Promesas de vida adulta
La estantería ya no es la misma, ni dios que lo fundó. Muchos trasiegos y algún trajín han sufrido esos libros. Tampoco están todos: perdidos, robados, prestados, colocados... No se cuántas veces recorrí esos lomos con el dedito. Los lomos de ESA colección en particular. El dedo, tierno primero, adolescente después. Unas veces me detuve en el título, otras en el autor. A menudo sacaba uno al azar. Por dentro parecían casi iguales: el mismo papel amarillo que olía a polvo así, sin siquiera arrimar la nariz; la tipografía pesada, esas páginas sin aire. Sin restricciones, los caté todos. Estaban a mi alcance, no era algo de lo que me quisieran proteger, tampoco a lo que me quisieran exponer. Pero allí estaban, en un estante no muy alto ni tampoco muy bajo. Jugué a leer en voz alta enigmáticas palabras, párrafos tan bien sonantes como incomprensibles; acompañé a polvorientos personajes por los pasillos del drama y la tragedia, a ellos no les importaba que yo fuera pequeña, me entregaba...