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jueves, 19 de noviembre de 2015

Hace cuarenta años



Parece que fue ayer, pero ya han pasado cuatro largas décadas. 
Es de noche. Está terminando el diecinueve de noviembre de 1975: dentro de unas pocas horas se comunicará la muerte del dictador Francisco Franco tras una larga agonía. Y oficialmente se señalará el día 20 como la fecha del fallecimiento.
Pero el día previsto era el anterior.
¿Previsto?
Así es. Ya comentamos algo en otra ocasión. Circulaban por España diferentes hipótesis sobre cuándo ocurriría la muerte del general. 
Había opiniones para todos los gustos. Incluso se llegó a proponer un ejercicio de aritmética: 

- Inicio de la guerra civil: 18 – 7 – 36
- Final de la guerra civil:  01 – 4 – 39

Sumamos las fechas separadamente  y...
 ___________________________________
Fecha de la muerte:        19 – 11 – 75

Todo un juego de entretenimiento. Nada serio.
Sin embargo, no son pocos los que piensan que efectivamente la muerte real pudo sobrevenir antes de la muerte oficial. 

El 20 de noviembre, un día después de la "predicción", tras una larga enfermedad, fallecía oficialmente Franco. Los allegados al general habían alargado artificialmente todo lo que pudieron la agonía del dictador por razones poco claras y para dejar todo bien controlado -"atado y bien atado"- antes de la sucesión, lo que supuso una auténtica tortura infligida paradójicamente no por sus enemigos, sino por los suyos. 
Yo andaba por aquel entonces haciendo el servicio militar. En el cuartel, los mandos andaban nerviosos. Había mucho movimiento. El viejo general llevaba tiempo enfermo y de un momento a otro se esperaba lo inevitable. Y había incertidumbre sobre lo que pudiera pasar. Pero no pasó nada especial. El dictador falleció -oficialmente el día 20- y nada más. Y nada menos.

lunes, 10 de marzo de 2014

Las virtudes de Franco


No fue Franco un hombre que destacara por su cultura. Rara vez se le veía con algún libro. De mediana inteligencia, y escaso interés por saber y conocer, a él le bastaba el convencimiento de que el mundo y más concretamente España sólo podrían ser de una manera.  El orden, la jerarquía, la autoridad, la disciplina, la tradición, la religión católica eran los pilares inamovibles sobre los que descansaba su reducida forma de entender la vida. Su ideología obedecía a clichés fijos sobre los que no admitía discusión alguna. Lo suyo era una cuestión más de fe que de otra cosa. Acostumbrado a la vida militar, el modelo castrense lo aplicó a su país como si España se tratara de un cuartel. Disciplina, mucha disciplina. Se cuenta que en los Consejos de Ministros no permitía que nadie se levantara ni para ir al baño hasta que él no terminara. De costumbres un tanto espartanas, era de todos conocida su frugalidad en el comer y en el beber. No se le conocían grandes vicios.
Su mediocridad le llevaba a veces a opiniones simplistas, al ridículo y al infantilismo, como cuando achacaba todos los males de España a una “conspiración judeo- masónica”, como cuando se dirigía a las cámaras leyendo un texto en inglés pero con fonética en castellano, que más parecía aquello una de las primeras películas de López Vázquez y Alfredo Landa hablando “en extranjero” con las suecas en Benidorm, o como aquella vez que decía que los norteamericanos envidiaban en realidad a España porque a ellos les hubiera gustado ser de la Falange.
Serrano Súñer, el “cuñadísimo” y filonazi, gran admirador de Hitler y Goebbels, hablaba de las cualidades de Franco, al que no consideraba buen orador. El dictador leía sus discursos sin energía, con ese tono blando y melifluo que resultaba poco convincente. En definitiva: leía pero no interpretaba, olvidando una de las características básicas de los movimientos totalitarios: la puesta en escena, la escenografía, donde el orador debía convertirse en un histrión, en un personaje casi de tragedia clásica que con su declamación llegara a enfervorizar a las masas, transmitiéndoles la energía y la determinación del líder.
Ingenuo y hasta supersticioso,  pensaba que era un elegido y que estaba tocado por la mano de la Providencia, lo que en el mundo árabe se conoce como “baraka”, buena suerte o buena estrella propiciada por la divinidad. Sintiéndose como un nuevo “mesías” que conduce a su pueblo a la salvación, pensaba que el destino le guiaba por el camino de los elegidos. De su vocación por la simpleza religiosa data su fetichismo, casi idolatría, por las reliquias de santos. En su habitación del Palacio de El Pardo guardaba celosamente un relicario con el brazo incorrupto de Santa Teresa, el cual podía contemplar desde su cama (1).
Sus referentes históricos eran Felipe II, Isabel la Católica, Julio César, Napoleón… Una relación tópica y  superficial hecha a base de grandes personajes… archiconocidos hasta por lo que no saben nada de historia.
Frente a su escasa cultura, destacó por otras cualidades: era astuto, frío, calculador, ambicioso, mezquino... Supo aprovechar las oportunidades que le brindaron otros para desplazarlos y ocupar el sitio principal en su propio beneficio. Su falta de escrúpulos le llevaba a tomar duras decisiones frente a los demás. Nunca le tembló el pulso a la hora de  firmar una pena de muerte. Y pocas cosas le quitaban el sueño, a juicio de sus allegados.
Los generales que rodeaban a Franco y que participaron con él en la conspiración militar que condujo a una guerra y que catapultó al general gallego al poder, en realidad confiaban poco en él.
La indefinición en los momentos previos al estallido de la guerra pesaron negativamente en el concepto que de él tenían.
Juan Yagüe, Alfredo Kindelán, Antonio Aranda, José Enrique Varela y Luis Orgaz no estaban por labor de entrar en la Segunda Guerra Mundial y mostraban a Franco su oposición a la intervención en el conflicto. Sí lo estaba el cuñadísimo Serrano Súñer, filonazi hasta las trancas. También la mayoría de los falangistas, para quienes entrar en la contienda significaría combatir contra los rojos a escala internacional.
Y Franco se valió de sus dotes de estratega y manipulador para quedar bien con todos los suyos y no desairar al amo de Europa, al führer, con quien finalmente se citó en Hendaya para decirle que España entraría en guerra con unas condiciones que Hitler consideró inaceptables. Vamos, que Franco iba de farol: le pido mucho para que me diga que no. La entrevista se “vendió” como un éxito arrollador del Generalísimo que no metió a España en otra guerra porque bastante tenía con la reconstrucción nacional tras la pasada “cruzada”.
Entre sus militares los había de todos los colores del espectro político de la derecha tradicional: monárquicos alfonsinos, carlistas, falangistas… La única manera que tuvo Franco de tenerlos contentos y controlados fue hacer la vista gorda en los casos de corrupción. Por ejemplo, mirar para otro lado cuando sus oficiales y generales utilizaban la tropa para uso personal, mano de obra esclava empleada no en servir a la patria sino en atender a intereses particulares. Otra manera de control consistió principalmente en la realización de una política de concesión de títulos, destinos, prebendas y condecoraciones. Hasta títulos nobiliarios concedió, como si se tratara de un rey.
Queipo de Llano se fiaba poco de Franco y lo consideraba una persona de escasa definición ideológica, ambicioso y más atento a su promoción como salvapatrias que a su verdadero interés por España. No andaba con remilgos a la hora de criticarle y era vox populi el apelativo nada cariñoso que le dedicó de “Paca la culona”. Franco no sabía cómo deshacerse de él. Le consideraba un peligro que podría hacerle sombra. Mandarle a Andalucía durante la guerra era más un castigo que un premio porque allí tendría que vérselas con gente de campo muy radical al estilo de los que asaltaron el cuartel de la Guardia Civil en Casas  Viejas. Era un destino complicado que podría perfectamente acabar con él. Luego, a la luz de nuevas desavenencias según avanzaba la guerra, Franco se lo quitó de encima mandándole lejos de España,  a Italia, para hacer compañía a Mussolini, eso sí, con la advertencia al “duce” de que el general que enviaba era un convencido antifascista.
Por José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, tampoco tenía demasiadas simpatías. Digamos que el asunto era recíproco y no congeniaban el uno con el otro. De ahí que su fusilamiento en Alicante durante la guerra le vino de perillas al general para tener libre el camino y poder apropiarse de la Falange, así el régimen tendría un referente político. De manejar a sus dirigentes, otorgándoles cargos y ministerios, ya se encargaría convenientemente para tener la organización absolutamente controlada. Tras la guerra, los sueños revolucionarios de los falangistas fueron sustituidos por cargos que el dictador fue suministrando, además de seguir haciendo la vista gorda en casos de corrupción.
Por estas y otras “virtudes” es por lo que el hispanista Preston (2) califica al caudillo de perfecto manipulador. Una cualidad que le llevó a fabricar de sí mismo una imagen distorsionada y construirse una aureola de leyenda con la que pasar a la posteridad: padre y protector de los españoles, salvador de la patria, héroe de la guerra, timonel de la civilización cristiana, enviado de Dios…
___________________
 (1) La vida secreta de Franco, David Zurdo y Ángel Gutiérrez. EDAF. Madrid, 2005
 (2) El gran manipulador, Paul Preston. Ediciones B. Barcelona, 2008.

Capítulo extraído de mi libro

sábado, 15 de enero de 2011

Delirios de grandeza


Palacio de Mussolini (proyecto)

Sí, delirios de grandeza.
Algo propio de dictadores y autócratas, acostumbrados a la obediencia sin rechistar y a ser considerados en su entorno como dioses. Caudillos por la gracia de Dios o del destino, padres salvadores de la patria o de la revolución, que llenan calles y plazas de estatuas propagandísticas de su ego y acometen obras faraónicas, expresión de su grandeza como el Valle de los Caídos o el rascacielos que proyectaba Mussolini, o también el “Palacio de los Soviets” de Stalin, un proyecto aprobado en 1934 que no llegó a hacerse porque la Segunda Guerra impuso otras prioridades, o la megaciudad que pretendía construir Hitler, proyecto encomendado a Albert Speer, más conocido como “arquitecto del tercer Reich”, designado por el führer para llevar a cabo la construcción de Germania, la que iba a ser la capital del mundo.

Germania: la capital de Europa (proyecto)

Ese mismo delirio que les lleva a celebraciones multitudinarias para darse un baño de masas o a rebuscar en la historia nombres altisonantes que poner a sus vástagos como hizo Pinochet -“Augusto” Pinochet- con su hijo "Marco Antonio".
O el ansia por emparentar con la realeza, como las maniobras de doña Carmen para que su nieta, al casarse con Alfonso de Borbón Dampierre, aspirara a entroncar su familia con la realeza española.
Los delirios de grandeza, propios de personajes como Mussolini, Adolf Hitler, Stalin, Pinochet o Franco, forman parte de un trastorno psicológico que en ocasiones esconde un complejo de inferioridad. Expertos grafólogos, como Germán Belda García- Fresca, vicepresidente de la Asociación Española de Grafología, han sacado conclusiones sobre sus letras, al comprobar que se dan rasgos comunes en estos “hombrecillos con fuertes complejos de inferioridad que buscan desesperadamente demostrar una grandeza de la que carecen”. Todo ello se remonta a la infancia, con importantes carencias (amor excesivo por la madre, rabia contra el padre, algo común en Hitler y Franco, por ejemplo) y complejos: Franco era bajito y de voz atiplada y continuamente tenía que hacer cosas para demostrar su hombría. Comenta entre otras curiosidades este autor que todos ellos escriben la “F” invertida, mirando hacia la izquierda, hacia el pasado (la “F” de fascismo, curiosamente). Sus caligrafías denotan avidez, tendencia al acaparamiento, autoafirmación, arrogancia, egocentrismo…

Palacio de Stalin (proyecto)

Delirios de grandeza que les hace sentirse imbuidos de autoridad para “investir” y otorgar cargos y títulos como los viejos monarcas absolutos, como hizo Franco quien, merced a la ley de 4 de mayo de 1948, asumió la potestad de poder conceder títulos nobiliarios, algo que había abolido la II República. Un total de 39 títulos concedidos a sus amigos de la “cruzada” contra los “rojos”. De esta forma los nietos de los que colaboraron con el golpe militar y con la dictadura reclaman esos títulos como un derecho hereditario, exigiendo que en plena democracia se les siga renovando, lo que levanta las lógicas protestas de diversas entidades que exigen la supresión de los títulos concedidos por Franco a todos aquellos “que participaron y colaboraron en el sostenimiento de la dictadura”.
La inmensa mayoría de los nombramientos que hizo el “Caudillo” son mirados con desprecio por parte de la aristocracia española quien considera en primer lugar que deben ser otorgados por un rey, opinando por otra parte que una guerra civil seguida de una dictadura no es el escenario adecuado para recompensar a nadie con un nombramiento de ese tipo.
El dictador no tuvo escrúpulo alguno en nombrar duques, condes o marqueses a militares sublevados, renombrados falangistas y empresarios colaboradores o afines al régimen.
Entre otros, Franco otorgó los siguientes títulos:
- Al general Mola, golpista como él, le concedió el título de Duque de Mola.
- Al general Queipo de Llano, autor de importantes estragos en Sevilla, el título de Marqués de Queipo de Llano.
- Al general Yagüe, más conocido como el carnicero de Badajoz, tristemente famoso por la matanza de miles de civiles, el título de marqués de San Leonardo de Yagüe.
- Al falangista Onésimo Redondo, el de Conde de Labajos.
- A Pilar Primo de Rivera, delegada nacional de la Sección Femenina, el Condado del Castillo de la Mota.
- A Pedro Barrié de la Maza, fundador de una compañía eléctrica, el de Conde de FENOSA, o sea: “Conde de las Fuerzas eléctricas del Noroeste”. Si no fuera ridículo, hasta tendría su gracia.
¿Se imaginan otros títulos nobiliarios parecidos como el Marqués de ENSIDESA, el Duque de Azucarera Española o el Conde de Renfe? Suena, cuanto menos, cómico.
Para Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), resulta incomprensible que en plena “democracia todavía tengan honores los que se levantaron contra un Gobierno legítimo. Es como si a Tejero le nombraran conde del 23-F".
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Obras y sitios de interés que hablan de todo esto:
- La vida secreta de Franco. David Zurdo y Ángel Gutiérrez, EDAF SA. Madrid 2005.
- Franco, caudillo de España. Paul Preston, Grijalbo Mondadori. Barcelona 1993.

domingo, 14 de febrero de 2010

Hitler, Mussolini y Franco. Sus relaciones con los demás.


(Hitler y Mussolini contemplando a la joven república que acaba de nacer. La nurse es Franco.)


Los fascismos son un producto de la crisis de entreguerras. Con frecuencia se comparan las características de las distintas familias fascistas y se extraen rasgos comunes de todas ellas: totalitarismo, antisemitismo, xenofobia, política exterior agresiva, militarismo, antiliberalismo, apoyo a los grandes terratenientes y propietarios, etc.
Hay otras características más personales y profundas que atañen a la idiosincrasia, a la manera de ser o de ver la vida de estos señores. A esas peculiaridades del carácter, del trato con los demás, de las relaciones con las mujeres... son a las que pretendo referirme en esta entrada.
¿Tenían los tres dictadores aspectos en común?
Como personas eran bastante complicadas.
En los tres encontramos una insatisfacción personal o profesional que los condujo a posturas radicales.
Mussolini, por ejemplo, quiso capitalizar el sentimiento de insatisfacción que se apoderó de la sociedad italiana tras el fin de la contienda haciendo un llamamiento a la lucha contra los partidos de izquierdas, a los que señaló como culpables del descalabro, y para ello creó en Milán en 1919 los "Fasci Italiani di Combattimento", grupos paramilitares de agitación que constituyeron el germen inicial del futuro Partido Nacional Fascista.
De todos es sabido el enorme grado de frustración familiar, amorosa, profesional y nacional que arrastraba Hitler (Y si no, ver mi entrada sobre los problemas del führer).
Franco a su vez se sentía desplazado e infravalorado por una República que lo tachaba de rebelde, ambicioso y de poco fiar.



Gusto por la violencia
Fascismo y violencia tenían bastante que ver. De todos son conocidas las palizas que los camisas negras, las SA, las SS o los falangistas propinaban a los "rojos" y demás “morralla” liberal o judeizante. La “dialéctica de los puños y las pistolas” sustituye al diálogo y al debate sereno. No se razona, se siente y se actúa. El culto a la virilidad, a la fuerza física, a la guerra es una característica de todos los movimientos fascistas. El “cree, obedece, lucha” de Mussolini sustituye al “libertad, igualdad, fraternidad” del liberalismo ilustrado.
Mussolini era enormemente visceral. En el colegio se hallaba en permanente disputa con sus compañeros. Era un niño difícil que siempre se metía en líos. Cuando tenía once años fue expulsado del internado en el que estaba estudiando, ya que había cortado con una navaja a un compañero de clase. Ya de mayor estuvo en prisión. Fue expulsado del partido socialista. Estuvo arrestado otra vez por tenencia ilegal de armas...
Sus camisas negras se van convirtiendo en protagonistas de numerosos episodios de violencia y agresión física o verbal contra sus adversarios políticos, sobre todo contra los socialistas y comunistas; el fenómeno fue llamado "squadrismo".
                                                                  El duce en plena faena patriótica.


Lucha y pasión por el liderazgo
Mussolini entró en discusiones con algunos jefes que ponían en duda su posición de guía del movimiento (sobre todo Dino Grandi). De ahí que se atribuya al Duce lo siguiente: «¿Puede el fascismo dejar de contar conmigo? ¡Claro! Pero también yo puedo dejar de contar con el fascismo».
Hitler no quería compartir el poder, con el apoyo de sus incondicionales se quitó de encima gente molesta como a Ernst Röhm y las SA en “La noche de los cuchillos largos”.
Franco no era el director absoluto del golpe que acabó en guerra. Era uno más. Estaban Queipo de Llano, Goded, Mola, Sanjurjo... pero acabó siendo el jefe de las operaciones y el amo de España.
Porque cuando un dictador ejerce de tal sin serlo intrínsecamente nos encontramos con otra cosa diferente, por ejemplo, con un Miguel Primo de Rivera, que fue capaz de dimitir y todo.
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Machismo
Mussolini: “A las mujeres, bastonazos e hijos”.
Sabemos que en la propaganda fascista hay por ahí alguna imagen donde se ve a una niña cosiendo con la "singer" y el niño jugando con un fusil. Y luego un mensaje que dice algo así como "Tu hermana cose con la singer y tú te entrenas con el mosquetón.” Vamos: machismo puro y duro.
Hitler y la moral de las tres “k”: “Kinder, Küche, Kircher”, una consigna nacionalsocialista que mandaba a las mujeres a atender a los niños, a la cocina y a la iglesia. En 1934, Adolf Hitler se dirigió a la Organización Nacional de Mujeres Socialistas y les dijo que “el mundo de una mujer es su esposo, su familia, los niños y su hogar”.
En la España de Franco, la Iglesia, la Sección Femenina y el Nacionalcatolicismo reinante, machacaban a la mujer con sus obligaciones domésticas. Ser buena esposa y madre era lo fundamental: “La mujer: la pata quebrada y en casa”. Era un dicho popular.
Las mujeres
Sobre la relación de estos líderes con las mujeres no hay coincidencia entre los tres. Mientras las relaciones de Hitler y de Franco -claro está que no me refiero a las que tuvieran entre ellos, sino con las damas- eran más bien anodinas y poco pasionales (Ambos tenían pocos vicios: no bebían alcohol, no fumaban, ni lo consentían en su presencia, tenían escasos escarceos amorosos, comían más bien poco), Mussolini parece ser que fue un mujeriego de aúpa y tuvo un montón de amantes, la última: Clara Petacci, fusilada y colgada boca abajo junto a él en una gasolinera por los partisanos antifascistas.