Es una mierda el deseo a veces.
Lo más duro no es rastrear olores como una perra. Ni escuchar compulsivamente esa canción. El gusto amargo en el paladar que distorsiona el sabor de tus guisos, ni las intermitentes ganas de reír y llorar (reír cuando te acuerdas; llorar, sabes que no será) Lo peor no es ese nudo entre pecho y garganta, al galope entre la náusea y la falta de respiración. El muslo de Prosepina: deseo y mármol. Tampoco es lo peor, y es malo, muy, muy malo, desear tanto una piel ajena que al deshacerte de ella se te desgarra la propia. No. Lo más brutal es el extrañamiento. Todo es raro. Todo insípido. Nada suficiente. Ni tu nombre suena a tuyo si no es de su voz. Tras la intensidad y el calor extremo no valen tibezas. Las conversaciones cotidianas con los compañeros, que eran la sal del día, te aburren, te suenan como un eco lejano al que asientes sin sentir. Al acabar la jornada no te encuentras en tu libro, ni en tu tele, y en tu paseo no sabes dónde ir. No sab...