Mi padre me traía folios y lápices bicolores del despacho.Yo aún no sabía escribir pero pintaba filas de hormigas y las salpicaba de puntos. Así empezó todo. Desde entonces no he dejado de rayar cualquier cosa: desde los folios del juzgado hasta el cartón de las medias. Esto no se cura, así que lo mejor es vivir rodeada de letras.
martes, 22 de noviembre de 2011
Quienquiera que seas.
"En los bares de taxistas,
por las noches dan comidas
y en el de la calle San Bernardo
coincidimos a diario.
Vengo cuando ya no queda donde ir
los bares han cerrado y no sé por qué
bebes sola, no sé por qué.
Y me encontraré contigo
y estaremos bien,
y estaremos bien.
Como dos desconocidos,
sin saber qué hacer,
sin saber qué hacer.
Tú te tomas tu gin-tonic
pareces sacada de un cómic.
No tengo nada que ofrecerte,
me enamoré nada más verte.
Me imagino que te llego a conocer,
y ya no tendré miedo
porque por fin sabré
que ya tengo dónde volver.
Y me encontraré contigo,
y estaremos bien,
y estaremos bien.
En la bondad de los desconocidos
siempre confié.
Te observo de soslayo.
Es duro andar disimulando."
Francisco Nixon, "Bares de taxistas", de su último trabajo, "El problema de los tres cuerpos" con Ricardo Vicente y The New Raemon.
(La canción y el disco se pueden escuchar aquí:El problema de los tres cuerpos)
lunes, 21 de noviembre de 2011
Donde sopla el monzón
El dj de Génova anoche se quedó tranquilo: a eso de las siete puso en el ipod- de spotify no sabía nada- la lista que había preparado para las fiestas de agosto en Oropesa y les dejó bailar. Le faltó MªJesús con los pajaritos para que la noche fuera una fiesta retro perfecta, aún así, le echaron un cable desde la calle con los estribillos que coreaban: "Tú sí que vales, tú sí que vales". Aquí cayó un tormentón y nos quedamos todos en el sofá, con la mantita dividiendo nuestra atención entre las gotas de lluvia que resbalaban por el cristal y Ritahomer Simpson dando golpes en la espalda de nuestro pulcro presidente Molt Honorable de la Generalitat.
Por la mañana vino a buscarme mi sobrino para ir a votar. Cinco años democráticos y de campaña por el partido animalista contra el maltrato animal, aunque le dan mucho miedo los perros. Pero eso no cuenta. El partido pirata también le gustaba, pero su sentido de la responsabilidad hacía que insistiera con el animalista. "Para que no le vuelvan a pegar a Frida". Con los paraguas transparentes nos fuimos a buscarme en las listas, sanidad, sector tres, mesa dos, "Eva Marín Segarra", Juanito de puntillas, sobre naranja, sobre blanco- futuro incierto- un, dos, un, dos, Juanito vota.
Sonrisa enorme en la cara de los dos. La lluvia en las pestañas. "Ahora vamos a tomar el aperitivo" dice mi sobrino, que parece un novio atento más que un niño. "Aunque con esta lluvia se nos van a mojar las aceitunas" Sí, mejor lo dejamos. Hay mucho que pensar.
A mediodía descubrimos el nerviosismo entristecido de Rubalcaba, que a mí me apena. Le ha tocado lidiar con el fracaso y esta noche habrá pasado frío. La soledad del perdedor es demasiado húmeda. Tenía un leve eczema en la nariz, sería de los disgustos. El discurso fue flojo, de trámite, sin ganas ni contenido, debía haberlo aupado Elena Valenciano, pero no, se quedó a unos metros, con traje azulón y hombros de Mazinger zeta.
En Génova seguían bailando. No me gusta que los políticos boten en los blacones. Me dan pequeños ataques de vergüenza. El discurso de Rajoy parece de toma de posesión. Dice una palabra que me gusta "confianza". Nos agarraremos a ella para enfrentar este lunes.
Ha sido una campaña triste, unas elecciones desganadas y un triunfo de la necesidad de cambio. La gente necesita esa confianza que propugna Rajoy para luchar pensando que se va a mover algo. Un pequeño aumento en la lista de ingresos, un giro en el volumen de trabajo, una semana sin que nos enteremos de un despido o un soplo de calma entre tanta crispación.
Me mandan algunas fotografías de otros países, en los que sopla el Monzón. Algunas mañanas, cuando me acerco al juzgado, me siento como esas mujeres de la imagen que recorren kilómetros y kilómetros descalzas transportando agua. La justicia va tan lenta, cuesta tanto y a veces es tan ingrata, que tienes la sensación de que se te derrama entre las manos antes de llegar a casa.
jueves, 17 de noviembre de 2011
Inviernes
El padre de K. tenía seis coches y volaba. Mi madre tenía la tensión muy bajita y no soportaba bien el calor. Mi padre llevaba aquellos polos estrechos, fred perry, con los pantalones de tenis y sale en todas fotos con el casco, muy profesional. La madre de K conducía muy bien, aunque hubo un viaje en el que se nos hizo de noche por las montañas y casi se despeña con el Mehari. K y yo íbamos al mismo colegio y nos peleábamos hasta dormidas. Ella tenía el pelo largo y en el patio siempre hacía de Olivia Newton John. Por las tardes, para que nuestras discusiones no interrumpieran las siestas de los huéspedes en el pueblo, nuestras madres nos daban un pañuelo dentro de un cubo y nos mandaban al fregadero. A esas horas hacía tanto calor que junto al agua se dormían hasta las moscas (aunque fueran verdes o incluso tábanos), pero K. y yo que eramos obedientes frotábamos el jabón lagarto contra la piedra. Después merendábamos bocadillos de jamón y a veces hasta conseguíamos una fanta en el bar. Los más felices eran los hermanos pequeños, Luis y Electra, que se reían con la boca llena de agua y no se dejaban ni uno solo de los fideos en el plato. O Ana, la hija de Tanis, el de la fonda donde nos hospedábamos que recogía las pipas de melón que sobraban de la comida. Después las guardaba en una bolsa y ya secas se las comía; le gustaban más que las de girasol, nos contaba, porque le picaba demasiado la sal. Helena se enfadaba a menudo porque decían q estaba en la edad del pavo, pero lo cierto es que, como era la mayor, se aburría con nosotros. Era lógico, con quince años - más o menos- lo q le apetecería sería salir por Benicasim (que entonces no llevaba acento), llegar tarde en las fiestas de agosto, colarse en los primeros pubs y subirse de paquete en un vespino. Pero como no la querían dejar sola,por si lo hacía la montaban en el coche con los demás. Y a cenar huevos fritos con patatas fritas con ilusión.
A mí lo q más me gustaba en el mundo eran esos pantalones, los Rockys azules brillantes. Con ellos y la camiseta amarilla de manga recortada me sentía capaz de bailar con John Travolta. K tenía unos parecidos, pero le gustaban más los vaqueros. Ahora las dos pagaríamos por unos rockys brillantes en rojo o azul, como los que teníamos entonces. Por pura nostalgia volvimos juntas a Linares hace unos años. Seguía todo igual o muy parecido: el tonto con las gafas que hacía carreras de trepar a los árboles, las noches en la pista de tenis de Santa Ana- la iglesia derruida- en las que tumbados todos sobre mantas mirábamos las estrellas y nos aprendíamos los nombres de las constelaciones, señalándolas con una linterna muy fuerte que era nuestro puntero. Solo faltaba la fonda, que ahora ya es-era un hotel con encanto.
Hoy, que es tan viernes, he encontrado esta foto. Nos he visto y nos he recordado tan felices, tan despreocupados e ingénuos que casi me pongo a llorar.
domingo, 13 de noviembre de 2011
Penny Lane
Me dijeron hace un par de semanas, en el café donde suelo ir a la hora del almuerzo que Cé eFe había decidido no volver a salir de casa. Al parecer, se tropezó por las escaleras de Champion al ir a comprar algo y se asustó. Tiene las rodillas frágiles- toda ella parece de cristal- y la caída hizo que cogiera miedo. Así que decidió abandonar sus rutinas y se sentó en su mirador. Languidecieron los periódicos al mediodía y comenzó a electrizársele el pelo cada vez que se acercaba a la ventana. Mientras en la Rosa Blanca, la Orquídea y en el Talismán no daban abasto con las flores de Todos los Santos, ella se armaba de valor para coger su seiscientos y acercarse al cementerio. Sé que lo consiguió. El panteón de mis bisabuelos, que queda muy cerca de donde descansan los suyos estaba limpio como cada año la mañana del día uno.
Sin embargo es un otoño distinto, algo pasa. De hecho el otro día al salir del despacho me encontré con el Sema cerca de las Tascas y le ví melancólico, mohino. Andaba con la vista perdida en los balcones, muy lento, a medio pasito. Me preparé la respuesta de siempre- "No, no fumo. Lo siento"- esperando que se colocara el mechón de pelo tras la oreja y se acercara para pedirme un sigarrico, tal y como lo lleva haciendo desde el veinticuatro de septiembre de 1987, más de setenta veces al día, y no. No pude contestarle porque caminaba como perdido, no con el rumbo ni la determinación con la que acostumbra. Pasó por mi lado y se metió las manos en los bolsillos del pantalón. El termómetro de la plaza de la Paz marcaba veintidós grados y él parecía más desorientado que nunca.
Todos estamos raros, tal vez sea por lo mucho que se está prolongando el calor. Se especula mucho sobre eso en la esquina del bar Venecia, al comienzo de la avenida. Desde hace un par de meses, gracias a la ley antitabaco han sacado a la acera una pequeña terraza. En apenas un metro cuadrado caben dos mesas, seis sillas y doce señores mirando al frente, más o menos, uno de ellos chino y dos grandes, con barba blanca y pelo rizado. En verano daba la impresión de que recalificaban a los personajes del barrio. Ahora andan ocupados en asuntos más serios. El chino se enfada cuando no le dejan pagar las copas. El martes discutía con un falso abuelo de Heidi al borde del mediodía.
Ultimamente estoy muy callada. Este noviembre parece una canción de los Beatles.
Sin embargo es un otoño distinto, algo pasa. De hecho el otro día al salir del despacho me encontré con el Sema cerca de las Tascas y le ví melancólico, mohino. Andaba con la vista perdida en los balcones, muy lento, a medio pasito. Me preparé la respuesta de siempre- "No, no fumo. Lo siento"- esperando que se colocara el mechón de pelo tras la oreja y se acercara para pedirme un sigarrico, tal y como lo lleva haciendo desde el veinticuatro de septiembre de 1987, más de setenta veces al día, y no. No pude contestarle porque caminaba como perdido, no con el rumbo ni la determinación con la que acostumbra. Pasó por mi lado y se metió las manos en los bolsillos del pantalón. El termómetro de la plaza de la Paz marcaba veintidós grados y él parecía más desorientado que nunca.
Todos estamos raros, tal vez sea por lo mucho que se está prolongando el calor. Se especula mucho sobre eso en la esquina del bar Venecia, al comienzo de la avenida. Desde hace un par de meses, gracias a la ley antitabaco han sacado a la acera una pequeña terraza. En apenas un metro cuadrado caben dos mesas, seis sillas y doce señores mirando al frente, más o menos, uno de ellos chino y dos grandes, con barba blanca y pelo rizado. En verano daba la impresión de que recalificaban a los personajes del barrio. Ahora andan ocupados en asuntos más serios. El chino se enfada cuando no le dejan pagar las copas. El martes discutía con un falso abuelo de Heidi al borde del mediodía.
Ultimamente estoy muy callada. Este noviembre parece una canción de los Beatles.
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