Mostrando entradas con la etiqueta sequía estival. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta sequía estival. Mostrar todas las entradas

27 agosto 2012

Cómo sobrevivir a la sequía

El viento que antes batía sobre las dunas del Sahara descendió este verano sobre la Península Ibérica para convertirla en una extensión meteorológica del desierto. En nuestro ecosistema, las frecuentes olas de calor desde finales de junio han llevado al límite la capacidad de supervivencia de muchas especies. Los tomillos, paradigma de planta resistente, están más secos de lo que nunca he visto, aunque todavía conservan algunas hojas medio verdosas entre la sombra de la base de sus diminutos tallos. Incluso los romeros (Rosmarinus officinalis) amarillean, a pesar de que su mayor tamaño les da ventaja frente a la sequía, pues les permite desarrollar unas raíces más profundas, que acceden a zonas del suelo que permanecen húmedas más tiempo. Nunca deja de asombrarme que estas plantas de la familia Labiadas sobrevivan a los días de fuego en que el aire parece quemar y la calima desdibuja los contornos del paisaje. ¿Cómo lo consiguen? Cuentan con la protección de sus aceites esenciales, esas sustancias aromáticas que recubren sus hojas como un barniz que reduce la pérdida de agua. También frenan la desecación gracias a las fuertes cutículas de las hojas, a la protección del vello del envés, y resguardando bien los poros (estomas) con que la planta intercambia gases. Pero todo eso no basta; lo demuestran las hojas secas que se acumulan día tras día en las ramas fragantes de ambos arbustos. La propia planta las deja morir, cortándoles el suministro de savia, sacrificándolas para evitar perder demasiada agua a través de ellas.
 
Aun así, las hojas que la planta "decide" conservar vivas en verano todavía habrán de afrontar serios peligros de deshidratación. Para economizar al máximo la necesidad de agua, dentro de las células de las hojas del romero la actividad fotosintética se ralentiza, las paredes celulares se refuerzan y se acumulan sustancias de reserva. Lo peor han de soportarlo las hojas altas, las que apenas reciben sombra de otras ramas; en ellas podemos ver ahora una curiosa disposición, la que muestra la fotografía. Cuando noté por primera vez estas hojas giradas en vertical, pensé que era el preludio de que se secarían, idea que abandoné al ver hojas secas pero perfectamente horizontales más abajo, en la misma rama. ¿Acaso el romero estaba pivotando sus hojas más altas para salvarlas del sol? Tras buscar información, creo que esa es la respuesta. Lo hacen otros arbustos mediterráneos que también pierden algunas hojas en verano, en concreto algunas jaras (Cistus): orientan sus hojas en un ángulo muy vertical para que reciban menos insolación, con lo cual evitan no sólo que se deshidraten, sino los daños que causa la intensa radiación ultravioleta del sol en los delicados sistemas fotosintéticos (esto es, la fotoinhibición).
 
Por estos trucos de supervivencia tan sutiles podemos imaginarnos hasta qué punto peligran las plantas en el verano mediterráneo. No perdamos de vista que son la respuesta a unas condiciones verdaderamente duras, a una meteorología propia de un desierto subtropical. Si el resto del año siguiera la tónica seca y cálida del verano mediterráneo, a la larga desaparecería nuestro monte y lo sustituiría la desolación. La realidad indiscutible del calentamiento global durante el siglo XX sugiere que, de ir en alguna dirección, vamos en esa. Y la presencia de más dióxido de carbono en la atmósfera de lo que ha habido en los últimos 400.000 años apunta claramente a que la causa directa de ese aumento de temperatura es la quema de combustibles fósiles. Y en contra de cualquier principio de prudencia, seguimos emitiendo gases de invernadero, y al hacerlo no sólo jugamos con el clima del futuro, sino también con las fuerzas y los ritmos que han modelado el patrimonio de la biodiversidad que nos rodea.

28 noviembre 2011

La extraña resurrección del tomillo

Se marchitaron los tomillos este verano, allá donde no había sombra que los cobijase. Llegaron al otoño pardos y quebradizos, imagen misma de la sequía. ¿Quién iba a adivinar que todavía estaban vivos? Ahora, con la tierra por fin empapada, rebrotan los tomillos, desplegando sus diminutas hojas fragantes y verdes entre las hojas muertas. Fijémonos en esas hojas secas: hay dos tipos, cortas y largas. Las cortas son hojas de verano, y las largas de primavera, porque el tomillo cambia de hoja al cabo del año. Como muchos otros arbustos aromáticos de su familia (Labiadas), el tomillo tiene dimorfismo foliar, y afronta el verano con hojas pequeñas y duras, que al ofrecer escasa superficie al viento disminuyen la pérdida de agua por evaporación.

Pero la resurrección de este tomillo (Thymus zygis) ha sido incompleta: no brotan hojas de algunas ramas que sí las tenían el año anterior (como demuestra la presencia en ellas de hojas secas recientes). Estas ramas muertas han sido las víctimas de la larga sequía de los meses anteriores. En realidad las ha matado el propio tomillo, que puede cortar el suministro de savia de aquellas ramas cuyo mantenimiento comprometa la supervivencia de la mata entera. Así, el tomillo logra concentrar su actividad en las pocas ramas que le permitan sobrevivir. Como las lagartijas, puede autoamputarse partes del cuerpo para escapar de la muerte, en este caso dejando en pago ramas a la sequía en vez de la cola al depredador. Con semejantes capacidades, no es raro que el tomillo prospere en los terrenos pobres, duros y secos de la cuenca mediterránea, desde los tomillares que dan nombre a Tomelloso, cerca de nuestro ecosistema, hasta sus equivalentes del este del Mediterráneo, los phrygana de Grecia y los bath´a de Israel. Además, el tomillo está protegido por aceites esenciales que recubren sus hojas, verdaderas sustancias multifuncionales, tan interesantes... que les dedicaremos otra entrada entera, algún día de estos...

Más datos sobre la sorprendente adaptación del tomillo a la sequía en Blondel & Aronson (1999) Biology and wildlife of the Mediterranean region, y en Shmida (1981) Mediterranean vegetation in California andhttp://bio.huji.ac.il/upload/E017-C%20%20Mediterranean%20vegetation%20in%20California%20and%20Israel.pdf Israel: similarities and differences. Israel Journal of Botany, 30: 105-123.

08 junio 2011

Las plantas del fuego

El lema "todos contra el fuego" ha calado tanto en nuestra sociedad que nos cuesta asumir la idea de que los incendios naturales forman parte del funcionamiento de la mayoría de nuestros montes. La influencia del fuego ha sido una constante en la cuenca mediterránea durante millones de años, por lo que muchas plantas están adaptadas a tolerarlo e incluso lo aprovechan en su ciclo vital. Los incendios que suceden con la frecuencia adecuada de hecho favorecen la biodiversidad, abriendo claros donde pueden crecer arbustos y hierbas lejos de la dañina sombra de un dosel forestal cerrado. Actuando el fuego como un gigantesco herbívoro que llegase una vez cada pocas décadas (menos de 25-50 años para la mitad de nuestros matorrales), los incendios explican algunas de las peculiaridades más llamativas de las plantas mediterráneas.

¿Qué harían las plantas de nuestro ecosistema ante un incendio? Las encinas quemadas rebrotarían desde su cepa subterránea, como suelen hacer los árboles siempre verdes del mediterráneo. Los romeros arderían rápidamente, ya que los aceites fragantes de sus hojas atraen el fuego, como sucede también con otros arbustos aromáticos y con la jara pringosa y su barniz pegajoso. Con el fuego, las semillas del romero, entre la tierra, recibirían un golpe de calor que cuirosamente las despierta, con lo cual germinarán masivamente después del incendio, aprovechando los nutrientes de las cenizas y colonizando con rapidez los claros abiertos por el fuego. Esta estrategia, la de los germinadores, se observa de manera espectacular en las jaras. Sabiendo esto, ¿a quién le extraña que buena parte de los matorrales mediterráneos sean jarales y garrigas de plantas aromáticas? Estos arbustos precisamente son oportunistas que surgen tras los incendios con los que el hombre ha aclarado durante siglos los montes para conseguir tierras de pasto.

Sin embargo, ninguna de las plantas de nuestra región puede compararse por su relación con el fuego con una especie exclusiva de los matorrales mediterráneos de Sudáfrica, del llamado fynbos, donde el fuego ha sido mucho más importante para la vegetación (la mitad de estos matorrales se quema en 10-20 años. La planta en cuestión es Cyrtanthus ventricosus (dibujo)una verdadera "flor del fuego", de la familia de los narcisos, un bulbo que permanece inactivo, oculto bajo tierra, hasta que ocurre un incendio. Entonces crece alzando sobre el suelo calcinado tallos que darán flores y semillas antes de marchitarse, y después vuelve a su quietud subterránea a la espera del próximo fuego. Un ejemplo increíble de las muchas sorpresas que seguramente nos aguardan todavía entre la biodiversidad mediterránea a lo largo del mundo.

Datos sobre la respuesta de encinas, romeros y jaras procedentes de Pausas y Verdú (2005) Plant persistence traits in fire-prone eocsystems of the Mediterranean basin: a phylogenetic approach. Oikos 109: 196-202. Agradecimientos al primer autor de ese artículo por proporcionarme información útil para elaborar esta entrada..

20 julio 2010

En busca del agua

En las mañanas de los días más calurosos del año, cuando el aire aún conserva el frescor de la noche, un coro de ásperas llamadas que se pierden en el cielo, sobre los eriales, nos avisa de que las gangas van a beber. Las gangas, tan propias de las estepas y desiertos del Viejo Mundo, prosperan en el páramo del Campo de Montiel, donde habitan las dos especies presentes en Europa: la ganga ortega (Pterocles orientalis) y la ganga ibérica (Pterocles alchata), que aquí se muestra en vuelo, con su silueta como de paloma de alas y cola afiladas, y el hermoso plumaje del macho, delante, contrastando con la librea más discreta de la hembra, que lo sigue. ¿Cómo logran estos pájaros no sólo sobrevivir al calor aplastante del verano manchego, sino incluso sacar adelante en plena canícula a sus pollos? Hay tres hechos que nos ayudan a comprenderlo.

En primer lugar, las gangas ibéricas soportan mejor las altas temperaturas porque su cuerpo, al funcionar, genera poco calor para ser un pájaro de unos 300 g, lo cual se debe a que necesitan relativamente poca energía - en concreto, la ganga gasta como un tercio menos de calorías respecto a lo que sería de esperar por su peso. Si consultáis el enlace anterior y hacéis algunos números, es curioso pensar que un animal tan soberbio como este vertebrado necesite para sobrevivir apenas 1,2 vatios, mucho menos que una bombilla de bajo consumo - que también se calienta menos que una bombilla normal.

Además de calentarse poco, las gangas beben asiduamente. Con el fresco de la mañana, las hembras alzan el vuelo y se dirigen hacia los bebederos; muchas van a la cola del Embalse de Vallehermoso, a unos 12 km de distancia a vuelo de pájaro. Por el camino lanzan al aire su reclamo, que es como un "cáa, cáa" más propio de una gaviota que de un ave tan parecida a una paloma. Atraídas por los reclamos de sus compañeras, las gangas se van reuniendo y terminan formando bandos numerosos, para descender finalmente al bebedero, tras asegurarse de que no hay peligro. En pocos segundos beben hasta un 15% de su peso y se marchan silenciosas; a su regreso llega el turno de los machos. Si la pareja de gangas tiene ya pollos nacidos, el macho, antes de emprender el vuelo, restriega contra la tierra las plumas de la pechuga, desordenándolas en todas direcciones y preparándose así para jugar la tercera y más extraordinaria baza de las gangas contra el calor.

Al llegar al bebedero, el padre ganga remojará bien las plumas del pecho, empapándolas de agua a conciencia, cosa que se ve facilitada porque esas plumas son muy absorbentes, por su peculiar estructura. Cuando el macho vuelva con sus pollos, éstos rápidamente acudirán a pasarle el pico por las plumas cargadas de agua, sorbiendo así una pequeña pero valiosísima cantidad de líquido que les ayudará a sobrellevar las largas horas bajo un sol que pone el aire a casi 40º un día tras otro, y que calienta el suelo hasta los 60º C. Si tuviéramos que aguantar esas condiciones en campo abierto pronto nos abatiría la insolación, y al final sucumbiríamos deshidratados, en el mismo tórrido erial en que las gangas prefieren vivir.

Marchant (1962) comprobó cómo beben así los pollos de ganga ibérica, y Ferguson-Lees (1969) da más información sobre horarios y costumbres en los bebederos.

08 junio 2010

La estación seca y la planta nocturna

Coincidiendo con los primeros grandes calores, llega a la Región Mediterránea la estación seca, la sequía estival que distingue a nuestro clima del de las regiones boreales. No tendría por qué coincidir el verano con la sequía - en las sabanas del Serengeti, por ejemplo, la estación seca se da en invierno -, pero así ocurre por aquí, gracias al anticiclón de las Azores, desde hace ya unos 4 millones de años, desde que el Sur de Europa dejó de ser una tierra de clima subtropical. ¿Sucedería este cambio climático a causa de la unión entre América del Norte y del Sur? Parece ser que, al formarse el istmo de Panamá por erupciones volcánicas, las corrientes marinas se reorganizaron y pasaron a transportar agua cálida hacia el hemisferio Norte, un agua que alteró las temperaturas. ¿Nació así el clima mediterráneo? Quién sabe...

Volviendo al día de hoy, la estación seca supone para los seres vivos dos hostilidades combinadas: un sol abrasador y una sequía casi total, y ambas hacen del verano mediterráneo una amenaza de primer orden para la supervivencia de las especies de nuestro ecosistema - basta con ver cómo en la última semana el pasto se ha secado casi por completo. A lo largo de este verano iremos explorando en este cuaderno de campo algunas de las muchas estrategias que utilizan los seres vivos para sobrevivir a esta prueba, quizá la más dura de todas las que han de afrontar durante el año, junto con las heladas y carestías del invierno.

Para ir estrenando la temporada de verano, tenemos en esta imagen a una de las poquísimas flores que osan abrirse con la que está cayendo: la punterilla, Pistorinia hispanica, un endemismo de la Península Ibérica y el Norte de África. Se trata de una planta crasa (Crasulácea), ya que almacena agua en sus hojas, que se vuelven gruesas como gruesos son los tallos de los cactus. Mediante esta estrategia para sobrevivir a la sequía, las Pistorinia le dan ahora un aire desértico a lo que fue el pasto, pero esta planta minúscula emplea además otro truco, más hábil aún, para resistir los calores. Durante el día cierra todos los poros de sus hojas (estomas), y de este modo evita transpirar la valiosa agua que almacena. Pero, como planta que es, tiene que tomar dióxido de carbono del aire, así que debe abrir alguna vez los estomas, y lo hace por la noche, cuando refresca y por tanto perderá poca agua. Se pasa la noche fijando dióxido de carbono, almacenándolo en forma de un ácido orgánico que le da sabor agrio a sus hojas. Al llegar el día, cierra los estomas y utiliza la energía solar para fabricar alimento a partir del ácido almacenado por la noche. Esta clase de fotosíntesis, llamada CAM, es típica de las plantas crasas, y hace de Pistorinia hispanica una de las especies mejor adaptadas para sobrellevar el durísimo verano de los campos mediterráneos.

Más sobre el origen del clima mediterráneo en Blondel & Aronson (1999) Ecology and wildlife of the Mediterranean Region, Oxford University Press.

04 septiembre 2009

Las cogujadas y las pequeñas diferencias

Hoy como hace siglos, las cogujadas comunes (Galerida cristata, izda.) corretean por los caminos polvorientos, apartándose de los coches con una rápida carrera cuando casi están a punto de atropellarlas. De ahí su nombre manchego, "pájaras tontas", que revela una opinión muy discutible sobre su inteligencia cuando uno se percata de que lo que buscan es alimentarse de los insectos que chocan contra el parabrisas y caen al suelo aturdidos. Su segundo nombre, "pájara moñuda", suena casi igual de manchego pero más descriptivo, y mucho más internacional por su semejanza con el nombre inglés del pájaro, crested lark. Sin embargo, pocas veces se ven cogujadas en Inglaterra, lo cual es chocante cuando sí que crían en el Norte de Francia. Parece que la respuesta está en que son especialmente sedentarias comparadas con sus parientes cercanos las alondras comunes (Alauda arvensis, la skylark, dcha.), frecuentes en la mitad septentrional de Iberia. Es llamativo que en los eriales de nuestro monte siempre se vean unas cuantas parejas de cogujadas todo el año, pero sólo en invierno haya alondras. Los mapas de distribución de ambas especies nos dicen que esto es la norma general: la alondra es sobre todo un ave invernante en el Sur de España, mientras que la cogujada aguanta durante el verano. ¿Acaso estos pájaros, que tanto se parecen, que están muy próximos dentro de la misma familia, se diferencian en algo que al uno le abre las puertas del verano mediterráneo mientras que al otro se las entorna o prácticamente se las cierra? Pues parece ser que sí, y que, en efecto, se trata de unas diferencias tan sutiles como importantes.

La sequía estival es el gran escollo al que deben enfrentarse todos los seres vivos mediterráneos, y es evidente que a unos pájaros de campo abierto sometidos a esta prueba les ayudará muchísimo a superarla el poder ahorrar agua en su cuerpo. Y qué casualidad: las cogujadas tienen un metabolismo más lento que el de las alondras, lo cual las hace generar menos agua de respiración. Además, las cogujadas pierden menos líquido por evapotranspiración que las alondras, en lo que probablemente influyan tanto la capa de grasa que las aísla como, quizá, algo a primera vista tan irrelevante como... ¡la longitud del pico! Al exhalar el aire a través de los cornetes nasales, el pico más largo de la cogujada tendería a retener más vapor de agua que el de la alondra. Aunque esto aún no se ha confirmado como diferencia clara entre ambas especies, es la tendencia general en su familia (Aláudidos).

¿Es la selección natural la causa de estos rasgos? Entonces, seguramente la alondra emigra para evitar el verano mediterráneo, al que no estaría tan bien adaptada como nuestra "pájara moñuda". Pero, desde mi ignorancia, hay al menos otra alternativa: que el origen de estos rasgos sea simplemente que los pollos de la cogujada han crecido en un hábitat más cálido y seco (plasticidad fenotípica)... Si fuera así, entonces el instinto migrador de las alondras sería en realidad lo que las excluye del Sur de Iberia, pero no su capacidad de adaptación. Es una posibilidad, pero personalmente sospecho que la selección natural está muy implicada en este asunto. En todo caso, las cogujadas no sólo no son tontas, ni "vulgares", sino que tienen mucho que enseñarnos, según con qué ojos las miremos.