[David Lynch,
Nosferatu, Bram Stoker, Drácula, Carmilla, La infiltrada, La fiesta del asno, Don DeLillo, Mao II, los Óscar, La
sustancia, Emilia Pérez, Anora, The Brutalist, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Trump, Robert
Bloch, Juliette, Sade, Jack el Destripador, Bret Easton Ellis, David Foster
Wallace y sus posibles imitadores, arquitectura y cine en el siglo XX, Olga
Tokarczuk, Los libros de Jacob, el mesianismo andrógino de Jacob Frank, la
Shejiná y la Virgen María, el gnosticismo y la ciencia ficción, Philip K. Dick,
el visionario pop, y la Exégesis, los circuitos de energía entre la alta
cultura y la baja cultura, Coppola y Apocalypse Now, Wittgenstein y los límites del lenguaje del arte, Hermann Broch, creación literaria y conocimiento, Pynchon,
la contracultura y los libros de bolsillo, Pasolini, las gaviotas, el cielo y las nubes, etc.]
miércoles, 12 de marzo de 2025
MÁS ALLÁ DE LO DIVINO Y LO HUMANO: CINE Y LITERATURA DE 2025
miércoles, 5 de marzo de 2025
IMPERIO
Apenas
cinco semanas han bastado para que todo el mundo sepa a qué juega Trump en su
segundo mandato presidencial. Lo que nadie sabe es qué quedará en pie cuando
pasen los cuatro años de este huracán de arrogancia y malos modos del inquilino
de la Casa Blanca, la fachada farisea de América. Si hay alguien que encarne
hoy la voluntad de poder de un imperio, no es el genocida Putin, un actor
secundario, sino el brutal Trump, que ha resucitado a su cómplice ruso para que
la esperanza de una revolución neoconservadora en Occidente no se desvanezca.
El extraño
caso de Trump es el de un doctor Jekyll que llevara acoplado a Mr. Hyde, el
hombre y el monstruo superpuestos en la misma imagen. Trump es un “freak”, un
fenómeno de feria que ha convertido la política americana en un espectáculo
degradante con el fin de complacer al 30% de los votantes que lo apoyan a muerte
haga lo que haga. Da miedo pensar en los millones de ese ejército de clones,
una legión de zombis a las órdenes del emperador maléfico que los conduce a la
guerra contra todo lo que amenace sus valores arcaicos.
Tenía razón
Rushdie cuando comparaba a Trump con el Joker, un payaso patológico y agresivo
que actúa al servicio del imperio capitalista neoliberal con todo el poder en
sus manos para hacer mucho daño. Se le ha visto con Zelenski, judío ucraniano
al que ha humillado sin tapujos para demostrarle quién manda en el mundo y
quién obedece porque es inofensivo y vulnerable.
El problema
en este tablero geopolítico que ha explotado, diseminando piezas y cambiando
las reglas, lo representamos los europeos, jugadores de segunda mesa que vemos
con estupefacción la impotencia grandilocuente de nuestros líderes y las
maniobras groseras del aliado transatlántico. Incapaces de plantear una
alternativa válida a la situación en Ucrania que frene las ambiciones
criminales de Trump y Putin, y de significarnos en el conflicto con una voz
única que imponga el valor de la ética y la política frente a la inmoralidad de
los intereses y las ganancias.
Al final, las “tierras raras” son las de la Europa de los pequeños egos nacionales y las pequeñas naciones aún más egoístas. Es nuestro mal y la debilidad que Trump, el sheriff interino del distrito occidental, olfatea como un depredador. Hace mucho tiempo, por temor a nuestras derivas más oscuras, apostamos por la pequeñez y la mediocridad y así nos va. No nos quejemos. La lucidez es nuestra mayor virtud y nuestra mejor arma. No erremos el tiro. Es hora de despertar.
viernes, 21 de febrero de 2025
QUOD EROS DEMONSTRANDUM: EL EROS NARRATIVO DE GUILLERMO CABRERA INFANTE
Tres tristes tigres (1967) cumple cincuenta y seis
años y aún no encuentra todos los lectores cómplices que merece la revolución
emprendida en el seno de sus neobarrocas páginas. Una revolución literaria que
comienza con el lenguaje y el modo de representar la realidad y termina en la
transformación cómica de la actitud del lector ante la vida, la cultura, el
sexo y el poder. Estos TTT (como su
autor los llamaba, con gran sentido del humor, reduciendo su título a sus
consonantes iniciales para acentuar su dimensión de juego lingüístico) nacieron
para hacernos reír, como los hermanos Marx, con sus aventuras nocturnas en una
Habana de ensueño creada o recreada por las palabras de ese mago verbal que
fue, hasta el último estertor, Guillermo Cabrera Infante.
Un error frecuente entre especialistas consiste en insertar
esta novela fabulosa en una supuesta tradición cubana, desvinculándola de la
corriente carnavalesca de la antigua sátira menipea que desemboca en James
Joyce, Flann O´Brien, Vladimir Nabokov y Raymond Queneau, pasando por Rabelais,
Cervantes, Sterne, Carroll, que proporciona, entre otras cosas, el paradójico
epígrafe de la novela (“Y trató de imaginar cómo se vería la luz de una vela cuando está apagada”), y Machado
de Assis, autores todos ellos hacia los que Cabrera Infante ha mostrado siempre
admiración y complicidad.
Comparada con otras novelas coetáneas, TTT se revela la novela de discurso más audaz de su tiempo,
manifiesto literario por una festiva revolución cultural de signo radical y
lúdico en consonancia con el espíritu de la época. Esta audacia no radica solo
en el lenguaje o la representación sensorial de una realidad provocativa y
sugerente como la Habana prerrevolucionaria, sino, sobre todo, en su innovadora
construcción novelística. Cabrera Infante desmontó los planos de esa realidad
asimétrica en tantos estratos que su reconstrucción posterior, mezclándolas al
ritmo genésico de una prosa musical arrebatadora, no podía sino causar asombro
y fascinación. Y es que el discurso de TTT
daba un paso más allá de lo que estaban haciendo otros autores coetáneos al
involucrar literatura y vida en un mecanismo mimético saboteado por la ironía y
la comicidad, los juegos verbales, el ingenio desbocado, los ejercicios de
ventriloquía, las parodias profanas y los exorcismos de estilo. Pero también la
mentira, la impostura, la ficción, la fabulación social que sostienen regímenes
e injusticias y que solo pueden ser abolidas por una ficción suprema que asuma
esa dimensión de falsedad en su construcción.
TTT erige su mundo de ficción a
partir de un colectivo de narradores, con mayor o menor conciencia del todo al
que pertenecen como entes de ficción y creadores parciales integrados en el
orbe literario fruto de su creación. Así, los personajes se pasean por la trama
sabiendo que contribuyen en todo momento a su construcción como escritores y
lectores ocasionales, además de intérpretes o exégetas del texto, sin olvidar
que le pertenecen en su calidad de seres imaginarios, producto de la inventiva
de su autor.
En este sentido, el gran logro del libro reside en su
polifonía narrativa puesta al servicio de una visión carnavalesca y dionisíaca
del mundo, que se presenta troceada y fragmentada, como un caos concéntrico,
con objeto de ser más fiel a su espíritu mitológico y grotesco. Exceptuados el
“Prólogo” y el “Epílogo”, donde cobran voz el maestro de ceremonias del cabaret
Tropicana y una loca en un parque habanero para expresar, respectivamente, la
entrada teatral en un mundo de ficciones sociales y una salida a través de la
locura de una situación imposible (“ya no se puede más”), y “Los debutantes”,
donde aparecen vibrantes voces femeninas que tendrán su protagonismo a lo largo
de la novela (Laura Díaz, Cuba Venegas, Beba Longoria, Magalena Crus),
entremezcladas con algunos de los protagonistas masculinos (Silvestre, Ribot,
Arsenio Cué) de la novela en sus inicios en la ciudad, los episodios restantes
se organizan, sobre todo, en torno de las voces masculinas de los singulares
“tigres” protagonistas (el crítico Silvestre Isla, alter ego del propio autor,
el actor Arsenio Cué, su doble donjuanesco, el dibujante comercial y
publicitario Sergio Ribot y bongosero rebautizado Eribó, el fotógrafo seductor
Códac, el verborreico Bustrófedon) y los relatos de sus hilarantes andanzas por
una Habana que se transfigura, enfatizando sus vínculos con el Satiricón de Petronio, en un laberinto
lúdico de encuentros y desencuentros carnales.
A menudo se han privilegiado en TTT episodios concretos sobre un todo narrativo que siempre fue
percibido, por la crítica más conservadora, como caótico y fragmentario. Es
comprensible que, entre todos los episodios, la serie “Ella cantaba boleros”,
donde el fotógrafo Códac narra la historia truncada de La Estrella, una
cantante mulata de cualidades hiperbólicas, deslumbre con su descripción
excesiva y sentimental del submundo nocturno de clubes y cabarets. En la
descripción de las sesiones sadomasoquistas de esta cantante hiperbólica, actuando
en los cabarets como una posesa de la música febril y el ritmo contagioso, y de
la noche dionisíaca en que se mueve una fauna humana inclasificable, como
criaturas surcando el fondo de una pecera en pos de una ración de alegría y
felicidad, es donde Cabrera Infante dilapidó los recursos retóricos, la
artillería ingeniosa y los sortilegios verbales de su escritura.
Por otra parte, “La casa de los espejos”, sobre el encuentro
en dos tiempos del narrador (Arsenio Cué) con dos parejas consecutivas de
modelos cubanas (Livia Roz y Laura Díaz/Livia Roz, de nuevo, y su nueva
compañera de piso, Mirta Secades de nombre artístico Mirtila) cuyo desparpajo
verbal sólo es superado por su exuberante belleza y artificio cosmético, es uno
de los textos más complejos y técnicamente impecables de cuantos escribiera
Cabrera Infante. Por no hablar del brillante episodio “La muerte de Trotsky
referida por varios escritores cubanos, años después -o antes”, incrustado en
el corazón de la novela como un artefacto explosivo que hace estallar sus
costuras y actúa como foco centrípeto de una estructura concebida al detalle
para dar una apariencia centrífuga. El capítulo está inspirado en “Los bueyes
del sol”, el episodio 14 del Ulises
de James Joyce donde este realiza una parodia genuina y genesíaca de todos los
estilos, autores y obras de la literatura inglesa, desde sus primeros vagidos
medievales hasta los aullidos urbanos coetáneos. “La muerte de Trotsky”
constituye un ejercicio paródico o un exorcismo de estilo de un virtuosismo increíble,
ejecutado a la manera mozartiana de Raymond Queneau (Exercices de style), que persigue al mismo tiempo una triple
finalidad ética y estética: un hilarante ajuste de cuentas con el “trotskismo
original” de su propio pensamiento prerrevolucionario, un acto de combate o
agón literario, en el sentido de Harold Bloom, con los grandes nombres de la
literatura cubana (José Martí, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Lydia
Cabrera, Lino Novás, Alejo Carpentier, y Nicolás Guillén) y una crítica
demoledora a los crímenes de la historia, el poder totalitario y el ideal
comunista de la revolución que ya amanecía en Cuba con su horizonte de sangre,
terror y fuego.
Junto con la cantante La Estrella, la otra gran figura
mitológica de TTT es Bustrófedon, una
suerte de protojugador de palabras, un mutante lingüístico afectado de un
cáncer verbal proliferante, la personificación y caricatura del espíritu verbívoro y las patologías lingüísticas
de su autor: el tejido de la novela acusa el impacto de sus juegos de palabras
y sus trabalenguas, retruécanos, paronomasias, malapropismos, palabras maleta y
enigmas de todo tipo, sus disparates geniales, sus chistes patafísicos
(Alphonse Allais y Alfred Jarry no andan lejos de estos juegos cómicos con la
lógica), sus deformaciones fonéticas o sus proyectos absurdos (“que la Unesco
se llame la Ionesco”), su locura, en suma, también contagian a los demás
personajes y, por ende, al espacio de la ficción en el que se desenvuelven.
Dada la inclinación de Cabrera
Infante por la literatura de Lewis Carroll, como hemos visto, no es de extrañar
que detrás de la invención de este habanero locuaz, prestidigitador verbal y
logomáquico, que acaba muriendo de una anómala lesión o un tumor cerebral, se
encuentre la figura imaginaria de Humpty Dumpty, el huevo cascado y carismático
de Alicia a través del espejo, que
sería otro gran experto en la vida secreta de las palabras y el lenguaje. La
obra de Bustrofedón, más allá de las incontables anécdotas y transcripciones de
sus juegos de palabras y conceptuales realizadas por sus amigos apostólicos o
discipulares en el capítulo “Rompecabeza”, se reduciría a las parodias de
escritores cubanos, ya mencionadas, incluidas en el capítulo “La muerte de
Trotsky”. Con la particularidad de que estos textos paródicos
falsamente atribuidos a escritores cubanos canónicos fueron grabados en
magnetófono por otros personajes y posteriormente transcritos para
incorporarlos al texto de la novela.
Sea como sea, TTT
no sería una ficción suprema, un ejemplar consumado de novela abierta e
informe, sin esa gozosa “Bachata” final que funciona como cuadratura
espectacular de la trama caleidoscópica y como línea de fuga de una novela en
la que los personajes se revuelven y luchan para no ser atrapados en la doble
maquinaria trituradora de la cultura cubana anterior a la Revolución (cuyo
modelo mimético, como de toda la novela, es La
dolce vita de Fellini) y la cultura castrista que se impuso a partir del
triunfo revolucionario y obligó al autor a exiliarse para siempre. En este
contexto, “Bachata” representa un alucinante viaje al fin de la noche habanera,
un viaje de despedida final en coche por una Habana espectacular y
fantasmagórica, una Habana revivida a través del espejo y vista desde el otro
lado del espejo engañoso de las palabras. Este itinerario mental se sitúa bajo
el signo de Bach y su “arte de la fuga” y la bachata genuina, la juerga
caribeña, y se prolonga durante una tarde y una noche que desembocan en el
amanecer tropical, de dos amigos (los aventureros Silvestre Isla y Arsenio Cué)
que tienen demasiadas cosas que contarse y otras tantas que ocultar, casi todas
ellas relacionadas con mujeres, lo que da lugar a uno de los diálogos más
digresivos y divertidos de la historia de la literatura, mientras desfilan, interminables,
los bares, las amigas, las aventuras, los chistes, las bromas, las
confidencias, las irreverencias, los recuerdos, las alusiones, con la tristeza
como ruido de fondo de todo el humor, el ingenio y la alegría desplegados. La
tristeza por una juventud cuyo esplendor se desvanece sin remedio y por una
ciudad fastuosa que, después de la revolución, no volverá a ser la misma. El
silencio se impone al final como una condena tras la verborrea anterior. Una
mordaza y un bloqueo a la vida y al arte.
Sin esa nostalgia y esa melancolía por el tiempo perdido, el
sentimiento cómico y carnavalesco de la vida que transmite esta novela
excepcional no tendría el mismo efecto explosivo en la mente del lector. Un
cóctel efervescente y tóxico cargado de irreverencia sistemática e irrespetuosidad. Como dice Arsenio Cué y
sirve para definir el espíritu cainita
de la novela y los bucles y duplicaciones con que enreda su mundo ficticio.
En esta “Bachata” magistral, recargada de temas y motivos
que se encontrarán a menudo diseminados en la literatura de su autor, aparece,
sin embargo, una conexión cultural novedosa, en un momento determinado de su
expansivo despliegue, una conexión entre libertinaje francés y cine de terror
norteamericano que querría comentar por su pertinencia e importancia en este
contexto. Esa conexión (french connection)
ocurre en la secuencia XII: mientras contempla una pecera en la que nada
solitaria una raya, Silvestre evoca al gran Bela Lugosi, en un fragmento que
muchos lectores cinéfilos han celebrado con complicidad sin caer en la cuenta
de sus intenciones estéticas, y el viejo actor intérprete del seductor Drácula (Tod Browning, 1931) le lleva de
manera lógica a la invocación del padre de las fantasías crueles, el Marqués de
Sade (“[el] Abuelo Divino sentado enorme y fofo y ávido, comiendo rositas de
hígado y bebiendo sangría en su luneta con clavos del cine Charenton”. El
vampiro chupasangre, como sicario de víctimas femeninas, hace las delicias
viscerales de Sade, quien en vez de un teatro donde representar sus obras
dramáticas con un plantel de locos, como lo mostraría Peter Weiss (1916-1982)
en su famoso Marat/Sade (1963-1964),
mantiene una sala de cine surrealista en el manicomio de Charenton para
regocijarse con espectáculos gore
sazonados de erotismo y crueldad. En un momento posterior de la misma
secuencia, se pasa a invertir los papeles de verdugo y víctima. Ahora no son
los monstruos masculinos (el vampiro, el hombre-lobo, King Kong) los que
permiten identificar la economía libidinal del narrador para deleite imaginario
de Sade, sino sus terribles equivalentes femeninos (mujeres-loba,
mujeres-pantera), que aterrorizan al niño que duerme en el cuerpo y el alma de
Silvestre para deleite de Sacher-Masoch.
Esa conexión freudiana del Eros y el Tánatos, esa asociación
en la mente de Silvestre entre vivencias terroríficas y placeres
sadomasoquistas no es casual, y se consuma en la ficción de la novela con su
encuentro fatídico en la noche (clash by
night), mucho más adelante en la acción del capítulo, con la seductora
mulata Magalena Crus, la femme fatale
de la novela, la mujer que va a encarnar, siendo hija del pueblo, la
depravación urbana y también la degeneración social de la burguesía batistiana
y que va a circular por toda la novela como un objeto de deseo oculto, pasando
de “tigre” en “tigre” como si tal cosa hasta que sea Silvestre, el escritor,
quien logre desvelar sus morbosos secretos. Magalena es una de las “debutantes”
en el capítulo homónimo, una rebelde debutante que se subleva a voces contra su
madre para poder llevar un modo de vida más libre y desinhibido; luego la vemos
a través de los ojos de Arsenio Cué, en el mismo capítulo, convertida, con
apenas quince años, en una de las sensuales mantenidas de un magnate mediático
y político. Más adelante, volvemos a verla en varias secuencias de “Ella
cantaba boleros” a través de la mirada fotográfica y el objetivo perverso de
Códac para captar, a pesar de la mala iluminación, objetos carnales de vida
patológica no identificada, y entonces Magalena queda vibrando en la retina y
en la memoria del lector como una más de las muchas criaturas abisales de la
fauna nocturna de La Habana by night,
un ser maldito que vive entre la oscuridad natural y la luz artificial,
habitante habitual de la atmósfera espesa y turbia de las calles, los cafés y
los cabarets, con la ambigua insinuación de que, como otras mujeres de la
novela, podría ser lesbiana. Toda esta trayectoria define al extraño personaje
como un currículum vital malsano, antes de reencontrarla durante la “Bachata”
hecha ya una fiera enferma de muerte, pagando un precio muy alto a cambio de la
diversión y la alegría del carnaval nocturno de La Habana, abrazada a Silvestre
y aterrorizada, pidiéndole ayuda para que la rescate de su falsa tía Beba, quien,
según ella, la maltrata y esclaviza sexualmente como en un melodrama.
Esta mulata Magalena, de nombre Magdalena, juega un papel
revelador en la trama subterránea de la novela y encarna en la ficción, no por
casualidad, el papel de la femme fatale
o la “mujer pantera”, la imagen maléfica o personificación de la maldad y la
corrupción social: un cuerpo nocturno de peligrosa seducción, carne de extravío
y perdición que no teme perderse ella misma en su laberinto de mala vida y sexo
infame y transmite el miedo y el mal a todos los que se le acercan en la
intimidad. Como si fuera su última aventura prematrimonial, una incursión
postrera en los dominios del Eros prohibido, Silvestre se siente poderosamente
atraído por ella (luego veremos que Arsenio también, aunque en su caso es por
el recuerdo sensual de la quinceañera Magalena) y vive con ella una relación
peligrosa.
Todos los temas del erotismo sádico (libertino) y el terror
y sensualidad masoquistas del cine de Hollywood, donde temor y deseo se funden
y confunden hasta segregar un placer insólito (“las delicias del pavor
falsificado del cine”), aparecen cristalizados en una escena de gran
originalidad narrativa, en la que se describe un Eros contemporáneo que
implica, al mismo tiempo, una adscripción estética de Cabrera Infante muy
alejada de los parámetros más regionalistas o provincianos, según los casos, de
la novela coetánea escrita en español, en Cuba o fuera de Cuba.
Por si fuera poco, TTT, además de constituir una revolución literaria y cultural desarrollada desde el español, pero no limitada ni constreñida por las lindes mentales de esta lengua ni de su cartografiado territorio cultural y geográfico, consuma con maestría esta inteligente idea de Umberto Eco: “La ficción tiene la misma función que el juego”. El método lo estableció Lewis Carroll cuando señaló en una de sus novelas menos leídas (Silvia y Bruno) que la comunicación humana está viciada desde el origen y se desliza entre extremos antagónicos, de modo que todo lo que escribas seriamente será tomado en broma y todo lo que escribas en broma será entendido seriamente. Cabrera Infante tomó pronto conciencia de esta situación equívoca del lenguaje y la escritura e hizo de ese método carrolliano un sistema de creación en la que lo serio y lo cómico intercambian sus funciones, como en una comedia de enredo semiótico dirigida por Groucho Marx, sin perder ninguno de sus atributos más significativos.
miércoles, 19 de febrero de 2025
TRANS
El
resto es silencio. Mejor no decir nada tras el escándalo de la trans
intransigente y la nube de infamias e insultos generados contra ella por no ser
como debía ser. De lo que no se puede hablar en libertad, más vale callar. El
silencio no es oro, el silencio es plomo cuando gobierna la política de la
cancelación. Yo no digo mi cantar sino a quien conmigo va, lema medieval que
vuelve a la actualidad por culpa de un clima de opinión atenazado por el
totalitarismo del bien, la impostura del buen lado de la historia, el
estalinismo de la corrección política.
Al final,
la infiltrada no era la que creíamos, Arantxa Berradre, sino Karla Sofía
Gascón, la trans infiltrada en el mundo trans fanatizado. Los feroces ataques a
“Emilia Pérez”, que la acusan de ser un parque de atracciones al servicio del ideario
sexual más convencional, revelan su profunda incapacidad para comprender lo que
es la cultura popular, el valor estratégico de esta película en el contexto anodino
de la cultura que se dirige a la mayoría y no se encierra en el claustro fóbico
de lo sectario y lo minoritario. Una cultura creativa conectada a su tiempo
debe prescindir de militancias y panfletos y mirar la vida actual con los ojos
desnudos, sin prejuicios ni anteojeras.
Los medios
median, pero no remedian. El peligro real de las diatribas contra “Emilia
Pérez” es que no vuelvan a hacerse películas así. La doctrina trans, la nueva
teología del cuerpo andrógino, no se puede imponer como dogma opresivo para aplastar
la disidencia de su credo. Lo más irónico de toda esta movida, no obstante, es que
las mismas voces furiosas que critican a la película y al capitalismo por sus
excesos, sin complejos, defienden que la única solución al problema trans la
procuran dos ciencias capitalistas tan lucrativas como la medicina y la
farmacología.
Más allá del género en disputa, lo trans es una dimensión primordial de la vida que no amenaza ni a las mujeres ni a los hombres, sino que completa a los seres humanos y les otorga otra ración del paraíso prometido desde el origen. Toda mujer que se haga hombre, según el Evangelio gnóstico de Tomás, entrará en el Reino de los Cielos, y viceversa, me atrevo a proponer. Y sería una gran injusticia poética, por tanto, si Karla Sofía Gascón no ganara el Óscar a mejor actriz. El tío Óscar es la efigie de un hombre emasculado, como decía Cabrera Infante, el viernes se cumplen veinte años de su muerte, y le corresponde a Gascón de pleno derecho. Trans que te quiero trans.
viernes, 7 de febrero de 2025
CÁMARA OSCURA
[Publicado
en medios de Vocento el martes 4 de febrero]
Olvídese
del trabajo y la política, la familia y las deudas, y vaya al cine, hay mucho
que ver, quizá más que en la supuesta realidad. Métase en una sala, no tema al
frío, los cines sobreviven de milagro y la existencia del cine, en cierto modo,
es un milagro y una maravilla. Métase sin miedo y deje atrás el mundo que le
agobia y le asquea. Elija bien la película, no vale todo, elija una experiencia
gratificante y memorable, luego no se queje. Hay tanto que ver todavía. Es la
gran lección del cine. La vida se vive y también se ve, o se mira. La pantalla
es una ventana indiscreta donde descubrir los secretos más preciados del otro y
del mismo. El cine es experiencia y espectáculo a la vez y enseña a mirar la
vida desde un ángulo nuevo, una perspectiva diferente.
El cine nos
muestra que todo en la vida es efímero y transitorio, como la moda, y las
películas siempre tienen un punto de conexión actual, de un modo u otro, nos
hablan a nosotros, los habitantes del presente, de las cosas que nos inquietan
o seducen. No espere a verlas en plataformas, puede ser tarde, si lo piensa
bien. Véalas en salas oscuras donde la luz revela su verdadera potencia.
Recuerde que el cine es el único arte que mantiene una vinculación mágica con
la luz y la oscuridad del mundo, como sabía el genial David Lynch, la cámara
oscura donde se proyectan en sesión continua los arcanos del inconsciente de la
especie. La vida es brutal y el cine puede serlo también. No se debe perder, en
este sentido, la gran película del momento.
En “The Brutalist”, el bruto es un potentado, la encarnación pura del capitalismo americano, y el artista moderno, un judío húngaro huido del horror nazi. El arquitecto brutalista se juega la vida y la fortuna por realizar un ambicioso proyecto financiado por el magnate que posee, en realidad, un significado oculto relacionado con la vida del arquitecto. Sus padecimientos y los de su mujer en los campos de concentración de Buchenwald y Dachau, lugares donde la cámara oscura se transformó en el infierno de la cámara de gas. De esto también habla la película. Los exiliados europeos, escritores, científicos, artistas, músicos, intelectuales, hicieron grande a América y pequeña a Europa. Nuestra barbarie profunda y nuestra deriva autodestructiva, pese al genio exuberante de la cultura europea, nos privaron de ser un poder geopolítico mundial. El rapto de Europa ya no tiene remedio, por desgracia, y va a peor. Desengáñese. Este artículo nunca lo escribiría DeepSeek.
jueves, 30 de enero de 2025
CONTRA DARWIN, O LA EVOLUCIÓN SEGÚN VONNEGUT
No es exacto, para empezar, que esta ficción
irónica de Vonnegut sostenga un discurso contra el descubridor de la Teoría
evolutiva, aunque hay páginas de la novela (publicada por primera vez en 1985)
que podrían utilizarse en cualquier seminario creacionista para refutar su
interpretación de la vida e imponer una visión más providencial, o
trascendente, de la misma. Contra Darwin o, más bien, contra los seguidores ortodoxos
y discípulos ideológicos de la teoría darwiniana. Tras concluir una novela tan seria y tan cómica como esta,
en la que Vonnegut recupera, tras años de devaneos gratuitos, una parte de su
humor más negro y el arsenal narrativo más juguetón, el lector atento descubre que
el autor dilapidó el talento que le quedaba tratando de demostrar, en pleno
triunfo de los valores neoliberales de la era Reagan, la inevitable deriva del
mundo hacia el darwinismo social, económico y político.
La trama es alambicada, aunque contada como lo hace Vonnegut parece un juego de niños malos, uno de esos juegos en los que las reglas van evidenciándose a medida que se juega y que oculta hasta el final el verdadero alcance de sus jugadas y lances. La idea enunciada desde el título es concentrar alrededor del famoso archipiélago la mayor cantidad de personajes excéntricos que pueda reunir un absurdo viaje en un barco llamado “Bahía de Darwin”. Esta nave planea una visita darwiniana a las islas pobladas de una fauna tan asombrosa como los pasajeros embarcados. Entre estos invitados se contaban, originalmente, famosos como Mick Jagger, Paloma Picasso y Jackie Onassis, antes de que una crisis financiera global y una guerra local entre Perú y Ecuador conviertan el periplo programado en una catástrofe mundial de secuelas impredecibles.
La perspectiva narrativa se sostiene en la voz de
un fantasma, lo que le da originalidad y realismo al mismo tiempo, narrando lo
sucedido con técnicas de cronista escrupuloso a pesar de hacerlo desde el
futuro más lejano, un millón de años después del apocalipsis, suficiente para
dotar a su mirada de cualidades darwinianas objetivas. Leon Trotsky Trout, hijo
de Kilgore Trout, escritor de ciencia ficción y alter ego de Vonnegut, es el
encargado de transmitir los meandros de la historia que conduce a la salvación
de la especie humana gracias a ese desgraciado itinerario al laboratorio
natural de las islas Galápagos. Leon Trout, desertor de Vietnam y muerto en un
accidente durante la construcción en Suecia del navío, se habría alojado post
mortem en las entrañas del mismo y, desde ahí, actuaría de testigo y
observador, como Darwin, de la disparatada cadena de peripecias y azares en las
que se jugaba, sin saberlo, el porvenir de la humanidad.
Al final, los pasajeros del barco (“la nueva arca
de Noé”) son los últimos habitantes humanos del planeta y los ancestros de una
nueva especie, generada por medio de las maniobras postcoitales de una
profesora de biología, Mary Hepburn, viuda reciente, casada en segundas nupcias
con un estafador agonizante, enviudada de nuevo y amancebada en última instancia con el capitán del
barco, Adolf Von Kleist. Este inefable personaje es el donante involuntario del
semen con el que la atrevida profesora logrará reiniciar la vida humana sobre
la Tierra, fecundando a sus congéneres supervivientes. Siguiendo las teorías de
Darwin, máxima ironía de Vonnegut, los humanos mutarían con el tiempo para
adaptarse a su refugio en la isla Santa Rosalía, transformados en mamíferos
acuáticos, desarrollando aletas en lugar de brazos y alimentándose de peces.
El mal, según Vonnegut, surge del gran tamaño de nuestro cerebro, que nos hace codiciosos, engreídos y violentos. Moraleja (anti)darwiniana: al disminuir ese cerebro, nos volveríamos más modestos y mucho menos peligrosos para la vida terrestre.
miércoles, 8 de enero de 2025
EL ÉXTASIS DE LAS IMÁGENES: CINE Y METACINE EN 2024
-Carol
Vernallis, Unruly Media-
What I’m calling “the
media swirl” reflects the ways that spectacle saturates everything we
experience.
-Carol
Vernallis, The Media Swirl-
Doy mi lista de mis películas favoritas de 2024 en
colaboración con buenos amigos cinéfilos (por orden alfabético: Manuel Arias Maldonado, José
Ángel Barrueco, Noel Ceballos, Txema Martín, Guillermo Mas Arellano, José Ramón Ortiz, Pepo Pérez) con los que hay
tantas afinidades electivas como jugosas diferencias.
JUAN FRANCISCO FERRÉ
Mi descubrimiento teórico del año son los dos libros de Carol
Vernallis sobre el paisaje mediático contemporáneo: Unruly Media: YouTube, Music Video, and the New Digital Cinema
(2013) y The Media Swirl: Politics,
Audiovisuality, and Aesthetics (2023). Las categorías de “dicha audiovisual”
(“audiovisual bliss”), cuyo origen Vernallis atribuye a las texturas del
videoclip, y las de medios indomables o insumisos (“unruly media”) o “remolino
mediático” (“media swirl”), creo que corresponden con cierta exactitud, más
allá de mis diferencias estéticas con Vernallis, a lo que se ha visto en el
cine, para bien y para mal, a lo largo del año 2024. Todas las películas que
conforman mi selección anual, de un modo u otro, encajan en el paradigma
audiovisual de Vernallis: un cóctel de tecnología puntera y representación
extrema. Éxtasis de la imagen, imagen del éxtasis: arrebato capitalista de la sensibilidad,
nueva mística de las sensaciones y las emociones…
El año no prometía mucho, lo reconozco, y a pesar de eso he
logrado recopilar una cosecha de películas espléndidas que merecen una
reflexión más detenida. Este año, rompiendo la tradición, son solo diez (+ dos)
las escogidas en la lista final y las doy en orden de preferencia con una breve
exégesis. Solo he elegido, relegando el lote de películas interesantes o
apreciables a otros apartados, las propuestas más excéntricas y originales, en
el fondo y en la forma. Las más representativas, en suma, del “maelstrom
mediático” del presente cultural. Para elogiar sus antónimos creativos ya están
los medios mayoritarios y los cinéfilos convencionales.
Esta es mi santa decena de 2024:
*Pobres criaturas (Yorgos Lanthimos)
El año comenzó bajo los
signos de la extravagancia con el estreno tardío de esta adaptación de Alasdair
Gray realizada en estado de gracia por un equipo liderado por Lanthimos y Stone.
No es la novela, ni falta que hace. Nadie que admire a Gray puede dejar de
admirar este reciclado neobarroco de Frankenstein
en clave sexual y de género. Ciencia devorada por la ficción con intenciones
políticas muy perversas. El final de la película, que habría hecho derramar
lágrimas de felicidad al viejo Gray, es un homenaje eufórico al sentido de la
utopía social y sexual que surgió en el siglo XIX y el siglo XX frustró por
completo. Aún sufrimos las consecuencias…
*La sustancia (Coralie Fargeat)
La película del año, a
pesar de todo, y la más difícil de aceptar por el público mayoritario. La más
atrevida, audaz y gozosa. Un espectáculo visceral en toda regla (Linda Williams,
intuyo, habrá temblado de placer y de horror al verla mientras Naomi Wolf ponía una espuria demanda por plagio…). Nadie sale ileso de su explosivo
carnaval de sustancias y humores, ni siquiera su directora y guionista.
Inspirada con toda seguridad por el escenario fantástico del mejor episodio de Lovecraft Country (“Strange Case”),
Fargeat ha sabido escenificar con inteligencia el tránsito de lo particular a
lo universal al trascender el conflicto de género (hombre versus mujer en los
confines del patriarcado espectacular) en conflicto de edades y estados de
forma física dentro del cuerpo revolucionado de la misma mujer. Más allá del feminismo
epidérmico, la fábula se centra en la guerra de lo viejo y lo nuevo, el cuerpo
joven contra el cuerpo viejo: mujer contra mujer, vieja contra joven, guapa contra
fea, piel tersa contra piel arrugada, naturalismo de la finitud contra cirugía plástica
de la eterna juventud, etc. La duplicidad femenina de los personajes cómplices
de Demi Moore y Margaret Qualley no deja de evocar, en cierto modo, dentro del
festival de citas y alusiones sin cuento que constituyen el tejido celular de
la película (De Palma, Cronenberg, Lynch, Gordon, Refn y Yuzna, entre otros
muchos, o lo que es lo mismo: Carrie,
Hermanas, Cromosoma 3, La mosca, Videodrome, Inseparables, Mulholland Drive, Eraserhead, El hombre elefante, Reanimator, Society, La novia de Reanimator, The Neon Demon, etc.), al
duplicado erógeno urdido por Buñuel con sus actrices en Ese oscuro objeto del deseo…
*L’Empire (Bruno Dumont)
La película más odiada del
año. Nadie parece haberla visto, a todo el mundo que lo ha hecho se le ha
borrado de la memoria como por ensalmo. No me extraña. Dumont cruza sus dos
ciclos narrativos predilectos, el pequeño Quinquin y la saga de Juana de Arco,
para anunciar el advenimiento del reino de la farsa, la impostura, la
corrupción y la mentira sistémicas. Un nuevo imperio, el imperio de lo peor (l´empire du pire), al servicio del poder
del espectáculo en plena fase galáctica, las castas sociales y las élites
económicas. Humor tan negro como la armadura de los caballeros güelfos que
combaten contra el imperio gibelino de nuestro tiempo, ¿o era al revés?…
*Nosferatu (Robert Eggers)
Desde el principio de los
tiempos, hay un Drácula exotérico y un Drácula esotérico, un Drácula ortodoxo y
un Drácula heterodoxo. Este se llama Nosferatu,
no diré más sobre la cuestión de momento, y Eggers le hace justicia a la herejía
vampírica con su puesta en escena de un carrusel de imágenes fascinantes que se
desplazan entre los arcanos de Jung y los secretos de Freud. Eros y Tánatos: el
matrimonio de la vida y la muerte, la seducción de la carne por la potencia del
cadáver, las nupcias de la doncella y el esqueleto, como en un cuadro de Hans
Baldung Grien. El cine vampiriza a la vida y la vida, con sus tejidos, vísceras
y humores, alimenta al cine. El bello gesto intemporal por el que la vida se
sacrifica, reteniendo al vampiro (no muerto) junto a ella hasta el amanecer
para que la luz lo aniquile, simboliza el mecanismo del cine que transforma la
vida en imagen, en suma, el arte de la luz y la oscuridad, la cámara oscura del
inconsciente de la especie. Nosferatu
es, además, la alegoría más terrible y fúnebre que se pueda imaginar sobre la
pandemia de la COVID…
*El mal no existe (Hamaguchi Ryūsuke)
En la película asiática del año, Hamaguchi plantea el problema del mal en la sociedad hipermoderna con naturalismo espiritual y espiritualidad natural. El mal no es natural, ni social, ni histórico, ni metafísico, ni político, ni religioso. El mal es una fuerza humana, demasiado humana, y se llama estupidez, necedad, incomunicación, explotación, autismo, y no tiene remedio. La secuencia final, la muerte enigmática de la niña embestida por el ciervo, es de una belleza escalofriante y pone al espectador, de repente, frente a un mundo situado más allá del bien y del mal. Magistral suena insuficiente para calificar esta lección bressoniana de cine sustancial…
*Emilia Pérez (Jacques Audiard)
El musical del año, digan
lo que digan en Broadway y alrededores, narra la transformación somática, pero
no psíquica, de un narco como alegoría de la mutación del patriarcado para
preservar el poder, el dinero y la influencia. El padrino se hace madrina, como
en una versión mexicana de Con faldas y a
lo loco, para seguir dominando el negocio tras una máscara social mucho más
eficaz, en definitiva, y también el devenir de la familia, como en un melodrama
lacrimógeno de Sirk, o en la letra de un narcocorrido. Irónica y
desternillante, alegre y vivaz, el agudo Audiard da pronto con el tono de su
farsa psicosexual (más escéptica con lo trans
de lo que la crítica políticamente correcta es capaz de captar) y sus actrices (sublime
Zoe Saldaña) le siguen con gracia irresistible hasta el (flojo) desenlace accidental
del melodrama. Es la película que Almodóvar, extraviado en su laberinto,
hubiera debido hacer para que siguiéramos creyendo en su talento…
*Anora (Sean Baker)
No me interesa demasiado la
grotesca historia de amor con el pajillero principito de la mafia rusa, aunque
sí la fascinante figura de la estríper Anora (arrebatadora Mikey Madison),
personaje hipnótico y seductor, alma con cuerpo en cada gesto y cuerpo con alma
en cada músculo, pero la puesta en escena de Sean Baker es para rendirse sin
discusión a la evidencia de su enorme talento cinematográfico al servicio, por
cierto, de una causa tan noble como la despenalización (y desculpabilización)
del trabajo sexual, el pecado mortal para los puritanos de izquierda y de derecha...
*Sangre en los labios (Rose Glass)
La historia de amor lesbiano, con tintes neonoir, entre una niñata curiosa de un pueblo de Nuevo México y una hermosa culturista adicta a los anabolizantes acaba como una parábola carnavalesca sobre la decadencia y el final del patriarcado y la deriva nómada y motorizada de las dos chicas enamoradas hacia ninguna parte. No hay utopía que pudiera acogerlas. No hay tal lugar para ellas en el mundo, en efecto. Entre la psicosis y la nada, elijo la psicosis, parecería decir el personaje interpretado por Kristen Stewart, reescribiendo la frase final de "Las palmeras salvajes" de Faulkner, como signo de vida y pulsión de muerte…
*Rivales (Luca Guadagnino)
Guadagnino escenifica con
sofisticación y encanto el poliamor a todas las bandas como un deporte de
riesgo que se juega a tres (o más) con red, raquetas, pelotas y reglas, aunque
al final del partido todo se derrumba en la intrascendencia y la infelicidad.
Infalible fatalidad de la vida deportiva. Por fortuna para todos los jugadores
en liza, Zendaya es un trofeo sexual demasiado evasivo y fluido...
*Joker: Folie à deux (Todd Phillips)
El final de todas las
ilusiones. El payaso no era más que un payaso, no la falsa figura del
revolucionario o el insurgente que algunos quisieron atribuirle. No hay
redención posible ni Mesías imaginable. Pesimismo total de la voluntad. Lucidez
total de la inteligencia. Es la hora del realismo político. El deseo de lo
imposible ha muerto y esta película incomprendida, a pesar de los esfuerzos de
Lady Gaga y sus compinches, expide su certificado de defunción...
+ The Sweet East (Sean Price Williams) & I Saw the TV Glow (Jane Schoenbrun), dos muestras del mejor cine indie americano, entre Carroll y Lynch,
un retrato delirante del paisaje mental americano antes, durante y después de
los mandatos de Trump y todas sus tediosas precuelas y secuelas…
*Fuera de carta:
La zona de interés (Jonathan Glazer)
La perfección audiovisual
de la película, incomparable, es una réplica de la perfección técnica del exterminio
masivo que se excluye de la mirada del espectador. El horror sistematizado oculto
tras una pantalla de imágenes cegadora…
Dune: Parte 2 (Denis Villeneuve)
El Mesías no tardará en
traicionar su causa, pero no importa. El planeta Dune tiene un nuevo profeta
que solo promete el cielo de las imágenes. Chalamet y Zendaya son los dos
rostros, intercambiables, de la nueva moneda generacional, yin y yang, icono y
mito al mismo tiempo. Suprema androginia de la generación Zeta...
Perfect Days (Wim Wenders)
Wenders encuentra el
equilibrio en la vida humilde y los empleos modestos, la visión moderada, etc.
Bien se podría haber aplicado el programa a sí mismo con anterioridad en lugar
de endilgarnos durante años falsas visiones de una ridícula grandilocuencia
sobre las mutaciones del mundo contemporáneo.
Mad Max: Furiosa (George Miller)
Más de lo mismo, la saga
no avanza, pero sus enredos son fascinantes y trepidantes. La potencia de
Miller, pese al fracaso en taquilla, es irrefrenable.
Volveréis/Los años nuevos
El bucle de la película de
Jonás Trueba y la serie (o película larga) de Rodrigo Sorogoyen demuestra que
existe vida inteligente en el cine español. Es mucho y merece ser celebrado,
sobre todo por poner en evidencia, con recursos de ficción audiovisual, el
núcleo duro de la vida española y quién sabe si occidental: el conflicto real
entre la programación educativa, política y ética de signo socialdemócrata y la
reprogramación adulta (laboral, inmobiliaria y hasta familiar) de signo
neoliberal…
Maxxxine (Ti West)
El episodio final de la
trilogía no es necesariamente el mejor, pero permite reivindicar los brillantes
episodios anteriores (X y Pearl) y mirar hacia el futuro culto a
una obra completa que desborda las categorías del género o el subgénero y se
erige en retrato demoledor de su convulso tiempo desde una perspectiva
insólita.
-Descartes: Jurado #2, Trap, Bitelchús Bitelchús, No esperes demasiado del fin del mundo,
Civil War, Hit Man, Godzilla y Kong: El nuevo imperio, El reino del planeta de
los simios, De naturaleza violenta, Kinds of Kindness, Deadpool & Lobezno,
Megalópolis, Longlegs…
-Grandes recuperaciones de 2023: El reino animal (Cailley),
Monster (Koreeda), Los delincuentes (Moreno), El cielo rojo (Petzold), El
último verano (Breillat), Godzilla: Minus One (Yamazaki).
-Grandes recuperaciones sin fecha: Spring y The Endless
(Moorehead & Benson).
-Dos muestras (logradas) de un nuevo género global, el hipercine populista: The Beekeeper y Monkey
Man, cine de venganza fantástica contra las afrentas y daños reales de la mafia
neoliberal a los indefensos individuos de la sociedad hipermoderna.
*Retrospectivas cinéfilas: Larry Cohen (la saga It´s Alive, God told
me to, The Stuff, pero también Bone, Q, la serpiente emplumada, Efectos
especiales, Perfect Strangers, Retorno a Salem´s Lot), Los valientes andan
solos (David Miller), Sabotaje y El hombre que sabía demasiado de Hitchcock
(las versiones inglesas, prodigiosas), y Godard como siempre (Pierrot le fou,
Weekend, Alphaville, Le Mépris).
*Series favoritas (por orden de preferencia): The Bear (1-3), The Curse,
Disclaimer, Mi reno de peluche, Feud 2, Shōgun, Hacks, Fargo 5, Sugar, Ripley,
El simpatizante, Fallout, Los años nuevos, El problema de los tres cuerpos…
MANUEL ARIAS MALDONADO
Cada vez resulta más difícil precisar qué película se adscribe a qué año, dado el desorden de las fechas y lugares de estreno; a ello se suma la posibilidad de ver películas en el extranjero o en festivales (así, por ejemplo, yo incluí La chimera y El cielo rojo en la lista del año pasado). No obstante, señalo a continuación —la jerarquía es aproximada— mis preferidas del año recién terminado. He seleccionado doce, o sea una por mes.
1. No esperes demasiado del fin del mundo (Radu Jude). Formalmente
original y dramáticamente vertiginosa, esta feroz enmienda a la totalidad de la
vida social rumana cuenta con un reparto en estado de gracia y termina con un
plano fijo en cuyo interior se desarrolla una breve comedia ácida digna del
mejor Berlanga; una representación brillante del caos urbano y una denuncia
convincente de las malas prácticas de las empresas extranjeras.
2. Joker: Folie à Deux (Todd Philipps). Si te disgustó Joker,
te gustará su secuela; y, parece, viceversa. Mi caso es el primero: si Joker
me pareció demagogia cinematográfica, su reinvención en forma de musical
—revigorizado con la siempre estimulante Lady Gaga— adquiere una tonalidad a la
vez hipnótica e inteligente, ya que la mitología creada en la primera parte es
deconstruida sin piedad y, en la parte final, propicia incluso una certera
reflexión sobre el populismo como fantasía del público democrático.
3. The Beast
(Bertrand Bonnello). El siempre interesante y hasta ahora irregular auteur
francés ha hecho su mejor película, una originalísima adaptación del memorable
relato de Henry James, The Beast in the Jungle, cuyos personajes
transitan por tres temporalidades distintas y la «bestia» que devora al
protagonista literario cambia de piel aquí: no es el amor perdido, sino la
imposibilidad del amor en un mundo tecnificado.
4. Anora (Sean
Baker). Sean Baker vuelve a bordar un relato trepidante sobre un personaje
femenino en los márgenes de la sociedad norteamericana, cambiando de registro
con envidiable facilidad por el camino: lo que empieza como un improbable
cuento de hadas se convierte en screwball comedy antes de volverse thriller
con agridulce final melodramático. Aunque sus antihéroes son aquí más
unidimensionales que en otras ocasiones, Baker logra formular una crítica
persuasiva de la ideología del sueño americano sin por ello caer en el
paternalismo.
5. Grand Tour (Miguel Gomes). Doce años después de Tabu,
el portugués Miguel Gomes vuelve a construir una fascinante narración en la que
el recuerdo del cine clásico de tinte orientalista y la contemporaneidad
poscolonial —en el sentido estricto de la palabra— se entremezclan de manera
irremediable; combinando unas imágenes documentales de gran belleza y una
ficción teatralizada sobre un hombre que huye de una mujer, no importa que
resulte poco claro lo que Grand Tour quiere decirnos: nos gana con su
abrumadora belleza plástica y con la sonriente melancolía que impregna cada
secuencia.
6. Jurado no. 2 (Clint Eastwood). En un caso solo comparable
a los de Resnais u Oliveira, el nonagenario Clint Eastwood sigue haciendo cine
y ha entregado este año su mejor película desde Richard Jewell: una
lección de clasicismo que plantea un dilema moral no por inverosímil menos
absorbente. Inscrita en la tradición del cine judicial norteamericano, Jurado
número 2 se pregunta por la responsabilidad individual y por la búsqueda de
la verdad; su desenlace es optimista y reafirma la confianza de Eastwood en la
conciencia del sujeto que interioriza la función de las instituciones, pero el
espectador llega a él persuadido de la dificultad de hacer justicia a través de
las herramientas de que disponen los seres humanos.
7. Hitman (Richard Linklater). Inspirada mezcla de thriller
y comedia, Hitman da un último giro a las películas sobre sicarios
planteando la hipótesis de un detective aficionado que cambia de identidad para
perseguir a criminales y acaba convirtiéndose en uno tras el gozoso encuentro
con una femme fatale imprevista; el ritmo del film es imbatible y sus
actores se encuentran en estado de gracia. Parece una película liviana, fácil
de hacer; no lo es.
8. Oh, Canada (Pal Schrader).
Octogenario de salud quebradiza e incansable en la reescritura de su obra
durante una sobresaliente última década, Paul Schrader nos ha entregado una
serena reflexión sobre el recuerdo, la identidad y la mentira que se separa del
modelo recurrente de su cine —el camino violento de redención del hombre
culpable al que persigue su propia historia— para ajustar cuentas con su
generación y acaso consigo mismo. Estimulante, imperfecta, absorbente.
9. Volveréis (Jonás
Trueba). Esta deliciosa comedia screwball al revés, que introduce una
reflexión afrancesada sobre las porosas fronteras que separan —o unen— el cine
y la vida, Volveréis confirma el talento de su director para trabajar el
pequeño formato con un grupo fiel de colaboradores, a los que en este caso se
suma su padre en el papel —que borda— del padre de la novia en trance de
separación. Es, además, un estudio sobre la repetición; o sea, sobre la
imposibilidad de la repetición.
10. En la alcoba del
sultán (Javier Rebollo). Originalísima fabulación de la vida de uno de los
operadores de los Hermanos Lumiére, instalado en la corte de un sultán de
tendencias ilustradas, que adopta una forma genérica camaleónica —aventuras,
comedia, romance— y desemboca en una inteligente reflexión sobre el cine, sus
poderes y sus peligros.
11. Trap (M. Night Shyamalan). Shyamalan juega a ser
Hitchcock a través de De Palma, sin dejar de ser él mismo, proponiéndonos un
virtuoso juego de presidigitación visual en el que acaso solo desentone la
presencia de su hija; no es Hitchcok ni es De Palma, pero el artificio se
sostiene para felicidad del espectador que renuncia a tomarse en serio esta
divertida broma perversa en la que nada es lo que parece.
12. Horizon (Kevin
Costner). Aunque dista de ser una película impecable, pues no lo es, hay que
aplaudir el empeño de Kevin Costner por dar nueva vida al western épico
que asume la tarea de contar la historia de la expansión estadounidense hacia
el Oeste y lo hace, además, incorporando el punto de vista de los indios. Rodada
de manera eficiente en majestuosos exteriores, cuenta con un carismático
Costner y logra dar una impresión creíble de la cotidianidad de los pioneros y
demás actores en ese drama decimonónico que es la «conquista del Oeste».
También me han gustado Il
Rapito, Priscilla y Challengers; creo que The Room Next Door
podría haber sido muy buena con un mejor guion; Megalopolis es un
honroso fracaso y Emilia Perez un fracaso poco honroso. No veo apenas
series televisivas. Seguro que he dejado de ver muchas buenas películas a las
que no he tenido acceso o de cuya existencia no he sabido.
1-The Substance (Coralie Fargeat)
2-Anora (Sean Baker)
3-Poor Things (Yorgos Lanthimos)
4-Juror #2 (Clint Eastwood)
5-Furiosa. A Mad Max Saga (George
Miller)
6-Perfect Days (Wim Wenders)
7-The Holdovers (Alexander Payne)
8-Fallen Leaves (Aki Kaurismäki)
9-La Chimera (Alice Rohrwacher)
10-Challengers (Luca Guadagnino)
11-Saltburn (Emerald Fennell)
12-The Iron Claw (Sean
Durkin)
13-Anatomie d'une chute (Justine Triet)
15-The Zone of Interest (Jonathan
Glazer)
16-Heretic (Scott Beck & Bryan
Woods)
16-Concrete Utopia (Um Tae-hwa)
17-Rebel Ridge (Jeremy Saulnier)
18-Hustle (Jeremiah Zagar)
19-Tetris (Jon S. Baird)
20-Hit Man (Richard Linklater)
21-His Three Daughters (Azazel Jacobs)
22-Dune. Part Two
(Denis Villeneuve)
23-Vincent doir mourir (Stéphan
Castang)
24-White Plastic Sky (Sarolta Szabó
& Tibor Bánóczki)
25-The Bikeriders (Jeff Nichols)
DOCUMENTALES:
1-Arnold
2-Get Back
3-Jim Henson. Idea Man
4-The Movies That Made Us
5-Clint Eastwood. La dernière légende
SERIES:
1-Blue Eye Samurai
2-The Long Shadow
3-Shôgun
4-Baby Reindeer
5-Ripley
6-The End of the F***ing World
7-Landscapers
8-Fallout
9-Say Nothing
10-Black Doves
11-Eric
12-Normal People
NOEL CEBALLOS
1. La zona de interés (Jonathan Glazer)
2. The Beast (La
bestia)
(Bertrand Bonello)
3. La quimera (Alice Rohrwacher)
4. Rivales (Luca Guadagnino)
5. No esperes demasiado del fin del mundo
(Radu Jude)
6. Bird (Andrea Arnold)
7. Furiosa: De la saga Mad Max (George
Miller)
8. Robot salvaje (Chris Sanders)
9. Kneecap (Rich Peppiatt)
10. Secretos de un escándalo (Todd Haynes)
¡Y algunas bolas extra!
Serie de televisión: La maldición (Nathan Fielder y Benny Safdie).
Reestreno: Las margaritas (Vera Chytilová).
Edición en Blu-ray: Universo Aki Kaurismäki, de Avalon.
Libro especializado: The Blues Brothers (Daniel de Visé, ed. Libros del Kultrum).
TXEMA MARTÍN
1. La Sustancia,
de Coralie Fargeat
2. Emilia Pérez,
de Jacques Audiard
3. La zona de interés,
de Jonathan Glazer
4. Los que se quedan,
de Alexander Payne
5. Sangre en los labios,
de Rose Glass
6. Segundo premio,
de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez
7. Perfect Days,
de Wim Wenders
8. Desconocidos,
de Andrew Haigh
9. Rivales,
de Luca Guadagnino
10.
La estrella azul,
de Javier Macipe
11. La Chimera,
de Alice Rohrwacher
12. Anora, de Sean Baker
13. Longlegs, de Osgood
Perkins
14. Cuando acecha la maldad,
de Demián Rugna
15. No esperes demasiado del fin del mundo,
de Radu Jude
16. Casa en llamas,
de Dani de la Orden
17. Jurado nº 2,
de Clint Eastwood
18.
The Beast,
de Bertrand Bonello
19. Dream
Scenario, de Kristoffer Borgli
20. El último late night, de Cameron Cairnes y Colin Cairnes
GUILLERMO MAS ARELLANO
Desde hace aproximadamente dos o tres meses, abrir cualquier publicación de cine sirve para constatar que todo el mundo sigue hablando de The Substance (2024), de Coralie Fargeat, la última obra maestra que nos ha dado el cine hasta hoy; cine del siglo XXI y para el siglo XXI, cabe añadir; un cine «apocalíptico», en cuanto nos habla de una «epifanía» (o «revelación»), sobre la base propia de un cuento fantástico, con un estilo visual hipnótico y propio, partiendo de un inicio frenético que continúa sin decaer a lo largo de dos horas y media de metraje (con un clímax sostenido incluido), en una cinta que es divertida y terrible, perfecta y original, tragicómica y posmoderna, y que expone de manera penetrante el zeitgeist de un mundo que aplaude la belleza física hasta provocar la destrucción en aquel que la porta.
En apariencia, el discurso ideológico de The Substance, la película más creativa
y bizarra del año, nos hablaría «del género», con una mezcla de alta cultura
cinematográfica y serie B donde confluyen el «splatter» y «body horror»
con la “nueva” «nueva carne» y un cine «neobarroco» que pretende hablarnos del
cuerpo, lo femenino y los límites de lo humano como lo que son a la luz de la
realidad actual: una y la misma cosa; y con una variedad de referencias que
involucra todo el acervo cultural de Occidente. En The Substance hallamos ecos que conducen desde El retrato de Dorian Gray (1890) a The Neon Demon (2016), Ex
Machina (2014) o Under the skin
(2013), pasando por Sunset Boulevard
(1950) y un sinfín de guiños al cine de, entre otros, Hitchcock, Henenlotter,
De Palma, Frankenheimer, Cronenberg, Lynch, Aronofsky… Y, sobre todo, Stanley
Kubrick. Es, de lejos, lo mejor de 2024.
1. La sustancia, Coralie Fargeat
2. The Beast, Bertrand Bonello
3. The Bikeriders, Jeff Nichols
4. Nosferatu, Robert Eggers
5. Jurado Nº 2, Clint Eastwood
6. Oh, Canada, Paul Schrader
7. Civil War, Alex Garland
8. Longlegs, Osgood Perkins
9. Ferrari, Michael Mann
10. Kinds of kindness, Yorgos Lanthimos
Series del año: The Curse y Ripley
Todo es ya desierto. Sin remisión. Es la consecuencia de ese proceso generalizado de disolución al que llamamos Modernidad. Nada escapa al inabarcable alcance de una transparencia que lo invade todo. Y a la experiencia universal, cotidiana, de dicha realidad la hemos denominado: hiperrealidad. Justo ahí: en tiempos de Simulacro. De eso, precisamente, es de lo que nos habla la enigmática teleserie The Curse (2023), producida por Sky Showtime en su versión original y disponible en España desde hace escasas semanas por medio de Movistar. Una original narración de 10 episodios dirigida por la dupla Nathan Fielder-Ben Safdie, que además protagonizan su propia ficción junto a la recientemente oscarizada Emma Stone, quien asimismo figura como productora.
En el último capítulo de The Curse, me atrevo a aseverar, tenemos el más original giro de la
ficción televisiva reciente. A Christopher Nolan, seguidor declarado de la
ficción creada por Safdie y Fielder, se le ha ocurrido compararla con la
legendaria Twin Peaks (1990-1), de
Lynch y Frost. Nosotros, sin llegar a tanto, queremos invitar fervientemente a
verla con esa calma que requieren todas las ficciones no genuflexas ante los
estándares delimitados por las productoras y el consumo masificado; y, si
pasados los primeros episodios, quien lea estas líneas decide celebrar la
existencia de una rara avis tan sofisticada como The Curse, le invitamos también a que repita el grito gozoso del
gran showrunner David Simon: “¡que se joda el espectador medio!”. Porque todo
lo demás es desierto.
JOSERRA ORTIZ
El 2024 fue un año en el que viví muy
intensamente la experiencia de la sala de cine. Después de años de depender
casi exclusivamente de las plataformas de streaming, seguramente por causa de
la pandemia, confirmé lo abrumador que resulta tener tantas opciones al mismo
tiempo. Es imposible verlo todo y es frustrante. La promesa de contenido
ilimitado se siente más como una carga que como un lujo: una lista interminable
de series, películas y documentales que nunca alcanzaré a completar. Por eso,
en mi lista apenas si hay cuatro series, y eso porque creo que son temática y
conceptualmente destacables. De estas, dos provienen del mundo del comic, un
lugar del que ya no sigo particularmente nada, pero en ellas me ganó, quizá, la
nostalgia.
En el cine este año logré hacer una lista de
títulos que me impactaron profundamente y, aunque no puedo mencionar todos, estos
23 me parecen destacables porque vuelven al centro de la discusión artística, temas
humanos esenciales: el duelo, la soledad, la búsqueda de identidad, el amor en
sus formas más complicadas, y el miedo al cambio. Son temas universales, es
verdad, y esto que escribo suena a lugar común, ¿pero no pareciera que de
pronto en la vorágine del remake y el blockbuster cada vez se trataron menos?
Seguramente, por eso, en mi lista se consignan casi todos los estrenos de los
grandes directores históricos que hoy siguen trabajando (con excepción de la
pésima Gladiador II). Para mí, las más destacables fueron La
habitación de al lado, Anora, The Substance, The Holdovers
y Perfect Days; la de Dean Baker por mucho la mejor película que vi en
2024. En series, definitivamente Baby Reindeer, por lo cercana que me
resultó. Por lo demás, algo inusual ocurrió este año. Por primera vez en más de
un lustro, no hubo ninguna película mexicana o latinoamericana en mi lista.
Esto me dejó pensando si será, acaso un cansancio de los temas recurrentes ya
muy manidos.
Películas favoritas de 2024 en orden alfabético por director.
1.
Abbasi,
Ali. The Apprentice (Scythia, 2024).
2.
Almodóvar,
Pedro. La habitación de al lado (El deseo, 2024).
3.
Baker,
Sean. Anora (FilmNation Entertainment, 2024).
4.
Bettinelli-Olpin,
Matt. Abigail (Project X, 2024).
5.
Berger,
Pablo. Robot Dreams (Vértigo Media, 2023).
6.
Carmichael,
Jerrod. Jerrod Carmichael Reality Show (HBO, 2024).
7.
Copolla,
Sofia. Priscilla (A24, 2023)
8.
Delaporte,
Matthieu. Le Comte de Monte-Cristo (Pathé, 2024).
9.
DeMayo,
Beau. X-Men ’97 (Disney+, 2024).
10.
Eastwood,
Clint. Juror No. 2 (Malpaso Productions, 2024)
11.
Eggers,
Robert. Nosferatu (Studio 8, 2024).
12.
Eisenberg,
Jesse. A Real Pain (Topic Studios, 2024).
13.
Fargeat,
Coralie. The Substance (Working Title Films, 2024).
14.Gadd, Richard. Baby Reineer (Netflix,
2024).
15.
Guadagnino,
Luca. Queer (Fremantle Limited, 2024).
16.Jae-hyun, Jang. Exhuma (Showbox, 2024).
17.
Lacuesta,
Isaki. Segundo premio (La Terraza Films, 2024).
18.
LeFranc,
Lauren. The Penguin (HBO, 2024).
19.Perjurer, Kevin. Disney’s Animatronics: A
Living History (Defuntland, 2024).
20.
Reitman,
Jason. Saturday Night (Columbia Pictures, 2024).
21.
Robertson-Dworet,
Geneva. Fallout (Amazon Prime Video, 2024).
22.
Payne,
Alexander. The Holdovers (Focus Features, 2023).
23.
Wenders,
Wim. Perfect Days (Master Mind Limited, 2023).
Menciones importantes: The Dead Don’t Hurt (Viggo Mortensen, 2023); The Order (Justin Kurzel, 2024); Uprising (Jim Sang-man, 2024); Twilight of the Warriors (Soi Cheng, 2024); Longlegs (Osgood Perkins, 2024); Your Monster (Carolina Lindy, 2024); I Saw the TV Glow (Jane Shoenbrun, 2024)
No esperes demasiado del fin del mundo (Nu astepta prea mult de la sfârsitul lumii, dir.
Radu Jude). “No puedo continuar así, Vladimir”, le dice la protagonista rumana
—extraordinaria Ilinca Manolache en su papel de Angela, una ayudante de
producción multitasking— al portero de un hotel, agotada por su
sobrecarga de trabajo. “Eso
crees tú”, responde el portero.
La película más original que he visto en 2024 captura la textura y ritmo de la
vida actual mientras aborda temas como la explotación laboral en los tiempos
24/7 del neoliberalismo digital, el marketing corporativo, el neocolonialismo,
el populismo de redes sociales (esos TikToks de “Bobita”, un grotesco avatar
que Manolache usa en su vida real) o la reflexión sobre el propio cine. Todo
ello con una formalización libre, frenética, sarcástica o esperpéntica, que
funciona como comedia negra nada evidente. A destacar también (no sigas leyendo
si no la has visto) sus apropiaciones de fragmentos de una película de 1981
sobre una taxista rumana, que contraponen la Rumanía comunista a la actual, su
descaro para romper los tiempos cinematográficos convencionales y el
sensacional plano fijo final, que consigue poner en escena todos los palos
temáticos de la película, incluyendo el del metacine.
Anora (dir. Sean Baker).* Una montaña rusa que nos sube y nos baja sin avisar gracias a su audacia para mezclar tonos y géneros: del naturalismo sórdido a la comedia romántica (para adultos), el screwball, el slapstick y el drama social sobre el capitalismo tardío de la globalización. Pretty Woman (1990) no es lo que era, y eso dice mucho de nuestros cambios culturales. Baker lo sabe y firma su mejor cinta junto a The Florida Project (2017).
La zona de interés (The Zone of Interest, dir. Jonathan Glazer).* Impresionante diseño de sonido e imagen, con un uso de la música (formidable Mica Levi) que recuerda al Kubrick de 2001, para una excelente vuelta de tuerca a la memoria del Holocausto. Tomando como base una novela de Martin Amis, el film aborda el genocidio de Auschwitz desde el reenacment —no es Shoah (1985)— pero con una sólida estrategia de representación indirecta en fuera de campo. Las secuencias “en negativo”, que parecen de un siniestro cuento de hadas pero no son fantásticas ni “oníricas”, resultan tan brillantes como el sorpresivo giro temporal del tercer acto, una decisión artística que revela la alta conciencia de Glazer sobre lo que está haciendo: memoria histórica.
La quimera (La chimera, dir. Alice Rohrwacher).* La cineasta italiana nos lleva de nuevo a un mundo que solo existe en sus películas, una actualización personal de las estructuras pasolinianas con protagonistas marginales. Su ritmo sinuoso y anárquico es tan bello como ese hilo rojo que une al joven tombarolo (un espléndido Josh O’Connor: ligero, pueril o melancólico según la escena, a veces todo a la vez) con su amante perdida.
Furiosa: A Mad Max Saga (dir. George Miller).* El cineasta australiano prosigue en su empeño de hacer grandes películas-experiencias en la tradición del primer cine sensorial, la de El maquinista de La General (1926) de su favorito Buster Keaton. Asombrosa y apabullante en diseño de producción y realización, marca habitual de la saga, su recurso de la cámara rápida “de cine mudo” vuelve a ser un hallazgo.
La luz que imaginamos (All We Imagine as Light, dir. Payal Kapadia).* Entre el documental y la ficción, lo naturalista y lo poético, una bella película nocturna que solo sale a la luz del día en su tercer acto. Tres mujeres en la Bombay contemporánea con conflictos sociales de género y clase bien tocados por su directora india.
El último verano (L'Été dernier, dir. Catherine Breillat). Cinta valiente de tono tan seco como desafiante, en la tradición del cine adulto muy adulto europeo.
Los destellos (dir. Pilar Palomero).* Sensible aproximación a un viejo amor en vísperas de su muerte, con una verdad sentimental compleja nunca dicha, solo expresada a través de gestos y miradas, a lo Erice. Nada termina nunca, todo termina siempre.
El mal no existe (Aku wa sonzai shinai, dir. Ryûsuke Hamaguchi). La aproximación a su tema aparente, los efectos
colaterales del capitalismo en el ecosistema de una pequeña comunidad, es
enigmática e íntima, en la línea de este director. Tras la hipnótica escena
final, el quid de la película ya no está nada claro, pero eso es bueno.
Sangre en los labios (Love Lies Bleeding, dir. Rose Glass).* Impredecible, politonal, provocadora, muy divertida.
Rivales (Challengers, dir. Luca Guadagnino). Trío de tenis y otras cositas con elipsis virtuosas y una magnética Zendaya a la que solo Josh O’Connor consigue (de nuevo) dar una réplica a su altura. Empieza como comedia romántica “inofensiva”, pero conforme avanza se revela como un drama sensual, endiablado e incómodo que sugiere mucho más de lo que dice.
Hit Man (dir. Richard Linklater). Original comedia romántica con forma de seudothriller, sorprendente hasta el final.
Maldoror (dir. Fabrice Du Welz).* Un procedural de alta intensidad realizado con convicción y dureza, con ecos de Memories of Murder (2003) y Zodiac (2007). Basado libremente en la investigación policial de crímenes reales que conmocionaron a Bélgica en los 90. Vista en el 34º Fancine - Festival de cine fantástico de la Universidad de Málaga.
Emilia Pérez (dir. Jacques Audiard).* Astracanada musical entre la telenovela,
el narcothriller y la tragicomedia social que no se ve todos los días. Audiard
sigue explorando con valentía nuevos territorios.
No Other Land (dirs. Basel Adra, Hamdan Ballal, Yuval Abraham y Rachel Szor).
Documental activista sobre la destrucción israelí de un poblado palestino en
Cisjordania que testimonia numerosos detalles esclarecedores de la limpieza
étnica que ocurre y sigue ocurriendo (hoy más que nunca) en Palestina.
Green Border (dir. Agnieszka Holland). Película-denuncia durísima sobre el paso ilegal de emigrantes / refugiados en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, camino del “sueño” europeo. De representación verista, algunas escenas parecen salidas de la distopía futurista de Children of Men (2006). Todo dicho.
Disco Boy (dir. Giacomo Abbruzzese). Entre Claire Denis y Pedro Costa, influencias bien señaladas por Eva Peydró en su reseña, el film entrelaza la emigración ilegal con el (neo)colonialismo en la tradición de Conrad, y lo hace desde una perspectiva experimental y eminentemente sensorial.
Civil War (dir. Alex Garland).* Una película que comienza con una canción de Silver Apples no puede estar mal, aunque luego resulte más predecible y menos brillante de lo que parecía “sobre el papel”. Deliberadamente contradictoria, perturbadora a ratos, contiene instantes memorables y otros reguleros, pero alegoriza con precisión el zeitgeist de “fin de los tiempos” en los EE. UU. de la era Trump, o el declive del imperio que nos ha tocado vivir. Entretanto, el film nos confronta con la violencia sensacionalista y la prensa ídem. Jesse Plemons tiene un “cameo” inolvidable y Kirsten Dunst / Lee está estupenda en su papel de fotoperiodista de guerra, una cita a la legendaria Lee Miller (que tiene biopic reciente, Lee, aún por estrenar en España). Tras la tremenda escena final (“Necesito una declaración”), suena en los créditos la nana perversa “Dream Baby Dream”. De Suicide, en efecto.
Dream Scenario (dir. Kristoffer Borgli).* Comedia surreal que satiriza la fama viral en redes sociales, es digna sucesora de las películas de Spike Jonze escritas por Charlie Kaufman. Nicolas Cage al frente de nuevo, como en Adaptation (2002).
Pobres criaturas (Poor Things, dir. Yorgos Lanthimos). Irregular y repetitiva (mejor la primera mitad que la segunda) pero con una estética propia muy potente.
Retratos fantasma (dir. Kleber Mendonça Filho). Bonita memoria familiar y colectiva de Recife, la ciudad del director, a través de sus salas de cine desaparecidas.
Descansa en paz (Håndtering av udøde, dir. Thea Hvistendahl).* Una de zombies con tratamiento “nórdico” de corte “realista” y existencialista. Muy triste también por su tema, el duelo, resulta brillante al sugerirnos la verdadera razón por la que los no-muertos quieren matarnos: porque estamos vivos y ellos no.
Horizon: An American Saga – Cap. 1 (dir. Kevin Costner). Western irregular pero ambicioso y solvente.
Cloud (Kuraudo, dir. Kiyoshi Kurosawa).* Thriller en clave de comedia negra grotesca, de desarrollo tan desconcertante como adictivo. Vista en el 34º Fancine - Festival de cine fantástico de la Universidad de Málaga.
Daniela Forever (dir. Nacho Vigalondo).* Dramedia sentimental en forma de ciencia ficción pocha. De lo mejor de su director. Vista en el 34º Fancine.
Death Is a Problem for the Living (Peluri - kuolema on elävien ongelma, dir. Teemu Nikki).* Tragicomedia finlandesa de premisa sencilla pero ingeniosa. Vista en el 34º Fancine.
Cónclave (dir. Edward Berger).* Entretenido thriller papal con apuntes sociales sobre el choque entre la tradición de la Iglesia católica y los cambios socioculturales de las últimas décadas.
No he visto Joker:
Folie à Deux ni La habitación de al lado, pero lo
haré.
No pudo ser
Algunas películas
interesantes o notorias que, por diversas razones, no me convencieron:
Oh, Canada (dir. Paul Schrader).*
Perfect Days (dir. Win Wenders).*
La sustancia (The Substance, dir. Coralie Fargeat).*
Parthenope (dir. Paolo Sorrentino).*
The End (dir. Joshua Oppenheimer).*
Else (dir. Thibault Emin).*
Segundo premio (dir. Isaki Lacuesta).*
Megalópolis (dir. Francis Ford Coppola).*
The Beast (dir. Bertrand Bonello).*
Memorias de un caracol (Memoir of a Snail, dir. Adam
Elliot).*
Occupied City (dir. Steve McQueen).
Sala de profesores (Das Lehrerzimmer, dir. İlker Çatak).
Volveréis (dir. Jonás Trueba).
Priscilla (dir. Sofia Coppola).
Longlegs (dir. Osgood Perkins).
Jurado nº2 (Juror #2, dir. Clint Eastwood).
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A evitar
Fuera de temporada (Hors-saison, dir. Stéphane Brizé).* La peor película que he visto este año.
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Nota: * Películas vistas
en sala de cine. Sin asterisco, vistas en plataforma digital.
SERIES
Landman (Taylor Sheridan y Christian Wallace. Otra mezcla de géneros (dramedia
familiar y laboral, comedia screwball, western contemporáneo)
divertidísima en su locuacidad e incorrección hillbilly.
Mr. & Mrs. Smith (Francesca Sloane y Donald Glover). Audaz y
sofisticada comedia romántica disfrazada de thriller de espías.
Celeste (Diego San José). Sutil en actuaciones, gestos y cambios tonales, es de aplaudir también su construcción cultural a partir del “costumbrismo de funcionarios” en el crepúsculo del Estado Social (Hacienda semos todos).
Los años nuevos (Rodrigo Sorogoyen, Sara Cano y Paula Fabra). Sin mimbres de fantasía, the adults are talking. Y lo hacen bien.
Ripley (Steven Zaillian). A Patricia Highsmith seguramente le habría gustado. O no, pero a mí sí. Feliz 2025.