Esos
seres grotescos
La vejez hacía estragos hasta en la persona más enérgica. Y pensar
que se pasó toda la vida recorriendo las calles en busca de mujeres
valientes que se unieran a su causa, atravesando momentos de
verdadero infierno durante sus huelgas de hambre, encarcelamientos e
innumerables insultos lanzados por miembros de la sociedad de su
amado país, y nunca notó ni el más mínimo síntoma de cansancio.
Pero ahora las cosas eran distintas. A sus setenta años cumplidos
con orgullo, su recorrido por el sendero de la vida estaba llegando a
su fin, y era lógico que la fortaleza de la que se jactó en su
juventud comenzara a abandonar a aquel saco de arrugas en el que se
había convertido su cuerpo.
Hannah
se acercó con el cojín escarlata y sonrió.
- Señora, ¿desea que se lo acomode tras la espalda?
Emmeline
asintió. La joven criada obedeció y le dejó una tisana encima de
la mesa.
- Tómesela despacio. La ayudará a dormir.
La
anciana ahogó un bostezo y despidió a la sirvienta. Se recostó en
el mullido colchón de plumas y miró al techo de yeso, recordando
sus aventuras con las chicas del transgresor y alocado movimiento
sufragista. Corría el año mil novecientos veintiocho, y a pesar de
que en los Estados Unidos de América las mujeres ya podían votar
desde hacía casi una década, el gobierno de Inglaterra continuaba
empecinado en sostener y mimar a un sistema machista y arcaico donde
las féminas apenas tenían derechos.
No
supo en qué momento los brazos de Morfeo la acunaron y la sumieron
en un sueño profundo, mas cuando volvió a abrir los ojos era joven
de nuevo, y caminaba por las calles londinenses junto a otras amas de
casa. El vigor había regresado a sus huesos, y sus cabellos
encanecidos ahora eran castaños.
Estaba
en medio de una hermosa ensoñación. Y no quería despertar.
Con
paso firme se dirigía con un grupo de señoras hacia Downing Street,
la residencia del primer ministro británico. Las manifestantes
izaban orgullosas las enormes pancartas como si fuesen la bandera de
la patria mientras gritaban a pleno pulmón: “¿tenemos derecho a
pagar impuestos?¡pues también a votar!”
Era
feliz entre protestas y mítines. Había dedicado su juventud a
luchar para que las niñas de las futuras generaciones gozaran de una
libertad que a sus antepasadas les fue negada, y su esposo, que la
apoyaba en todo lo que se proponía, siempre compartió esa difícil
carga con ella. Su adorado Richard. Le echaba tanto de menos...
Una
ráfaga de viento azotó su rostro y su sombrero se precipitó en el
suelo. Se agachó para recogerlo, cuando de pronto oyó:
- Shhh... shhh...
Miró
de reojo a una esquina oscurecida por la sombra de la pared de un
vasto edificio de mármol. Allí, entre dos muros blanquecinos, se
ocultaba una criatura de poco menos de un metro de estatura. Emmeline
se alejó del gentío, aproximándose al objeto de su escrutinio.
- ¿Hola? ¿Puedo ayudarte en algo?
Una
cara pétrea se asomó y Emmeline dio un respingo.
- No te asustes, por favor. No voy a hacerte daño.
Su
interlocutora salió de su escondite, temblando. Para sorpresa de la
joven, se trataba de una estatua. Una estatua... ¿viviente?
- Me he caído del tejado – murmuró la escultura
señalando una de sus garras, que se le había partido por la mitad
–. Necesito ayuda para regresar arriba con mis compañeras, sin
embargo no me he atrevido a pedírsela a nadie.
- ¿Por qué? - inquirió Emmeline con curiosidad.
El
pedazo de roca parlante esbozó una triste sonrisa.
- Soy una gárgola, señora. Un monstruo para los de ahí
fuera, al igual que usted. Embellezco los edificios que los humanos
construyen, evito que sus tejados se inunden en días de lluvia, y
los protejo de malos espíritus. Pero mi grotesco aspecto les
asusta, y me tienen como a una enemiga.
Emmeline
se arrodilló frente a aquel ser tallado en piedra y lo miró
fijamente. “Al igual que usted”. Evocó las repetidas
ocasiones en las que las sufragistas eran víctimas de odiosas
sátiras y caricaturas en los periódicos locales, de humillaciones
públicas y ultrajes varios, por no mencionar a las damas que las
apartaban de sus hijas contándoles horrores acerca de ellas.
Sí,
también eran consideradas seres grotescos a los que arrinconar y
olvidar como si jamás hubiesen existido. Y lo único que pretendían
era hacer de este mundo un lugar mejor.
- Comprendo a la perfección cómo te sientes – dijo en
un cálido susurro –. Nuestra sociedad no está preparada para
recibirnos. Pero llegará un tiempo en el que eso cambiará, y se
darán cuenta de que el temor a reformarse es uno de los peores
defectos de la raza humana.
- Señora Pankhurst...
Emmeline
abrió los párpados lentamente. Hannah se hallaba inclinada en el
lecho, y la luz de la gran estrella diurna entraba a raudales por la
ventana.
- Buenos días. ¿Ha logrado descansar? - preguntó la
doncella.
La
mujer hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
- Buenos días, Hannah. He dormido plácidamente, pero
esta noche tuve un extraño sueño...
Hannah
dejó una bandeja de plata en la mesita de noche con el periódico
que Emmeline leía cada mañana.
- Pues tiene que leer la noticia que sale en la portada,
señora – aseveró con los ojos brillantes de emoción.
Emmeline
tomó las enormes hojas de papel entre sus manos y hundió el rostro
en ellas. Al levantar la vista sus iris claros estaban envueltos en
gruesas lágrimas de alegría.
- Lo hemos logrado, Hannah – musitó, riendo de
felicidad –. Ya puedo morir en paz.
La
septuagenaria acarició los titulares del periódico e inspiró
hondo. Si Richard viviera estaría compartiendo su dicha en ese
instante. Por primera vez en la historia del Reino Unido, el
parlamento británico aprobaba el sufragio femenino en la Ley de
Representación del Pueblo.
“Llegará
un tiempo en el que eso cambiará”.
Emmeline tomó a Hannah de las manos y ambas rieron,
satisfechas. Tras muchas batallas perdidas, habían ganado la guerra.
Dedicado a todas aquellas mujeres que no se rinden ante la adversidad.
Nota: Emmeline Pankhurst (1858 - 1928) fue una de las fundadoras del movimiento sufragista en el Reino Unido. Murió a la edad de setenta años, tras haber logrado su sueño de ver a las mujeres caminando hacia las urnas para elegir a sus gobernantes.