Siento verdadera aversión por estos insectos tan feos y desagradables. Puedo toparme con una araña, un escarabajo, un ratoncillo, que habitualmente producen cierta repulsión, sin perder las formas, pero lo de las polillas es otro cantar. Por bulerías salgo yo cuando establezco contacto con un bicharraco de esos. ¡Aaaaayayayaaaaay!, ¡no puedo, no puedo, no puedo!
Sin contabilizar las noches que oigo un zumbido y tengo a mi pareja, trapo en mano, saltando sobre la cama, persiguiendo a la devoradora de Sory's ( no me duermo hasta que veo el cuerpo del delito caput y bien caput).
Me dispongo a relatar la experiencia de aquella mañana del verano del 98 ( traumatizada sigo).
Me encontraba recogiendo la ropa del tendedero cuando apareció ella, gorda y peluda, y se abalanzó sobre mi cara, ¡qué asco!, ¡qué asco!, ¡qué asco!, se posó en el suelo y volé hasta la cocina para armarme con un insecticida. Soy una cobarde, no soy capaz de acabar con ellas de un zapatillazo como cualquier hijo de vecino, me imagino el "crooockk"¡buag!. Apreté el aerosol a medio metro de distancia y fumigué al monstruo con todas mis ganas, pero la maldita seguía allí, sin inmutarse. Descargué el bote encima de la tineola bisselliella, hasta formar una montaña de espuma blanca, esperé unos minutos para observar estupefacta cómo la montaña avanzaba por el suelo como si tal cosa. ¿ Cuántas vidas tiene un saprófago?, ¿ es, acaso, el Ave Fénix?.
Le cerré el paso con una colorida talanquera de pinzas de tender la ropa. La muy cabrona aguantó " con un par"... de alas, más de una hora, hasta que el pisotón de mi marido, muerto de la risa por mis métodos asesinos, puso fin a mi terrible mañana.
Qué repelús!!!!!!!