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19 febrero 2013

2013: una odisea lepidóptera

Sobrevuelan los romeros, liban algunas flores, incluso en los días más fríos de febrero algunas pueden verse revoloteando a ras de suelo, como surgidas de la nada, pero sus alas desgastadas por el viento atestiguan que son sólo un eslabón más en la odisea que cada año lleva a su especie a emprender la más insólita de las migraciones.

El amanecer del viaje
En un planeta azul, perdido en la Vía Láctea, cada traslación alrededor de su estrella amarilla va acompañada de una oleada invisible de vida diminuta que viaja desde los trópicos hacia los polos, un viaje de ida y vuelta de unos 13.000 km realizado por seres tan débiles que no pueden desafiar la fuerza de los vientos que circundan la delgada atmósfera de ese mundo. Estos pequeños animales casi cosmopolitas inician su viaje en las tierras cálidas cercanas al ecuador, en donde se reproducen sin cesar, una generación tras otra, hasta ocho al cabo del año. Pero el latido estacional del planeta cambia cíclicamente la temperatura en las latitudes templadas, lo cual permite a estos seres colonizar territorios más al norte y más al sur del ecuador. Caen allá donde los arrastre el viento, y si encuentran clima favorable y recursos alimenticios entonces rápidamente se reproducen. Pueden poner hasta 500 huevos, y las larvas de la nueva generación, protegidas dentro de tiendas de seda, pronto crecen a costa de consumir apresuradamente la amplia variedad de vida fotosintética que pueden comer. Los adultos, nada más emerger, emprenderán su propio viaje, una etapa más hacia los polos dentro del periplo que sus progenitores habían iniciado. Esta odisea, pues, abarca varias generaciones.

Radar vertical entomológico (VLR) dirigido hacia el cielo de Chilbolton, Hampshire (Inglaterra)
De abril a junio de 2009, más de 11 millones de insectos del tamaño de una mariposa cardera (Vanessa cardui, ver fotografía) fueron detectados por el radar viajando hacia el norte a una altitud de entre 150 y 1.200 metros sobre el suelo. Su velocidad media respecto al suelo era de unos 50 km/h, lo que significa que las mariposas estaban volando a su velocidad típica, de unos 20 km/h, con viento a favor de aproximadamente 30 km/h a 300 metros de altitud. Estas observaciones coinciden en el tiempo con miles de avistamientos de carderas volando cerca del suelo por todo el oeste de Europa. Se piensa que los insectos detectados por el radar pertenecen a la primera generación de carderas nacidas a principios de la primavera en la región mediterránea. A su vez, esta generación mediterránea descendería de otra nacida en latitudes subtropicales durante el invierno.

Finlandia, y más allá del círculo polar
En pleno estío, la generación de carderas alcanza su apogeo en las tierras boreales de Europa. Estos descendientes de la generación primaveral que cruzó sobre Hampshire atestiguan cómo una especie tropical, a través de sucesivas generaciones, ha logrado aprovechar incluso los recursos que le ofrece el efímero verano de Escandinavia. ¿Y ahora qué? Más allá del círculo polar les espera la muerte, y más al sur las heladas del invierno europeo acabarían con todos estos viajeros. ¿Es este el final de su odisea, millones de insectos sucumbiendo al frío? Por supuesto que no. En agosto de 2009, los radares VLR de Kerava y Kumpula, en Finlandia, detectan el paso hacia el sur de las mariposas sobre tierra firme y mar, a entre 500 y 700 metros de altitud. La generación más norteña está regresando al territorio que abandonaron sus antepasados en primavera, y allí criarán, junto a sus parientes que no migraron al norte. Originarán a otra generación de carderas en septiembre-octubre, y a su vez estas mariposas tardías viajarán hacia el mediterráneo y el norte de África, en donde todavía tendrán tiempo de producir otra generación más, ya poco populosa, a las puertas mismas del invierno.
 
Seis generaciones y 60 grados de latitud después, las carderas habrán regresado al invierno tropical africano, a las tierras en donde nunca dejan de reproducirse. Como cada año de cada siglo, su odisea estará lista para volver a empezar.

Basado enteramente en Stefanescu et al. (2012) Multi-generational long distance migration of insects: studying the painted lady butterfly in the Western Palaearctic. Ecography 35: 1-14.

29 enero 2013

Capturad al mediano

Una jauría de lobos no se molesta en perseguir a un ratón por el mismo motivo que una comadreja no se lanza a cazar un venado: el esfuerzo no compensa. Porque un depredador no sobreviviría si se dedicase a malgastar sus fuerzas persiguiendo presas diminutas, que apenas le aportarán calorías, ni atacando a presas tan enormes que difícilmente podrá doblegarlas. Por eso la evolución ha ajustado con precisión las costumbres de los cazadores de manera que cada especie se dedica a presas dentro de una determinada gama de tallas, las que le rendirán buenos beneficios en términos de esfuerzo y resultado. ¿Qué significa esto para las presas? Que las pequeñas tendrán que preocuparse sobre todo de cazadores pequeños, y las grandes de los mayores predadores. En este esquema, las presas medianas son las más perjudicadas, porque interesan tanto a grandes como a pequeños cazadores. Así, los lobos cazan numerosos conejos, y a veces las comadrejas capturan gazapos. Justo en el tamaño del conejo (Oryctolagus cuniculus) coinciden los fulcros de multitud de palancas depredadoras del matorral mediterráneo. Su pariente, la liebre, también sufre los intereses de la mayoría de carnívoros y rapaces. Estando conejos y liebres en pleno punto de mira, ¿qué pueden hacer para sobrellevar a tanto depredador?

Los conejos han optado por la estrategia de sustituir sus bajas rápidamente, y para ello cuentan con una fecundidad proverbial. Prueba de ello son las frecuentes plagas de conejos tanto dentro como fuera de la región mediterránea, graves hasta tal punto que los antiguos habitantes de Mallorca pidieron ayuda incluso a las legiones romanas para que los librasen de una marea de conejos que arrasaba la isla. Por su parte, la liebre ha tomado otro camino, se ha tornado en maestra de la defensa en forma de huida, y la evolución ha llevado al límite su anatomía en aras de la velocidad y el quiebro. Así, la liebre europea (Lepus europaeus) alcanza 56 km/h en campo abierto, y su columna vertebral increíblemente flexible le otorga una portentosa capacidad para el regate. Sus músculos están especialmente preparados para los esfuerzos súbitos de la carrera, ya que contienen mucha mioglobina, una proteína que almacena oxígeno y tiñe de rojo oscuro la carne de liebre. Su corazón es enorme, representa el 1.8% del peso corporal, frente al 0.3% del conejo. Con la proporción de una liebre, el corazón de un hombre de 80 kg pesaría casi kilo y medio, unas cinco veces más de lo normal. Nuestra liebre ibérica (Lepus granatensis, ver dibujo), por supuesto, muestra adaptaciones muy similares a la europea.

Liebres y conejos ejemplifican las múltiples soluciones que puede dar la evolución ante un mismo problema. ¿Por qué esta divergencia? ¿Tal vez porque los conejos son más propensos a ser fecundos, por construir madrigueras donde crían a salvo? ¿Quizás la mayor vulnerabilidad de los lebratos hizo de la liebre la arcilla adecuada para que la evolución modelase a un velocista extremo? Sea cual sea la respuesta, la evolución de una de estas tácticas puede cambiar todo el ecosistema. Porque, si los conejos no fuesen tan prolíficos, seguramente no habrían evolucionado los grandes especialistas en su captura, es decir, el lince ibérico y el águila imperial, emblemas de la fauna ibérica. Los ancestros del conejo empezaron a excavar madrigueras para criar, ¿fue eso fue la primera ficha de dominó cuya caída se tradujo, al cabo de millones de años, en el origen de nuestro lince ibérico? Sería otro caso más en el que una mezcla de casualidad y ecología marcase el rumbo de la historia de la evolución.

Más sobre plagas de conejo en Species diversity in space and time, de Michael Rosenzweig (1995),

19 marzo 2012

Lucha aérea

“Al poco las veo salir, 4 en total” – anoté en mi cuaderno de campo. Antes de salir, las abejas solitarias emergían a la luz del sol desde la oscuridad de su agujero excavado en el suelo, asomaban las antenas y, tras uno o dos minutos desperezándose, echaban a volar hacia los romeros de marzo. Permanecí sentado sobre el camino de tierra, esperando verlas volver cargadas de polen, pero pronto me distrajo un zumbido incesante. A un paso de mi, un insecto aparecía como congelado en el aire, cernido a más de un metro del suelo, tan abstraído que apenas se inmutó cuando me acerqué un poco más para observarlo. Era una mosca-abejorro, del género Bombylius; en estos días liban las flores del romero (ver imagen). Pero este Bombylius parecía absorto en alguna tarea importante, que pronto se puso de manifiesto. Porque cada vez que algún insecto cruzaba a menos de unos 3 m de su puesto, el Bombylius, como un centinela, salía tras el intruso, vertiginoso, casi imposible de seguir con la vista, lo perseguía haciendo tirabuzones y quiebros hasta echarlo de lo que él consideraba, sin duda, su territorio, la parcela en la que yo me había sentado. En un rato lo vi expulsar a varios otros Bombylius, y también a abejas solitarias e incluso a moscardones, ¡le daba igual de qué especie fuera el invasor! El mero estímulo de ver a un insecto volando cerca bastaba para disparar su belicoso comportamiento. Apenas pasaba un minuto sin que expulsase a alguien, ¡qué cantidad de energía estaba gastando! Cuando este guardián del camino regresaba de una de sus escaramuzas, se desvió un tanto en su trayecto y entonces fue él quien recibió un ataque… ¡de otro Bombylius! Entonces comprendí que, lo que para mí era tan solo un camino, para estos volátiles era un campo de batalla divisible en territorios que ellos estimaban merecedores de ser defendidos hasta la extenuación. ¿Pero qué era toda esta locura? ¿Qué les estaba pasando a los Bombylius?

Una pista es que estas moscas-abejorro se desarrollan como parásitos letales (parasitoides) de abejas solitarias. Las hembras de Bombylius lanzan huevos a los agujeros-nido de esos insectos, y lo hacen volando casi a ras de tierra, cernidas, disparando los huevos desde el ápice del abdomen con un rápido movimiento de todo el cuerpo hacia abajo en el aire. Previamente las hembras han rebozado los huevos en el polvo del suelo, quizás para lanzarlos mejor o para que rueden hacia el agujero. Varias veces he presenciado esta operación de lanzamiento, y os aseguro que la madre Bombylius tiene pésima puntería. Pero cuanto más hábil sea volando, lo normal será que acierte más y que tenga por tanto más descendencia. Así, la habilidad en vuelo cernido resulta clave para estos insectos. Por eso es lógico que las hembras se apareen preferentemente con machos que hayan demostrado ser los mejores voladores, y, ¿qué mejor prueba de ello que ser el dueño de un territorio? Para conservarlo, el macho seguramente ha debido de expulsar a innumerables intrusos, pelearse en un sinfín de combates aéreos y mantenerse cernido y vigilante hora tras hora. ¡Todo un campeón del aire! Estos ases del vuelo ofrecen para la hembra una buena garantía de futuros descendientes muy hábiles volando, y por tanto bien preparados para acertarle al agujero (si son hembras) o para ganarse un territorio con el que conquistar hembras (si son machos). Todo lo cual ayuda a entender por qué los machos son tan territoriales y pendencieros en el aire. Es curioso pensar que los propios Bombylius ni saben por qué hacen todo esto ni han elegido vivir así. Su conducta, su vida, está sujeta a la selección natural, igual que a la gravedad o a cualquier otra ley de la naturaleza que define los límites de lo que llamamos libertad.
En la fotografía, un posible Bombylius analis, el antiguo B. undatus según las claves de Séguy (1926) de Faune de France. Hay varias otras especies de Bombylius en el paraje, y cambian a lo largo del año. Más sobre estas moscas-abejorro en las numerosas entradas que les ha dedicado el blog Macroinstantes.

12 octubre 2010

Agricultoras por despiste

Los campos manchegos pueden parecen estepas de puro llanos y desolados, una monotonía de viña, cereal y olivo sólo interrumpida por algunas manchas de matorral como la que nos ocupa en este blog. La semejanza con estepas se debe en gran medida a siglos de tala, pastoreo y quema de encinar, lo que ha forjado el nombre de estepas antrópicas para estos territorios. Pero el parecido se extiende más allá del aspecto, hacia la pequeña fauna que los habita, en la que predominan saltamontes y hormigas como en las verdaderas estepas asiáticas, como en las sabanas y praderas. En concreto las hormigas esteparias suelen ser comedoras de semillas, a diferencia de sus parientes de bosque, de gustos no tan especializados. Sobre nuestras hormigas granívoras ya hemos hablado por aquí alguna vez; son las Messor, uno de cuyos hormigueros encabeza esta entrada. La foto muestra una suerte de terraza de tierra suelta, extraída por las hormigas del subsuelo, una tierra rica en minerales en la que muchas hierbas encuentran más fácil germinar y crecer que en la tierra yerma justo al lado. Por eso, en estos días de lluvia, no es extraño dar con estas imágenes en el monte, pequeñas manchas de hierba nacida en torno a los hormigueros como islas de verdor ralo esparcidas por el suelo pardusco. Me hacen pensar que las hormigas, sin querer, inventaron la agricultura mucho antes de que apareciera el ser humano. Porque, aunque comen semillas, aunque pueden destruir una cantidad enorme de futuras plantas, también se les caen algunas por el camino, y sin darse cuenta las expulsan del hormiguero junto con los desperdicios. De este modo, algunas semillas escapan de las mandíbulas de las grandes obreras cabezonas y de paso caen a la tierra mullida y abonada que circunda el hormiguero. Con semejante sustrato, una semilla tiene buenas bazas para crecer alta y dar a su vez muchas semillas, en la misma puerta de la casa de sus cosechadoras, estableciendo así con ellas una extraña relación de mutuo beneficio. Con esta verdadera agricultura involuntaria, a través de sus "terrazas" las Messor llegan a modificar la estructura de especies del pasto, favoreciendo a las plantas que las mantienen. Y sus minúsculos jardines brotan ahora, fruto de los errores de las hormigas al dejarse semillas fuera, pero, desde luego, pocos despistes resultan más productivos para quien los comete. De hecho, si las Messor fueran tan inteligentes y cuidadosas como para no perder ni una sola semilla, seguramente comerían peor, perdiéndose esas semillas bien crecidas en su misma puerta. ¿Quien dijo que en la evolución la inteligencia es siempre una ventaja?

Más sobre la fauna de las estepas en un clásico de la ecología: Animal geography (Hesse, 1943), descargable desde Biodiversity Heritage.

20 febrero 2010

Consciente de sí misma

A menudo se dice que los humanos somos radicalmente distintos de los demás animales porque, a diferencia de ellos, somos conscientes de nuestra propia existencia como individuos. Sin embargo, algunos animales también lo son, y la prueba clásica para averiguarlo es la del espejo. Cientos de especies reaccionan ante su imagen reflejada como ante otro animal distinto de ellos; jamás comprenderán que se trata de su propio reflejo. Para 2008 se había comprobado que los chimpancés, bonobos, orangutanes, delfines y elefantes dan el gran paso del reconocimiento de sí mismos frente al espejo. Esto llevó a pensar que la autoconsciencia era exclusiva de los mamíferos digamos más cerebrales, pero en ese año se descubrió que las urracas (Pica pica) pasan la prueba del espejo, en lo que constituye el primer caso confirmado en animales no mamíferos. Se sabía de antemano que este córvido estaba muy avanzado mentalmente respecto a la mayoría de los vertebrados, ya que, entre otras cosas, su conducta social resulta asombrosamente compleja.

Un ser humano recién nacido tardará unos 18 meses en pasar la prueba del espejo. Por tanto, las urracas tienen al menos la consciencia de un niño como de año y medio. Muchos cazadores se divierten matándolas a tiros.

... Y algunas definiciones de "persona" se basan en
el hecho de ser consciente de uno mismo...

08 febrero 2010

Canción que cristaliza


El rocío aún brillaba sobre el musgo de las rocas, y algunas avutardas se recortaban, inmensas, en el azul. Bajo ellas, desde lo alto de una encina, una vocecilla mitad áspera y mitad musical se esparcía por el aire en una especie de chisporroteo incesante.


En el paraje, el verdecillo (Serinus serinus) siempre es, junto con el triguero y la cogujada, el primer pájaro del año en animarse a cantar. ¿Qué le impulsa a hacerlo siempre en torno a la misma fecha? ¿Y cómo aprende a cantar? Sobre este tema se sabe mucho en un pariente muy próximo del verdecillo, el canario (Serinus canaria), que nos proporciona un ejemplo quizás válido para el menor fringílido de nuestra fauna.

Cuando el periodo de luz del día supera determinada duración, se desencadena un cambio fantástico en el cerebro de los canarios macho. Comienzan a crecerles nuevas neuronas, que se entretejen formando agrupaciones (núcleos) que permitirán al pájaro desarrollar su canción. Al principio, experimentará con su siringe un poco al azar, pero poco a poco irá seleccionando frases, articulándolas, puliéndolas, hasta que eventualmente el canto cristaliza en una forma que ya no cambiará este año. Luego, después de la estación de cría, las neuronas del canto degenerarán, desaparecerán... Cada año, nuevas neuronas, nuevo aprendizaje de la canción. ¿Quién dijo que las neuronas no pueden reproducirse?

Exhibiéndose con su flamante canto, que alguien comparó con el sonido de huevos friéndose o de cristales quebrándose, nuestro verdecillo, con suerte, atraerá a su buena verdecilla, y juntos, en la espesura de una carrasca o un almendro, intentarán sacar adelante a sus pollos.

No todos los pájaros que cantan pueden aprender su canción cada año, como explica este artículo.

13 octubre 2009

La guerra de las hormigas

"Puede afirmarse que las hormigas en particular
son los animales más agresivos y belicosos de todos."
Hölldobler y Wilson, Viaje a las hormigas (1994)

Las hormigas Messor bouvieri son con mucho los insectos más abundantes del paraje: habitan en hormigueros subterráneos de hasta decenas de miles de obreras. Su nombre genérico significa "cosechadora" (Messor era ayudante de la diosa romana de la agricultura, Ceres) y alude a que se trata de hormigas granívoras; a base de recolectar semillas llegan a modificar la estructura de especies vegetales del pasto, como veremos en otra entrada. Por ahora, contemplemos esta imagen propia de este tiempo de tormentas: dos "cosechadoras" enzarzadas en una lucha a muerte. Pertenecen a distintos hormigueros, y de su combate puede depender el destino de miles y miles de hormigas. ¿Pero por qué han llegado estos insectos a trabarse en semejante duelo? Y lo primero de todo, ¿cómo se han reconocido como rivales? La respuesta es que cada hormiguero tiene su propio olor característico, así que las hormigas notan pronto cuándo una compañera pertenece o no a su colonia. Normalmente cada colonia no interfiere mucho con las demás porque cada una tiene sus propias rutas para recolectar semillas, pero, cuando llueve, los rastros químicos que marcan esas sendas sobre la tierra se borran, con lo cual hay que trazarlas de nuevo y entonces se producen encontronazos con las hormigas vecinas. Resultado: la agresividad se desata.

La gran obrera que se alza amenazadora sobre su rival estaba minutos antes patrullando lejos de su hormiguero, pero su encuentro casual con una hormiga de otra colonia degeneró en esta batalla a muerte. El objetivo de cada hormiga es la aniquilación total de su adversaria, porque, si ésta quedase viva, huiría a su hormiguero y daría una señal de reclutamiento consistente en un olor especial (la feromona de alarma) y un débil chirrido (emitido con un raspador pequeño de su cintura); entonces regresaría al ataque con más hormigas dispuestas a zanjar de una vez la refriega. Primero los dos ejércitos calibrarían sus fuerzas, aunque aún no se sabe cómo lo hacen - quizá cada hormiga cuenta de algún modo el número de obreras cabezonas rivales, lo cual da una idea del tamaño del hormiguero enemigo. Si hay mucha superioridad en un bando, la batalla puede desencadenar una guerra total, en la que una columna de hormigas se abre paso hacia el hormiguero rival y no cesa hasta entrar en él y acabar con la colonia. Así habrán ganado sus graneros subterráneos y el territorio donde se abastecían de semillas, en resumen, muchísimo alimento y suelo por donde extender su hormiguero.

Pero es llamativo que las hormigas estén individualmente dispuestas a morir por estas ventajas para su grupo. ¿De dónde sacan tan ciega lealtad? La clave es que las obreras han optado evolutivamente por no reproducirse, dedican su vida a ayudar a su madre, la reina, a criar a sus hermanas que sí se reproducen, las hormigas aladas. Así que si las obreras, muriendo, ayudan a salvar su hormiguero, habrán triunfado en el juego darwiniano por la existencia: la reina madre seguirá viva, y los genes de las obreras caídas en combate podrán pasar a la siguiente generación a través de sus hermanas y hermanos alados...

Ver más información sobre las Messor en Lamarabunta.org.