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03 enero 2014

Comer (3): unicornios, helados y chuches.

Wishcandy
El año acabó bebiendo sidra, vino blanco y cava junto a M, A y R. El año empezó bebiendo sidra, vino blanco y cava junto a M, A y R. El año acabó hablando de hospitales siniestros. Empezó hablando de videoclips repletos de culos. El año empezó con una canción antigua de los Zombie Kids, y con la remota posibilidad de que el gato hubiera dado una patada a... El año empezó con una larga siesta. El año acabó conmigo dejando atrás algunas histerias. El año empezó en una nueva oficina, con vieja ropa. Empezó enérgico. Y lleno de hambre

13 noviembre 2013

Comer (2): ñom es el nuevo yummy, y otras historias.

Hace un tiempo me propuse comenzar un "diario de comida" en este blog, pero entre unas cosas y otras no pasé del primer post (pido disculpas, ay). La crítica gastronómica es un género que me queda grande por todo lo que desde aquel momento fui descubriendo, de ahí que aún no me haya animado a seguir, a pesar de que en mi Instagram o en mi cuenta de Foodspotting las imágenes y los comentarios sigan surgiendo; o incluso de que algunos de vosotros me comentarais que después de Comer (1): el tamaño satisface, descubristeis una nueva y genial hamburguesería.¿Sabéis que no he vuelto a ese sitio desde entonces?

En las últimas semanas, sin embargo, he vuelto a escribir bastante a propósito de la comida que como, de la que no como, de la que me gusta o no me gusta comer y de la que os recomiendo. También he leído mucho. Y he cocinado mucho. Y he hablado con verdaderos profesionales del tema, que me han ayudado a entender mejor la verdadera dimensión de los alimentos y sus sabores. Libros como Saber comer, de Michael Pollan (Debate), o Gastropoesía, editado por La Bella Varsovia. Libros de Martín Caparrós, de Mónica Escudero, de Mikel López Iturriaga... Con todo, hace dos sábados publiqué en S Moda una columna (puede leerse aquí) a propósito de las "sectas de la comida", un texto sobre aquellas veces en las que nos volvemos un poco locos al elegir nuestras dietas; y hoy, en PlayGround, firmo un artículo bastante largo en el que trato este tema y muchos más. Aquí os dejo los primeros párrafos, y os invito, si os apetece, a leerlo:

***
Regla uno: 
Comer comida
Michael Pollan

Comer mola
Todo comienza en 2006. Cory Kennedy, la entonces musa adolescente de Cobra Snake, pulsa el play de su discman y el tema “Keep Your Hands of my Girl” de Good Charlote aparece en el YouTube mal grabado de Nylon Mag. Cory mueve la cabeza, el pelo, los hombros y la mandíbula. Cory mola mucho porque baila mientras come; come mientras baila; se retuerce de placer mientras arrastra algo que parece salsa, o hummus, o qué se yo, con un trozo de pita tostada. A decir por el aspecto del plato, cualquiera lo consideraría asqueroso, pero su esfuerzo por regalarnos hipnóticos movimientos punk con la boca llena acaba por hacernos desear cualquiera de los productos que pudiera haber en su bandeja.

Todo empieza en esa época, porque nosotros, como Kennedy, tenemos quince o veinte años, y aprendemos entonces que la comida es una cosa guay, divertida y puramente estética que definirá nuestra manera de ver el mundo. O lo que es más importante, la manera en que el mundo nos verá a nosotros: mucho cuidado a partir de ahora con qué elegimos en el comedor. Mucha atención a cómo mordemos la manzana, el plátano, el pico del pan… Practicamos con nuestras pequeñas cámaras digitales tan de Carrefour 2005 la manera en que dentro de seis años subiremos a Instagram las fotos de nuestros menús. La comida, intuimos, lo es todo. Nos da la vida. Nos construye.

05 julio 2013

Comer (1): el tamaño satisface.


[Un diario sobre qué como, dónde y por qué.
Jueves, 4 de julio de 2013. Barcelona
El Club de la Hamburguesa]


A Ibrah le molesta que los camareros se apresuren a recoger la mesa cuando acabamos de dar el último bocado a nuestra comida, y aunque le doy la razón, también reconozco que el camarero que nos atiende desde que aterrizamos en El Club de la Hamburguesa (Valdonzella, 3) no lo ha hecho de mala gana. Simplemente pasaba por allí, vio las cestitas vacías y se las llevó de vuelta a la cocina. ¿Os ha gustado?, pregunta. Muy rico, digo. ¿Postre?, pregunta. ¡No!, suelta Ibrah, y el pobre camarero se despide apenado y dispuesto a preparar la cuenta.

*

Salimos con la tripa más que llena. La mía la sujeto posando las manos sobre mi pantalón de tiro altísimo (uno heredado de mi madre, posiblemente fabricado en los 90). Decidimos volver directos a casa porque hay que seguir trabajando y ya hemos perdido demasiado tiempo esta mañana, cada uno de reunión en reunión, en uno de esos días en los que la mente funciona a mil por hora, y la cabeza nos duele como si algo acabara incendiarse dentro. Salimos con la tripa más que llena, como siempre, de El Club de la Hamburguesa. Este sitio nos hace muy felices de cuando en cuando porque sus hamburguesas vegetales son, sin duda, de lo mejor que hemos probado en Barcelona. El sitio nos recuerda mucho a Home Burger, aunque con menos encanto que ese restaurante que tanto recomendaba Popy Blasco en su blog en 2010. Aquí llegamos por primera vez hace más de un año, cuando ya llevábamos algún tiempo siendo vegetarianos. Vinimos con nuestro colega Vanity Dust porque a él sí que le encanta comer buena (y mucha) carne. Y lo genial de El Club de la Hamburguesa es eso, que el tamaño importa, o lo que es mejor: satisface. Las hamburguesas vegetarianas las hacen con mucha dedicación, eso se nota. Les ponen berenjena y semillas, y una salsa que aún no sé de qué es, pero lo averiguaré: está deliciosa. El pan es consistente y eso ayuda a que el invento no se desmorone. Hay un punto divertido en ponerse como un guarro comiendo con las manos, pero se supone que estamos pagando 7,60 € por una hamburguesa (¡¡¡sin patatas!!!) y por ese precio no quiero tener que usar más de tres servilletas.

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Me pincho la insulina, Ibrah coge la bolsa de libros que yo traía de la reunión y los dos salimos, repito, con la tripa llena. Hemos tomado dos hamburguesas vegetales, una pequeña ensalada de queso de cabra con nueces para compartir, un agua con gas para él y una cocacola light para mí. Un total de 23,60 € que no me parecerían tanto si no fuera porque en este restaurante hacen menús y ofertas muy económicas para casi todas sus hamburguesas, excepto para las vegetarianas. ¿A qué esta “discriminación”, amigos de El Club de la Hamburguesa? ¿No creéis que estáis rechazando a un gran número de clientes que consumirían gustosísimos vuestro menú vegetal entre semana? Si Ibrah y yo no venimos aquí con más frecuencia, es precisamente por eso.

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Precisamente aquí hemos venido a hablar de trabajo. Como dije, yo vuelvo de una reunión con nuevos retos, con nuevas ideas y también con algunos cómics de Juanjo Sáez que faltaban en mi colección (aunque lo cierto es que colecciono cómics y novelas gráficas desde no hace mucho, me da miedo aficionarme porque las ediciones son preciosas y jugosas, y la sección de novela gráfica de La Central sería un peligro absoluto para mi cuenta). A Ibrah también le ha ido bien la mañana. Desde que los dos trabajamos en casa el hecho de “salir al mundo exterior” ya es una necesidad (o incluso un lujo), y por eso uno de nuestros mayores placeres, además de salir a pasear a mediodía o de pimplarnos cada uno una botella de vino mientras vemos comedias de situación, es el de ir a comer a sitios nuevos, a sitios buenos, a sitios extraños, a sitios de donde podamos copiar recetas para luego reproducir en casa.

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Porque cuando la mente está a punto de arder, lo mejor es llenar el estómago. Y si no engordamos (demasiado), es porque luego volvemos a quemarlo todo, quizá, con estos nervios que día a día nos consumen. Comemos y hablamos de trabajo. Comemos y pensamos en nuestros portátiles, en nuestros teclados, en nuestros correos por responder, en nuestros deadlines y en nuestros respectivos jefes. Comemos y otras parejas se sientan a comer. Comemos y rociamos nuestros panes con clásica salsa Heinz. Comemos y bebemos una cocacola de lata con los bordes congelados. Comemos y en un momento dado creo oler desde mi puesto los contenedores que hay al otro lado de la calle (pero me digo que no, que es imposible que allí huela mal... y que será un despiste). Comemos y estamos felices y deseamos que el mediodía se prolongue lo máximo posible porque aún es jueves y, aunque ya es cercana, nuestros ojos no alcanzan a ver la siesta del fin de semana.

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Ibrah paga la cuenta. Salimos, insisto, con las tripas muy llenas. De camino a casa pienso en que me gustaría volver a escribir un diario. Y hablar de comida. Y alabar la comida. Y quejarme de la comida. Y digo, ¿por qué no? Así que escribo sobre El Club de la Hamburguesa. En resumen: no está mal.