Regreso por un momento... para celebrar un cumpleaños, y como siempre para hablar de más.
Cuando digo que al nacer ya me esperaba un gato en mi cuna, no es una frase… es un hecho.
Desde que nací, mi vida ha estado rodeada de animales. Perros, gatos, conejos, hamsters, peces, pájaros, tortugas. También he socorrido y salvado la vida a pequeños gatos desvalidos, que sin mi ayuda no habrían sobrevivido. No me siento importante, ni mejor persona por esto… Por un motivo u otro entraban en mi vida. Nos encontrábamos y mis sentimientos me hacían que fuera imposible girar la cabeza y seguir adelante dejándolos atrás. Siempre he hablado con mis animales. Les he leído y hasta he llorado sobre ellos y no por eso estoy ida; gozo, disfruto y veo a mis animales felices, haciéndome feliz a mí también.
Son pocos los períodos de mi vida en que no he tenido a varios animales conviviendo conmigo. Cuando eso ha llegado a ocurrir, he sentido un vacío muy peculiar, muy significativo en mi interior. He sentido la necesidad de tener cerca un gato hasta donde me llega la memoria. Perros sólo he tenido dos. Conocí el amor de una cachorrita que recogí de la calle, que por desgracia con 4 meses fue atropellada por un coche durante unas vacaciones, y aun así, en ese breve tiempo que la tuve, que me tuvo, me enseñó lo que un perro puede dar, lo que puede amar y ese agradecimiento en su mirada, que me hacía sentir que comprendía que la había sacado de la calle y dado un hogar lleno de amor…
Ahora, con Darko, ya no tengo más que asomarme a su mirada, para comprender que está lleno de ternura y nobleza. La más pura. Que cada día me enseña algo nuevo y tan distinto… que hace tan fácil la vida, que hace tan pequeños los problemas que nos agobian, sólo con su contacto.
Ellos nos dan todo y más. ¿Quién no ha visto la mirada agradecida de un perro o ha escuchado el ronroneo contento de un gato cuando comparten con nosotros unos momentos? ¿Y quién no se ha conmovido por los gestos de alegría de nuestros animales cuando volvemos a casa o cuando nos tomamos un tiempo para jugar con ellos?
Quienes tenemos el placer y el privilegio de observarlos y de comunicarnos con ellos, descubrimos sin duda los valores más elementales y poderosos de la vida.
Nunca he logrado comprender cómo alguien puede alzar su mano para causar dolor a un animal. O cómo hay gente que goza con espectáculos tan denigrantes como las peleas de perros o la repulsiva y sádica tauromaquia. O cómo hay otros que los utilizan para hacer experimentos en nombre de la ciencia, causándoles todo sufrimiento y daño inimaginable.
Algo muy torcido debe haber en las entrañas de un humano que puede reír mientras un animal chilla de dolor o agoniza frente a sus ojos sin hacer nada por socorrerlo. Sólo puede despreciar un animal alguien que no ha tenido la bendición de conocer su amor o alguien, como digo, sin entrañas.
Algo muy torcido debe haber en las entrañas de un humano que puede reír mientras un animal chilla de dolor o agoniza frente a sus ojos sin hacer nada por socorrerlo. Sólo puede despreciar un animal alguien que no ha tenido la bendición de conocer su amor o alguien, como digo, sin entrañas.
Da lo mismo que sea un mugido, un aullido lastimero, un maullido escalofriante o un grito. El dolor, es dolor, y yo nunca comprenderé a quienes no se espantan, a quienes no corren a abrazar y socorrer a ese ser que se queja. Menos, a quien hace oídos sordos y prosigue con su maldad.
No me cabe duda que quien agrede a un animal tiene el potencial de atentar contra personas que el agresor considere “inferiores". Pero eso ya lo hemos escuchado muchas veces…
No me cabe duda que quien agrede a un animal tiene el potencial de atentar contra personas que el agresor considere “inferiores". Pero eso ya lo hemos escuchado muchas veces…
Los animales me han dado grandes lecciones sobre la nobleza, la lealtad, la dignidad, el heroísmo, el valor de las pequeñas cosas, la compasión, la camaradería, la inocencia (o mejor dicho, la falta de malicia), y quizás lo más grande, la esencia del verdadero amor. Porque un animal, cuando nos quiere, nos acepta tal cual somos. No le interesa nuestra posición social, nuestra profesión, nuestra manera de vestir o de hablar, nuestra nacionalidad, nuestro color de piel, nuestras posesiones, nuestras creencias ni ninguna de esas cosas por las que nosotros, estúpidos humanos, juzgamos y herimos a nuestros semejantes. Cuando un animal nos quiere, lo hace nada más porque sí. Porque nos acepta como somos. Como debería de ser el verdadero amor. No puedo ni imaginar lo que hubiera sido de mi vida sin la maravillosa presencia de los animales con los que he convivido, sin su ilimitado amor, sin su compañía, sin sus juegos, sin sus misterios. Que sería de mí sin mi gato o sin mi perro. Aunque ya conozco esas heridas...
La gente cree que aquellos que tenemos animales carecemos de afectos. Se equivocan, como siempre. Supongo que es la única teoría que consideran acertada, al no comprender que el amor tiene muchos matices, colores, formas, esencias. Que necesitar la presencia de un animal, llenando nuestras vidas y amarlo, no es signo de soledad interior, ni de ninguna otra. A todos los que tenemos animales, nos aman muchas personas. Me atrevo a decir que nuestras vidas son más ricas en todos los sentidos. Porque nos sentimos todavía más completos al dar y recibir amor de los animales, siendo conscientes del amor de nuestra pareja, familia, amigos. Estamos llenos. Mucho más llenos.
También me he dado cuenta a lo largo de los años que, las personas que convivimos con animales, carecemos de envidias y de falta de tolerancia. Somos seres más amables, más comunicativos y más emocionales. Y todo, sin darnos cuenta, nos lo enseñan los animales.
Pero no todo el mundo lo comprende. Y menos lo comparte. Eso me trae sin cuidado. Me es indiferente, Pero no me quedo indiferente ante esas cucarachas que pertenecen a la especie humana, y que emergen de cualquier alcantarilla, para usar su maldad, contra nosotros y menos todavía haciendo sufrir a los seres más indefensos y nobles.
Me parece patético, lamentable y enfermizo que, haya ¿personas? que utilicen el dolor y el sufrimiento de un animal, para dañar a alguien que los ama y los defiende como yo, siendo además consciente de ello, habiéndolo vivido a mi lado en otro tiempo. Alguien que parece venir, como he dicho, de las alcantarillas, en lugar de ser un humano normal y corriente. Bueno, normal y corriente tampoco, no voy a mentir. Anormal.
Lo estoy viviendo. Un personaje maldito y perturbado, me está intentando torturar enviándome imágenes de gatos muertos y desollados. Con la dedicatoria de: “Todo esto es para ti, porque te lo mereces”
No me importa lo que piensa, espero el siguiente paso. Sé de su flaca vida y sus desdichas, conozco su interior corrompido, sus amarguras e infelicidades. Me importa un bledo su repulsiva existencia. Como me importa un bledo cuantos perfiles y correos falsos se pueda crear para intentar confundirme. Es todo tan simple. Son tan escuálidos los personajes tras los que se esconde, que ha potenciado mis dotes detectivescas de un modo asombroso. He peinado el puto infierno cibernético para descubrir lo que ignora. Qué lo sé todo y más. Pero no he regresado a mi blog, tras meses de abandono, para darle un protagonismo inmerecido a un mastuerzo. No merece ni las pocas líneas que he gastado. Sólo me jode que hubo un tiempo, que le di de comer y mucho más. Sólo me jode que pertenezca a mí mismo género, pues en mi ingenuidad, siempre pensé que las mujeres éramos más sensibles a todo y estoy viendo que alguien, a quien le di cama, comida y amistad, puede disfrutar con fotos de gatos destrozados y gozar haciéndome daño. No me resulta fácil de comprender.
Darko llegó a mi vida tras una ausencia. La de mi padre. Mi padre… el padre que todos habrían querido tener. Un hombre justo, sincero, amable, amigo de todos, enemigo de nadie. Gran orador y con un particular sentido del humor, que no dejaba indiferente a nadie. El hombre delgado y alto, el de las manos cálidas y los consejos certeros. El que sufría a solas y nunca se quejó. Lo quiso tanta gente…
A veces, en la noche, cuando el silencio de la casa me relaja, todavía me parece escuchar los lentos pasos de mi padre... Cuánto lo echo de menos y cuanto lo necesito todavía; su voz suave y profunda, su presencia, su paciencia, todo su ser. Me dejó sola rodeada de gente... y sí, sé que ya no vendrá nunca más a hacerme visitas nocturnas, a cuidar que no me falte café en mi taza, (ya no he vuelto a probar el café desde su ausencia) a sentarse a mi lado para charlar. A darme sustos porque no le oía llegar, y escuchar cómo se reía de mí y contagiarme de su risa.
El, que desde su sillón, contemplaba mudo nuestro ir y venir... siempre con un libro entre sus manos. Pero estando ahí. Ofreciéndose. Siempre. Sin meterse en la vida de nadie... aprobándolo todo. Y recibiendo quizás demasiado poco a cambio.
Mi padre... que saltaba de la cama con solo oír que yo lo llamaba. Y con ese paso firme aparecía... sin sentirse molestado, ni agobiado... sereno como siempre... aparecía y ahuyentaba mis miedos. Y yo sentía su absoluta sinceridad y amor... el amor que ponía siempre en su noble voluntad; en su verde mirada ese amor hablaba sin sonido.
Se fue en silencio, sin hacer ruido. De repente, una mañana de Septiembre. Y con él murió otra parte de mí, otra más.
Me hundí en el silencio. En el llanto apagado. Yo me apagaba realmente. Mi familia advirtió mi estado y “se decidió” sin consultarme, que un perro sería la solución para mi encierro en mi misma. Hacía muy poco que había perdido otro ser amado, y sólo dos años de haber perdido a Coco, mi amor felino. Era una de esas épocas, en las que vivía sin contacto alguno con un animal.
De repente, tras solo cinco días de perder a mi padre… me pusieron una noche un cachorro color crema en mis brazos, tembloroso y asustado. Un cachorro rollizo y suave con el cual, no sabía qué hacer. Recuerdo que cuando regresó mi marido de trabajar, le dije: Tenemos un perro. Palabras carentes de entusiasmo, tristes, apagadas. Lo admito, no era el momento para mí.
Pero había que hacerse cargo de él. Incluso ponerle un nombre. Urgía el movimiento, el despertar. Me lo pedía esa carita peluda, esos ojos inocentes.
Y lo llamé Darko. Quería esa terminación “ko” por Coco… Y abrí los ojos al mundo que me esperaba junto a él. Me devolvió las sonrisas y las ganas de enterrar el silencio, sin enterrar los recuerdos. Me mostró la ternura que puede desprender un cuerpo tan pequeño, el calor “no humano” brotaba de sus ojos perrunos; calor, infinitamente mayor al que había estado recibiendo de los “sí humanos”. También sufrí sus trastadas de cachorro, claro, como no. Me volvía loca. Era desesperante... se cargó media casa. Pero era parte del despertar que necesitaba. No sólo yo, otros miembros de mi familia necesitaron a Darko, para emerger del pozo.
Después supe de donde había venido. El criadero lo adquirió de la Republica Checa. Ya se sabe el tráfico de animales, de perros sobre todo, que hay allí, sin ningún tipo de cuidados sanitarios. Darko viajó con sólo dos meses de vida, en un furgón con muchísimos perros hacinados. Darko recorrió muchos km. de distancia, escogido de una camada, como el único Golden Retriever que vendría a Valencia. Estaba escrito en el libro invisible de mi destino: Darko formaría parte de mi familia.
No puedo describir todo lo que me ha dado desde entonces. Las lecciones de amor, de lealtad. La ternura… de la que nunca se vacía. No puedo explicar lo que he sentido, cuando con sus besos de perro ha limpiado mis lágrimas, o cuando ha escuchado un solo gemido de dolor saliendo de mi boca, por inaudible que fuera, y ya estaba ahí, apoyando sus enormes patas sobre mí y lamiendo mi cara, diciéndome con su gesto: aquí estoy, si te duele algo, aquí me tienes. Lo explico casi al principio de este escrito: amor, ternura, inocencia, entrega… demasiadas cosas de las que el humano carece y yo tengo el privilegio de vivir y sentir junto a mi perro.
Lo he arropado junto a mí, cuando desconcertada lo he visto temblando alguna noche, desconociendo la causa. He sentido en su mutismo, el agradecimiento y la felicidad que destilaba su ser. He dormido en el suelo en un colchón junto a mi perro y lo he visto sonreír satisfecho por mi abrazo.
Le ladra y gruñe a los sonidos de los desconocidos que osan llamar a mi puerta. Llora mi ausencia con lamentos que, nunca nadie profirió por no tenerme cerca. Festeja mi llegada, como si hiciera años que no me ve y, del mismo modo, como nunca nadie ha celebrado.
Y cuando Derek llegó y dejó de ser el único mimado, cuando el reinado hubo de ser compartido, nunca cambió su carácter; sin envidias dañinas, tan presentes en los humanos, acogió a un gatito que le mordía y lo “puteaba” cuando sus fauces poderosas podrían haber hecho una barbaridad en un segundo, para quitárselo de encima. En lugar de eso, lo respeta, lo lame, le da su comida (que no debe comer Derek) lo vigila, si se escapa sale escaleras arriba a buscarlo y frenarlo, para avisarnos ladrando, de que el fugitivo está siendo retenido por él.
Podría seguir toda la noche hablando de Darko. De las grandes cosas que ha hecho por mí.Qué hace por mí. De las maravillas de su ser, de su mirada limpia. De su corazón pleno de bondad, sin contagiarse de los defectos humanos, sin infectarse de nada que provenga de nosotros. Siguiendo su naturaleza, así de sencillo y así de grande.
Feliz cumpleaños mi peque… y perdóname porque alguna vez, he olvidado darte un beso o un abrazo o no he tenido ánimos para jugar contigo, por estar demasiado pendiente de Derek, cuando se ponía tan malito.
Te quiero con toda mi alma. Todos te queremos y tú lo notas y lo vives intensamente, como todo. Sé que 9 años ya son muchos, aunque pareces un cachorro lleno de energía, y le pido a la vida que me deje tenerte muchos años más, con la salud que siempre te ha sonreído. No me faltes. Te necesito. Gracias por todo lo que me has dado y sigues dándome. Gracias por existir a mi lado.
Mayka