Cosas que me gustan mucho y hago poco: el vermú
El vermú, qué gran bebida, qué gran costumbre, qué buen momento del día. Porque vermú es todo eso y más. Y lo hago bien poco, con lo que me gusta. Lo bebo poco, y lo vivo poco. Pero cuando me lío, me lío. Me gusta levantarme no muy tarde, dejar el cocido preparado, ducharme y pintarme el ojo. Coger el coche e ir hasta el pueblo de al lado. Allí viven mis primos, los reyes de la noche. Si hay suerte y no llegamos muy tarde puede que aun no se hayan recogido. Pero si no, da igual, porque su hermana, la reina del vermú, sale a cogerles el relevo. El caso es que llegue a la hora que llegue tengo un primo o dos dispuestos a darme de beber. Y el resultado es siempre el mismo: me toca volver a casa por el camino del río, a las 6 de la tarde y como un cesto; y el cocido se queda para comer el lunes. La siesta correspondiente es gloriosa. Recuerdo grandes vermús en mi vida, siempre ligados al exceso: panzadas de gusanitos, gominolas y mosto en el casino de Sinfo cuando era pequeña. Gambas cocid...