martes, 11 de marzo de 2025

Lo que llega a tu puerta

El ser humano tiende a buscar respuestas para todo, explicaciones que tal vez le den un poco de luz a su opaco, finito entendimiento; porque no puede aceptar que no hay un motivo por el cual vivimos. Quiere saber para comprender, indaga para llegar a una conclusión, se pone objetivos a todo plazo y trabaja para cumplirlos.
Cada individuo mira hacia adelante en busca de su felicidad, navegando en un mar inhóspito, aferrado a bloques que como cualquier objeto por allí está sujeto al capricho de las corrientes. A veces van en la dirección deseada, otras nos desesperamos braceando con ahínco sin aceptar que quizás el retroceso sea parte de un aprendizaje.
Ciertos procesos se repiten en forma cíclica, en forma insistente. Esto nos dejan un doble sabor, una mirada bifurcada. En primer lugar nos parece familiar, una sensación de deja vu, un lugar conocido pero no reconocido. También amargo, en definitiva si una cosa se nos vuelve a presentar en la vida es quizás porque la primera vez no fuimos capaces de aprender de ella y es necesario volver a vivirla para realmente crecer como persona.
Caemos y nos levantamos; tropezamos y volvemos a mirar hacia arriba. El convencimiento de que nos merecemos estar de pie nos hace peligrosos, nos hace respetables.
Cuando llega a nuestra orilla algo extraño, algo nuevo, inmediatamente lo apropiamos y queremos saber todo de él, preguntamos e indagamos. Yo estoy seguro que es al revés. Las cosas que hacemos, hablamos, las persona que nos rodean, las dudas y preguntas que nos hacemos es lo que nos dice todo de nosotros mismos.
Aquel bloque que se arrima a nuestra puerta responde a algunas de nuestras preguntas, alguna necesidad que nos está aquejando. Viene en nuestra ayuda, viene a aportar algo de claridad.

miércoles, 5 de marzo de 2025

Fantasía en el gimnasio

Entraba al gimnasio, dejaba su mochila en un locker, sacaba la toalla de mano y se lanzaba ciegamente a cumplir con su rutina: al principio con la planilla en la mano, estudiando los ejercicios, calculando los pesos y dosificando las repeticiones y más tarde, tal vez en el transcurso de la segunda semana, ya más confiado y de memoria, se deslizaba entre las máquinas como si fuera de la casa.

El objetivo que lo había llevado a ese antro de salud física y músculos febriles era al comienzo claro y definido: una lesión jugando al tenis y una rehabilitación sencilla que le llevaría no más de seis meses.
El profesor lo guiaba, le indicaba la técnica de los ejercicios más exigentes y complicados y lo dejaba solo cuando veía que le había tomado la mano y no corría riesgo de provocarse otra lesión. El profesor era al único al que le dirigía la palabra. No podía mirar a esos desconocidos, todos transpirados y sedientos, le parecían seres trastornados, como si estuvieran enchufados a una máquina de producir energía por movimiento. Si algún aparato estaba ocupado, esperaba sin apuro; si alguien le preguntaba si podía alternar, se alejaba abandonando su lugar.
Hasta que pisó la banquina. Perdió el control de sí mismo.
Ella iba siempre al gimnasio, simpática y sencilla. Morena, de pelo y calzas negras, cuarentona con todo en su lugar, excepto un leve color morado en los labios, que podría considerarse excesivo en ese lugar. Un culo rotundo que era un monumento, exacto en sus proporciones y acentuado por la justeza del lycra cuya costura se hacía invisible al sumergirse y desaparecer entre sus firmes glúteos. El top, inventado para generar tortícolis masivas y humedecer sueños nocturnos, apenas levantaba sus pechos turgentes, dejaba adivinar tensos pezones y permitía ver cómo se iba humedeciendo su seno a medida que la actividad física se intensificaba. Y él sucumbió a su embrujo.
Encerrado en su mutismo, simuló estar desconcertado con sus ejercicios y con una impostada cara de extrañeza se acercó hacia ella. Quiso hacerle una pregunta. En su imaginación, confiado, se dirigía a ella con aplomo y hombría y ella respondía a sus preguntas primero y a sus galanteos después con firmeza e interés. Pero se miraba al espejo y ella seguía indiferente, concentrada en su rutina.
Empezó a ir todos los días y se quedaba rondando al lado de las máquinas, boquiabierto, mirándola. Estaba para enmarcarla cuando hacía los tríceps con la rodilla apoyada en el banco y su perfecto culo mirando al sur; su escote en suspenso aprisionado por el corpiño era una deliciosa silueta curvilínea cuando trepada al elíptico transpiraba delicadamente. Y en su imaginación, ya perdido todo recato, se acercaba a ella, le aferraba la muñeca haciéndole caer la mancuerna le sacaba la ropa lentamente dejando al desnudo el más perfecto cuerpo femenino y, ante la mirada extrañada del profesor, hacían el amor sobre la colchoneta de los abdominales.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Destino final

Yo siempre supe que iba a morir de cáncer, son esas cosas que uno intuye temprano en la vida cuando algunas señales se van acumulando, esas indirectas como contactos que comparten historias de gente con la enfermedad, propaganda de medicamentos y tratamientos paliativos, compañeros de trabajo que se van antes porque deben cuidar a un familiar o enterrarlo. Disculpen si resulta ofensiva la declaración, léanla como mi última voluntad y así será un poco más tolerable. 

Al principio, me enojé. Es decir, nadie quiere saber cómo termina aunque lo digan. Decidí que esos mensajes no eran para mí y que no me iba a afectar, que los ignoraría. Con el tiempo uno tras otro se me presentaban sin objeciones, sin pausa y me iban torciendo la voluntad. El márketing de la enfermedad es malo y negativo, tiene muy mala prensa pero la repetición es intensa y se te termina metiendo en el cuerpo y lo terminás creyendo. 

Si te duele la cabeza, va por ahí. Si cuando llueve, los huesos te duelen como si tuvieran terminaciones nerviosas, la conclusión es clara. Además, la comida superprocesada actual es propicia para pensar que los males estomacales en general, la mala digestión, esos ruidos que uno escucha por la noche (que no vienen del departamento de al lado) es el estómago sucumbiendo a los ataques infernales. Ni hablar del cigarrillo, el demonio en persona con halo de humo tabacal y boquillas delicatessen que te trae a tu propia casa la versión respiratoria con perspectiva de mochila y rapidez para el trámite. Y hoy sumamos al vapeo, que parecía ser la solución y en realidad te enferma más rápido y en peores condiciones.

Participar de campañas para recaudar fondos para luchar contra este flagelo fueron oasis en un desierto lleno de dolor y angustia. Ver caras reconcentradas, existencias enteras sumidas en la tarea de alargar el hilo de esperanza, en tratar de encontrar un destello de luz en un horizonte tremendamente negro y poder alivianar un poco la carga de los demás fue liberador y desde un punto de vista egoísta, redentor para mis vertiginosos pensamientos.

Llegué a pensar en algún momento que el pronóstico oncológico no se cumpliría. Chocar tu vehículo de frente a poco más de sesenta kilómetros por hora no es algo que mucha gente termina contando. Esa película en cámara lenta que se produce, ese cliché que es verdad de ver toda tu vida completa como en diapositivas de repente no terminó y ahí me di cuenta que no escaparía de los designios que en profundidad estaban tallados para mi.

Recostado, miro por la ventana. Mis ojos acuosos, nublados por la morfina están fijos en la nada. Sería más fácil decir lo que no me duele, más corto por lo menos pero ni siquiera esa lista les daría una miserable idea de lo terriblemente dañina que puede ser esta enfermedad. Es la personificación de un estratega militar, de un boxeador que tras un golpe efectivo a la mandíbula huele próximo el knockout y así pensaba, la iba a esperar hasta el último día. 

Miré hacia arriba como buscando una respuesta y así pude ver cómo una placa cementicia del techo cayó sobre mi cabeza aplastándome a mi y a mi destino final.