Este verano he estado en un mar del sur. Pero no fue allí donde conocí a la sirena. En medio de una Castilla que no es la mía fue donde la encontré. Era un lunes por la mañana, muy pronto, cuando nos cruzamos por primera vez. Tenía la piel brillante y el pelo mojado, y desprendía un olor familiar. Más que cruzarnos, nuestro camino se juntó. Desayunamos juntas y luego me invitó a un trago de agua. Así nos hicimos compañeras. Tardó unos días en reírse pero cuando lo hizo por primera vez me sentí como Ulises. Tras pasar muchas horas sentada a su lado me di cuenta de que, entre la maraña de su pelo, brillaban pequeñas conchitas y algunos corales minúsculos. No dije nada por discreción. Gracias a que encontró un charco al lado de donde vivíamos pudo sobrevivir las dos semanas que pasamos juntas tan lejos del mar. A medio día, en las horas de más calor, se metía dentro y salpicaba con versos y gotas de agua fresquita a todos los que nos sentábamos cerca. Pero a medida que pasaban los días s...