Desde que tengo uso de razón, he sido una persona a la que le cuesta tomar iniciativas. En mis 60 años vividos, he pensado en emprender ciertos desafíos (algunos grandes, otros más pequeños) y ahí me he quedado: en el deseo de hacerlo. Y si alguna vez los he realizado, seguramente no he llegado a finalizarlos, he perdido el envión prontamente y los he abandonado a mitad de camino, pero ese es otro tema. Para mí, la cuestión de empezar cosas y terminarlas, es vital para la autoestima de los seres humanos, porque nos da la pauta de todo lo que somos capaces de hacer o deshacer (revertir o cambiar algo, también es un emprendimiento, muy difícil, por cierto). En la medida que nos proponemos pequeñas o grandes metas, y logramos llevarlas a cabo, nos redescubrimos y encontramos en nosotros, facetas que ni siquiera nos imaginábamos tener. Es sumamente alentador reconocernos aptos para lograr hacer las cosas que tenemos ganas de hacer, esas que nos movilizan y nos ayudan a definir quienes somos, que queremos y que esperamos de la vida y de nosotros mismos. No obstante, nuestras expectativas son tan aliadas como enemigas de aquello que hemos imaginado y proyectado sobre nuestro futuro. Por esta razón, yo creo que debemos plantearnos perspectivas a la altura de las circunstancias reales, pero con el grado de esperanza que se merecen.
Una vez encaminados (léase: empezando el camino), nos restan las tareas de continuidad, concreción y finalización de lo emprendido, y cuando digo emprendido me refiero a: gimnasia, cursos de… algo, cambios de conducta, relaciones de pareja, todo un abanico que varía (obvio) en relación a los gustos de cada persona. En mi caso, estas tres tareas posteriores, también cuestan mucho. Soy sumamente inconstante, hasta para la simple ingesta de medicamentos, nunca cumplo las indicaciones al pie de la letra y tampoco termino los tratamientos. He comenzado cursos de cocina, repostería, pilates, bordado, pintura, flauta dulce, mecanografía, maquillaje, computación, artes marciales y podría seguir enumerando, pero es muy decepcionante porque fui a dos clases de cada uno y dejé. A propósito de la lista, que la tengo bien estudiada (pues no es la primera vez que la recito), me he preguntado el porqué de tanta deserción y he llegado a la triste conclusión de que en realidad no sé lo quiero, por ende no sé lo que busco y por ende (también) lo que encuentro me aburre rápidamente. El panorama es aún más desalentador, ya que la falta de constancia es producto de un desconcierto interno en el que comencé a reparar siendo ya una vieja chota. Yo sé que “mejor tarde que nunca”, pero ese es un “consuelo de muchos, consuelo de tontos”, y encima todavía ni puedo decir “mejor pájaro en mano que cien volando”, porque no he cazado ninguno. Tengo 60 años, una crisis adolescente y mañas de la tercera edad… Tengo insomnio, kilos de más, una conciencia que no me da respiro, soy culposa, desordenada, prejuiciosa y mal pensada, desconfiada, poco afectuosa, rezongona y mal humorada… ¿Qué más se puede pedir?
Lo bueno de ésto, es que por lo menos sé algo, lo que me estaría faltando es la enumeración de mis aspectos positivos. Será momento de “empezar” a revolver en mis adentros para ver lo que encuentro… ¿Será ese mi primer gran desafío? Bueno, ya tengo un nuevo emprendimiento: descubrir cómo soy en otros planos… espero no desertar… a ver que tal me va?