
Tomar té en las casas de sus amigos siempre había sido para ella una experiencia angustiosa, porque en su casa el té le era presentado en una taza, con un platillo y una cucharilla, el saquito de té dentro de la taza, y una azucarera prolijamente dispuesta con su cuchara. De esta manera, automáticamente, tomaba la cucharita con la mano derecha, con ella sacaba el saquito, colocaba el saquito en el platito, agregaba el azúcar con la cuchara de la azucarera, sin mojarla, revolvía el té hasta enfriarlo con la cucharita del plato, lo probaba para saber si se había enfriado, y después lo bebía directamente de la taza, como imponen las normas de buena educación, dejando la cucharita prolijamente apoyada en el plato. Pero cuando en otras casas le ofrecían el desalentador panorama de un té sin platito, sin cucharita, y hasta sin saquito, ¿qué hacer?
Después de tantas visitas e inevitables invitaciones a beber té había elaborado diversas y oportunas estrategias para tomar el té de una manera natural, es decir, sin que nadie se diera cuenta de su inexplicable sufrimiento. Así en la casa de la señora D... esta noble infusión le era presentada en una pequeña jarra de porcelana, del tamaño de un vaso, pero con asa, sin plato, sin cuchara y sin saquito. Como ella no consideraba oportuno pedir nada, optaba por renunciar al azúcar, y esperar que esta bebida se enfriara sola al no contar con la ayuda de la cucharita que le permitiría revolver y enfriar el brebaje. Se lo bebía, casi frío bastante tiempo después.
Asimismo en la casa de C... el té le era presentado en una taza, con el saquito adentro, pero sin plato ni cucharita. Aquí, también por falta de cucharita, y no era cuestión de usar la cuchara de la azucarera para revolver y enfriar su té, se resignaba a bebérselo amargo, y –horror- con el saquito adentro. ¿Sacarlo con la mano? Jamás.
Y en la casa de M..., otra de sus amigas, el té le era ofrecido en una taza con el saquito y una cucharita, pero con un plato ausente, y con una azucarera sin cuchara. Así, endulzaba su té con la cucharita, antes que nada, para no mojarla; sacaba el saquito y se veía en el compromiso de dejarlo sobre el mantel, y también a la cucharita después de enfriar el té, para bebérselo como lo hacía habitualmente, y bueno, si en esa casa no cuidaban el mantel, qué más podía hacer.
Pero esta vez ha ocurrido algo que no esperaba, algo que desequilibra sus expectativas, que hace que su mundo, tan perfectamente organizado caiga en pedazos. Le han servido un té en una taza, con un saquito y una cucharita, sin platito -¿es que nadie usa platos? ¿Los consideran poco prácticos? ¿Todos están un poco locos?- y para su desconcierto la invitan a servirse una crema en polvo y azúcar, ambas en sus respectivos recipientes pero sin una cucharita, ni para la crema ni para el azúcar. Su primer impulso es sacar el saquito, mojar la cuchara, dejar saquito y cuchara sobre el mantel, mojados y beberse el té amargo ya que le imponen tantas penurias. Sin embargo elige colocar en su taza la crema en polvo que le han recomendado, con su cucharita, sin sacar el saquito, después, poner el azúcar, con la mano izquierda suspender el saquito en el aire, con la otra, revolver ese preparado, finalmente, sacar el saquito con su única cuchara. Y después de beber eso, urgentemente, cambiar de amigos.
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Les quiero avisar que voy a estar ausente unos veinte días porque me voy de vacaciones, pero volveré, no se preocupen.