ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

ÓRDEN DE PUBLICACIÓN EN EL LATERAL DEL BLOG. DISFRUTAD DE LA LECTURA, AMIGOS.


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miércoles, 19 de noviembre de 2008

LA SANGRE TIRA


Lo ven caminando, la mirada baja, por puertos lejanos, puertos de Galicia.

Ve salir los barcos, ve las despedidas. Recuerda a su hijo que se marchó un día, en busca de historias mejores a estas.

Él no lo quería y solo le dijo: “Es tu vida hijo haz lo que tu quieras”

Con mucha tristeza se marcho una tarde de aquella Galicia, despidió a su padre con falsas promesas de que volvería, a buscarlo un día.

Lo ven caminando, y siempre esperando que regrese un día, a esa, su Galicia

El está en América, formó su familia, tiene su trabajo, se olvidó del padre, que estaba en Galicia.

Y el camina triste por esas orillas esperando un día.

Se tejen los hilos, la historia, termina, el hijo del hijo que partió aquel día, le escribe a su abuelo, quiere ver Galicia, conocer su historia, la sangre le tira.

Se vistió de blanco, se puso la ropa que mejor tenia, y esperó ansioso, no ya en la orilla.

Fue hacia el aeropuerto, la sangre le hervía, por ver a su nieto que le prometía ver a su Galicia.

Con un fuerte abrazo sellaron sus vidas, el abuelo, el nieto.

¡Es la sangre y tira, en ésta Galicia!

María Rosa

lunes, 17 de noviembre de 2008

UN DESEO CUMPLIDO

El tinte púrpura se iba extendiendo más y más, abarcando la lejanía del horizonte y la cercanía del valle. Nubes como hilachas se abrían paso en medio de aquel manto, delgadas primero, ensanchándose después. Y la cara brillante del sol apareció, despegando despacito los ojos, bostezando, haciendo un guiño y sonriendo de a poco, a medida que sus brazos se estiraban en un cálido desperezarse.

Un rayo travieso de luz se coló por la ventana de una casa con techo de tejas, jugueteó con las cortinas blancas entreabiertas y acarició amorosamente el cabello de un niño que dormía, haciéndole cosquillas, abrillantando sus largas pestañas oscuras e iluminando su belleza infantil. Otro rayito se le unió, y otro más, y fueron tantos que Martín empezó a sentir un agradable calor y abrió los ojos. Tomó la mano luminosa del sol y sintió que se elevaba y salía por la ventana, liviano, contento y deseoso de vivir una aventura.

Desde los aires observó las nubes esponjosas, el césped de su parque recién cortado, las mariposas libando las flores, el techo medio descascarado de su casa, el arroyito sinuoso y angosto que mantenía el verdor del lugar sediento... Pero Martín quería ver otras cosas, cosas diferentes, lugares nuevos y divertidos y contarle a su mamá aquellas experiencias cuando despertara. Sabía que era un sueño, pero un sueño distinto.

Siguió columpiándose en brazos del sol, y vio más lejos un corral donde dormían acurrucadas las cabras junto con los perros; una colmena enorme suspendida de la rama de un árbol; unos peones ordeñando las vacas. Y un poco más allá había un caminito escarpado que se perdía entre la frondosa arboleda, que atrajo su curiosidad.

Martín siguió con su mirada hacia donde iba el caminito y casi al final se vio a sí mismo, de pie, pensativo, con cara de preocupado. Se sorprendió de verse, y un poquito se asustó, pero su curiosidad fue más fuerte y quiso saber qué le pasaba. Se fue metiendo lentamente en su cabeza para saber, para entender, para ayudar. Estaba triste porque había perdido su pelota de fútbol y no podía encontrarla, esa pelota de cuero nuevita que su papá le había regalado y que llevaba a todos lados consigo, la pelota "de la suerte", con la que había hecho tantos goles en la cancha del barrio. Se había ido muy lejos buscándola por todas partes, y no había sabido regresar a su casa.

Desde la altura, el niño quiso ayudar a su doble y miró aquí y allá, adelante y atrás, a un costado y al otro, hasta que halló el balón en brazos de un niño más pequeño que él, todo sucio y despeinado, descalzo y harapiento, que miraba su hallazgo con admiración y arrobamiento. Su mirada opaca se había iluminado y lanzaba destellos; en esos momentos aquel niño era feliz, aunque sabía que al volver a su casa iba a perder parte de su alegría, no obstante quería aprovechar ahora ese instante fugaz.

Martín volvió a acunarse sonriente en los brazos luminosos, a navegar por el cielo sentado en una nube, sintiendo una sensación extraña en el pecho. Quería volver a su cama para poder despertar y contarle al Martín real lo que había visto.

Cuando finalmente despertó, el sol entraba a raudales por su ventana y corrió a darle la bienvenida. Tarareaba despacito una canción mientras se vestía y salía apurado de la casa, bajo la mirada asombrada de su mamá. Buscó por todas partes su pelota nueva de fútbol, aquí y allá, adelante y atrás, a un costado y al otro, tratando de no perderse por un caminito largo... No la halló, pero de pie ante una cabaña semiderruida estaba el otro niño, el pequeño de ojos tristes ahora contentos, que jugaba con el balón que había encontrado atascado entre las piedras.

Martín sintió que su deseo de recuperar su pelota se había evaporado y en su lugar apareció una alegría infinita, una paz enorme y un deseo interminaaaaable de que aquel muchachito fuera feliz. Sabía que su balón estaba en buenas manos, o quizás, en buenos brazos, sabía que estaría bien cuidado y tendría algo que quizás a él le faltaba aprender: un verdadero valor por las cosas obtenidas.


@Patrulich

sábado, 15 de noviembre de 2008

VIAJE A CAPRI


Compramos los boletos sin pensarlo ni dos veces. Entramos a la pequeña barcaza tomados de la mano, alimentados de nuestros sueños. El barco era como una galera amplia de un solo piso, donde el tumulto y las voces extranjeras se escuchaban por los largos pasillos. Arriba tenía una escotilla para quienes preferían ver y sentir el oleaje del mar y la brisa casi encima de la cara.

Nos sentamos en una banca a la orilla de un ventanal. Junto a nosotros, una mujer rubia, joven, de buen aspecto, nos sonreía con ojos de complicidad. Invitada por su sonrisa, le pregunté de dónde era y ella, en un idioma ininteligible, contestó algo que no entendí.

El día lucía radiante; los tibios rayos del sol se filtraban a través del enorme ventanal y Capri, a pesar de su cercanía, aún no se distinguía en lontananza. Antes de hacer el viaje, mi madre nos había puesto en antecedentes sobre la belleza de sus paisajes y nos habló de la gruta azul, donde las barquitas de remos entran y salen en justa sincronía con las altas y bajas del mar. “Es como de ensueño, habían sido sus palabras, por nada del mundo se lo pierdan”.

Esto había sido un mes atrás y ahí estábamos: escuchando el estrépito de las amarras cuando el pequeño barco fue liberado del muelle. Rápidamente estábamos alejándonos de las costas de Nápoles. Cada paisaje, cada curva y cada línea iba disminuyendo de tamaño y el mar iba quedando como único horizonte visible.

En cuestión de minutos y como por arte de magia, la luz del sol se ocultó y en su lugar, unas nubes negras acompañadas de un fuerte ventarrón asomaron a la superficie. Las olas del mar que hacía un instante lucían quietas, aumentaron intempestivamente de tamaño. El ruido del barco chocando contra las olas se hizo estrepitoso y ya no era posible sostener una plática sin tener que gritar o acercar el oído a la boca del que hablaba.

La pequeña barcaza comenzó a mecerse al compás del viento. Sandro y yo hacíamos esfuerzos por entendernos con la rubia de al lado, pero pronto me di cuenta de que una de sus frases quedó suspendida en el aire. Volteé la vista hacia el lado derecho y vi que mi marido estaba tan blanco como la espuma que vomitaba el mar.

El corazón comenzó a latirme descompasadamente. Sandro padecía de mareos y yo siempre le tuve miedo a los lugares encerrados: era una fobia de la infancia, de esas que no se saben en qué momento se forman. Y ahora este viaje se presentaba como una dulce promesa, con un billete de pago por adelantado, pero con el terror como única condición.

Sandro se levantó y se agarró como pudo a una columna gruesa frente a nuestros asientos. Tomó la pilastra como si de eso dependiera su vida; su respiración era rápida, agitada, y su cara reflejaba no solo malestar, sino los signos evidentes de quien muy pronto, iba como el mar, a vomitar el desayuno ante las miradas perplejas y curiosas de todos los pasajeros: decenas de ojos curiosos estaban clavados en él, sobre todo, porque era el único que se había levantado. Mas aún, porque se soltó de la pilastra y empezó -en un intento de calmar su mareo- a resoplar fuertemente, haciendo respiraciones de yoga e iniciando un ritual de movimientos de jalar y meter el aire utilizando manos y brazos. En cada movimiento del barco, parecía que Sandro se caería de bruces al suelo. Al verlo –es cierto-, su aspecto lucía risible: unos ojos desorbitados, una tez pálida, una boca que echaba y aspiraba el aire con desesperación y unas piernas que apenas podían sostener su propio peso, pero en esas condiciones, solo podía ocuparme del fardo de mi propio temor.

Yo estaba muy asustada y para aligerar mi desazón, traté de distraerme mirando hacia la ventana. El corazón aún me latía y sabía que si no hacía algo, podía llegar a sentir terror. No se veía nada: todo estaba gris, oscuro, vacío. Debajo de esa pequeña barca, había un mar furioso que nos atacaba por todos los flancos.

No sé ni de dónde saqué la fuerza necesaria para charlar con mi vecina de al lado, en un idioma que nunca había practicado. Entre gritos -que me daban cierta calma porque ahí sacaba todo mi miedo- y en un chapuceado italiano le pregunté de dónde era, a qué se dedicaba y por qué viajaba tan sola. La incomprensión la completamos a señas, con una sonrisa medio forzada por ambas partes. Ahí descubrí que mi italiano no era tan malo y que en la necesidad somos capaces de mover hasta montañas.

De los cuarenta minutos de ruta Nápoles-Capri, hicimos una hora. Bajé con Sandro otra vez de la mano, con un mareo que nos tambaleó de lado. El sol apareció no más tocamos la isla, la cara de Sandro volvió a su color natural y después de superados los inconvenientes, fue uno de los días más gloriosos de nuestro viaje a Italia.


Shanty


jueves, 13 de noviembre de 2008

PARIS

“Antes de morir, yo tengo que conocer París”.

Esto decía siempre Raimundo desde que tuvo uso de razón. Como casi todo el mundo, también él tenía en mente un lugar al que quisiéramos ir, al menos, una vez en la vida.

Los ojos, como dos grandes bolas de cristal multicolor, se le iluminaban a Raimundo con la emoción de mirar el Sena, la torre Eiffel al fondo, acompañada por el paso del autobús que transportaba pasajeros con destino a la Concorde. París siempre había sido su sitio soñado. Ese lugar que cada uno de nosotros tenemos programado ir al menos una vez en la vida, era, para Raimundo, París.

Y allí estaba, atónito, agarrado al brazo de su hijo, rumbo ambos hacia el Arco del Triunfo, la Rue Rivoli o la plaza de la Opera. Quizá subir Montmartre hasta el Sacré Coeur le resultase algo cansado, pero no podía perder semejante ocasión.

Sentado en un café, recordaba Raimundo, emocionado, algunos retazos de su vida, aunque vagamente. La edad y el derroche de su hijo brindando con Burdeos en la mesa 3 de Maxim´s no le acompañaban en sus intentos.

Mucho hubieron de andar padre e hijo antes de volver al hotel; ese que se encuentra en la Place Vendôme y que es una maravilla. Raimundo lo había conseguido.
Una vez vencidos su obsesión y sus anhelos, se sentía sencillamente feliz y todo lo que le rodeaba le resultó maravilloso. Sabía que no lo olvidaría el tiempo que le durara la vida… O si...

Lo que no sabía Raimundo era que su hijo le había regalado aquel viaje aprovechando la última oportunidad que le quedaba.

Tan sólo una semana después de la vuelta, Raimundo precisó de ayuda profesional definitiva. Su hijo se ocupó, del mismo modo que se había estado ocupando los últimos meses de que su padre pudiera llevar una vida digna. Aquel día entró por la puerta una enfermera especializada en el cuidado de enfermos de este tipo.
A Raimundo le gustó su acento francés:

- ¡Ah!, es usted francesa – dijo - ¿Sabe?, antes de morir, yo tengo que conocer París



Rafael Martinez.

martes, 11 de noviembre de 2008

NUEVAS FRONTERAS

Técnicamente muerto. Así me definirían centenares de doctores en medicina de aquellas épocas pasadas de la humanidad. Incluso en la actual, cualquier médico de cabecera no sabría afirmar con certeza que la vida no me había dejado.

La adolescencia es una etapa de transición. Para mí fue más que eso porque viví en poco tiempo los pasos de curiosidad ante las cosas que me interesaban, llevándome un impulso como deseo irrefrenable hacia todo lo que decía de la vida más allá de lo que vemos. Así encontré a Julio Verne y sus profundas lanzas hacia horizontes lejanos donde la imaginación de muchos no sabía llegar. Isaac Asimov me entretuvo, al igual que Arthur C. Clarke con sus odiseas. Pero ellos eran meros aficionados para mí, porque apenas arañaban vestigios del lugar donde mi imaginación pretendía llegar.

Gran fue mi asombro cuando tropecé un buen día con H. G. Wells y sus viajes en el tiempo. Una adrenalina de fascinación recorrió mi cuerpo al comenzar su lectura. Aunque quedé despagado por la forma que utilizó para sus viajes, pues una máquina no era lo que yo imaginaba como medio; sin embargo, la idea caló en mí, pues por fin alguien de este planeta escribía sobre el tiempo, como si todo estuviera ahí y nunca en realidad hubiera desaparecido: tan sólo es nuestra conciencia, que únicamente permite visitar un presente a la vez y, por lo general, al nacer ya marcamos esa pauta dentro de un mismo estado del tiempo…

Así era mi teoría del tiempo y la forma de viajar a través de él: desde la conciencia. Con mucha paciencia e interiorizando cantidad de filosofías, escritos antiguos y quizás algunos prohibidos por altas jerarquías sociales, encontré la puerta a un estado de conciencia que me llevaba allá donde quería, con la única cláusula de letra pequeña que decía que quien se iba volvía, pero el cuerpo quedaba en un estado de aparente muerte, debido al profundo sueño en que se sumía la consciencia física.

Si tuviera que dar una conferencia sobre mi vivencia en este sentido, la iniciaría así: ¿Han oído alguna vez hablar de los mundos paralelos?

Stephen Hawking y otras eminencias han encontrado insinuaciones de lo que digo. Incluso la creciente física cuántica se acerca a la posibilidad de los múltiples universos. No obstante, todo es teoría informal porque ciencia y espíritu no se ponen de acuerdo nunca.

Yo soy ciudadano de a pie, y desde lo que soy he buscado y encontrado la solución vislumbrando el umbral y sobrepasando las nuevas fronteras. He descubierto algo que va más allá del propio viaje y su destino, pues la transición desde el primer viaje me ha hecho ver de cerca, despertando mi sensibilidad desde esa conciencia que contempla más allá de lo tridimensional, parte del mundo invisible que nos rodea desde siempre a toda la humanidad.

Cualquier pensamiento generado desde cualquier mente es llevado por alguna forma de energía, que algunas ciencias del espíritu señalan como devas. Éstos son quizás los ángeles de la religión que más conozco. Entonces deduje que los pensamientos llegan a su destino, inexorablemente. También he adivinado tras mi cerrar de ojos y posterior viaje hacia esas cumbres fronterizas, que las fuerzas de la naturaleza están vivas más allá de lo que presagian nuestros ojos. He observado silfos del aire, como salamandras del fuego, ondinas del agua y las hadas de las flores… también la tierra tiene sus elementos invisibles pero vivos.

Al volver de cualquiera de estas salidas, me preguntaba si realmente le haríamos daño a un bosque, sabiendo que en realidad está animado por tantos seres que viven en otros planos más allá del que percibimos desde los cinco sentidos…

Cuando viajas a otros tiempos, lo haces como alguien que nadie puede ver. Pareces el “gran hermano” que todo lo observa desde donde está, y te acercas a cualquier lugar sin temor que un estornudo despierte tu conciencia o avise a cualquier persona cercana. Gracias a esta peculiar expansión de la conciencia, seguía de cerca escenas, algunas horribles, como algún castigo en la época medieval donde eran frecuentes las ordalías o juicios de Dios. En algún momento presencié el ver caminar a un acusado sobre nueve rejas de arado puestas al rojo vivo con los pies desnudos. Posteriormente entendí que si días después las plantas de sus pies estaban sanas, entonces era absuelto.

Otro detalle que me impactó de esa Edad Media era que los castillos levantados para contener a posibles invasores eran con frecuencia nidos de bandidos con los que los mismos señores feudales sembraban la inseguridad de sus vecinos con sus rapiñas.

Las guerras y las luchas señoriales iban siempre acompañadas de incendios y devastaciones impiadosas, pues ese era el mejor modo de arruinar al enemigo. Por supuesto que las clases rurales, innegablemente las más necesitadas, eran las más afectadas por estas calamidades inesperadas… Curiosamente, este hecho me hizo recordar con estupor el terrorismo actual, llevándome a sospechar que también hay señores feudales hoy en día, interesados en crear discordias en el mundo.

No sólo contemplé desavenencias parecidas a las contemporáneas. Lo que no aparecía desde el signo inequívoco del amor en mis presentes físicos actuales lo encontré en esas lejanas tierras, donde mi conciencia era luz y medio de vida. En una de mis salidas más adoradas a la época medieval, me sorprendió visitando un castillo una misteriosa dama, oculta en una torre gris tejiendo un tapiz; ella me vio perfectamente. No nos pudimos tocar, pero ella me veía sin duda. Parecía una relación virtual que en ningún momento quise desaprovechar. Nuestras conversaciones fueron tertulias interminables y con un afecto muy singular y cercano. Ella no pareció desde el primer momento sorprenderse de mí y ninguna mueca de extrañeza o temor acompañaban sus palabras. Una indescriptible aura de amistad nos envolvía en cada encuentro y le prometí que nunca dejaría de verme.

Era princesa, según pude saber más adelante. Se llamaba Aelia y, aunque ninguno de los dos aprovechamos el maravilloso evento para hablar de nuestras respectivas épocas, pasamos maravillosamente el tiempo que convinimos conversar… sólo de ambos y, como si nos conociéramos de siempre, empatizamos desde el primer instante. Creo que ella me esperaba, como yo la buscaba… Así es el tiempo y somos las personas. Quizás llevamos dentro lo que somos y seremos, como lo que queremos…

Emig

Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?
S.T. Coleridge

domingo, 9 de noviembre de 2008

QUERIDA PEQUEÑA

Sabía que le llegaría el turno, que todo era cuestión de esperar el momento adecuado y ese momento se acababa de plantar ante ella. -¡Ven pequeña! Le comentó el encargado de acompañar a los elegidos hasta la zona de información, zona esta totalmente distinta de aquella que se utilizaba como recepción de aquellos y aquellas que volvían después de finalizados sus trayectos.

—Mira, pasa por ese largo pasillo azul y al final de el encontrarás las respuestas a tus preguntas.

—Tengo un poco de miedo –dijo la pequeña-

—No lo tengas, sabías que llegaría este momento y has de aprovechar desde ahora cada instante que se te plante ante los ojos; anda, ve y no temas.

La pequeña, como todos la llamaban, se desplazó por el largo pasillo azul y al final de él comenzó a sentirse distinta, comenzó verse vulnerable y eso no le gustaba, pues eran sensaciones nuevas. De repente un sentimiento se apoderó de ella y en su mente comenzó a escuchar unas dulces palabras:

—Bueno pequeña, ya estás aquí, preparada tal y como te dijimos que deberías estar ¿sabes de que va todo esto? –ella respondió mentalmente-

—Pues no, lo desconozco, sólo me han dicho que sería la gran aventura.

—Efectivamente pequeña, será la gran aventura, la gran aventura de la vida. Hace unos nueve meses alguien ahí abajo decidió que quería que alguien le acompañase en su propia aventura de vida y aquí creemos que tú serás el alma ideal para hacer que esa petición pudiese convertirse en una realidad; así que hemos pensado y decidido que sea hoy el día en el que debas nacer y tomar posesión de tu cuerpo material.

—¿y eso duele, porque me han dicho que después de nacer, muchas veces se sienten dolores? ¿eso es malo?

—No es malo querida pequeña, pero es necesario; vas a ser humana y cuando lo seas y tengas la edad adecuada como para poder comprenderlo, verás que los humanos hay cosas que no las entienden si no es con dolor.

—Pero si aquí estoy bien ¿por qué he de partir para hacer feliz a otros?

—Porque esos otros partieron en su día hacia sus aventuras particulares pero como humanos que son, al igual que lo serás tu en breve, olvidan que su aventura consiste en ser y hacer felices a los otros y ahogan sus días en penurias y complicaciones que ahora no podrías entender, por lo que desde aquí, nos encargamos de vez en cuando de ponerles a su lado a otra persona que forme parte de esa aventura y les recuerde que sobre todo hay que ser felices.

—¿y a los que no se les envían pequeñas como yo, no son felices?

—No querida, no, la cosa no es así, tu harás feliz a muchas personas, a las que te esperan y a las que irás conociendo, pero eso no quiere decir que no sean felices personas que no te conocerán; los hay que cumplen su aventura con pocas ayudas, pero la cumplen al fin y seguramente alguno de ellos o ellas se encarguen de hacerte feliz a ti.

—¿pero si yo soy feliz, como van a hacerlo?

—Eres feliz pequeña, pero te tocará sufrir, cuando dentro de unos minutos hayas nacido, olvidarás por completo de donde vienes y según crezcas las dudas de a dónde vas, irán haciendo mella en ti, pero sabemos que conseguirás que tu aventura al final tenga el final que deseamos.

—¿pero me han dicho que ese final es la muerte?

—Creo que ya debes nacer, acabas de comenzar con tus dudas...feliz aventura pequeña, feliz aventura.


Ricardo Colomer

viernes, 7 de noviembre de 2008

EL VIAJE DE VUELTA


Para ella, viajar era hacer un examen: probarse en otro entorno, sentirse en otros ojos, oírse en otras voces. De pequeña había llevado la cuenta exacta del número de aviones en los que se había montado, seguía mentalmente cada uno de aquellos trayectos que le habían proporcionado una medida más exacta de lo que era el mundo, le habían demostrado que estamos más cerca unos de otros de lo que pensamos y que somos tan insignificantes que desde allá arriba ni siquiera se ven los seres humanos y, mucho menos, sus inmensos problemas o sus notables logros.

Luego, el número de aviones y trayectos se incrementó de tal manera que le resultó imposible mantener la cuenta y perdió su rastro. Pero seguía sintiéndose igual de nerviosa ante cada desplazamiento, su estómago se agitaba y su ánimo se alteraba. Iba anticipando la ropa que llevaría en el viaje y los días previos calculaba cuidadosamente el tiempo que llevaría lavar y secar dichas prendas para que todo estuviera listo en el momento en que, cuidadosamente dobladas, las metiera en la maleta.

Entonces, la sola idea de introducir en aquel rectángulo sus cosas la ponía de mal humor. Allí no había sitio para nada y siempre tenía que elegir, discriminar entre las cosas, descartar lo más abultado, en definitiva, dejar atrás parte de su mundo. Siempre surgían los ‘por si acasos’, por si llueve, por si hace frío, por si me invitan a cenar, y al final, con una maleta llena de ‘por si acasos’ y agotada por el esfuerzo se sentaba sobre ella para conseguir a presión echar los cierres alrededor de la panzuda valija, primero los de los laterales y luego el cierre central.

Esa noche le resultaba difícil conciliar el sueño. La anticipación de lo que iba a vivir se apoderaba de su cabeza hablándole en otras lenguas, poniéndole ante los ojos de la mente imágenes exóticas traídas por inexplicables premoniciones o, tal vez, sacadas de la portada de alguna revista de viajes. Sentía que hasta su cuerpo se volvía extraño, se desplegaba, y se desenvolvía en nuevas situaciones remotas. Otros ojos la miraban desde otras caras tratando de interpretarla en mentes que procesaban el lenguaje de otra manera y le asignaban calificativos formados con otras letras.

Era una nueva oportunidad. Podía salir del estrecho fichero en el que la habían encasillado los que se movían a su alrededor. Era la ocasión para hacerse de nuevo. Quizás el recorrido del avión desde su salida hasta su llegada fuera como un parto, ahora consciente, en el que por fin tuviera la posibilidad de ser efectivamente lo que era, no lo que los otros habían decidido y, así, acabar con todas aquellas frases como: ‘Te conozco como si te hubiera parido’ que tanto la habían maltratado. Por fin, podría ser diferente y no sentirse amenazada, como cuando no encajaba en aquel mundo estrecho en el que le había tocado vivir. En ese nuevo entorno no estaba obligada a encajar, puesto que siempre podría justificarse a sí misma diciendo que no era de allí, que procedía de otro lugar y que no seguía las mismas pautas que los demás. Su unicidad se aseguraba.

Tras facturar, se sentaba obedientemente en el asiento marcado en su tarjeta de embarque procurando aparentar que era aquella una experiencia normal en su vida a la que no le daba la menor importancia, mientras por dentro sus tensos esquemas se hacían trizas. Miraba por la ventanilla como el suelo se alejaba y ella se elevaba hacia esa nueva vida única y diferente que le esperaba.

El avión finalmente apuntaba su pico a tierra y, tras desplegar los alerones, se posaba en el aeropuerto de destino. Los carteles le recordaban silenciosamente que todo era diferente y ella, con paso firme y mirada altiva, seguía su marcha deseosa de mostrar a los que se tomaran la molestia de mirarla que dominaba la situación y se desenvolvía como pez en el agua.

Y así era, porque al poco tiempo se daba cuenta de que no podía huir de sí misma, de que sus problemas habían viajado con ella, quizás agazapados en los huecos entre los ‘por si acasos’ de su maleta. Al tiempo, sus nuevos amigos, usando otros procesos mentales y otras letras, habían construido los adjetivos necesarios que la introducían, una vez más, en el mismo fichero que ocupaba antes de salir de casa.

Dejó de contar aviones, dejó de deslumbrarse por los escenarios y supo que la vida es en sí el viaje en el que realizar los cambios y, entonces, empezó a viajar por dentro. Había emprendido el viaje de vuelta.

Sinkuenta

miércoles, 5 de noviembre de 2008

CAMINO A DENEB

Cuando inicié el viaje no sabía que me encontraba ya en él, al percatarme de ello la alegría invadió todo mi espíritu. El Gran Mago dispuso que fuera ante la Madre Luna para que me hablara respecto a este viaje. Cierto es que no sabía nada al respecto, excepto que había sido elegida para realizar la travesía y mi intención no era cuestionar, pues cuando estuve frente al Gran Mago recuerdo que me lo informó sin usar palabra alguna, solo magia envolviendo mi corazón.

La Luna, bondadosa como siempre, tomó mi mano y sólo pudo decirme unas cuantas cosas pues mirándome a los ojos me afirmó que únicamente yo podría sentir y explicar semejante travesía. No negaré que en ese instante la nostalgia me invadió y se lo hice saber… siempre supuse que llevaría conmigo un compañero de viaje, tal aventura lo ameritaba: compartir cada paso del camino, abrazarnos el corazón mutuamente, tomarnos la mano con fuerza ante la adversidad… y hubiera seguido con más ideas de no ser porque la Luna me miraba guardando un largo silencio… entonces me quedó claro que no debía permitir que esa suposición (generadora de otras más), llenara mis momentos presentes. Cuando la Luna leyó este pensamiento en mí, continuó su charla y me habló de las provisiones necesarias para el viaje, me las obsequió en un pequeño saco para tenerlas cerca cada que necesitara de ellas durante el camino… también me dijo que estaría presente, dispuesta a escucharme cuando le requiriera; sólo escucharme, pues si buscaba respuestas ésas solo las encontraría en mí y cuando no fuera así, me sugirió desechar las preguntas para las que no las hallara pues seguro no me tocaba a mí responderlas y en ese viaje se trataba de no preocuparse y disfrutar de todos los momentos…

Apareció el Gran Mago, me dijo que nunca me soltaría de la mano, que siempre estaría conmigo y le creí. La Madre Luna me obsequió una constelación, me pidió escoger y no lo pensé mucho, elegí la de alas blancas del cielo boreal. Argumentando que mi elección era obra de la causalidad, comentó que mi destino de llegada estaba en esa nube de estrellas… había tantas…

Ambos me envolvieron en su abrazo y me posaron nuevamente en la faz de la Tierra… Bien, ¡ahora a caminar!- pensé en voz alta y me dediqué con gran entusiasmo a cumplir mi misión.

Los primeros días de viaje de vez en vez aparecía la nostalgia, ¡rayos! ¡de repente muy instalada en mi corazón!... afortunadamente llevaba el saco de provisiones así que para alejarla tomaba de él unas cuantas “sonrisas del Gran Mago” y una porción de “evitar suposiciones”, debo confesar que incluí estos alimentos en todas las comidas al día… ¡suerte que el saco no tuviera fondo!

Por otro lado, me hice adicta a las porciones de “fuerza y “valentía”, el viaje requería de mi espíritu entero y fortalecido para enfrentar las nuevas condiciones y poder transmitirlo a quien llenaba de ternuras mientras me dirigía hacia la constelación. Una de sus estrellas me miraba, la más brillante, me sonreía todo el tiempo aún con cielo nublado… de hecho su luz me hacía seguir y transmitir la emoción de la vida misma y las hermosas sensaciones de ser cómplice en el surgimiento de una nueva… ahí supe que hacia esa estrella en particular me dirigía.

Al iniciar el cuarto mes del viaje, me miraba constantemente al espejo ansiosa de ver y disfrutar los cambios exteriores… ¡pero nada de eso!, sentía algo así como la necesidad de hacer visibles para los demás la fortuna de haber sido elegida para esta aventura… recurrí al saco para calmar mi ansiedad y sí, me alimenté entonces de “paciencia” y “serenidad”, ¡esa Luna había pensado en todo! Recuerdo que aún no me cansaba tanto… yo seguía caminando, viviendo los caminos hacia la estrella cada vez con más emoción por tocar su magnífica luz.

Los siguientes meses de viaje fueron tan intensos… parecía que me había comido la Luna, ¡pero llena!, por supuesto ya estaba más que contenta con mi nueva apariencia, además el brillo en mis ojos era su reflejo y, las mejillas sonrosadas la calidez de las ternuras del Gran Mago. Recorrí paisajes hermosos: amaneceres que me acariciaban, sonrisas prodigadas por las tardes llenas de paz, miles de pensamientos alados al leer y estudiar para forjar una vida mejor, magníficas escenas nocturnas con una que otra luciérnaga recordándome que aunque pequeña, su luz es incandescente… grandes aprendizajes obtuve y viví emociones miles siempre procurando transmitir todo a mi interior para que mi estrella me sintiera y por extensión mía las viviera… yo creo que así fue porque muchas veces sentí su pequeña mano tras la piel como en un querer estar ya fuera. La verdad es que eso de seguir caminando me sacaba ya varios suspiros de cansancio pero recuperaba la entereza al alimentarme de “sonrisas del Gran Mago”, “fuerza” y “paciencia”…¿la golosina? … dulces “rayitos lunares”.

El término del viaje se veía cercano, para entonces ya sabía el nombre de la estrella sonriente… aún me faltaba el caminito invisible, ese que al dar cada paso va apareciendo, así era de incierto el momento final, ya antes me lo habían dicho… pero el deseo de abrazar a mi estrella podía más, así que dejé el miedo de lado, tomé el saco y comí “valentía”, confieso que en doble porción.

Después de unas horas llegué finalmente ante mi estrellita, miré hacia atrás y me sorprendí del camino hermoso que anduve, la aventura que nos había significado a ambas… y en ese momento la infinita felicidad de tocarla y tenerla por vez primera entre mis brazos invadía mi ser… un beso de bienvenida en la frente selló nuestro encuentro exterior, porque ya nos conocíamos de antes.

Ahí terminó ese viaje que no era más que la antesala del que viajo ahora y en el que lo más interesante es que la aventura aún no termina… el Gran Mago sabe por qué hace las cosas…

¿Qué quién es él?, su nombre es Amor… ¿el nombre de la estrella?...
Deneb… el nombre de mi hija.

Aheo

lunes, 3 de noviembre de 2008

TREN HACIA LA FELICIDAD

Sentada en el tren veo el paisaje pasar, un paisaje que no sé si volveré a ver o no, pues este billete tiene ida pero no vuelta. Quiero cambiar mi vida, me agobia todo lo anterior, mi trabajo estresante de secretaria, mi novio acaparador, mi madre que todo lo que hago parece que salga mal..

He cogido las maletas sin avisar a nadie más que un post-it en la nevera, he puesto “me voy de viaje necesito tiempo para mi, ya llamaré un beso ”Tengo tropecientas llamadas en el móvil que no pienso contestar pues quiero llegar primero a mi destino".

Me dejo envolver por la música a la vez que veo el paisaje pasar a toda velocidad.

()musica

“Me vestí de traje y luego en el parque arranqué una flor, me monté en un tren que según me dijeron llevaba a tu corazón, pero me quedé dormido y llegue hasta la ultima estación y allí no había nadie tan solo estaba yo...” “..ya no queda nada más decir que adiós y eso me duele..” Esta canción siempre me identificó ahora quedaba eso decir adiós, y voy a la última estación que este tren me permite Sevilla, una ciudad que espero que me devuelva la felicidad.

Entre canción y canción el viaje se pasa volando y eso que son ocho horas de tren, con Alex Ubago envolviéndome con sus letras, su música... Al menos sé que llego allí y tengo trabajo y un lugar donde dormir gracias a mi amiga Verónica que me acoge por un tiempo. Al menos no estoy sola del todo pero esto es una gran aventura para mí, nueva ciudad, círculo de amigos, lejos del calor de la familia, a valerme por mí misma y para comprobar si ese novio que tengo es o no la persona que quiero a mi lado, si necesito volver será que es nuestro destino y sino seguiré adelante mi vida.

Al fin llego a la estación y la ciudad me envuelve con su encanto, mi amiga vive cerca de la catedral en pleno centro, al ver todo esto creo que conseguiré ser feliz en esta aventura que es el vivir. Pienso descubrir esta ciudad rincón por rincón un poquito cada día todos sus encantos pues no hay nada mejor que conocer bien el lugar donde vives. Para mí es la ciudad perfecta para vivir, sus gentes, su calidez y alegría y lo bonita que es... Sevilla pienso disfrutarte, vivirte, sentirte, ser una más de tu comunidad de gente.

Empieza para mí una nueva aventura vivir sola, por el momento no echo a nadie de menos, soy feliz, mi amiga Verónica me recibe con los brazos abiertos y con su gracia andaluza ¡ainss que acento! Llegará el día que se me pegue y todo lo sé.

Tengo unos días libres antes de empezar a trabajar, seré una turista más pero una turista que a diferencia del resto se piensa quedar a vivir aquí, en esta bonita ciudad que te acoge como si vivieras aquí de por vida.

Tiro la vista atrás y veo mi oficina con un montón de papeleos, mi novio que no me deja ni salir y todo el día está llamándome a ver qué hago y mi madre que si puedo ser más que una simple secretaria. Ahora miro delante de mí, estoy en un parque el de María Luisa, se respira paz, tranquilidad, respiro hondo y disfruto de este aire tan puro que en mi ciudad no lo tenía, qué delicia y ese piar de pájaros de fondo y mi amiga diciéndome que todo irá bien y que si aquí seguro encuentro hasta el amor de mi vida.
Pero eso ahora no me preocupa, me preocupa vivir feliz disfrutando de los pequeños detalles, si en esta aventura se tiene que cruzar el amor conmigo que lo haga pero no lo andaré buscando. Mi amiga se me queda mirando diciendo:

—¡Qué fuerte eres amiga mía!

Y le contestó:

—Fuerte te hace la vida con sus desengaños y me he llevado tantos que no dejaré que me hagan daño, que me manipulen o dispongan de mi, ahora soy dueña de mi propia vida.

De repente suena el móvil de nuevo, es mi madre:

—¿Dónde te has metido loca?

—Estoy en Sevilla.

—¿Qué? ¡Vuelve en el próximo tren desagradecida!

—Lo siento lo he decidido este billete no tiene vuelta mamá, se feliz aquí llevo unos minutos y ya lo soy, ya te llamaré…

Nada más oírla como empezaba de nuevo a mandar sobre mi pensé que tenía que quedarme y probar mi felicidad en esta bella cuidad. Sevilla ya te considero mi casa, mi viaje acaba aquí.

Dedicado a la ciudad de Sevilla que he visitado en dos ocasiones y me ha encantado.

Esther

sábado, 1 de noviembre de 2008

SANCY

Tántalo es una ciudad de ladrillo rojo y azulejos azules. Cuando sale el sol el color llena de vida las calles, pero media hora antes del atardecer no queda nadie en las calles. Se dice que los dioses mandan monstruos horribles para vigilar que nadie beba ni coma. Una ciudad de perversión sin límite esperando el castigo divino, haciendo honor a su nombre. Pero lo que me había traído aquí era Sancy. Según la leyenda Sancy era un diamante de mas o menos 55 quilates tallado en forma de pera que desapareció durante la revolución francesa, pero para conseguirlo debo encontrarla a ella.

Me senté sobre una butaca con vistas al mejor bar de la playa y pedí un bourbon con hielo. Era cuestión de esperar. Antes de que me acabase la copa apareció saliendo de una limusina, con un rico del brazo. No pude evitar esbozar una sonrisa, ella siempre había sabido rodearse bien. La seguí con la vista y la vi meterse en el reservado del bar. Escribí una nota y fui hasta la barra. Le dí 20 pavos al camarero y le dije que le diera la nota sin que el tío lo notara. Sabia que esta práctica era habitual en estos círculos, y que no me defraudaría. En efecto, acto seguido pude ver como ella torcía el gesto y se disculpaba (seguramente diciendo que iba al baño) y se encaminaba a mi posición. Realmente estaba hermosa cuando se enfadaba.

—¿Se puede saber que coño haces aquí? ¿Es que me estas siguiendo?

Su bikini rojo me recordaba las noches intensas que habíamos pasado juntos, y el olor de su champú me llegaba claro como un rayo de sol. Me tomé un par de segundos para disfrutar de su presencia.

—Tranquila. He venido por negocios. Sancy está aquí.
—¿Pero qué?? ¿Qué dices? ¿No puede ser?!
—Debajo de mí esta la respuesta, ya sabes, solo tienes que mirar bien...
—Vete a la mierda. Esos tiempos han quedado atrás.
—Está bien, entonces ¿qué iba a hacer aquí sino?
Había conseguido reducir su enfado y a la vez demostrarle que no estaba aquí por ella, bueno, no totalmente. Pero eso no debía saberlo.

—La he visto cariño.

Con toda la tranquilidad del mundo saqué el periódico local de la semana pasada. El conde Jonestown y su esposa asistían a una recepción con la reina de Inglaterra, y como era obvio, no podían resistirse a enseñar sus mejores galas. Sonreímos y eso es todo lo que necesitábamos para recordar viejos tiempos en la cama.

—Quiero que me lo cuentes todo —dice ella.
—Es fácil. El sistema de seguridad es impenetrable.
—Entonces ¿cómo va a ser fácil?
—Confía en mí.

Partimos hacia la mansión y esperamos la noche. Allí estaba el guardia de la entrada principal como cada noche a la misma hora, haciendo su ronda. Y como cada noche también se había traído un bocadillo oculto en el uniforme. El sabia que a esta hora concreta los demás daban la vuelta a la casa y el debía estar vigilando la entrada. Como siempre se sentaba en el butacón de los condes, en su porche de la entrada. Faltaban pocos segundos para que un pequeño regalo que había dejado oculto hiciera su aparición. De repente se oyó un grito de terror, y vimos al guardia correr como alma que lleva al diablo hacia la parte de atrás de la casa. Nos metimos en la el jardín y corrimos hacia la entrada. Según nos acercábamos oíamos los gritos ahogados y guturales que había grabado en un cinta y puesto escondido con el temporizador. No pude evitar esbozar una sonrisa. Ella entendió lo que había pasado y empezó a sonreír. Ahora venia la parte mas difícil. Cogí la vara de hierro y forcé la puerta para entrar. La alarma sonó de inmediato y nos dejo medio sordos, pero aún así podía oír aun los gritos despavoridos del guardia de la entrada. Corrimos a escondernos dentro de la habitación principal. Gracias a dios la condesa tiene un fondo de armario estupendo para estos casos.

—Ahora te toca a ti cariño —dije yo.
Se puso manos a la obra y en pocos tiempo encontró la caja fuerte y la abrió de par en par.

—¡Aquí está! ¡Era cierto aquí está!
Sacó un diamante del tamaño de un puño en forma de pera. Lo sujetaba con saña y pude ver que realmente era feliz, con aquella piedra legendaria en sus manos. Me miró con cara inquisitiva.

—Se ha activado la alarma silenciosa y la casa esta sellada porque has abierto la caja —decía yo, —en menos de 2 minutos estará aquí la policía... Pero no te preocupes, ningún sistema de seguridad deja morir a sus propietarios por un incendio.

Sin esperar respuesta cogí una silla y encendí un mechero. Lo acerqué al sistema de detención de humos y empezó a llover dentro de la casa, a la par que se abrían puertas y ventanas, Nos dirigimos a la playa, y llegado el acantilado me paré.

—Al otro lado hay decenas de policías esperándonos. Lo se porque ya me habían registrado la habitación esta mañana.

—¡ENTONCES PORQUE COÑO ME HAS LLEVADO CONTIGO! PORQUE HEMOS IDO A ROBAR EL TESORO DORADO DE TU VIDA!
Esbocé una sonrisa y me dispuse a contestar.

—En parte para demostrarme que podía, y en parte porque quería descubrir algo.... Te quiero. Desde la primera aventura en Amberes siempre lo he sabido, pero eres la única persona a la que no puedo descubrir. Necesitaba saber si tu me querías a mí, sabia que podía robar esa piedra y sabía que tu la ansiabas. Ahora veremos quien sale vencedor.

—Yo.... No podía articular palabra. No tenia palabras y estaba a punto de descubrir su verdadera cara. Yo creo que te quiero.. —empezó a llorar, —pero esto es demasiado importante, no puedo.... —sacó la piedra del bolso y la miró con deseo.
—Si te deshaces de ella no podrán inculparnos de nada.

Entonces ella se metió la piedra de nuevo en el bolso y su cara cambió de repente. Ya no tenia nada que yo desease, su propia hambre la había devorado por dentro.
—¡Esta piedra es la solución a toda nuestra vida! Todo el mundo me recordará! Sus pupilas brillaban mas que nunca, pero esa luz ya no me interesaba. Dentro de esos ojos habitaba todo lo que yo no quería ser.
—Vete si es lo que quieres. No te lo impediré.
—Hubiese sido un magnífico final. Se dio la vuelta y salió corriendo. —¡Te enviaré una postal!

Yo corrí en dirección a la playa, buscando la tumbona donde me había “hospedado” horas atrás esperando su llegada. Saqué el paquete que había enterrado y allí estaba, inmaculada como la primera vez que la vi.

Sancy, el diamante mas perfecto del mundo jamás hallado, debajo del periódico donde después de la recepción de los condes, venía un artículo sobre un asalto a la galería de arte propiedad de Robert Smith, el mayor coleccionista de diamantes del mundo. Habían asaltado la galería pero no habían robado nada, aunque en la foto aparecía un Smith rabioso y desesperado, espetando cosas al viento.

Obviamente, nadie iba a ser tan tonto de llevarse a Sancy a una recepción y humillar nada mas y nada menos que a la reina de Inglaterra, por no hablar de llamar la atención de hacienda sobre un diamante perdido desde hace siglos. Decenas de réplicas de Sancy se habían encargado para las esposas de los hombres muy ricos y circulaban por todo el mundo. Solo era cuestión de fijarse bien.

Mientras una lágrima recorría mi rostro no pude dejar de ver multitud de coches patrulla a toda velocidad surcando la noche. Quizás saliera con vida para poder vengarse, pero esos disparos en la noche no pintaban nada bien.

Vegetable man

jueves, 30 de octubre de 2008

UN VIAJE PELIGROSO

Daba un tranquilo paseo.

Es un barrio que Mario no frecuenta habitualmente, pero, debido a un trabajo temporal de apenas tres semanas, tendría la oportunidad de pasear por sus calles mientras hacía tiempo tras la comida.
Era un agradable día de otoño, los árboles acariciados suavemente por un leve viento, dejaban caer constantemente sus hojas adornando las aceras y la calzada con esos tonos que van desde el marrón al rojo intenso, los colores propios de esta estación.
Todo el mundo anda deprisa. A él le gusta observar a todos. Decide sentarse en una rancia y adorable cafetería de la Plaza de Sevilla, muy cerca del Teatro Español, en pleno centro de la capital...

Disfrutará de un café bien cargado, sin azúcar, como le gusta. Sobre la mesa un periódico abandonado, quizá, por el cliente que acaba de marcharse. La silla aún está caliente... El camarero sale y entra incesantemente con su mandil blanco y su bandeja sobre la mano.
Con actitud ciertamente servil atiende las escasas cinco mesitas que ocupan parte de la acera, invadiéndola y haciendo, a veces, tropezar a los transeúntes...

Un hombre con una terrible deformidad en la espalda se planta frente a él y extiende su mano mientras murmura algo ininteligible para Mario. Parte de sus babas se derraman sobre los zapatos y Mario le niega con la cabeza... El hombre insiste y Mario rebusca en el fondo de su bolsillo unos céntimos... Duda si dárselos, tal vez sea aún peor, el hombre parece deseoso de atención más que de dinero... qué penosa vida, piensa. Pone el dinero sobre la mesa, cerca del mendigo. No puede evitar pensar en cómo tendrá las manos ese pobre hombre...

Madrid tiene estas cosas... somos demasiados...

¡Por favor! dice levantando la mano cuando el camarero pasa a su lado.

Un muchacho con aspecto indio, grandes ojos negros enmarcados en profundas ojeras oscuras, piel morena y mirada penetrante.
El acento le delata ¿Qui le ponongo senior?
Mario pide su café cargado y suplica con la mirada que le libre del mendigo.
El camarero le espanta casi como a un perro... Parece que no tener que haberlo hecho él mismo quita dureza a la escena y despeja su conciencia... El deforme se marcha como un perrillo asustado con su eterno murmullo. Cruza la calle Príncipe casi sin mirar y casi sin ser consciente del frenazo que un taxista ha tenido que pegar para no llevárselo por delante... Mario se pregunta si no es eso lo que buscaba, marchar rápido y ligero de ese asfalto hostil, de esa vida de dolor y sufrimiento.
Mario es bueno y le mira piadoso mientras desaparece ya por la esquina, lo cual le permite olvidarlo para siempre.

"Siu cáfe" dijo el joven indio, poniendo suavemente el plato con la taza, la cucharilla y el azúcar sobre la mesita blanca. "Gracias".

Ojea el periódico y decide cogerlo y leer un rato, Mira el móvil y aún tiene tres cuartos de hora hasta su cita laboral... hoy comió muy deprisa. Mañana lo hará más lento, así no le sobrará tanto rato... Hoy hace sol, pero si amanece el día frío y lluvioso será muy incómodo esperar.

El transito humano distrae constantemente su atención sobre las noticias de todos los días.
De pronto, cruzando la plaza, le parece ver a Sandra, la esposa de un buen amigo. ¿Qué hará por aquí...? Pero...
Mario se dispone a levantarse para llamar su atención, cuando observa a un hombre, que no es César, que le coge cariñosamente por la cintura... La atrae hacia sí y le besa... ¡en los labios! oh, oh...
Mario se sienta al instante y ahora lo que desea es desaparecer tras el periódico. Lo sube cubriendo su cara, puesto que la mujer de su amigo, colmada de carantoñas se acerca a la cafetería.
Ambos se besan de nuevo en los labios, con ternura, no, ¡con pasión! Sus lenguas se entrelazan sin el menor decoro, mientras esperan el semáforo para poder cruzar.

Al pasar por delante de la mesa donde un hombre se esconde tras un periódico, ella ríe divertida y él, le roza levemente el culo con la mano.

Mario ha encogido en la silla, quiere desaparecer y reza para que no le vean... El camarero indio mira divertido la escena, que desde fuera, es tan evidente que solo falta un cartel de Estreno en la barriada...

Esa noche, mientras cena en casa con su mujer, ésta le dice que ha llamado Sandra... César vuelve mañana de su viaje a Londres y les invitan a cenar. Parece que el negocio le ha salido bien. Sandra estaba feliz con la vuelta de su esposo tras una semana fuera.




Ahora Mario es consciente de que los viajes, a veces, los hacen los que se quedan... Los que llenan las maletas y suben a un avión... sólo dejan el camino libre.


Natacha.

martes, 28 de octubre de 2008

EL VIAJE DE ERIA

En las montañas verdes corrían obedientes las ovejas y cabras junto a su pastor, la brisa suave movía los abetos y ellos hablaban de historias de niños jugando a las escondidas entre los arbustos de las hermosas colinas... Eria corría alegre retozando entre las flores y el pasto fresco, mientras que algún ave trinaba contenta por el espacioso sendero de hierba húmeda recién de mañana...

Toc, toc... alguien llama a la puerta, Eria responde a regañadientes... es su madre, le dice que la cena esta lista... la niña se dispone a bajar, no sin antes dedicar una melancólica mirada a las fotos de aquel libro de geografía mundial... los álpes, colinas y montañas que nunca podría ver en persona... volteó a la ventana y observó el paisaje que se le ofrecía desde allí: sólo un muro gris y maltrecho de frente. Desde su segundo piso, podía verse abajo la calle llena de coches y gentes... más allá casi al final de la vía, se miraba el recodo de una de las pequeñas plantas ecológicas que intentaba tristemente adornar-oxigenar la ciudad.

Eria no conoce el verde de los valles, no sabe a que huele la brisa fresca del rocío mañanero, el pasto recién podado, las flores sin cortar, no tiene idea de como se siente la lluvia cuando cae sutil o torrencialmente, ni conoce la magia con que envuelve la tarde los rayos solares rosa-naranja del ocaso... no ha escuchado jamás el trinar de algún ave, no la ha escuchado excepto en los documentales de TV, aquellos en donde dicen que alguna vez hubo sitios como esos, pero que estos ya no existían.

En la noche luego de la cena, la jovencita desde su estrecha ventana pudo observar minimamente tras la capa protectora que cubría la metrópoli, algunos puntos blanquiazules titilar débilmente en el espacio estelar... se dijo: —deseo conocer esos verdes lugares, quiero viajar mucho más allá, a algún lugar donde aún existan esos mágicos paisajes contrastes de sombra y luz... y con ese intenso pensamiento se quedo dormida recostada del regazo de la ventanilla...

—¡Hey despierta!, he venido a buscarte, debemos irnos ya— le habló un chico como de su misma edad, pero algo extraño... su piel era de color rosa-beige... a diferencia de la suya que gozaba de un saludable color verdiazul... extrañada y restregándose sus hermosos ojos color plata le dijo:

—¿Quien eres?

El jovencito halándole del brazo contesto:

—Mi nombre es Morfeo, tú lo deseaste, este es tu sueño, vamos a viajar... ¿vienes o qué?

Eria dudo un poco, pero ya más decidida le dijo:

—Bien, adonde vamos y como lo haareeem...!!!!

No hubo tiempo de terminar la frase, Eria se encontraba en una especie de alfombra blanca, algo abultada como de algodón pero suave y ligera... a su lado el chico le indico:

—Esto (señalando la pompa de algodón) se llama nube, lo utilizamos para viajar cómodamente de un lugar a otro en el mundo de los sueños. Puedes mirar hacia abajo, no sientas temor. Y le sonrió.

Eria miró por debajo de la nube, no veía mas que un fondo negro que por momentos se hacía gris, le dijo al chico:

—Oye pero no veo nada, ¿qué he de ver?...

El joven le dijo casi a modo de protesta:

—¡Pero!... ¡si sólo tienes que pensarlo y pronto aparecerá, por eso estamos aquí!...

La chica entonces recordó su último pensamiento antes de dormir y recreó en su mente las bellas imágenes de esa mágica naturaleza que había admirado en su libro de clases... De pronto, logró divisar un globo azul, con algunas manchas verdes y marrones, preguntó:

—Morfeo, ¿eso qué es?

Su compañero respondió:

—Eso es el planeta Tierra, y hacia allí nos dirigimos a cumplir tu deseo.

Sus pies se posaron sobre un extenso manto color verde, el viento soplaba alegremente, todo era iluminado por una estrella muy grande color naranja, Eria no podía verla directamente porque sentía que se quemaban sus grandes ojos plateados, pero sintió el calor traspasar su pálida piel azulosa; observo a su alrededor...—¡que hermoso! —dijo —¡es más grande de lo que imagine!...

Las montañas majestuosas se dejaban admirar, escucho algo y giro su vista hacia los imponentes árboles... Sonriendo exclamó:

—¡Nidos de aves! Echó a correr por la alfombra de grama, descubrió ramilletes de vistosos colores, revoltosas volaban abejas y mariposas, Eria extendió sus brazos y se dejó caer en el suave cobijo de flores, el sonido del silencio acompañado sólo por la natura le llenaban de mucha felicidad.

Estuvo un rato allí, hasta que un ligero carraspeo le hizo volver la vista, Morfeo con aspecto formal dijo:

—Debemos irnos ya.

La niña replicó de inmediato:

—¿Pero qué? ¡Si apenas hemos llegado!

El chico de rostro afable indicó:

—Sí, lo sé, pero es que el tiempo de tu planeta pasa con mayor velocidad que el de acá, todo aquí gira en torno a la relatividad, por eso tenemos espacio justo para llevarte a conocer al Padre y regresar a tiempo para tu despertar...
Eria pregunto:

—¿Padre? ¿Cuál padre... de quién?

El joven guía respondió:

—El padre de este mundo: el agua; ya has conocido la madre: la tierra... este mundo se llama igual que su madre ¿no es curioso? Que de cosas tienen los humanos ¿verdad?... Morfeo intuyo una nueva pregunta en el rostro azulado de la jovencita...

—Sí, ya sé, que son humanos te preguntarás, pues son los habitantes de este planeta, pero ahora súbete a la nube que vamos tarde, anda.

Esta vez Eria estuvo atenta a todo lo que podía, mirando a través y por debajo de la nube: valles, colinas, cañones, sus colores le extasiaban, eso y el tamaño de la “tierra” le hacían pensar en su pequeño planeta cubierto por una cúpula de cristal. De pronto, el chico dijo:

—¡Allí!, mira cuán azul es: ¡ese es el padre!...

La joven niña contempló asombrada el vasto océano... Morfeo añadió:

—Y esto no es todo, hay sitios donde agua y tierra se unen y entre sí y crean hermosas cascadas, ríos y lagunas, observa.

Eria sonrío, aunque no pudo evitar que saliese una lágrima de plata de sus bellos ojos, la niña pregunto:

—¿Por qué?, ¿por qué mi planeta no es así?, ¿por qué nos vemos condenados a vivir confinados dentro de una burbuja de cristal para poder respirar?, ¿por qué las únicas flores que podemos mirar son las creadas de manera artificial?... ¿es cierto Morfeo? Nosotros tuvimos alguna vez un ecosistema como este, ¡lo perdimos! ¿Cómo sucedió? ¿Cómo llegamos a eso?

El joven le contó que hacía millones de años su especie se asemejaba a la de ese planeta, pero, que al igual que los humanos, ellos habían logrado progresar en muchas ciencias, se olvidaron que el agua y la tierra eran padre y madre que les daban vida y tras el olvido llegó el uso y abuso que de a poco fue consumiendo el aire para sobrevivir... le dijo:

—¿Observas esa capa gris que cubre gran parte de este planeta? ¡Si!, mas allá de las nubes donde estamos... ¿la ves?, eso es lo que está matando la fuerte pero no invencible barrera que los separa de este hermoso hábitat, los humanos le dicen capa de ozono, pero no le prestan mayor atención y sólo consiguen con eso restarle días de existencia a este incomparable paraíso...

Eria afligida inquirió:

—¿Podemos hacer algo para que no les suceda lo mismo que a mi planeta?

Morfeo respondió:

—Nosotros no, pero los que lean esta historia sí...

—Eria... Eria despierta ¡se te hace tarde para ir a clases!... ¡Eria no seas perezosa!...

La niña abrió los ojos, se miró las manos, no notó ningún rastro de verdiazul en ellos, levantándose de un brinco de la cama, se observó en el espejo. Su carita es la misma que ella conoce de siempre: cabellos cortos, ojos negros y mejillas sonrosadas... su madre un poco atónita le pregunta:

—Hija, ¿te sucede algo?, anda que se hace tarde para el cole.

Eria le sonrió ampliamente y dijo:

—Mami ya sé que he de ser cuando sea grande...

—¿Si? ¿Dime, que serás?...

—Seré escritora.

Noche Hermosa

domingo, 26 de octubre de 2008

VIAJE A LA MORADA DE LOS DIOSES


Llegué encendida a las cuadras, como sus crines de fuego, después de una noche infernal. Su mirada suave aplaca mi furia; cómo echaba de menos esos ojos enormes, negros y dulces, la ternura de su mirada, su pelo terciopelo rojizo brillando al sol. Cómo anhelaba su calor, esperándome siempre, añorándome siempre. Como yo a él.

—¡Alazán!, te estoy llamando… ¡Llévame a las praderas de tu infancia, a las laderas y los verdes prados de Tesalia y Macedonia!

—¡Vámonos juntos en esta tibia mañana de otoño, vámonos lejos, mi Pegaso!

Me agarraré a tus crines y me elevarás sacudiendo tus alas, galopando juntos: perfecta la armonía, idéntica la cadencia, el movimiento de mis caderas sobre ti. Cada vez más veloz me dejaré llevar, cerraré los ojos hasta que volemos entre nubes de algodón, por techo el cielo, ese cielo azul que sólo los dos juntos alcanzamos cuando nos deslizamos al galope hasta el infinito…

Me subo, ya no nos miramos a los ojos, sólo nos sentimos: tú mis piernas que te indican con suavidad y firmeza por dónde tenemos que ir, yo tu cuerpo, enorme, pegado a mi: pura física, pura química. No somos dos sino un solo ser, mujer caballo, centauro de fuego.


Salimos al galope, sin paseo previo, acostumbrados el uno al otro, anhelándonos, levantando el polvo del camino a nuestro paso, corriendo como el viento por la tierra, agitando las hojas rojizas y amarillas que tiñen el campo de marrón y ocre.


Siento que ya eleva sus pies del suelo, emprendiendo su vertiginoso vuelo. Su melena y mi pelo suelto al viento se confunden como una llamarada, fundidos por la cercanía de mi cara y su cuello, sin nada en mi mente salvo correr cada vez más.


—¡Vuela, indomable!, no voy a tirar de tu brida de oro. Vamos Pegaso mágico, vamos corcel noble, vámonos juntos a disfrutar de esta mañana colmada de árboles color rosa, de lluvia de hojas secas. Las praderas verdes de tu monte Helicón nos esperan y el horizonte azul nos está llamando.

—Levanta tus alas y llévame a la morada de los dioses. Te esperan tu rayo y trueno, tus estrellas y mi luna, lejos de aquí, cerca del sueño.

Reina

viernes, 24 de octubre de 2008

¡UNA IMAGEN LLENA DE MUCHA VIDA!

Abrió la maleta para meter la ropa que se llevaría en este viaje iría a trabajar a otra nueva ciudad aunque solo sería por un corto tiempo cuestión de cuatro semanas o tal vez menos y cuando iba a guardar algunas cosas allí en el bolsillo interno estaba la fotografía, casi de manera insólita como colocada a propósito.

¿Cuánto tiempo había pasado? Cuantos silencios que se habían extendido como manto virginal para cubrir tanto tiempo de besos y caricias entregadas en una sola noche que perduraría en el tiempo…

Dio un paso atrás paralizada, solo mirándola desde el pie de la cama. Sintió que su corazón comenzaba a latir de manera acelerada y casi sin respirar comenzó a temblar.

Ese sudor frío de vértigo en el borde de un abismo le comenzó a recorrer por todo el cuerpo. ¿Tanto tiempo, cuánto tiempo?

Tantos recuerdos y a la vez tanto olvido.

¿Cómo podía haber dejado de lado semejante historia y qué tanto podía recordar ahora luego de tanta vida?

Besos, caricias, calor, pasión, lujuria, deseo… Cuantas emociones encerradas en una sola fotografía. Había pasado tiempo tal vez un corto tiempo o mucho pero en fin cuanto podía ser el tiempo en el que se dijo: ¿te amo?

Palabras encerradas en mil caricias llenas de entrega, besos que se guardaban en el silencio de una maleta. Orgasmos atrapados entre paredes de cuero que estaban mas que sellados entre las costuras de aquella maleta. Y esa sensación de dolor que se avecinaba dentro de ella y ese vacío imperdonable de tanta tristeza que le bañaba las emociones encontradas.

Un viaje que se avecinaba y el inminente vértigo del sudor que bajaba por la sien por las piernas que temblaban.

¿Como es posible que de tantos lugares en el mundo pudiera haber olvidado que iría al mismo lugar? ¡Dios cuánta emoción contenida en una sola imagen cuanta ira cuanta lejanía cuanta emoción adolorida!

La promesa que de pronto volvió a su memoria, el llanto que solo regresaba al estar parada de frente a esa maleta abierta a tantas posibilidades y a la vez a una sola alternativa y la zozobra de saber que podía caer nuevamente en el siniestro plan del destino que fiel le esperaba como amante deseoso.

Estuvo tan ocupada entre notas y escritorios entre papeles y oficinas entre un amor y otro entre su casa y su familia entre tanta vida y tanto espacio entre la distancia y el olvido. Olvidó esa irremediable cita con el mañana esperanzado.

¿Qué hacer, si ni siquiera se atrevía a acercarse a esa fotografía cómo le miraba a los ojos y le decía que le había olvidado? ¿Cómo regresaba al mismo lugar sin haber pensado ni un solo día en esa propuesta de vida?

¿Estaba aún en espera de sus caricias y sus besos? Una fotografía, una sola fotografía había desencadenado la mas larga cadena de deseos y sensaciones y una sola imagen donde estaba una vida completa con detalles conversados bajo las sabanas con una casa y una familia con amor jurado con pacto de placeres. Un viaje hacia el destino esperanzado y una sola vida.

Con valor y casi sin poder respirar se acercó a la cama y tomo la fotografía. Era ella claro que era ella, allí entre sus brazos sonriendo feliz, entre sus caricias su mirada y sus gestos. Era ella la misma que estuvo segura de que volvería y que de pronto ni siquiera lo había recordado. Pero no era olvido no era esa la verdad que encerraba aquella mentira. Era la muerte que le acompañaba en cada cosa que miraba en esa fotografía.

Una muerte que le vestía de lágrimas toda su cara, una muerte de un amor atormentado, una muerte que le pesaría toda su vida.

¿De repente unos pasos, una puerta que se abría y la imagen de la verdad que entraba a su cuarto, qué hacer?

Guardó apresuradamente la foto y cerró la maleta casi de manera alocada tanto que se hizo daño en la mano. Al abrirse la puerta estaba él ese amor de su vida y con el cual tenía una maravilla de un hogar y una hermosa familia. Un beso selló el encuentro y un abrazo le hizo sentir que tenía un enorme sentido toda su vida. Entonces recordó todo, recordó la verdad, recordó la verdadera imagen, recordó el tiempo por el cual había olvidado tanto amor entre sábanas.

Así que salió de la habitación y en brazos de su vida actual, en brazos del tiempo presente, tomo la decisión de salir de viaje y de ir hacia ese destino que le esperaba pero olvidó una cosa en ese apresurado momento…

¡Olvidó la maleta sobre la cama guardando la fotografía, guardando ese pasado, guardando ese dolor de una mentira que brillaba como momento esperanzado!

Esta vez no iría sola, esta vez era ella en una nueva fotografía, en una nueva imagen de lo que había logrado tras tanto tiempo de olvido y de agonía, ¡esta vez estaba sencillamente Feliz y sobre todo Viva!


Inés Bohórquez

miércoles, 22 de octubre de 2008

AHMOSIS EN LA TIERRA DEL HORIZONTE

El Capitán de los Arqueros Reales Ahmosis, hijo de Ibana, Justo de Voz, dice: Ibana, mi padre, era arquero del rey y Ahmosis, cuando era todavía joven, fue enrolado en los arqueros reales. A las órdenes de mi Señor participé en las expediciones que se realizaron para liberar el Bajo Egipto de la amenaza de los asiáticos. Ahmosis supo actuar con valentía y sus hazañas corrieron de boca en boca en el Doble País. En esas campañas Ahmosis consiguió las manos de siete enemigos y cuando los asiáticos fueron aniquilados, nuestro Señor, alegre por la valentía de Ahmosis, le concedió el “Oro del Valor” y ordenó que fuese nombrado capitán de su cuerpo de arqueros.

Fue entonces cuando nuestro rey, que alababa la valentía de Ahmosis, le hizo llamar a la Gran Mansión. Me dijo: “Te ordeno que siguiendo la ruta de Elefantina viajes a la tierra de Yam, para abrir la ruta a ese país. Es mi deseo que saludes al rey de Yam y que viajes luego a la tierra de los Habitantes del Horizonte, de donde debes traer una Mujer Belluda y un Hombre-Niño que quiero entregar a mi hijo para que sea feliz contemplándolos. Cumple mis deseos, Ahmosis, y viaja a esas tierras lejanas que están situada al sur, más allá del Alto Egipto.”

Cumpliendo esa orden Ahmosis, al mando de cien arqueros y cien soldados de la caballería real, se alejó de Tebas camino de la tierra de Yam, siguiendo la ruta de los Oasis. Cuando llegamos a Yam supimos que su rey había sido asesinado en una excursión de los Hombres de las Arenas. Viendo que los hombres de Yam estaban llorando por su desgracia Ahmosis, tras saludar al príncipe, salió a la búsqueda de esos criminales que habían ofendido a los dioses de Egipto atacando a un pueblo que nuestro rey consideraba amigo.

Hacía once días que buscábamos a los criminales cuando aquellos hombres sin ley, nos atacaron. Ahmosis ordenó entonces que los arqueros formaran un círculo y la caballería fue colocada en su interior. Pronto, la nube de flechas hizo que desapareciera la luz del sol y los Hombres de las Arenas fueron aniquilados. Cuando los últimos de ellos, inundados por el terror, se ponían en fuga, ordené que se abrieran las líneas de los arqueros y que la caballería saliera en su persecución. Aquel día murieron todos los Hombres de las Arenas. Cortamos todas sus manos, que sumaron un total de trescientas sesenta manos.

Capturamos luego a sus ancianos, mujeres y niños. Cuando iniciamos el retorno a Yam llevábamos cincuenta esclavas. Todos los ancianos, los niños y las restantes mujeres de aquel pueblo malvado habían sido abandonados a los chacales.

Fue así como Ahmosis alcanzó su gran victoria sobre los Hombres de las Arenas, que causaban temor en la tierra de Yam y que fueron exterminados por los soldados del rey de Egipto. Entonces, Ahmosis deseó tomar a una de las esclavas que habíamos apresado. Su nombre bárbaro era Gilukhipa pero todos la conocían como la Mujer de los Ojos Ardientes. Ella era la más bella de todas aquellas mujeres. Desde entonces, Gilukhipa, con sus pechos, calentó el cuerpo y el corazón de Ahmosis, que se sintió feliz.

Todo el oro y la plata que habíamos arrebatado a los Hombres de las Arenas y las manos de los vencidos ordené que fueran entregadas al príncipe de Yam, como un gesto amistoso de nuestro rey. Él nos mostró su agradecimiento y ordenó que sus hombres nos ayudaran a capturar aquellos seres especiales con los que el faraón nos había ordenado regresar a Egipto.

Guiados por los hombres de Yam iniciamos el viaje a la tierra de los Habitantes del Horizonte, atravesando lugares en los que ningún hombre egipcio había puesto antes sus pies… Y llegados a la tierra de los Habitantes del Horizonte, los hombres de Yam nos ayudaron a capturar una de las mujeres belludas. Pronto avistamos, entre los árboles, a un grupo de ellas, pero cuando nos acercamos pudimos comprobar que eran unas mujeres feroces, de terrible apariencia y que estaban dotadas de poderosos colmillos. Gracias a los venenos de las flechas de los hombres de Yam pudimos adormecer a una de ellas que pronto envolvimos en una red de cuerdas. El jefe de los hombres de Yam me dijo que aquella terrible mujer se llamaba, en su lengua, “Gorila”. No encontramos allí ningún Hombre-Niño pero en el palacio de Yam tenían varios esclavos y el príncipe nos entregó uno de ellos, que se llamaba, según nos dijo “Pigmeo”.

Y fue así como Ahmosis se despidió del principe de Yam e inició el regreso a la Tierra Negra. Volvimos de la tierra de Yam con “Gorila”, “Pigmeo”, las cincuenta esclavas y más de trescientos burros cargados de incienso, ébano, aceites, pieles de pantera, colmillos de elefante y palos arrojadizos, así como todo tipo de bienes y presentes con los que el príncipe, agradecido por haber exterminado a los Hombres de las Arenas, quería mostrar su agradecimiento a nuestro rey. Para entonces, Gilukhipa había conquistado el amor de Ahmosis, que se sentía feliz.

Antiqva

lunes, 20 de octubre de 2008

MIS MEMORIAS DE ÁFRICA

De esto hace ya muchísimos años, aún así intentaré rememorar esta historia tal y como la viví.

Siempre me ha fascinado Kenya por sus paisajes, sus costumbres, los indígenas, pero sobre todo quería hacer un Safari, perderme por el Masai Mara y conocer a su tribu, los Masai. Vivir una aventura increíble como soñaba desde pequeña cuando veía películas rodadas en África. Siempre me decía “algún día iré”… y aquí comienza mi historia.

Después de 8 horas de vuelo llegamos al aeropuerto de Mombasa y nos dirigimos al autobús que nos llevaría al complejo hotelero. Los niños que esperaban a los turistas se golpeaban en los cristales de los autobuses pidiendo mecheros y bolígrafos, era curiosísimo pensar que algo tan insignificante para nosotros sería un mundo para ellos, así que busqué en mi bolso y les regalé mi mechero y un bolígrafo de esos publicitarios. La emoción fue indescriptible, todos me tiraban besos al aire dando las gracias como si de algo excepcional se tratara. Aquellos pequeñajos consiguieron arrancarme lágrimas de emoción.

Seguimos nuestra ruta hacia el hotel, pero no era un hotel cualquiera, queríamos sentirnos más cerca aún de la naturaleza, así que elegimos un bungalow con tejado de paja dentro del recinto, rodeado de árboles milenarios, enormes que incluso alguno tenía una abertura en su tronco por donde pasaban los Jeeps del hotel. Por la mañana temprano sentimos pasitos ligeros saltando sobre el tejado del bungalow, ante la curiosidad, salimos a ver quién era ese visitante: ¡monitos con muy poca vergüenza haciendo de las suyas! No fallaban ni una mañana, eran puntuales como un despertador, jajaja.

Hicimos amistad con el director del hotel y su mujer, así que un día nos invitaron a comer a un poblado indígena cercano. Aunque había que trasladarse en una barca pesquera bastante destartalada, me daba igual, yo quería disfrutar de aquella experiencia. En el barco se encontraba un chico nativo de unos 15 años y no paraba de mirarme, se dirigió sin el más mínimo pudor hacia mi pareja y sin más, le dijo que quería comprarme, que su padre tenía cabras y tierra y que se las daba a cambio de mi persona. ¡Qué, pero qué dices mocoso, a que te tiro al agua! exclamé entre risas. Nos reímos a carcajadas todo los que íbamos en el barco, fue graciosísima su intención, la verdad que me sentí halagada, pero claro, yo ya estaba comprometida, jajaja.

Llegamos al poblado y los indígenas treparon rápidamente por las palmeras en busca de cocos para refrescarnos. Para comer nos querían deleitar con su mejor manjar, gallina con arroz. Estuvieron un buen rato corriendo detrás de aquellas gallinas hasta alcanzarlas, limpiarlas y meterlas en la olla. Nos sentamos todos en el suelo alrededor de la cazuela y comíamos aquel suculento plato, sin el menor escrúpulo, con las manos. Algunos pensaréis “qué asco, qué horror, todos con las manos”, pero os voy a decir una cosa, si alguien está dispuesto a viajar a esos países, la mejor forma de disfrutar es meternos de lleno en el papel sin importarnos las condiciones.

Llegó la hora de nuestro Safari al parque natural Masai Mara, situado al sudoeste de Kenia en la región del Serengueti. Desde este territorio podemos observar el gigantesco Kilimanjaro, situado al norte de Tanzania junto a la frontera con Kenia. Increíble y precioso con su pico nevado y sus 5895 metros de altura. Un reto para cualquier escalador y una delicia para nuestra vista.

Llegamos al hotel donde nos alojaríamos durante 3 días de safari cuando nos comunican la mala noticia, habían reservado las habitaciones por duplicado por lo que, al ser los últimos en llegar, nos vimos obligados a trasladarnos a otro “habitáculo”, un camping con tiendas de campaña en un recinto que aunque estaba vallado, no había portón que nos protegiera de las fieras ahí fuera. ¡Os podéis imaginar nuestra preocupación!, pero como siempre, la única respuesta a nuestra inquietud era “Hakuna Matata” (no hay problemas). Pues nada, ningún problema, jajaja y sabéis qué, ataron una cabra delante de la entrada al camping para cuando viniera cualquier fiera en la oscuridad, se zanjara primeramente con la cabra y luego… No pegué ojo en toda la noche y encima se coló una araña tremenda en la tienda y no había forma de sacarla!!

Al día siguiente fuimos en Jeep a ver fauna y flora, sí, y menuda fauna, resulta que nos acercamos a una manada de elefantes que se bañaban en el río y por lo visto no les gustó nuestra presencia. Eso desató una estampida hacia nuestro Jeep que presos del pánico y gritando todos, el conductor, nervioso, salió a todo gas pero marcha atrás!! Aquello cada vez se ponía más feo, estuvimos a punto de ser alcanzados por la trompa de un elefante cuando el conductor pudo hacerse con el control del Jeep y salimos a todo gas pero ya marcha hacia delante, jajaja.

Fue una experiencia increíble y que me gustaría repetir este viaje. Jamás olvidaré África, sobre todo porque recordaré siempre una canción que seguramente más de uno conoceréis, en su idioma el swahili: “Jambo, jambo Bwana! Habari gani. Mzuri Sana. Wageni, mwakaribishwa, Kenya yetu Hakuna Matata” (hola señor, qué tal está. Muy bien. Sea bienvenido, en nuestro Kenya no hay problemas). En efecto, ¡ningún problema señores!, jajaja.

PD: Denunciamos a la agencia de viajes por la jugada que nos hicieron al reservar el hotel en el Safari. Conseguimos los costes del Safari y daños por perjuicio.


Fair Lady

sábado, 18 de octubre de 2008

"BIENVENUE” VIAJE SOÑADO

Viajaba con mucha frecuencia. Era algo innato en ella. Se embarcaba para surcar mares lejanos visitando lugares remotos. Tampoco le hacía ascos a visitar cualquier ciudad cercana e incluso hacer un recorrido espacial, ¿por qué no? Todo lo relacionado con viajar la atraía enormemente, estando siempre dispuesta a hacerlo.

Hoy, por fin lo haría de verdad. Sin que fuese a través de las páginas de un libro.

Era un viaje ansiado desde tiempo atrás, tenía ciertos tintes melodramáticos, pues había decidido realizarlo tras un enfado monumental intentando convencer a su madre de que ya era suficientemente mayor. Y sin embargo ahora, las dudas planeaban cual buitres sobre su cabeza; o mejor dentro de ella. Le pesaba esa reacción brusca fuera de lugar. Pero, ¡qué demonios! había que disfrutar y luego ya veríamos.

Se hicieron largas las horas de autobús. El dinero no le llegaba para otro medio de transporte y no dudó en amoldarse a la situación. Tampoco le quedaba otro remedio, pero era mejor pensar que tampoco era tan malo, si el final era un merecido aislamiento de la rutina que parecía pegada a ella como una lapa.

Llegó exhausta, enmarañada en soporíferos pensamientos lúgubres, enmarañados los cabellos, ajada la ropa de tantos tumbos dados en el incómodo asiento con todo el cuidado del mundo para no molestar a la señora que volvía a casa tras sus vacaciones en España.

Allí estaban esperándola sus familiares con la sonrisa de oreja a oreja. Su tía la abrazó tan fuerte, que pareció diluirse entre sus brazos, pero no pudo sino reír alegremente.

El día amaneció tentador, con el sol algo débil, pero mostrándose, que ya era mucho teniendo en cuenta la época en la que estaban. Tenía aún el sueño pegado en los párpados, pero se fue huyendo raudo al olor del café y los croissants. ¡Esto sí era vivir!

Lo primero que harían tras desayunar, sería un corto viaje a Foix. El pueblo merecía una visita sin falta. El famoso castillo, el Pont du Diable, su valle con el río L’Ariege. Eran sin duda lugares hermosos que visitar en un día de Domingo.

Por supuesto, la ruta continuaría a lo largo y ancho del sur francés durante los siete días que pensaba quedarse. Todo eran deseos y planes: El Capitolio, las compras en la Rue St. Rome, la hermosa iglesia de Notre Dame la Blanche, cruzar a pie “Le Pont- Neuf”, y tantas otras cosas magníficas que había por ver.

Le encantó la idea de adentrarse en el mundo de los castillos, en la historia de sus gentes; en esos parajes recónditos y hasta ahora solo imaginados.

Se asomó al gran ventanal que daba a una calleja del casco antiguo de la ciudad; la famosa “Cité Rose”, donde las casas eran grandes y de tonos pasteles. En ellas, en contra de lo que le había parecido en un principio, habitaban muchas familias que bordeando un patio, tenían pisos minúsculos repartidos y utilizados como vivienda habitual. Justo como en el que estaba en esos momentos. Este, tenía la característica feliz de ser el primero y poseer ventanales tan grandes como el mismo apartamento.

Allí celebraría este año las navidades y el año nuevo. Por consiguiente, también su cumpleaños. Un regalo maravilloso donde se cargaría de momentos irrepetibles, de visiones novedosas, de rostros nuevos que descubrir y ensoñar.

Una pequeña esponjosidad blanca se posó en el alféizar de la ventana, luego otra y otra…

¡Estaba nevando!

Otra maravilla más que sumar a lo anterior, pues nunca había visto nevar. Sí la nieve espléndida en su inmaculada belleza, pero no sacudírsela a las nubes.

No lo pensó ni un segundo y cogiendo su abrigo salió al patio que daba a la calle.

Las gentes aceleraban el paso enfundadas en sus gruesas ropas de invierno, pero ella ni se abotonó. Era como una niña saboreando su helado favorito.

Corrió hasta la esquina…

La nieve le caía helada en el rostro contrariado. Sus primos la izaban del suelo con sumo cuidado, pero el dolor se clavaba en su pierna endiabladamente. Un helor profundo resbaló por sus mejillas, que no eran otra cosa que lágrimas furtivas.

Fueron unas navidades calentitas y sobre todo culinarias, puesto que pudo probar las delicias de la pastelería francesa, las sabrosas comidas realizadas por las manos expertas de su tía. Miles de fotos de los lugares que tenían previsto visitar, vídeos y juegos de mesa. Así transcurrían los días del viaje soñado.

Una tarta fantástica rodeada de amigos conocidos cómodamente, sin salir de casa.

Un cumpleaños feliz.

La semana se convirtió en un mes, en el que volvió a casa con el anhelo ferviente de volver, fabricando en su mente los pormenores de esa próxima vez. Tenía la certeza de que lo haría, aunque esta vez llevaría dos grandes maletas y en esa estación en la que el sol sonríe jubiloso inundando de luz el paisaje y sus gentes.

Mientras llegaba el momento, seguiría visitando lugares descritos con minuciosidad en las hermosas páginas de sus adorados libros.

Au revoir La France.

Marinel