jueves, 29 de julio de 2010

La bolsa de pipas

La tentación debe vivir abajo, en Zihuatanejo, México. En Castellón, por estas fechas, de eso que llaman pecado no queda nada. La ciudad se ha dormido, sus habitantes han emigrado doce kilómetros y solo la pueblan, al caer la noche, fantasmagóricas presencias que viven en la frontera de la realidad y el olvido.

Del verano, por aquí, solo se tiene una silenciosa noticia. Un runrun constante que ni con nembutal se aplaca. Un llevar a alguien a galligotas y llevarlo a todas partes: desde el primer paso de la mañana, hasta el tropiezo nocturno, ya con murciélagos de cóctel en las farolas.

Al mediodia las calles parecen pasillos de cuidados intensivos. Las voces se entornan, los ojos hablan flojito. De repente se te aparece un oasis y te da por pedir una caña o unos boquerones en vinagre - por qué el calor llama al vinagre, ¿hay algún médico en la sala?- para ver si te teletransportas al chiringuito. Pero no al cercano, sino al de Caños de Meca, o al de playa Papagayo para bañarte en verde turquesa, o mejor aún el del Caribe, allincluded: pulserita, viaje, conocidos, daiquiri, mosquitera, buceo, siesta.
Sobre las ocho de la tarde abro la bolsa de pipas y descuelgo las piernas por el balcón. Sopla un poco de brisa que comienza a perfilar los edificios. Las bolsas de pipas eran la panacea de la infancia: se mataba el aburrimiento con la sonrisa del chef de Churruca. Me he leído cuatro libros en cuatro días: "Diario de un ama de casa desquiciada" de Sue Kafman (Libros del Asteroide), "El cuento de nunca acabar " Carmen Martín Gaite (Siruela), "El perfume del hielo" Yoko Ogawa (el Funambulista), "Últimas dos horas y cincuenta y ocho minutos" Miguel Ángel Maya (Lengua de trapo) y ahora dudo si meterme en vena otro de Chaves Nogales o darme al " Mundo maravilloso" de Javier Calvo. También me espera Herta Müller- "La piel del zorro" y "La chica de seda artificial" de Irmgard Keun ( editorial minúscula) y un cuento que comencé en el tren sobre los niños raros, esos que, como yo, crecimos de espaldas al verano.
Solo faltan unas horas para las vacaciones.

miércoles, 28 de julio de 2010

Dos días.



Dos días para que empiece el verano:
bolsas de pipas
bicicleta
tres libros del Asteroide
las imágenes del Mundial
un bañador (años veinte) de rayas para la piscina
zuecos de tacón
la receta del tabulé
chanclas
cangrejeras para saltar entre las rocas
cincuenta páginas libres en la moleskine
páginas de viajes por internet
dos sueños con tardes polinésicas
siete siestas
paella, tinto de verano, croquetas
peñíscola y d'tapeo
cintas de LCB, Los planetas y Manzanita para el coche
una sandia por si me invitan a una fiesta
la falda de tul
Kerouac, Kafka, Umbral
el hueso de la cadera que ya salta
pisco-sour,
novela gráfica
mojito en la terraza
fases lunares,
colchoneta
mosquitos
boquerones en vinagre,
cita en el Eurosol,
escapada a un hotelito rural,
ruta verde,
la verbena de la Dolores,
una peli al aire libre,
partida de minigolf,
chicles del ranchito,
álbumes de cromos,
carreras de chapas,
colección de hormigas,
gintonic de seagrams,
banderas (rojas forever),
tumbona,
nombres y teléfonos,
borramos los silencios,
si no estás, es porque no quieres
si estás te invito:
colajet o drácula
sesenta abrazos
sesenta besos
nueve amigos
verano,
a dos días de mi maleta de rayas.

miércoles, 21 de julio de 2010

Un balcón para la última serenata.





"Ya ves, soy un loco y son más de las tres,
ya sé que está mal romper ventanas de un bloque
para encontrarte y decirte "no habrá más reproches".

Intento mostrarte que lo mío es real,
quise alquilar un cantante de peso
y, la verdad, me asusté al leer esos precios.

No serás capaz de odiarme,
tan sólo quería ilustrar
que quiero arriesgarme a conocerte
porque el miedo al fin cayó, al fin cedió.

Tú mira hacia abajo, llevo una banda especial,
doscientos sonámbulos que silban de miedo,
flautistas morenos y seis timbaleros, dos mancos
y espectros de noche que encontré en la ciudad,
como este anormal con un didgeridoo negro,
mal ventilado y peor de los nervios que yo.

No serás capaz de odiarme,
si lo he empeorado aún más
que bajen tus labios y me callen,
sino empezaremos a silbar.

Por si alguien aún duerme,
incendios de nieve y calor, calor,
a veces te pasas, incendios de nieve y calor, calor.

Y al parecer nos sienta bien pelear,
justo al contrario, fortalece más.
Supera esto, no serás capaz,
supera esto, no serás capaz,
no ..."

"Incendios de nieve", Love of Lesbian 1999.

martes, 13 de julio de 2010

Y ahora qué.

"Los pies de la hierba
con las uñas pintadas.
Todos los insectos volaban con máscaras,
hacían equilibrios en bigotes de roedor.

Una alegre fiesta en un claro del bosque,
una alegre fiesta en un claro del bosque. "





"Vicente Del Bosque", El Niño Gusano, 1996.


Madrugo mucho, pero por puro vicio. Me pongo el despertador a horas que no se cuentan hacia atrás y disfruto del fresco del principio. Es la única forma que he encontrado para engañar al verano: darle la vuelta. La felicidad esa que utiliza como propaganda a mí me deprime. Si no llego al umbral de la alegría de los anuncios de Estrella me siento una fracasada. No suspendo en junio, sino en julio y agosto, que es peor. Los exámenes de recuperación me esperan en la siguiente convocatoria, por navidad.
Pese a mi abulia estos días he disfrutado mucho con la fiesta del mundial. Ahora que todas las repeticiones lo están volviendo aburrido y cansino yo lo echo de menos. Tengo nostalgia de los nervios que hemos sufrido. De los mensajes por móvil compartiendo la alegría de Casillas o de Iniesta. De los cotilleos de algunas crónicas, y de la elegante manera de contar de otras.
Lo único q no echo en falta son las lecturas políticas del triunfo. Es más, a estas alturas me ofenden. No quiero tener que dar una explicación sobre mi voto cada vez q España juegue al fútbol. No quiero buscar tres lecturas en por qué se le ha llamado "la Roja" ni me apetece decantarme por la camiseta roja o azul- me gustan las dos, pero la roja es la que recuerdo como nuestra de toda la vida y por eso me identifico con ella- ni necesito que me recuerden cuántos jugadores del Barcelona hay en la selección. Estoy cansada y aburrida de esas ganas de provocar enfrentamientos incluso en los momentos más dulces. En Barcelona se celebró tanto como en Albacete la victoria de la selección y salvo que todo cuanto vemos sea ficción, como en "El Show de Truman" las banderas rojas y amarillas han colgado de los balcones en cualquiera de las comunidades autónomas.
Que yo sepa ni Zapatero ni Rajoy estaban convocados. Tampoco Rosa Díez, así q un poco de calma. Que bajen la voz los que han desempolvado los gritos de otras guerras y el disputado voto del señor Cayo en el Estatut. Que ahora no tienen la palabra. No es su turno. Por una mera cuestión de respeto y de salud mental (alegría pura y dura, no más) deberían dejarnos celebrar. Con el color y la camiseta que quisiéramos, pero disfrutarlo, que hablamos de fútbol, solo eso.
Una alegre fiesta.
"Vicente Del Bosque".
Durante quince días he llevado esa canción en la cabeza (lo siento por "Nunca ganaremos el mundial" de la Habitación Roja, pero la verdad es que me gusta ver que ha fallado su augurio triste) y la noche del domingo al lunes, mientras volvía a casa en el coche, la iba canturreando. Creo q como a muchos la copa del mundo nos ha hecho acordarnos de los que no están. De cuánto nos hubiera gustado compartir esta fiesta con ellos.
Por ejemplo, le ha sucedido a Iniesta.
Ese chico de pueblo al que no le gusta hablar. Prefiere decir lo importante vía camiseta.Me gusta mucho, como buen tímido. Siempre me fijo en los chicos que no hablan al principio, en los que se quedan en las esquinas de los grupos, no sé por qué me interesan más sus secretos. Pienso en el último gol del campeonato y me imagino a Iniesta con un rotulador en la habitación. La imagen me parece tan tierna que me enamoro de él en cinco minutos.
El lunes mi padre, como si tuviera una hija de la edad de las infantas, fue a buscarme una camiseta de la selección. Ayer me lo confesó casi con una disculpa por no habérmela traído: "es que hay lista de espera, porque la buscaba ya con la estrella sobre el escudo." Y lo mejor: "No sabía cuál comprarte, si la de Iniesta o la de Iker Casillas que te gusta tanto". Mi padre es un tímido que salta en los partidos de fútbol, y por eso se guardaba lo de la camiseta en secreto. Por eso me quedé el domingo a ver la final con él y a picarle diciéndole- no tengo ni puñetera idea de fútbol- que Del Bosque se equivocaba al no sacar a Torres desde el principio.
Tal vez en este complejo de Electra resida el orígen de todos mis males. Pero no, mi padre es un habitante del verano (nada, camina, se ríe, lee, disfruta )y yo llevo camino de convertirme en un par de días en la madre de Gilbert Grape, oronda y encadenada a un sofá.
Eso sí, a los dos nos gusta madrugar. Voy a preguntarle qué vamos a hacer ahora, sin los partidos de fútbol, sin la torpeza de Camacho, sin los nervios de Sara, sin las crónicas de Isaac.
Ahora los pies de la hierba,
con las uñas pintadas.



lunes, 12 de julio de 2010

Los finales felices


"Children believe that everything bad that happens is somehow their fault, and in this I was no exception; but they also believe in happy endings, despite all evidence to the contrary, and I was no exception in that either."

"The blind assasin" Margaret Atwood





Un beso no puede contarse:
se roba,
se da,
se desea,
se guarda en la memoria,
hasta el instante en que se cierran los ojos,
pero no se puede describir
no se debe
un beso como este se vive.
Nada más.
Y solo les pertenece a ellos, aunque ayer muchos lloráramos al otro lado de la pantalla.
Todo esto es obvio. No hacía falta decirlo. Sin embargo debe existir algo detrás de este beso que ha hecho que medio país tiemble. Llamadme cursi, macarra, hortera- Rosa ya me he reprendido esta mañana, así que no me importa- pero hoy no se puede amargar este beso: es demasiado dulce, porque está lleno de vida.
Tiene ilusión, lágrimas, sufrimiento, pasión, valentía, sorpresa, cine, bolsas de pipa, móstoles, teléfonos apuntados en un papel, rabia, promesas, muchos días de soledad, verano, canciones, brazos (es un beso con abrazo y cogido de la nuca, casi contra la pared del set de la prensa, y los brazos, qué brazos, nos acababan de regalar el mundial esos brazos, un beso de callejón y a la vista) muchas tardes de barrio, pelo liso, ojos de océano, labios mordidos, camisetas compartidas, casualidades, partidas de mus contra el destino, micrófonos, cámaras, maletas, bodas, cuadros, asignaturas de primero, conexiones, tenis, paseos por la Gran Vía, lágrimas...
Y algo más que solo ellos saben.
Uno, dos, sesenta secretos.
Pero desde anoche se ha convertido en El Beso. Tras Doisneau, Klimt, "De aquí a la eternidad", "Lo que el viento se llevó" y Rodin, el beso de Sara e Iker.
Con una gran diferencia: el de ellos no es una imitación de la vida, sino que la desborda.
Rosa me apunta (me reprende pero me apunta, es genial): "Lo que más me gusta de esta escena es que ninguno de los dos sabe moverse. Que mientras él busca el momento para besarla y ella, a un palmo de su boca, trata de disimular, de salvar la profesionalidad de ambos frente a las cámaras de todo el mundo, sus cuerpos les están delatando porque se buscan y son torpes. Esa torpeza es tan tierna, que me parece graciosa".
Y Manuel, que ve los partidos de su infancia en el Eurosol, añade: " Pero ella cierra los ojos. Los cierra."
Los brazos, los ojos, los besos.
Tal vez todos hayamos vivido alguna vez un beso como este.
Tal vez ayer lo recordamos.
Tal vez ayer, de madrugada, lo echamos de menos.
Y tal vez, solo tal vez, por un momento nuestro beso dio la vuelta al mundo y llegó hasta aquellos labios que nos lo robaron.
Así son los finales felices:
vuelan.



"No, no vamos a hablar..."




Histórico.
"Los príncipes Jota se van, pero Iker se queda".

jueves, 8 de julio de 2010

Sí y no.



No, hoy no hay q leerme a mí. El post del día lo ha colgado Isaac hace un rato y está en Tentari. Se titula "Para nosotros" y es una delicia.
El bocadillo de la merienda en verano.
No os lo perdáis, hacedme el favor.
Y sí, hoy sí.
Hoy es el día de este niño.
Hoy es el día de Carles Puyol.
Y de todos los niños que veían ayer el fútbol desbordados por la ilusión. Los de cincuenta, siete, veinticinco y treinta y ocho.
De todos ellos.
"Para nosotros" ha titulado Isaac su texto.
Y sí, por primera vez, el mundial- lo gane quien lo gane- es nuestro.

domingo, 4 de julio de 2010

Ni quiero ni puedo (can't take my eyes of you)

Urbaneja, qué mala es la envidia.
Ayer a las 22.27 el árbitro por fin pitó algo- el penalti a Cesc Fábregas fue un atraco- y el banquillo español se fue a abrazar a Casillas. Frida, Justine y yo corrimos tras ellos y rodeamos el televisor con los ojos llenos de lágrimas. "Illa, illa, illa, villa, villa maravilla" cantaban las calles. Y mi avenida, un poco más transgresora, entonaba un "eoeoeo, que iker bese a Carbonero".
Empieza el verano y se me derriten las entrevistas del mundial. Me he vuelto fans absoluta de Carbonero y paso de las retransmisiones de Michael Robinson en el canal de pago. Prefiero el aire británico que las salidas de tiesto de Aragonés han conferido a Camacho- al que también adoro y amo, porque me tranquiliza con eso de "este partido hay que madurarlo, con tranquilidad, con mucho toque de balón, madurarlo" qué sencillez la de este hombre- prefiero aguantar después las críticas a JJSantos - es un imbécil, un dictador, un sarkozy sin república ni Bruni- prefiero al ultramaquilladísimo Paco González, prefiero hasta los jerseys azul marino del corporativismo, lo prefiero todo a la asepsia y la correción sin visceras. Lo prefiero todo además porque me encanta escuchar a Sara Carbonero. Sí.
Me encantan sus comentarios de niña aplicada, que se ha estudiado el mundial debajo de un flexo, la rapidez en las preguntas que buscan otras respuestas, los quites de sobresaliente y la A que cada vez que llena la pantalla se gana en buen comportamiento. Todo eso me gusta. Pero me gusta aún más Carbonero cuando se sale del guión y se relame en fotos como esta: Sara esta viva. Y mola. Mola mucho.
Harta de que Letizia sea tan profesional, de que haya sido y siga siendo periodista y princesa de cera, me gusta que a Sara Carbonero se le escapen las ganas por los ojos (lo de la lengua- so sexy en los labios de Carbonero- estoy convencida de que fue algo de los fotográfos velocirraptores del microgesto) y que Iker tiemble de emoción cuando ella le pregunte. Ayer Casillas despertó a la selección cuando detuvo el penalti y los de The Times tuvieron que morderse las corbatas de Burberry de otras épocas. Casillas sigue siendo ese chico perfecto- poligonero que dice Carmen Lomana, de barrio digo yo, muerta de envidia porque me encanta-que nos vengó frente a Italia en la Eurocopa, y mejor aún, porque todavía tiene la generosidad de agradecer el soplo a Reina frente a la mirada oceánica de Sara Carbonero. Casillas muerto de amor es todavía más grande y no por su juego, sino porque está vivo, qué coño y eso es lo mejor, que se enfada, entristece, alegra, supera y sufre. Aborrezco a los replicantes, pero ni Casillas ni Carbonero están en su equipo.
Y quiero pensar que ella no se corta y que primero es la novia de Iker y después la chica de detrás de la porteria por mandato de la FIFA. Que no distrae al portero porque es más lista de lo que le dejan demostrar y que le toca las pelotas que la confundan con una adolescente que tiene la carpeta forrada con el superpop.
Y quiero seguir soñando.
Sueño en mi sofá, con una ámbar y el verano derretido en Sudáfrica.
Imagino que Del Bosque mira hacia otro lado y se hace el holandés cuando se escapan las risas de la habitación de Iker. Imagino que en noches como las de ayer los dos bailan, descalzos sobre la moqueta y se quitan las palabras, las ganas y las alineaciones de la boca. Imagino que desayunan juntos con el pelo enredado y que ella sigue bailoteando con la boca de fresa mientras el se ducha. Imagino que después en el pasillo se despiden: uno para el entrenamiento y la otra para la redacción.
Y que Iker cuando la ve alejarse, con sus papeles saliéndose del bolso y el vaquero de anuncio de agua mineral, dice bajito: "Jódete Urbaneja".
Y que Sara cuando se sienta con el equipo de telecinco a preparar los contenidos del día tiene una sonrisa que boicotea cualquier intento de tercer grado porque lo dice todo y se le ríe la piel de las soplapolleces que escribieron antes de Sudáfrica los de la Otra Crónica.
Y sueño.
Sueño que ganamos el mundial.
Y que ese día, antes de recoger el balón dorado, Casillas se va corriendo hacia la banda y coge en sus brazos a Carbonero y se besan en el cesped delante de los fotográfos de todo el mundo. Y los ojos de Sara son más mediterráneos que nunca y el beso de Iker más de barrio que los del Duque, alberto san Juan y Marlon Brando juntos.
Y que España por una vez se muere de gusto y no de envidia.
Que ya nos vale.
Que eso de ensombrecer la felicidad ajena siendo cotillas está muy feo.



viernes, 2 de julio de 2010

Borradores




Para mr. A, que me ha acompañado estos meses y cuando he estado triste me ha tirado de la coleta,



Smetâna

Su vuelo llegaba primero, así que cuando Raquel pisaba Praga él ya estaba durmiendo una siesta en la habitación del hotel. Ni siquiera abrió las maletas, simplemente se quitó el abrigo y se dejó caer sobre la cama en diagonal. Llevaba un par de días mal durmiendo y la ciudad estaba demasiado húmeda para descubrirla solo, por eso ni lo pensó. La calefacción y el color grisáceo del cielo le ayudaron a decidirse en menos de un minuto. Los segundos que se tarda en caer desde cincuenta centímetros hasta un nórdico más mullido que la cama de heno de Heidi. Su cabeza quedó flotando entre nubes de plumón. Al cabo de un tiempo el ruido de las maletas de Raquel y su interrogatorio-monólogo al camarero checo que le acompañaba le sacaron de un sueño de aurora boreal. No pudo ni enjuagarse la boca.En cuanto se incorporó ella se había abalanzado sobre sus labios y le engullía apretándole contra su bufanda. Llevaba una boina roja y tenía el pelo húmedo. Cuando le permitió volver a respirar Sergio tomó uno de sus bucles con la mano y como si pretendiera encontrar entre la bruma algo real lo apretó con los dedos, escurría sus pinceles de acuarela. Raquel sonrió. Él recordó que antes le gustaba tocarle el pelo y le devolvió la sonrisa, pero soltó el rizo con rapidez, aprensivo. Ella volvió a besarle y cayeron juntos sobre el edredón. Mientras le quitaba el abrigo, Sergio iba pensando cómo podría engañarla a partir de ahora. Le levantó el jersey y comenzó a mordisquearle la tripa, yendo hacia un costado. Raquel se había sentado sobre sus piernas e intentaba desabrocharle el pantalón. Él tenía uno de sus pezones en la boca mientras seguía pensando que antes, no hace mucho tiempo, esa misma situación le volvía loco. Pero ahora no sentía nada. Sabía que sujetaba entre los labios un pezón castaño que iba endureciéndose por momentos y que a Raquel eso le producía placer- lo corroboraban sus caderas-y sin embargo él solo tenía la sensación de estar mordiendo un trozo de piel conocida. Poco más. Abrió los ojos y comprobó que ella estaba dentro del juego. Se preguntó si debía decirle algo de lo que estaba pasando. De repente lo descartó. Raquel ya había metido la mano dentro de sus calzoncillos. Si quería saber algo, ella misma lo descubriría. No hacían falta palabras.
Pasaron dos horas tumbados en la cama del hotel cuando ella se decidió a ir al baño.Ninguno de los dos había abierto la maleta. Se habían quedado callados, poco a poco y estaban inmersos en una duermevela en la que iban perdiendo la energía a medida que pasaba el tiempo. Fue Raquel la primera que se movió y tras sacar un par de cosas del equipaje dijo que se iba a dar una ducha. Después Sergio oyó un chillido: el espejo estaba roto, la mampara de la bañera tenía una grieta enorme y sobre el suelo de azulejo yacía el causante de todo aquello, un búho, ensangrentado que no movía las alas. La ventana estaba abierta. Raquel lloraba. Sergio llamó a recepción.
Cenaron en una vinarna cerca de Mala Strana y pidieron gulash. Se bebieron varias cervezas y Raquel había recuperado el tono sonrosado en las mejillas. Sergio, sin embargo, seguía sin estar muy hablador. Era miércoles y el restaurante estaba vacío. A un metro del abrigo de Raquel un camarero les observaba como quien pasa las horas vigilando una pecera. Sergio se había fijado que tenía los puños de la camisa sucios, pero viéndolo así detenido, con una postura firme, hierática tal vez en un pasado fuera militar. La vida en Chequia había cambiado mucho desde que cayó el muro. Nadie se reconocía. Ni siquiera él que solo era un turista.
Pasearon hasta la torre de la Pólvora y Raquel quiso que bajaran a un pub que había en el sótano del Café Nouveau para seguir bebiendo cerveza. A él le daba igual. Miraba las callejuelas amarillentas, la negrura del Moldava, la belleza del castillo... y todo le resultaba indiferente. Nada le producía ninguna emoción. Podían haber estado paseando por un polígono industrial durante días, porque a él le hubiera parecido lo mismo: su entorno estaba hueco.
En la discoteca tuvieron suerte, actuaba un grupillo local y sus seguidores animaban la vida nocturna de la ciudad, que un miércoles de marzo cualquiera y con aquel frío estaba muerta. Tocaron un par de versiones y ella se apretó contra él. Estaban de pie, frente al escenario, tras un par de filas y los dos llevaban una jarra de Pilsner. Raquel era de trago largo y estaba feliz ante la relación tamaño-precio de la bebida. Se reía y le preguntaba constantemente si estaba bien. ¿Estaba bien? Sí, le contestaba Sergio, estoy muy bien. Pero ni siquiera se esforzaba por demostrarlo al decirlo. Sus respuestas eran automáticas, como si instalara el programa de un ordenador.


Autobiografía y excesos
Promoción del libro, entrevista fijada a las once y media.
Un chaval de veintitantos y otro más mayor, con gafas de pasta y pelo jordilabanda, delgadico como si no hubiera merendado en su vida.
El escritor se aproxima. El jovencillo le da un codazo al cultureta. Saludan al escritor. Ni la mano demasiado floja ni demasiado rígida- cabrones los de vodafone con el anuncio de "da la mano blandita", ¿y qué pasa?- todo se hace con prisas. Entran en una cafetería donde el capuccino es de franquicia pero que tiene unas paredes verde oscuro tan mates que dan una luz especial. El de las gafas se pide un espresso, el escritor una caña y el jovencillo saca la cámara de las bolsas y se apunta a la cerveza. Apenas se oye su conversación.
El escritor no se ha quitado la chaqueta. El periodista ya ha abierto su moleskine - regalo de una novia pizpireta de colchón adictivo-y anota, con caligrafía de mosca tímida, frases como ejércitos de lombrices. La cámara marca un ritmo absurdo, chas, chas, sorbo de espuma, cruce de piernas dos mesas más allá, chas, carraspeo del de las gafas, chas, chas, chas...
El periodista: ¿Y qué hay de autobiográfico en la novela? Porque tú, según he sab....
El escritor: Nada.Yo no he vivido.
Todo es ficción.

Sus ojos, mi tortura.

Sus pasos sin eco, su voz en mis grietas. Me despierto con la sensación de que alguien me observa mientras duermo.En mis pesadillas salgo a la calle vestida pero siempre me falta algo: voy descalza, solo llevo una camiseta o se me ha olvidado la ropa interior. Los demás se dan cuenta de esta circunstancia y no dejan de mirarme.Sus rostros cóncavos, convexos me persiguen durante la noche. Me falta la respiración para correr entre las sábanas.
Sus manos en mi cintura.
Pánico.
Un mechón de pelo en la mano. Dos más en el plato de la ducha. La báscula que se traga mis ganas, las cifras digitales que cada vez se hacen más pequeñas, este temblor todo el día por todo el cuerpo. Este nudo en la garganta que distorsiona mi voz.
Nunca me ha tocado y sin embargo sé que su piel tiene el tacto de los ojos de un pez. Es una piel vidriosa y húmeda. Me impresionó la primera ocasión en que me interceptó. Entonces fingía haberse perdido y me pidió que le indicara dónde estaba una clínica dental. Y sonrió. Nada me pareció extraño salvo su piel, que brillaba a gotitas, como si acabara de rociarla con algo. Tenía un tono de voz modulado, agradable incluso.Pero ya no me fijé más. Después llegaron las coincidencias: aparecía en el horno en el que suelo comprar el pan antes de comer. Se tropezaba conmigo y usaba las disculpas para que trabáramos una conversación. Aparcaba en el mismo parking que yo. Tomaba café en los bares de mi zona, así que supuse que era un vecino nuevo y le devolvía el saludo cada vez que nos encontrábamos. No me fijé que la frecuencia de aquellos tropiezos se iba incrementando. Yo sonreía e intentaba zafarme de su charla con la mayor educación posible. Pero él me lo iba poniendo más difícil. Hasta la noche en ....