lunes, 31 de enero de 2011

I'll read the book.

paco poyato_nick garrie_6

Cuando los focos se encienden al otro lado del escenario no hay nada. Solo la lista de cosas que nunca se olvidan y todo lo que quisieras decir. A veces algún recuerdo: una cocina pequeña, un sofá cama y la noche en que probaste un acorde y escribiste aquella letra. Poco más. El miedo a que te tiemble la voz y esa ingravidez en la que te dejas caer cuando escuchas el primer aplauso.
"I close my eyes when I'm singing, but I can hear you".
Antes de que lo reformaran, cuando el círculo polar ártico se quebraba y enviaba un pequeño glaciar que permanecía escondido tras el telón, a los acomodadores les gustaba contar que Caruso cantó aquí, en este teatrillo de provincias. Ahora, después de este Tanned Tin, los de esta ciudad-dondenuncapasanada- podremos contar que un sábado de enero hasta los técnicos de sonido lloraron con Nick Garrie.
No puedo ni me atrevo a hacer ninguna crónica del concierto. Hay demasiadas emociones mezcladas y sería una torpeza intentar diseccionar alguna. Resultaría una fotografía muy pobre- desenfocada, movida- de lo que realmente sucedió. Además, los de nomepierdoniuna han escrito una reseña deliciosa sobre la actuación de Mr.Garrie y creo que no se podía decir mejor. La encontraréis aquí: http://www.nomepierdoniuna.net/2011/01/30/tercera-noche-de-conciertos-las-arrugas-les-sientan-tan-bien/.
No obstante, para los que no conzcan la historia de Mr.Garrie basta decirles que su disco "The nightmare of JB Stanislas" está rodeado de leyenda. Editado en 1969, ha permanecido casi cuarenta años en silencio, medio olvidado en el cementerio de los discos malditos y ha sido gente como los de Elefant records, BMX Bandits y Teenage fan club los que han puesto en su sitio a este  songwriter elegante y honesto. Además Garrie ha estado de gira la última semana por esta nuestra comunidad por "culpa" de la osadía de  un niño listo y valiente, Gonzalo Bobo. Gonzalo le llevó a Valencia el jueves, donde acompañado de los chicos de Serpentina dió un concierto exquisito, como un trocito de playa de Saint Tropez. El viernes estuvieron en Murcia y por fin, el sábado, Nick Garrie hacía que el teatro temblara. Durante los cuarenta minutos de su actuación todos teníamos ese nudo en la garganta que no se deja explicar.
La tercera canción fue "Can I stay with you? " Yo cerré los ojos y creí que sobrevolaba el patio de butacas.
"I'm Nick Garrie, and I'm still alive".
Lo sabemos Mr.Garrie. I'll read the book.
No lo olvidaremos.

miércoles, 26 de enero de 2011

Una rana en la garganta.

Le gusta peinarla. Ella tiene los hombros llenos de pecas y un biquini muy pálido, descolorido por las olas. Él esconde su timidez detrás de una guitarra. Apenas han cumplido veinte años. Duermen en una pensión en la que se resisten a cambiarles las sábanas, pero hay noches en las que se quedan abrazados en las playas de Saint Tropez . La luna ilumina las terrazas de los bares donde él toca. Ella le espera, sonriente, en la mesa más próxima al escenario. Después se pierden por los callejones y se susurran palabras que saben a lluvia. Comparten cigarrillos y maleta. Él nunca ha conocido una mujer tan sabia y a veces, cuando está dormida y él, con mimo, la peina, siente  que una rana le oprime la garganta.

lunes, 24 de enero de 2011

Sinestésica honeysuckle

Mi lunes amanece 15-4825, con las sensaciones aún frescas atesoradas desde el viernes y la certeza de que hay tanto por hacer, por escribir que este 2011 es un viaje en barco. No obstante, recuerdo la desazón de los pagos e ingresos, que la Generalitat no nos paga (ni piensa pagarnos) los turnos de oficio al menos proximamente y que no existe en mi colectivo insolidario alguien que se atreva a sacar las uñas como César Cabo. Improcedente su huelga de controladores, cierto, pero ya nadie les tomará el pelo. A los abogados no nos sucede así. Cada vez que termino una asistencia en el juzgado me siento la hormiga más pequeña de todo el patio: si salen bien las cosas es que la verdad triunfa, si salen mal, claro, como soy de oficio se supone que recojo las sobras que dejan los buenos abogados, los de verdad y que no me esfuerzo. No me esfuerzo nada, oigan: en seis meses he salido de la cama a las tres, a las cuatro y a las siete de la mañana; he defendido dos violaciones a coste camiseta de Zara ; he subido a la cárcel más de nueve veces y puedo hacerles un tour por las nuevas instalaciones de la comisaria si no han quedado para merendar esta tarde. Eso sí: he dejado sin rellenar dos de los cuatro formularios- carpetillas que me obligan a interrogar a mi cliente tras las declaraciones. No sirvo para funcionaria: ni he conseguido averiguar sus rentas, ni me he colado en sus sueños. Debe ser por eso que no he superado la última prueba de esta jinkana. Podría caminar descalza sobre brasas los días en los que estoy de guardia, descolgarme del campanario en jabalina para que la policía nacional me enseñe un atestado, traficar con limas dentro de bocadillos en los calabozos de la guardia civil, pero sin esos formularios no soy nada. De ahí que el decano de mi colegio de abogados piense que debo reflexionar sobre el turno (bonito eufemismo para, una vez más, no mojarse) si medito un poco más pagaré al conseller de Justicia una indemnización por dejarme ejercer como allymcbeal de provincias. Mi profesión tiñe el lunes de 18-1235, tan russet.Og.
Sin embargo, es una temporada intensa y se suman los planes en mi carrito de la compra: empezamos con el tannedtin que ya se nos echa encima (el jueves 3, 2, 1...ya!), nick garrie me secuestrará el sábado (este hombre me pone honeysuckle cada vez que me susurra lo de "love in your eyes", 18-2120 ronroneo) y ya en febrero imagino que conseguimos escaparnos a Joy Eslava para cerrar la gira de unos Love of Lesbian que aún me escuecen. Sé que no faltaré a mi cita con la Rossenvige en el Four Seasons, zapatos o no de Prada, pero tan variable como el tiempo como ella se proclama (me too, miss R. de mayor quiero ser etérea y silver peony, like U 12-1208). Yo iba a metaforearme con las borrajas y ella habla de la aurora boreal, es lo que hace haber celebrado la nochevieja en el Village y no en el Downtown como servidora. Servidora de la Generalitat y de Ud, miss R. Cómo no.
Aterrizo en blogs nuevos que me inquietan, entre ellos el de Sergio del Molino (regatta, 18-4039) que desayuna café con talento, magdalenas con perspicacia; almuerza bocadillo de superdotado, con cocacola de chico listo; come borrajas (él sí, del Molino seguro que sí) rehogadas con el léxico fácil, la frase que se escapa dentro del vaso de agua y día a día me azota con un "Oh" de sorpresa y envidia. Para colmo de males me remite al de su colega Alberto Olmos, quien me plantea un dilema moral, por qué tiene él más talento que Javier Marías, algo que me toca de cerca, no por Marías, que sigue en su casa de la Villa, ganando premios sino por el complejo- el mío- de no haber conseguido nada por mí misma al haber sido "hija de". "Hija de un buen abogado de provincias" nada más, pero mi Atticus Finch particular. Según la tesis de Olmos- y algo de razón tiene- mi conocimiento pasivo, el adquirido por cuna, mesa camilla y sábados de "¿dónde está papá? en comisaría, de guardia" es el 75 % de mis méritos. El resto, mi conocimiento activo- la puta carrera en Pamplona, la práctica jurídica y las broncas con jueces, funcionarios, traficantes, compañeros, estafadores y policía por no respetar el ordenamiento- es el resto. Menos es más. Reconozco a un selfmademan a la legua. Lo huelo. Por mi complejo de Electra- Silver Cloud 15-4502- son una debilidad, vayan encorsetados en un traje de chaqueta o escondidos en unos vaqueros verdes plastidecor a mí me enloquecen. Pero eso no significa que no admita que el talento es talento, venga de donde venga, de Paris Hilton exijo más que de Belén Esteban, pero la genialidad se agradece, sea de Javier Marías como de mi admiradísimo- 15-3087, lavender- Muñoz Molina cuyos veinte consejos (Bobelia el sábado pasado) son para llevar tatuados en la piel. Aunque se proceda del barrio de las tres mil viviendas. Aunque desayunes en el Mallorca de Serrano.
Clasismo (por abajo, por arriba y hasta por los laterales), cromatismo y miles de ideas pendientes para el 2011. Re-decoran el Casino de mi ciudad, y a mí, que localizo todas mis novelas sin escribir en sus torres me entran ganas de hacerme- no pongan el grito en Max Mara y me llamen Pija- socia. No pretendo ser élite de nada, ni siquiera conocida en mi barrio, solo quiero verlo continuar y esconderme en su biblioteca, al final de alguna mañana, para observar la nube de colores que como una seta química envuelve este pueblo con tram.
Lo hago para entender mi sinestesia mejor.
Les veo ya de todos los colores, ay.
Que vaya bien el lunes. Publico entrada coral rose.
Así, 15-1349. Sin más.

domingo, 23 de enero de 2011

El síndrome de Goldfield.

Aloha.
Diecisiete días sin escribir un post.
Dos semanas repitiéndome que- como el marino de Mishima- había perdido la gracia del facebook (el marino perdía la del mar, pero después de todo lo que está moviendo la red de Zuckerberg, yo no dudo de la inmensidad de este océano ni de la longitud de su horizonte).
Nueve meses en el turno de oficio.
Quince años sin escuchar compulsivamente a los Beach Boys.
Y esta tarde, por culpa de una de esas películas de domingo entre las mantas, mis lagrimones caen sobre los suplementos de los periódicos, bailo descalza por el comedor- al ritmo del limbo rock- y pienso cuánto me equivocaba al tomarme en serio (son tantas que no las puedo contar).
Todo eso de golpe.
Además se me ha borrado el esquema de lo que quería escribir.
Tres lagrimillas desdibujan las teclas.
Mi blog es un bluf.
Pero podría contarte la película de esta tarde de un tirón,  con cada uno de sus colores y sería capaz de repetirla frase a frase. Debo ser idiota.
Mientras, concluyo:  enero huele a vainilla o al agua que rompe un velero recorriendo la polinesia.
Badilai, arupa-ei.
Quiero ser tan adolescente como Drew Barrymore. Como lo es la niña de las coletas de ET- dos películas que marcaron mi infancia: "ET" y "El lago azul", maldita Brooke- en "50 primeras citas". Lo sé: no es cine clásico. Ni dogma. Ni Moretti. Ni Berlanga. Ni David Lynch. Ni Wong Kar Wai. Tampoco Bergman. Y qué. 
Cómo me gustan las cosas que me emocionan sin que lo haya leído en un manual. Las sorpresas.
El brillo en los ojos que solo despierta la primera vez.
Sé quién eres.
Salir corriendo.
Otra primera vez.
Hace años, en versión española, ví una película en la que Miguel Ángel Solá interpretaba a un enfermo mental recluído en un sanatorio con un síndrome parecido al de Korsakov (¿o era el de Korsakov?). Se llamaba así :"Sé quién eres". Por culpa de un trauma la memoria del argentino había quedado detenida años atrás y solo duraba unos minutos. El tiempo exacto que tenía una ilusión. La pantalla estaba llena de grises porque transcurría en Galicia (este detalle es importante, ya veréis por qué) y hasta la piel del actor carecía de brillo. Sin embargo, de repente la trama iluminaba todo (hasta la lluvia del norte) cuando llegaba una psiquiatra al hospital- Ana Fernández, con coleta- y Mario, el enfermo con lagunas en la percepción, se enamoraba de ella. Entonces los ojos de Solá emitían un destello intensísimo y con una voz que parecía arrancar del estómago le confesaba, así, sin venir a cuento:
"Sé quién eres".
Ana Fernández temblaba, bajaba la cabeza y con mucho miedo (el mismo que sentimos todos al ser descubiertos, reconocidos) sonreía. Seguía su visita médica por el sanatorio y la imagen se oscurecía. Solá la perdía de vista y la olvidaba. Quedaba sumido en la negrura, donde no existen palabras como escaleras. Al cabo de unos minutos la encontraba de nuevo y se convertía en el conde de Montecristo, escapaba de la prisión de su cerebro y sentía el vértigo del enamoramiento.Volvía a mirarla a los ojos y con todas sus vísceras en la garganta le repetía: "Sé quién eres".
Solo eso.
Desde aquella película mi fórmula matemática es la siguiente:
"Sé quién eres"=  adn del amor.
Amor= reconocimiento.
Reconocimiento=viaje.
Viaje=salto-miedo.
Te he reconocido. "Aunque fueras un pez", como escribía Esther Tusquets. Te reconocería en cualquier parte. Y esa certeza me asusta.
En la película de esta tarde Henry (Adam Sandler) se enamora de Lucy (Drew Barrymore, con nombre de balancín y limonada) pero ella sufre un accidente y le olvida por un síndrome ficticio que llamaron "síndrome de goldfield" (el camino amarillo que nos llevará a Oz), por lo que él decide que ella se enamore todos los días de él hasta que le recuerde. Henry inicia un viaje todas las mañanas con un destino: conseguir que ella le reconozca, que venza sus miedos. Repetir hasta el infinito esa primera vez.
Drew Barrymore desayuna gofres: con las sobras hace tiendas de indios. Él se inventa mil trucos para llamar su atención. Construye puertas giratorias con palillos para sus tipis. Cada mañana cuando la aborda y finge sorpresa detrás de una camisa hawaïana inventa una primera vez. Ella siempre lleva la misma camiseta fucsia.Hasta que un día recuerda.
Le reconoce y tiene miedo.Por eso, se aleja.
Sucede algo parecido en la película de Solá, aunque esta parta de la situación contraria y  que algo es muy similar también a lo que le ocurre a Jim Carrey en "Olvídate de mí", cuando se empeña en mantener vivos sus recuerdos en el interior de Kate Winslet.
Cuando alguien toca nuestro "interior" sentimos miedo.Es difícil decirlo, pero asumirlo cuesta más.Fijénse, esta tarde en la que he bailado a los beachboys sin sentido del ridículo me cuesta encontrar la palabra justa para señalar ese hueco. No me sirve solo "la memoria" y a veces, no le encuentro suficiente espacio en "el corazón". Me pregunto dónde se guardan las emociones (ask punset, pleaseeee; él afirmaba que en el cerebro, si no recuerdo mal) y por supuesto, quisiera saber si existen, en esa especie de planeta interno- un marte rojizo orbitando alrededor de nuestras costillas- diferentes capas de percepción: una para el afecto- sial- otra para el cariño- sima- y tal vez alguna para algo más descarnado, el amor.
"Me besaste hasta el núcleo" suena fatal.Y sin embargo.
Mójense y mándenme cincuenta maneras de describir el primer beso.O de la primera vez que hiciste (hicieron: más de dos son ustedes) el amor.
Cuéntame cómo.
A mí me falta lenguaje. A veces escondo esa zozobra tras una canción.O la recupero entre las manos.
Tiemblo con ese código genético.¿Dónde se encuentra?¿Cómo se llama?¿Qué podemos hacer para recuperarlo?
Aloha.
Orsai.
Sostengo en mi regazo, mientras escribo, el número uno de la revista Orsai. Los reyes magos se liaron con las copas la noche del Roscón y olvidaron dejar un paquete en mi casa. De ahí mi natural mosqueo con los tres funcionarios. A ver. Mi agnosticismo tiene sus límites, no me jodan, por favor. Pero afortunadamente lo han reparado y hace dos días-tachánnnn,en primicia, y gracias al espíritu de sus redactores también disponible en pdf- dispongo del primer ejemplar de lo que parece ser un vicio: la revista Orsai. Basta con pulsar aquí para sumergirse en este jardín de las delicias del 2011: http://orsai.es/n1/.Pero debo reconocer que para fetichistas como yo el papel es otra cosa. Pero, ajá.
Papel rima con piel: algo significará.
Los argentinos jugaron conmigo desde el principio. Ya en la editorial proponían una perversión: oler la revista. Zambullirse en el papel. Leer despacio como si nos hubiéramos quedado sin oxígeno. Así decían los muy tramposos:
 "En el fondo, y con la mano en el corazón, no tiene sentido que hayas comprado esta revista. Pero ya que hiciste el esfuerzo, que te sirva para algo acercà la nariz y pasá el pulgar por sus páginas. Si el aire te devuelve un olor, mezcla de celulosa y de tinta, presta atención a ese olor. La primera o segunda vez que huelas la revista no vas a sentir nada, ninguna emoción...[] Ojalá que cuando pase el tiempo y huelas estas páginas- que estarán ajadas y viejas-el olor te recuerde que había cierta honestidad en el aire, y que se podía soñar con una revista. Que te recuerde una época, muy intensa y rara, en la que diez mil ochenta veinticuatro lectores se comunicaron con alegría. Sin nadie en el medio."
Yo lo hice y me atrapó ese olor.Era cierto, lo es.Es una época muy intensa, muy rara.El comedor huele a jazmín, mi habitación a vainilla.No dejo de repetirlo. Ayer pasé el pulgar y el índice, la palma de la mano entera por sus páginas; acaricié el estudio de AFM sobre uno de mis mitos, Henry Darger, el hombre que escondió una epopeya del cielo en un sótano; temblé con los dibujos de Horacio Antuna. Llevo dos días aprendiéndome sus páginas con la  misma ilusión con la que observaba mis cuentos infantiles. Me dormí la siesta abrazada a ella. Hoy me la he llevado al Voramar, para el desayuno.
Al final de la mañana he vuelto a caer en su juego y nos he fotografiado: el sol, la revista, un cactus, las gatas (he conseguido que posaran las dos), el trozo de mar que se atisba desde mi balcón y el frío de un domingo de enero.Mi imagen,congelada dentro de una caja de pizza (los de Orsai tienen un horno de verdad, para que no falten cuatro estaciones en sus sobremesas),ha viajado para allá. En un click ha cruzado el atlántico.
Me deslumbra pensar cómo conviven dos sensaciones tan dispares en doscientas  y pico páginas:
- La inmediatez de esta actualidad.
- La eternidad del olor de un libro.
Me cortocircuito de la emoción.Vuelvo a ese código genético.
 Así comienzo un viaje de presente, sin peso, por un camino de baldosas amarillas. Sé que no voy a olvidar ese sitio en el que guardo la primera vez. Llevo mis zapatos rojos. Me esperan mañanas de juzgado y pasillos. Y sin embargo,  viajo en busca de otro color, de un azul casi luz, como en la canción de la Costa Brava.Es como dormir en el techo.
Aloha con suspiro.
No sé si los de Pantone tendrán el código de ese color.







jueves, 6 de enero de 2011

Carta a un desconocido

De madrugada y solo de vez en cuando, alguien deja cartas en mi terraza. Me escribe el desconocido en sobres blancos, con papel rugoso, de aquel que se guardaba en los cajones de las escribanías. Se cuela ese tipo por debajo de la persiana, con sonrisa de dinacuatro y me susurra al oído historias de trenes que cruzan desfiladeros cubiertos de nieve o de jaimas en las que me limpiaba los ojos mientras alguien leía los rubbayat. Se mueve por mi casa amparado por la oscuridad y con la certeza de que yo nunca llamaré a la policía. Me pregunto si es que disfruta viendo cómo me despierto sobresaltada o si prefiere acariciarme  cuando tengo la carne de gallina.
  El hecho es que, de madrugada, sin calendario ni aviso, viene, se hace papel y después, cuando quiero abrazarle, se va. Sin remite ni posibilidad de que le acuse de provocar mis ganas, ni siquiera las de recibo. 
  Ay.
  No deja niguna huella el maldito fantasma, el invisible correo del zar.
 Ultimamente con el invierno me escribe poco- será que le da pereza subir hasta un sexto, preferirá torres más bajas- pero a menudo, cuando salgo en su busca,  tras el colacao y los bostezos, encuentro sus  mensajes escondidos entre la tierra de las macetas, clavados como aviones de papel en aterrizaje fallido. Con su carta entre las manos y en pijama o camisón pero siempre descalza, corro de vuelta a mi castillo nórdico, cierro los ojos y le leo con los labios, como si su caligrafía imprimiera un nuevo brayle que descifrar con besos. 
    Ya entre sus frases, me pierdo de su mano por el desierto de Atacama. O viajamos en diligencia hasta el pueblo más recóndito de Arizona y nos emborrachamos con chupitos de bourbon. O me cuenta que una tarde, con los pies colgados sobre el océano, en el Malecón de la Habana, me echó de menos y fue tan grande el hueco que pensó en subirse en el primer barco que le  trajera hasta mi terraza. Mientras le escucho, me arrugo y me lo creo. Como es natural, me fundo, me vuelvo mantequilla allí donde él coloca la fecha de su escrito- esquina derecha superior, justificada, sin lugar- y entonces él se aleja con puntos suspensivos. Hay que joderse con la ortografía. Hay que erradicar ese signo de indefinición. Tendrá la textura de la brisa- un punto, dos, más allá- pero mi corresponsal siempre los utiliza para no morderme el ombligo.
Otra vez "ay".
Ayay.
 El fantasma jamás usa una fórmula de cortesía en el encabezamiento, ni se entretiene con un saludo. No firma, no promete volver y ni siquiera gasta inicial. Pero cuando me visita sé que es un cuerpo conocido, que huele a la misma soledad de padres que envejecen y tiempo libre con circuito cafetería-cine-callejón. Me paso las horas intentando reconocer  su letra, a ratos creo q le he descubierto en una "a" o en el punto de la jota, pero siempre hay un quiebro, un temblor en su mano que me desconcierta. Aún así le imagino debajo de un flexo o en la humedad de una habitación al final de una escalera, unas manzanas  más allá del Parlamento en Budapest. Se ha encontrado en el rellano con una anciana que es su vecina. Le ha prometido que mañana pasará a visitarla y probará la torta de estufa, cuyo nombre no sabe cómo pronunciar, Kürtöskalács. Suspiro y sé que tiene las manos tibias.Lo sé por la forma en que utilizan mi nombre, lo adivino por las ganas de querer que destilan. 
    No tengo baúl en el que guardar su correspondencia. Sus palabras se me quedan pegadas a la camiseta, clavadas en el esternón y no puedo separarme de ellas. No es fácil vivir con una saca de amor epistolar a cuestas. A ratos, mientras cocino o relleno formularios, escucho su voz y me ahoga lo que dice. Habla como los narradores de las películas  y al oirle siento una repentina nostalgia. Añoro las noches en las que viene a despertarse conmigo y su ausencia hace que se me corten las salsas o que llene de borrones las casillas del impreso. Así hasta que vuelvo a casa tachada con una equis. Entonces busco en el buzón y no está. Busco en gmail y me devuelven los correos por destinatario desconocido. No puedo dormir y para engañarle finjo que doy vueltas con la luz apagada.  Me levanto sonámbula con cada golpe de viento, creyendo que voy a descubrirle con la escalera de cuerda en el hombro, entre el cactus y el ciprés. Pero no. Tal vez me esté observando, porque en esos momentos, cuando más le necesito, él huye. Pasan semanas de silencio. De facturas y hojas secas sobre el suelo de pizarra. Poco a poco se desvanecen los viajes, se apagan los volcanes polinésicos y nadie emprende la ruta de la seda por mi espalda. 
Triple ay mortal. Sin red.
Ayayayyyyy.
Toxicómana de tinta dura y sin un mal esemese que llevarme a la vena me despierto, me quedo en blanco, me voy a trabajar, me amarilleo, me hago una pelota y acabo por lanzarme- sin puntería- a la papelera.
Me declaro analfabeta en todos los sentidos.
Por todos los sentidos.
Por eso,
si,
 a veces,
 a mi terraza,
 llegan cartas
me pongo cursi,
me quito las medias
y escribo a un desconocido
que deja tras sí
una estela de vainilla.



Ps: acuarela de Lara,
su link http://espejoyagua.blogspot.com/ merece la pena el viaje.

martes, 4 de enero de 2011

Lope





"Desmayarse, atreverse, estar furioso,



áspero, tierno, liberal, esquivo,


alentado, mortal, difunto, vivo,


leal, traidor, cobarde y animoso:




no hallar fuera del bien centro y reposo,


mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,


enojado, valiente, fugitivo,


satisfecho, ofendido, receloso:




huir el rostro al claro desengaño,


beber veneno por licor süave,


olvidar el provecho, amar el daño:




creer que el cielo en un infierno cabe;


dar la vida y el alma a un desengaño,


¡esto es amor! quien lo probó lo sabe."




Lope de Vega


 

Punto bobo, punto de arroz y punto pelota.

Bueno, pues si ellas no lo cuentan lo anuncio yo, en plan "avance informativo": ayer se creó el primer club de calceta de castellón, reunidas en Junta Miss Barberá (miss B) y Miss Vanesilla (miss V), frente a un bloodymary y una cerveza. Como es lógico, ante semejante iniciativa que colma todos mis anhelos de mesa camilla, silla de enea en la puerta de casa del pueblo y agujas sobresaliendo en el Gucci de los años setenta, aplaudí con manos, pies y pestañas.  "La internet - como decía la madre de una conocida- te da sorpresas". (A ella le dió sorpresas y un nieto, porque su hija- muy al principio cuando estaba mal visto lo del chateo y creíamos que detrás de todos los tipos se escondía un psicópata de Ohio- conoció a un argentino y se fue a verle al mismísimo Buenos Aires; le contó a la madre que se escapaba a Morella (a sesenta kilómetros del brasero familiar) y cuando la llamaba, hacía todo un catálogo de efectos especiales: ventisca, tormenta de nieve, alud, etc...para hablar lo mínimo y que a nadie se le escapara un "Ché, dáaale" de música de fondo. Regresó de su escapada rural bronceada y con fotos del Perito Moreno, a los quince días y con una ligera hinchazón en el vientre. Fue confesando por partes, y la madre, que aún no había visto el "diario de Patricia" tuvo que ir asimilando los cambios con calma y agua del Carmen. De ahí la famosa frase, la internet- como si fuera la Virgen del Pilar- te da sorpresas. Y paréntesis eternos, añado yo, disculpen la interrupción, pero he perdido el hilo.)
 Andábamos en lo de la internet para explicar la causa. Regresemos al principio, deshagamos lo tejido. Ayer me reuní con miss B y miss V, blogueras de Villa Destarifo, un lugar insólito en Castellón, en el que se juega al criquet, se cocinan creps y se escucha a the New Raemon. A las dos misses yo las he conocido por la internet, mayormente. Quiero decir que nos habíamos visto y cruzado probablemente miles de millones de veces, como satélites en la estela de Saturno, pero no sabíamos las unas de las otras. A través de un cuento negro q escribió miss B el año pasado llegué a su blog- quiero ser escandinava...- y después apareció por aquí miss V, Vanesita, nos vimos en el concierto de Fran Nixon y bueno, el resto casi parece una canción de Mecano, pero para quitar lo empalagoso diremos que ayer quedamos para tomar una "cerveza risueña". Y se armó el punto y seguido.
    La idea original fue de miss B que amaneció en su blog contándonos que había empezado una bufanda eterna. Yo, que ya llevaba dándole vueltas a la idea del punto con Paula- alongcamePolly- desde hace meses, le sugerí lo dl taller. "Alí donde los otros pongan paddle, nosotras pondremos punto". Cuando a ellos les regalen unas palas, a nosotras unas agujas (con su funda y todo). Miss V añadió. "y peppermint y botella de cava en domingo". Esas frases fueron el comienzo.
   Total, que ya tenemos lugar de reunión- si al Goma no le molesta, quedaremos en Spoonful- y una lista del material: agujas y ovillo; bolsa de tela imposible para guardar nuestras labores; botella de peppermint y nos falta la mesa camilla con su "tapete". Un agujero espacio-kitsch-cuéntame para las tardes del domingo. Miedo les tengo, como me aficione al peppermint no podré ingresar en alcohólicos anónimos por decadente.
   Lo bueno del punto, lo que a mí más me atrae, es q, frente a otras aficiones, esta fomenta la conversación, la creatividad y las confidencias. Además de recoger la tradición familiar, claro está. Yo llevo desde ayer recordando el sufrimiento que implicaba que mi madre copiara los catálogos de lanas estop. Por fuera aparentemente todo estaba en su sitio y mis jerseis eran la leche, pero por dentro, los nudos se multiplicaban y me estrangulaban el codo, parte del estómago o la cadera porque había fruncido demasiado la goma. Además, gracias al punto en casa descubrimos que nosotros éramos daltónicos o percibíamos la combinación de colores de manera distinta al resto. Allá donde el burda colocaba gris y amarillo, mi madre ponía rojo y rosa. Yo feliz me colocaba la creatividad como bandera y fuí una precursora del universo Ágatharuizdelaprada, pero en la tienda de lanas siempre me miraban raro y aunque mi madre era una alumna muy disciplinada jamás nos pusieron de ejemplo. La innovación es una gran incomprendida en este país.
   De momento yo solo aspiro a una bufanda. Una bufanda harrypotter que abrigue las calles en invierno. Hoy buscaré las agujas y una caja de galletas danesas vacía, para meter las tijeras y hacer de costurero. Lo del costurero no tiene nada que ver con el punto, pero también es muy de la época y me estoy zambulliendo en el papel, a lo Stalivnavsky. Cuando empiece a darme reflejos morados en el pelo detenedme, que ya estaré cerca del caos. Pero de momento, sigamos soñando con trapecistas que caminan sobre el filo de una aguja de punto o con princesas que lanzan sus ovillos desde la terraza del ático para que Alberto Amman se haga una escalera y suba el cinco de enero.
   No está mál esto del peppermint. La internet, ya veis, te da conocimientos y sorpresas.



domingo, 2 de enero de 2011

Baile suelto

"Te tienes por muy buena moza
y te falta lo mejor:
   los colores de la cara,
   la vergüenza
   y el honor"

Jota.

Nunca le agradó. Evitaba mirarle cuando se cruzaban en la plaza, le rehuía en la calle Larga y si en misa él se le arrimaba, ella, sin ningún tipo de recato se cambiaba de banco. Él hablaba a gritos, se reía con fuerza y algunas muchachas decían que tenía buena planta. Pero ella se mantenía en silencio. A ella, aunque no supiera explicarlo, le producía repulsión. No sabía muy bien por qué causa, pero su presencia le estrangulaba el estómago y algo más abajo. Sus gestos le parecían resbaladizos, aunque no llegaran a alcanzarla. A veces él se quedaba mirándola, abobado y ella se tocaba el cuello porque pensaba que tenía caracoles dentro de la garganta, agarrándose a su voz.


Una tarde, al volver de la huerta él la esperaba cerca del Caño. Era verano y sus hermanos se habían quedado refrescándose en el río. Las escaleras que subían hacia el pueblo tenían charcos de agua, alguien debía haber pasado por allí antes que ella con prisa, derramando alguna garrafa. Estaba mirando el reguero cuando le descubrió apostado en la esquina, justo en el borde del camino. Ella se abrazó a la cesta de albaricoques que llevaba y siguió andando, fingiendo no haberle visto. Él se colocó delante, impidiéndole el paso y la llamó por su nombre, como si la tratara a menudo y estuvieran hechos a las confidencias. Escucharle hizo que sintiera un escalofrío. Tomó aire y siguió andando, rodeándolo, sin intención de contestarle, pero al pasar por su lado él la tomó del brazo y le dijo que era una moza muy guapa, se mordió el labio y con voz ronca le contó que le quitaba el sentido. Lejos de halagarla, aquellas palabras fueron como si la abofetearan. Los dedos de aquel hombre eran los barrotes de una jaula. "Suéltame" le respondió ella y a él se le escapó una carcajada. Llevaba un palillo entre los dientes y manteniéndola cogida por el brazo la miró de arriba a abajo, a tan solo unos centímetros de su piel, de modo que ella podía notar su aliento y su olor a taberna y cebolla. "Déjame" le repitió y él se acercó a su cuello y la besó, arrastrando la lengua hacia el lóbulo de su oreja. No pasaba nadie por el camino. Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, dejó caer la cesta al suelo y salió corriendo. Se tropezó y escuchó su risa persiguiéndola, hasta que alcanzó la puerta de su casa. La madre remendaba una camisa en el patio y no la escuchó. A la hora de cenar nadie preguntó por la fruta y ella quiso olvidar cómo se le había caído la cesta. Pero tuvo pesadillas toda la noche y la siguiente y la otra.


Dos días más tarde comenzaron las fiestas de las vírgenes de agosto y después de engalanar los balcones para la procesión, su madre sacó las mantillas y los vestidos negros. Cuando se miró al espejo se encontró demacrada y sus ojos tenían un brillo de fiebre. Le temblaban las manos y ese aire espectral le daba una belleza extraña, de otro mundo. Estaban arreglando las flores en la capilla cuando él apareció y se quedó observándola desde la puerta. El corazón se le aceleró al escucharle y se agarró al rosario. Las otras le saludaron, cómplices de sus gestos, y una, más descarada, le dijo en alto: "Ahí tienes a tu enamorado. Habrá que ver a estos dos en la verbena" Todas se rieron y ella no pudo contestar. Sin mirarle siguió colocando en la pica los claveles blancos. Él se acercó y le susurró en la oreja: "Esta noche bailarás solo conmigo” y su olor volvió a recorrerla de arriba abajo. La faltaba el aire, cerró los ojos su manos ásperas debajo de la camisa y se vio, entre cebolla y absenta, echada en la ribera del río, con las enaguas llenas de barro y sus piernas apresándola, corrientes de agua y gotas de sangre amarilla...el incienso, las risas, los albaricoques, el sofoco, las flores, su aliento, las babosas entre sus piernas, su saliva, el cuello, su lengua sobre la piel, la oscuridad, su risa...creyó que iba a desmayarse y, sin embargo, se dio la vuelta y al verle tan cerca, casi pegado a ella, le apartó pero antes le escupió en la cara.

Salió corriendo y el silencio llenó la capilla.
El eco de sus tacones se perdió por la calle Larga.
Una gota de saliva resbalaba por la mejilla del hombre.
Las mozas agacharon la cabeza para no ver cómo la ira se transformaba en odio, en rabia y nadie se atrevió a hablar mientras él se iba y se limpiaba la cara con la palma de la mano.Los claveles blancos estaban pisoteados, pero ninguna de ellos se atrevió a recogerlos y la imagen de la Dolorosa salió medio arreglada mientras ella se desvestía y cerraba su balcón.
Había algo en aquella tarde que marcaba los pasos como si celebraran un funeral. El Olivo, que era muy devoto de la Dolores, rompió a llorar cuando pasó su imagen por delante del cañizo, y no supo el porqué de sus lamentos. Ella escuchó cómo la banda entonaba debajo de su balcón una música triste. Él no apareció aquella noche por la verbena. Cuando la madre regresó de la plaza la encontró acostada en la cama de hierro, con una fiebre muy alta. Sus hermanos no consiguieron que les dijera qué había sucedido en la capilla, por qué no había salido con el resto de las muchachas. Ella se negaba a hablar y ninguna de sus amigas, ni siquiera las que en otro momento se descararon supieron explicarles lo que sucedió. Al cabo de varios días, entró un viento fresco por las ventanas y ella se sintió con fuerzas para salir a la calle, aunque no le gustaba hacerlo sola porque tenía miedo de verle. Por eso trataba de esconderse entre las sombras de los portalones si la mandaban a por agua o imaginaba que se metería por las gateras si él aparecía en el otro extremo de la calle. A su alrededor nadie le nombraba. Las muchachas seguían haciendo corro en la fuente, en la plaza y en el río, pero la trataban con cuidado, como si temieran que ella les recriminara que no la hubieran protegido aquella tarde. Para él, sin embargo, todo seguía siendo igual: continuaba riéndose fuerte, jugando al guiñote en la taberna, manteniendo su apostura de campo y hablando a gritos. Lo único que le distinguía de los demás es que en las vaquillas o en las fiestas, se mantenía distante de las mujeres. Parecía que esperaba, que aguardaba que saliera su presa, porque se apartaba de las cuadrillas cuando ella estaba cerca y observaba sus movimientos de lejos, no dejaba de mirarla desde la distancia. Diríase que estaba siempre vigilante.
Caía agosto y se terminaban las fiestas. La última tarde todo el pueblo se reunió en la plaza para el baile suelto. Los músicos se habían colocado en un pequeño escenario de madera junto a la casa Abadía, y allí, debajo del olmo y sobre el empedrado las parejas se disponían a bailar. El ritmo, un poco más lento que el de la jota, iba mostrando las diferencias entre los mozos. Ella salió a bailar junto a su hermano. Habían aprendido de muy pequeños, cuando la tía les enseñaba en el patio y se pasaban las horas entre canciones de su madre y giros, las correcciones de las mujeres y las historias de los mayores. Ahora, años más tarde, ese día era para su hermano y para ella una fiesta y un orgullo, por poder demostrar delante de todo el pueblo lo arraigado de su familia.
Comenzaban a bailar cuando él apartó a la mujer que cantaba, sin que nadie lo viera porque estaban concentrados en el concurso, los aplausos, las parejas que se apartaban y el júbilo, pero de repente se escuchó su voz. Todos se giraron y vieron como él le cantaba, le cantaba solo a ella que seguía bailando en el centro de la plaza. Él le cantaba con la voz rota , llena de rabia y entre su dolor se escuchó:

“Te tienes por muy buena moza

Las otras parejas se detuvieron y se hizo el silencio. Ella no le veía, bailaba de espaldas a él, pero sentía su voz clavándosele en la nuca

Y te falta lo mejor

La voz del hombre era fuego. Su hermano la miró extrañado, no sabía si detener el baile y acercarse a darle un puñetazo. Ella estaba pálida, más hermosa que nunca, como si recibiera un beso de un fantasma


Los colores de la cara,
La vergüenza,


Las palabras parecían estar arrancándolas de su pecho, como si peleara con ellas. Sujetaron al hermano dos mozos por los hombros, mientras ella seguía erguida, sin perder la elegancia, girando sobre su falda como una bailarina en una caja de música


Y el honor."


Ella se detuvo en seco. Él agachó la cabeza como si le hubieran vencido. La mujer tenía los ojos brillantes y el cabello revuelto. Cogió dos horquillas y se rehízo el moño y se giró para mirarle. Él seguía allí de pie, roto, aguardando su respuesta y entonces ella solo le miró con la barbilla muy alta y lentamente, con todo el desprecio y el asco que durante tanto tiempo había escondido, le miró haciéndole insignificante, un trozo de paja de una porqueriza, nada…y como si fuera una duquesa descalza, cruzó el empedrado entre murmullos y salió de la plaza.
Su hermano fue corriendo tras ella. La dignidad inicial de la joven había desaparecido y se tambaleaba, se llevaba la mano al pecho porque le faltaba la respiración y entre ahogos y lágrimas desandaba la Calle Alta.


- ¿Qué te ha hecho?¿Ha sido él, verdad?¿Ha sido él, verdad? Por eso llorabas la otra noche, dime que te hizo y le mato, dímelo, esto no puede quedar así, dímelo…

Había vuelto a sonar la música en la plaza, todo giraba a su alrededor. A ella le fallaban las piernas, se sentó en un escalón de la casa de su tía y entre sollozos, con la expresión ida miró a su hermano y le dijo:

- No serás hombre si él vuelve a pisar la plaza.

Su hermano la subió hasta su cama en brazos, deliraba, gemía y lloraba. Su tía, ya anciana, que escuchó los gritos bajó a desnudarla. Parecía de cristal: delgada y frágil, temblorosa, con los ojos perdidos y los cabellos revueltos. Se ahogaba, decía que se ahogaba, que le apretaba el pecho. Le pusieron paños calientes, le dieron friegas, poleo, manzanilla y ungüento de eucaliptus, pero no se calmaba. La madre lloraba cogiéndola de la mano y le preguntaba al hijo qué era lo que la tenía así, qué le había pasado. El hijo no sabía qué decir y fue el hermano mayor quien le contó lo sucedido en el baile. Ella dejó de llorar y la casa, poco a poco, se quedó en silencio. Bajaron las persianas, cerraron las puertas para que no llegara ningún ruido del exterior y allí los cuatro-la madre, la tía y los dos hermanos- velaron a la muchacha que temblaba de frío.


A la mañana siguiente, muy temprano, el Olivo limpiaba la plaza cuando le vio aparecer. Venía de la era, con una botella de licor en la mano y una sonrisa de desesperación en el rostro. Tropezó con alguna de las guirnaldas que habían caído en el suelo y al levantarse se quedó mirando al escenario. Estaban solos los dos, el Olivo que barría y él, orgulloso y borracho, recordando su hazaña del día anterior. El Olivo lo miraba con desprecio, pero no fue capaz de decirle nada porque entonces llegaron los dos hermanos y todo fue demasiado rápido. El mayor lo sujetó de los brazos y el pequeño le destrozó la cabeza con la azada. Fueron tres golpes brutales, muy secos que le partieron en pedazos. La sangre les bañó por entero. Y se expandió por la plaza un olor a cebolla, odio, taberna y sesos.


Cuando el Olivo pudo acercarse hasta él, ya estaba muerto.


La plaza se quedó vacía. El Olivo perdió la razón y nunca más volvió a hablar desde ese día. Se quedaron cuidándole sus primas solteras y decían que solo le oían rezar el día de la Dolores cuando la imagen pasaba por delante de su casa. Y que entre frases sueltas, sin mucho sentido, pedía por el alma de ella, que lo mató.

sábado, 1 de enero de 2011

La última página del primer día del año.




"Es curiosa, la carrera de una mujer. Las cosas de las que te deshaces para ir más rápido.Olvidas que volverás a necesitarlas cuando vuelvas a ser una mujer. Esa es la carrera que todas las mujeres tenemos en común, nos guste o no: ser mujeres. Antes o después debemos poner gran empeño en ello.Da igual qué otras carreras hayamos tenido o deseado. Y, bien considerado, nada sirve de nada a menos que puedas alzar la mirada antes de cenar o dar media vuelta en la cama y verlo ahí. Sin eso no eres una mujer. Eres una oficinista de provincias o sales en todas las revistas.
Pero no eres una mujer.
Telón lento y final."

"All about Eve", Joseph L.Mankiewickz


ps: aconsejo escucharlo y leerlo, si es posible, con un martini muy seco, los prejuicios sexistas en el cajón y traduciendo, en la medida de lo posible, la confesión a la soledad que todos sentimos. Al miedo que nos da reconocerlo.
Solo entonces- creo- cobra un brillo inolvidable esa voz grave en mitad de una carretera invernal.