamente, la crítica literaria, la hermenéutica, es una actualización de la interpretación de textos sagrados, y el acto de lectura me recuerda a cualquier grupo de feligreses reuniéndose para comentar textos sagrados. Hablar de libros exige cierto depósito de fe. Los lectores de ficción estamos todo el tiempo hablando de personajes y hechos intangibles, pero existentes, reales; el absurdo de esta situación puede llevar al mismo desconcierto con que un ateo atiende a las costumbres del creyente. ¡Pero si Dios no existe! Bueno, tampoco la ficción, y ahí seguimos rindiendo culto a la literatura. Al mismo tiempo, la ficción y la interpretación literaria sirven para otorgar cierto sentido a nuestras vidas, como la religión. Por todo esto me parece una actualización contemporánea de la fe, y en cierto modo es una postura que quise verter en la segunda parte del libro a partir de ciertas configuraciones narratológicas. Ya, ya me imagino las caras de horror de los lectores ante estas declaraciones, pero es en lo que creo…

Política. Efectivamente, ha sido una mala casualidad que ese Madrizentro regido por el Partido Pop y rancias lideresas políticas que aparece en la novela se haya hecho aún más realidad; ojala no hubiese sido así. De todos modos, y sin perder de vista que ante todo Fresy Cool es una sátira del hombre de letras, en esa segunda parte de la novela, que es donde más se atilda la presencia de la política, una pregunta más o menos constante es la importancia de salvar a la orquesta si el Titanic se hunde, es decir, qué papel ha de jugar la cultura en una ciudad distópica donde la empresa privada ha fagocitado la universidad, y si realmente es ético preocuparse por ello. En la primera parte, en cambio, la absoluta ausencia de interés hacia la política la representa Pleonasmo Chief, un consumidor cultural obsesivo que se jacta de su ética al actuar siguiendo cierto imperativo categórico (“si todo el mundo se comportase como yo, el mundo iría estupendamente”). Con el tiempo hemos comprobado que tal actitud no funcionaba…

LM: Esta visión apocalíptica de Madrizentro ya la mostramos juntos en Exhumación (de hecho, una duda que no sé si podrás responderme es por qué Exhumación no forma parte de este libro, si tanto tiene que ver, ¿o no lo tiene?), pero a lo que iba, esta visión apocalíptica se encuentra sobre todo en la segunda parte de la novela, una parte en la que también abundan las drogas, no sólo como tema, también como “voluntad”, quiero decir, en ocasiones uno puede pensar que ciertas imágenes sólo han podido ser descritas por alguien que escribió colocado de cualquier cosa tan explosiva como un tazón repleto de café y Coca Cola con Red Bull. ¿A cuántas pulsaciones escribe Antonio J. Rodríguez? ¿Qué clase de música infernal escucha Antonio J. Rodríguez? ¿Cuántas veces hace el amor Antonio J. Rodríguez, con las pupilas dilatadas por los excitantes, después de una jornada de escritura? ¿Y cuánto tiene que ver esto en ese mundo fantástico, casi de ciencia ficción que parece ser mostrado poco a poco en Fresy cool?

AJR: Si alguien cree que ésta es otra novela à la Bret Ellis con jóvenes ultraenrollados que se drogan mucho, se equivoca. O al menos las drogas suelen aparecer ligadas a discursos bastante patéticos y penosos por parte de los personajes que hablan de ellas. Hace poco estuve dándole muchas vueltas sobre su presencia en nuestro tiempo a partir de un comentario de Koestler en sus Reflexiones sobre la pena de muerte, cuando habla del Caso M'Naghten. Es en 1843 cuando se dice aquello de que: «todo hombre que se presume sano y además posee un grado suficiente de razón, es responsable de sus crímenes, hasta demostrar lo contrario; y que para establecer una defensa, se debía demostrar claramente que, en el momento del delito, el acusado era afectado por un defecto de la razón, enfermedad de la mente, que no le permitía conocer la naturaleza y la calidad del delito que estaba haciendo, o, si lo sabía, que él no sabía que lo que estaba haciendo, estaba mal». Si a mitad del XIX la locura ya puede eximir de responsabilidades, en nuestro tiempo se me ocurre que gran parte de la gente que conozco, o toma drogas, o han tomado drogas, o toman medicamentos recetados por algún psiquiatra, o los han tomado. O sea, a menudo vivimos rodeados de individuos que parecen robots químicos antes que personas. Algo tenemos que estar haciendo mal para haber acabado así, ¿no? 
Y sí, suelo escribir con cafeína. Casi siempre escribo por las noches, después de cenar, ya sin muchas fuerzas, y esa es la única manera de poder mantenerme hasta pasada la medianoche. Y así me va, amaneciendo hecho basura cada dos por tres… No mola. 

[CONTINUARÁ...]

05 enero 2012

Conversación marital alrededor de Fresy Cool: primera parte.


Matías Araoz

He entrevistado a mi novio porque sé que os va a gustar. Estas son las primeras 3 preguntas de otras 11 restantes. Que los Reyes Magos os traigan algo, por Dios.
...

LM: Querido Antonio J. Rodríguez. Tus ejemplares correspondientes de Fresy cool (como sabrá el lector este es el título de la novela de de AJR, escrita entre sus 21 y 23 años, publicada en Mondadori recientemente –sale a la venta el 26 de enero, no desespereís-) decía, que tus ejemplares correspondientes están por toda la habitación y yo ya estoy harta, cariño, así que te voy a hacer esta entrevista y que los críticos y lectores te los quiten de las manos porque vamos a hablar aquí de cosas serias ¿no? Vamos a contarle al lector todas tus cosas serias ¿no? Para empezar, Antonio J. Rodríguez, ¿nos podrías resolver la duda que todos tenemos al abrir este libraco, please? ¿Quién es Pleonasmo Chief, y qué tiene que ver contigo? ¿Y qué tiene que ver con Ibrahím B.? ¿Qué intentas vendernos? ¿Un Roman à clef? ¿Un relato curativo ante tu aparente bipolaridad? ¿Quiénes son esos (a mi parecer) múltiples yoes de tu texto (añado aquí en cierta medida a Djuna –recuerden, protagonista de Exhumación-, a Moschino y a algún otro) y qué pretenden? ¿Por qué a veces hablan en tercera persona, otras en primera y otras en segunda? ¿Cuál es la moralidad de esta novela? ¿Cuál es la moralidad del narrador, y la del autor? Porque, según me has comentado en la cena, “Fresy cool es una novela moral”.  Vaya cacho blurb que nos has regalado, ¿no?

AJR: Lo del roman à clef es un comentario que ya he visto circular por la red y que siempre me despierta simpatías. Mira: empecé la novela a finales de 2008; en aquel entonces estaba a mitad de la carrera de periodismo, no había publicado en ningún sitio realmente interesante, y como todo el mundo que estudia esa disciplina hoy, me encontraba muy nervioso ante el futuro negro que se nos/ me venía encima. En la primera escena de la novela aparece Pleonasmo Chief, un periodista de veintipocos , firmando un contrato laboral fijo, momento (irrisorio e impensable tal como están las cosas) a partir del cual se rompe la fiabilidad. En ese sentido pienso en una cita que le leí a Menéndez Salmón en un artículo: «Toda ficción es el fantasma de un deseo. Uno escribe acerca de lo que teme, de lo que ha perdido o de lo que nunca ha tenido. Pero uno escribe también acerca de cómo le gustaría que fuera la realidad que se construye a este lado del espejo, a este lado del discurso, donde no hay novelas.» Y Fresy Cool es, en cierta forma, eso.
Nunca se me ha ocurrido contar el número de dobles que hay en la novela, pero sí es cierto que es posible encontrar un buen puñado; por lo demás, el juego de binomios es un elemento básico para hacer funcionar cualquier narrativa.
¿Estoy yo en esos dobles? Naturalmente, pero el juicio estético a esto se trata de un asunto que no tiene que ver con la literatura en sí, sino con las cosmovisiones de la literatura según qué épocas. O sea. Esconder el yo es imposible. Cuando hablamos de universales antropológicos o de que tal o cuál novela habla de la «condición humana» (y esto es algo que siguen manejando las universidades y los críticos, lo que no me parece mal), en verdad decimos que la ficción habla de nosotros, de nuestros asuntos (ya sabes: amor, amistad, ambición, familia, trabajo, dinero, celos y todo lo que se te ocurra), y para eso, el autor, activa o pasivamente, ha de conocer esas mismas experiencias. ¿Y está eso mal? No. Fíjate que el ensayo (y al ensayo se le presupone una objetividad mayor que a la ficción) nace con un tipo que dice: «yo soy la materia de mi libro». Manejar las experiencias que le rodean a uno es una herramienta, y las herramientas no son buenas o malas; depende del uso. Es como la cuestión del realismo. Hoy se ha vuelto un lugar común decir: «el realismo, como estrategia narrativa, es un rollo», cuando es completamente falso. Depende de cómo lo hagas funcionar. Pero vamos, vuelvo al inicio: aquí hay narrativa fantástica y literatura más o menos biográfica. 
¿En qué proporciones?
Da igual. 
En realidad ni lo sé yo. 

LM: Hablábamos de los distintos usos de las personas y los tiempos verbales. Sé que hay mucha gente que se va a cabrear con el uso que haces del lenguaje: venga a acuñar neologismos, venga a burlarte de la Real Academia, venga a dar por saco con las mayúsculas, con las vocales alargaaaadas, venga a poner eles donde había erres y erres donde eles. Sin embargo, a pesar de todo, quien ha leído esta novela (algunos de nuestros amigos o conocidos) piensa o pensamos que está “muy bien escrita”. Vaya locura. ¿Me explicas esto?

AJR: Bueno, la pregunta conduce a equívocos, creo que sólo dos personas han dicho algo que se asemeje a “bien escrito” (de las cinco o seis o siete que la han leído).
Pero, al caso: tal como yo entiendo la lengua, decir “esto está bien escrito” es una frase errada. Nada se escribe bien en términos absolutos, porque el lenguaje no es más que una herramienta de comunicación (vuelvo a lo de antes), un medio para expresar algo, y no un museo al que rendir culto —y entiendo que esto conecta con la posible burla a la RAE que comentas—. Algo que está bien escrito no se debe a que se componga de, por ejemplo, una adjetivación muy precisa, que puede serlo en ciertos casos; no es exactamente así.
Por ejemplo: hubo un tiempo en que me fascinaba leer dos tipos de textos: crítica gastronómica y discursos políticos. Ninguno de los dos pretende hacer piruetas con la lengua ni tiene fines estéticos, y sin embargo me parecen fascinantes. El primero porque incluye un léxico que yo desconozco por completo (si, como yo, te alimentas a base de pasta, legumbres y cuatro cosas más, leer una crítica gastronómica es entrar a un mundo paralelo: ¿de verdad existen todas esas combinaciones conceptuales, que provocan semejantes fantasías con sentidos a los que yo no suelo prestar una gran atención —texturas y sabores?). Algo parecido me pasó con las revistas de decoración: ¡dios mío, esta gente sí que sabe describir interiores! En cuanto a los discursos políticos, puedo leer un discurso de Reagan, bobo como él sólo (el discurso, no el político… ¿o...?), y tener ganas de votar rojo. Son textos sencillos pensados para unos fines muy concretos. Y pueden llegar a funcionar. Como la publicidad.
Más cosas.
Hace poco leí una reseña de Senabre al diccionario de Manuel Seco que me causó gran simpatía, precisamente porque Senabre se encuentra en las antípodas de lo que yo entiendo por lenguaje. Decía él:
La Lexicografía es una tarea delicada, y se aloja en un ámbito restringido en el que sólo tendrían que moverse los especialistas. Pero debe de ser un territorio atractivo, porque son numerosos los aficionados que, practicando el allanamiento de morada, penetran en este recinto con maneras de okupas urbanos sin conseguir otra cosa que poner patas arriba el mobiliario. Por suerte, Manuel Seco no pertenece a esa cuadrilla de lexicógrafos amateurs, y una dilatada ejecutoria avala su autoridad en estas materias.
Vale. Sé que va a sonar a agresión gratuita e innecesaria, pero no se me ocurre otra forma de explicarlo: este tipo de actitudes son propias de un tecnófilo, alguien que adora la tecnología (y la lengua es una tecnología) hasta situarla por encima de su fin último. La lengua es indomable y se construye desde abajo, y cada cual dispone de su propio idiolecto, que no es sino un reflejo de la personalidad, y cada época y cada cultura dispone de sus rasgos mediante la lengua.
Algunos ejemplos que se me ocurren ahora: el uso del inglés o del spanglish: es inevitable, entre otras cosas porque se trata de una lengua invasiva que además genera léxico más deprisa que nosotros, y sus estructuras sintácticas nos están invadiendo sin que nos demos mucha cuenta (Y ésta es una razón por la que me chifló la novela de Rita Indiana Papi: está escrita en una especie de spanglish cruzado con español caribeño, que uno lee y se pregunta todo el rato: ¿de verdad éste es mi idioma? El extrañamiento estético que provoca leída en España está muy bien). Otra: Joaquín Reyes y sus secuaces han popularizado, mediado y medioinventado unos rasgos lingüísticos que sólo parecían existir en ciertas colinas remotas de La Mancha; y para sus fines, funcionan. Eloy [Fernández Porta] ha integrado en sus sesudísimos ensayos expresiones de Chiquito: ¿Cómor?, y así ha revaluado ese idiolecto. A Baudelaire llegaron a echarle en cara la integración de palabras impropias del registro poético como —atención: agarraos los machos— ¡quinqué! ¡Quinqué…! Hace poco estaba con Ana Pareja corrigiendo la traducción de Memphis Underground, y salió una frase que debía ser algo así como: «Dame el jodido… lo que fuese», y ella debió decir algo así como: «¿esto no suena a doblaje malo de película de acción de sobremesa?», y yo debí encogerme de hombros y decir: sí, pero es una mala traducción tal vez ya admitida, o al menos yo estoy todo el tiempo diciendo: «pásame (palabrota que corresponda)… lo que sea». Las novelas del Siglo de Oro español están llenas de gente que se corre, en el sentido de avergonzar; un uso aún admitido hoy (por el DRAE) pero al que nadie en su sano juicio, a no ser que quisiera hacer la joda de turno, recurriría.
Por lo que sí.
Si un tecnófilo del lenguaje lee Fresy Cool, lo más probable es que se corra.
Es lo que tiene la lengua.
Pero la cuestión aquí es: imitar el habla de un adolescente adicto a los videojuegos con el cerebro derretido no es mejor o peor que imitar el uso del español —presuntamente castizo— que hace un, qué sé yo, Cela, o Umbral. A mí me interesan ambos. Según qué cosas. De hecho en algún momento se me ocurre imitar a estos últimos. Me gustan mucho.

LM: Antes de abordar otros temas relacionados con los personajes, trama o influencias te voy a pedir que respondas a dos cosas clave (¿cuánto nos apostamos a que estas son las preguntas que más te van a hacer a partir de ahora?). Primera: ¿qué coño quiere decir ese título? Y segunda: ¿por qué la novela está dividida en dos partes? Y a raíz de esta segunda pregunta, añadiré otras dos dudas personales. ¿Fresy cool es una novela realmente? Porque también podríamos decir que es un libro de relatos largos… ¿no? Y para cerrar esta cuestión. La caja de texto es pequeña y apretá y además Fresy cuenta con unas 350 páginas… y eso es mucho, sí, sobre todo en un panorama en donde parece que nuestros autores no pueden escribir más de 200. Durante todo el libro pareces obsesionado –Pleonasmo parece obsesionado- con las novelas de más de 1000 páginas. ¿Por qué no has esperado a escribir el novelón que tanto deseas? ¿O acaso estás trabajando ahora en ello? ¿Cuántas veces al día te repites ¡Saca La broma infinita que hay en ti!?

AJR: Sobre el significado del título: Fresy cool es lenguaje vacío, una palabra comodín, sirve para lo que tú quieras que sirva —como movida, como random stuff, como dada; da igual. Estas expresiones es una cosa bastante adolescente, recurrir a una palabra sin sentido que conscientemente tú quieres que ocupe un buen porcentaje del léxico que usas. Aparte, la expresión se la inventa la coprotagonista, y también es una especie de versión white afroafroblanca, de «real good sh*it».
Sobre por qué me alargué tanto, si es que puede considerarse una novela larga, hay dos razones.
La primera me la dijo, sin haber leído la novela, mi director de tesina, Fernando Ángel Moreno (que además es el mejor profesor que he tenido en la universidad: pilladlo si podéis). Si mal no recuerdo, yo le intentaba convencer de que las modas son positivas para la literatura y la cultura porque reflejan su buen estado de salud (vale: esto hoy suena fatal, pero resulta que gente como Balzac ya eran muy consciente de ello). El caso es que en algún momento de la conversación le dije que veía mi novela como un parque temático de estilos, donde igual había improvisación o pura trama o fragmentos o fantasía o ensayo o ficción gótica… lo que fuese, y entonces él debió decirme algo así como: «vaya, tienes tanto miedo/ respeto/ interés por las modas que has tenido que parapetarte contra ellas de esa manera». Estoy de acuerdo con ello. Ese parque temático estilístico necesitaba de cierto espacio. 
La otra explicación es que efectivamente buena parte de mi educación lectora se debe a novelas de cierto tamaño. Esto es absolutamente incoherente con nuestro tiempo. De hecho acabo de comprar un kindle, y el novelón no es el mejor formato para el mismo. Pero que le den a los lectores, yo he venido aquí a pasármelo bien, es una frase que me gusta ver entre líneas decir a un autor cuando cojo uno de esos tomos. Me gusta la gente que escribe contra el lector y los libros que no te puedes terminar de un golpe, y que, abandonados a medias, te miran diariamente desde el anaquel como diciendo: yo pude contigo, loser. Me gusta esa sensación de derrota ante el libro.
Luego. La novela está dividida en dos partes porque la primera es un viaje hacia el interior del protagonista, mientras que en la segunda se habla de los protagonistas a partir de la gente que los rodea. Ambas versiones de los acontecimientos fallan al ser contrastadas, lo que lleva a plantearse que alguna parte implicada miente. Aparte, también hay una explicación de carácter religioso (metempsicosis y tal) sobre el cambio de atmósferas que hay entre la primera y la segunda parte, pero desarrollarla aquí sería soltar spoilers. Dejémoslo así, de momento. 


[CONTINUARÁ...]

Suena: Sun de Caribou