Del verano, por aquí, solo se tiene una silenciosa noticia. Un runrun constante que ni con nembutal se aplaca. Un llevar a alguien a galligotas y llevarlo a todas partes: desde el primer paso de la mañana, hasta el tropiezo nocturno, ya con murciélagos de cóctel en las farolas.
Al mediodia las calles parecen pasillos de cuidados intensivos. Las voces se entornan, los ojos hablan flojito. De repente se te aparece un oasis y te da por pedir una caña o unos boquerones en vinagre - por qué el calor llama al vinagre, ¿hay algún médico en la sala?- para ver si te teletransportas al chiringuito. Pero no al cercano, sino al de Caños de Meca, o al de playa Papagayo para bañarte en verde turquesa, o mejor aún el del Caribe, allincluded: pulserita, viaje, conocidos, daiquiri, mosquitera, buceo, siesta.
Sobre las ocho de la tarde abro la bolsa de pipas y descuelgo las piernas por el balcón. Sopla un poco de brisa que comienza a perfilar los edificios. Las bolsas de pipas eran la panacea de la infancia: se mataba el aburrimiento con la sonrisa del chef de Churruca. Me he leído cuatro libros en cuatro días: "Diario de un ama de casa desquiciada" de Sue Kafman (Libros del Asteroide), "El cuento de nunca acabar " Carmen Martín Gaite (Siruela), "El perfume del hielo" Yoko Ogawa (el Funambulista), "Últimas dos horas y cincuenta y ocho minutos" Miguel Ángel Maya (Lengua de trapo) y ahora dudo si meterme en vena otro de Chaves Nogales o darme al " Mundo maravilloso" de Javier Calvo. También me espera Herta Müller- "La piel del zorro" y "La chica de seda artificial" de Irmgard Keun ( editorial minúscula) y un cuento que comencé en el tren sobre los niños raros, esos que, como yo, crecimos de espaldas al verano.
Solo faltan unas horas para las vacaciones.