jueves, 30 de diciembre de 2010

Uno (comas suspensivas).

Con todo, aún se resiste.
Empezó con Belén Estebán en una falsa convención norteamericana y acaba poniéndose chulo, alargando sus horas, hecho un macarra. Hablo de este año, del 2010 o del "año que ganamos el mundial" como prefiráis llamarle. Pero sí, me refiero al que ahora agoniza. Yo disfruto con sus balbuceos, su tiempo se agota entre las manos mientra me bebo la última Ámbar a sorbos. Je, je.
Jódete 2010, jó-de-te.
Ultimamente me ha dado por ver Gran Hermano. Así llevo catorce ediciones, hecha lo peor. Soy la pesadilla de un cultureta- no de ninguno en particular (que tal vez sin querer sí, pero creo q no), sino del conjunto cultureta, en general- En la anterior acabé enganchada a las crónicas de Fran y de esta, no sé el número, me quedo con una expresión de Terry, la canaria: "Me trabo". O como participio detrás de un gorro y unas gafas: "Estoy trabada". Con eso quiere decir que está en el precipicio que conduce al caos. O en su epicentro, cerca de lo que ha venido siendo durante el último año mi casa."Trabada" aúna las dos acciones q a mí me preocupan, estar enredadada en el desorden y no poder escaparse de él. Me invento además que se ha llegado a ese punto anímico por tropiezo y me quedo más tranquila. "Trabada" sí, como modo de vida. No, mejor aún, como estación de paso de camino a casa.
Ay,,,-comas suspensivas de Rizino- mi casa...Hoy, por primera vez en estas  Navidades, he pasado la tarde en casa, con zapatillas y casi me celebro una fiesta de colacao y rosquilletas. Un empacho de merienda con polvorones. Un queseyó de espumillón y las fichas del exincastillos por el suelo, en plan revival. Echaba de menos el aburrimiento propio de las tardes de navidad. La indolencia, que diría ahora. Me he pasado estas dos semanas- la pre-temporada de cenas y guisos; la pasada, de sorteos y villancicos- corriendo sobre zancos. Durante estos días he tenido de todo: vecinos, robos, guardias, rupturas, encuentros, regalos, ahorros, familia, agendas, platos rotos, teléfono...Ay.
Ayer al mediodía estaba tan cansada que casi me pongo a llorar de agotamiento en el juzgado de violencia contra la mujer. No llegué a tumbarme en la salita de las víctimas por respeto y frío (aprovechando las letras, aclaro que fri-volizo al exagerar eso, lo que sucedió es que la crudeza de la realidad- que se salta las luces de las calles, los especiales de fin de año y la dulzura del mazapán- me despertó) pero soñaba con escaparme de mi misma. Tengo una hucha preparada para tan noble fin: si puedo me marcho pronto a Japón. Es uno de los propósitos que he escrito para el 2011: coger el ave y el trenbala. Ser experta maquinista  y dejar migas de pan entre los raíles. Ay,,,
,,,suspiro,,,
primera tarde en el sofá en modo bicho de bola. Si me pinchas me hago un nudo sobre mí misma. La soledad, si se prolonga más de lo debido, hace que el mínimo roce duela, por eso, si me acaricias, me trabo.
Doy un paseo largo- abrigo, boina, manoplas- por los callejones del blog. Visito a Miguetrompetista, a Francisconixon, Rizino, miss B, Raúl, Vanesita, AFernández Mallo, etc.Me apunto todos los libros que recomienda Migue y las canciones de Fran. Llego tarde al escaño y debato a destiempo la Ley Sinde. De esta Ministra de Cultura no me gusta casi nada. Me caía bien el anterior, Don César. Lo recuerdo enun noviembre madrileño, cuando Belu y yo compartíamos congreso de gestores culturales en el Reina Sofía. Él inauguraba y nosotras convertíamos la habitación del hotel en residencia estudiantil y veíamos obras de teatro en el ordenador. Bendecíamos las ensaladas nocturnas en cualquier barecillo de la Latina y las tortillas de patata individuales a las que nos invitaba su hermano en un piso- palacio . Los Albertos- los de la Fábrica, Ojo de Pez, Eñe y tantas...- clausuraban las jornadas poniéndonos los dientes largos con sus historias de fiestas en el Botánico, o en las torres Kio, pero nos hechizaba el discurso de presente y futuro de  Juan Mayorga, que nos emocionaba. Don César entraba en aquel buque rojo chupachup con porte de senador romano y medio folclórica, sonreía con discreción. Inauguraba como si tuviera un manto protector que cubriera a aquel ejército. Yo era una ajena, un polizón entre técnicos, directores, bibliotecarios y becarias, y aplaudía como si viera la nieve por primera vez. Ay,,,
,,,suspiro,,,
si yo tuviera el corazón,
el mismo que perdí,
ay.
Recojo el supiro hacia dentro, embozada en mi capa de tango y nostalgia. Ganas de volver a Madrid pero también de descubrir Barcelona. Mono de exposiciones, librerías, lienzos, performances, conciertos, librerías, cafeterías, té americano, calles, calles, calles...Ansiedad de la buena o esa necesidad inmensa de devorar películas, discos, conversaciones, ojos nuevos, manos, ciudad y trenes. Ay,,,
,,,
cómo me gustan las comas suspensivas
,,,
que las incorpore la academia (como anunciaba Uve en el facebook)
,,,
ay.
Atrás queda un paisaje áspero. Una  autovía desoladora en la que aparecen rótulos de acontecimientos: kilómetro veinte, muere Delibes; curva hacia la izquierda, escapada a Madrid; firme deslizante, me doy de alta en el turno; prohibido adelantar, las velas que acompañan a un Cristo arrodillado desde la ventana del Bacharach; averías, correos y cartas;  próxima estación de servicio, Formentera...
Ay.
Una pareja se besa en el arcén, delante de ellos toda España. Ay,,,
¿por qué nos queremos así?
¿Por qué escuece tanto?
Pero después de todo, el porqué está escondido entre el desfiladero que separa nuestros cuerpos, debajo de las sábanas.
Tumbarme a tu lado me hace soñar.
Ay.
"Soñar cosas bonitas."
Eso es lo que ponía la pintada que me he encontrado esta mañana, de camino al juzgado. Así, con tiza y mayúsculas, como filosofía de vida. Ojalá hubiera sido en imperativo:
"Soñad cosas bonitas"
tachán,,,
cosas bonitas.
Primera página de la moleskine 2011.
Como un mantra: "soñar cosas bonitas, ommmm".
Respiro.
Que algunos dicen q se cumplen.
Y que eso es lo malo.
Pero no, después de todo, eso será lo mejor.
Ay,,,


domingo, 26 de diciembre de 2010

Temperatura de la N.

Llegué a casa un poco después de que empezara la misa del gallo. Las calles estaban vacías, apenas unos abrigos acompañando a dos botellas de cava en un contenedor. Crucé ese desierto con la sensación que más me gusta de la Nochebuena:la de intimidad. Ese silencio de pasillo y brasero que se extiende por todos los rincones. Las ventanas encendidas, rebosantes de historias, encuentros, soledades y abrazos. El eco de los mensajes en los móviles: qué difícil es encontrar cada año una frase distinta para felicitar la Navidad. Mis padres habían encendido velas, los niños desentonaban- es algo de familia, no tiene cura ni solución- los villancicos de siempre. Juan, además intentaba unir "Campana sobre campana" con "Está en mi garganta" de sidonie, que esa sí que la tiene ensayada y se sabe la letra de un tirón. El resultado era un desatino, pero a mí me tenía hechizada. Sorbos de la Veuve Clicquot y  su tango, "Caminito", para que mi abuela estuviera presente en su cena favorita. Durante un segundo me ví desde fuera, como si actuara, sentada con mi familia: treinta y nueve años, con el vestido nuevo, el pelo corto de Shirley McLaine en "El apartamento" y la misma fragilidad de la ascensorista. Así comprendí que mi sitio ya no debía ser ese, que debía haber pasado de la categoría de hija-niña a madre-hija y darle el relevo a mi madre, a la que se le cansan las tradiciones y disimula los años entre jerseys con brillos y lentejuelas.
   Volvía a casa pensando en todo ello. Me daba cuenta de que necesito una nochebuena íntima, tibia, de gestos pequeños: una botella de champán exquisito, una llamada de teléfono o abrigarme con tu batín de cuadros, mientras tú, que a veces eres torpe y tímido,  como Jack Lemmon, preparas unos espagueti y amanece. Se habían quedado sobre la mesa las copas, la pandereta de Mar y las migas de los polvorones. Todos habían vuelto pronto a sus casas. Me escoció que la noche se hiciera tan corta, pero pensé en que llegaría a casa, pondría la tele- calcetines gordos, sudadera de Steve Mcqueen sobre el pijama- me desmaquillaría y envuelta en mi manta de rayas, me quedaría dormida sobre la nieve o debajo del árbol de Navidad de "Qué bello es vivir". De esta manera olvidaría la ternura de Jack Lemmon y la promesa de una vida distinta, alegre y cómplice, a tu lado.
La luz del portal no se encendía. Las lentejuelas de mi belénesteban se reflejaban en el espejo de la entrada. Mandé un par de esemeses desde el ascensor: "No salgo, nostalgia y sofá, pijama y gatas. Pasadlo requetebien". Más o menos. Tenía la blackberry en la mano cuando me dí cuenta: había algo extraño en el zaguán. Un ruido, un juego de sombras, no sé. Miré la puerta de casa, la corona de Navidad- somos so british, so american; béseme debajo del muérdago, honey; cómo me ilusionan estos juegos-que estaba movida hacia la derecha y de repente me dí cuenta de qué detalle me desconcertaba. La puerta de Vanessa, mi vecina, a menos de un centímetro de mi timbre, estaba destrozada y del interior de su apartamento salía un hilo de luz. Me agarré al teléfono mientras observaba las astillas. Llamé a casa y pedí a mis padres que avisaran a la policía. Cientodoce. Al girarme el frío de diciembre me llegó a los tobillos: la otra puerta del zaguán también estaba fracturada. No sé si soñé un zumbido en la oscuridad, pero lo único q en ese momento pensé es q quienes hubieran entrado seguían dentro e imaginé que solo faltaba mi casa. Metí la llave en el paño mientras intentaba explicarle a la chica del cientodoce lo q sucedía. Tenía pánico de no ver a Frida y a Justine. Encontré la luz de la escalera encendida y a mis gatas, placidamente tumbadas sobre la mesa del comedor. Respiré y dí dos vueltas a la cerradura. La imagen de la matanza de Texas desapareció. Me asomé a la mirilla y solo encontré ese silencio de grietas.
Al cabo de quince minutos la policía tomó la casa.
Después subieron Vanessa y Marisa, las propietarias de las otras dos viviendas. El espectáculo era desolador: ropa revuelta, cajas por el suelo, bolsos abiertos, cajones a medias...parecía que los espíritus de Poltergeist se hubieran revuelto contra la calma de la noche. En mitad del caos de las cosas q faltan, de los cristales rotos, de la nevera abierta y los "se han llevado" con la voz apagada, me senté en la escalera. Tenía el cuerpo helado, pero helado por dentro. No sabía qué decir. Las muescas de las palancas con las que habían forzado la puerta se parecían a mordiscos de lobos rabiosos. Tuve una descarga de miedo, de un pavor como un fogonazo, una descarga eléctrica. Me sentí vulnerable. Imaginé el instante en que mi sobrino se ponía a cantar el primer villancico y pensé que en ese mismo momento estaban forzando nuestras puertas. Ví la felicidad cansada de mi madre y junto a ella las manos violentas que abren cajones y tiran al suelo su contenido. Los paquetes de los regalos que había preparado para mi hermano y mi padre y la desesperada codicia con la que se habían llevado el anillo de Vanessa. Se me desencajó la noche, así q me despedí como pude y me metí en casa. La noche se había transformado en desolación. Retomé mi plan inicial: pijama, sudadera, sofá y peli. No busqué "Qué bello es vivir", me quedé dormida en brazos de Oscar Jaenada.
   Ayer el sol de invierno lo limpió todo. Mi piso parecía un escenario del CSI pero las voces tenían otro sonido. Aparecieron huellas en mil lugares. Una oreja y diez dedos sobre mi puerta, señal de que alguien había comprobado que dentro no hubiera ruido. No sé qué sucedió pero algo les hizo no entrar. Tal vez les faltara tiempo o vieron una luz encendida al otro lado. No lo sé, qué importa.
Ayer volvía a ser Navidad. Una mañana luminosa de palabras suaves. Por la tarde, ya en calma, me acordé de la película de Jack Lemmon y Shirley McLaine, "El apartamento", una de mis favoritas y de la ternura que se regalan entre resaca y partidas de naipes dos perdedores. Esa es la sensación que nadie te puede quitar de estos días, la que se regala de manera sorpresiva: una llamada de V. la mañana del veinticinco al enterarse del robo; una dedicatoria en un libro; la preocupación de mi sobrino "¿Te has arruinado?" cuando traté de explicarle lo de los ladrones...Y una música de fondo que deshace todos los ruidos que nos preocupan, una o dos canciones muy lentas y de fondo la vida,que, con todos sus vaivenes, sigue igual.


Cada mañana, incluso esta en la que te pones tu chaqueta mientras me miro en el espejo, todo vuelve a empezar.


viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidades contra el alzheimer


"Peaje de amor, cantidad irrisoria"
"Abajo el alzheimer", Javier Krahe.

 
Mañana de nochebuena, contrarreloj. Regalos pendientes, llamadas que engullen kilómetros y surcan autovías, cierre de despacho, manifiesto contra la insolidaridad del colegio de abogados, guardia, receta de orfidal- no duermo, no duermo de tantas historias: personales, públicas, ajenas,reales, ficticias- vajilla de saldo para mis lentejas, cazuelas para el arroz al horno, festival en- rima interna- centro comercial, olvidos, tropiezos, desencantos...las horas se precipitan,  me envían dos botellas de champán francés  y se me humedecen los ojos.
Entre ajustes de tiempo y visitas a la cárcel, para quitarme la tristeza me corto el pelo y parece que he salido de una checa. Es superficial quejarse de este desastre estético, pero me miro al espejo y -como decía Borges- no hay nadie. O al menos nadie que conozca yo y no me odie. Paula, mi hermana pequeña, me recoge hecha una anatorroja decadente, en bloqueo de personalidad. Es la hora de la siesta y yo, rígida cual argamboy, no quiero salir de mi torre en todas las Navidades. Me sube a casa, me acerca a la bañera y abre el grifo de agua caliente: "No te preocupes reina, en cuanto te lo seques vuelves a ser tú". Y sí, soy, yo tras enchufarme a los 220 watios, pero llevo en los ojos toda una guerra civil. Paula me cuida y se me saltan las lágrimas.
Ya en el despacho, tras una jornada de guardia, recibo un mensaje que cancela la última visita.Penélope se levanta del banco en el que esperaba el autobús, coge su bolso de piel marrón, sus zapatitos de tacón y pensando en Fernando Fernán Gómez suelta un : "¡A la mierdaaaaaaaaa!" de esos que dejan vacía. Qué rabia las decepciones. Cómo se clavan entre las costillas. La blackberry se agita y es Manuel. Manuel es uno de los protagonistas del 2010, un regalo de un año que, en general, ha sido áspero. Manuel y yo jugamos al baloncesto en la cancha de la Consolación. Él lleva el pelo largo, yo coleta. Me saca una medida que no se calcula en palmos. Yo le digo que este chico o aquel, el de las canciones, me ha dejado por otra y Manuel me pone la mano en el hombro, frunce el ceño, me tira del pelo y me dice: "Sobrevivirás: tú eres la reina Ginebra". Manuel sabe de lo que habla, aunque ahora es feliz. Una chica rubia, de esas que se sueñan, le ha puesto la vida del revés. Y así es como todo tiene sentido, en las antípodas de lo que imaginamos.
Manuel me anima y me seca el llanto.
Mañana de Nochebuena, desayuno al que no llego en el Voramar. Mis gatas con bikini me reclaman un rato de sol en la terraza, quiero escribir en el blog, hacer la lista de la compra, pensar en los últimos regalos, llamar a los que viven lejos...seguro que se me olvida algo. Desde el rincón veo los Hills, playetas, pienso en Antonio, que vive allí y me reconforta saber que siempre está cerca. Hoy los Reyes Magos visitan su casa y esconden los regalos por el jardín. El abrazo de Antonio me devuelve la energía.
Rosa.
Todos. Los que pasáis por aquí y los que no se nombran.Los de la intimidad y las alegrías, los de los bajones. Los que no me quitan las ilusiones, los que me devuelven las ganas. Los que siempre.
Feliz Navidad.
Gracias por vuestra paciencia.
Un abrazo muy fuerte.



domingo, 19 de diciembre de 2010

Copla de invierno


"Yo no le temo al cariño"
yo no le temo al olvío,
 que yo le temo a la calle,
por si me cruzo contigo."

Vuelvo a casa caminando. Como tú dices le he perdido el miedo al frío. Tampoco me asustan la soledad ni la noche. Las calles son tan familiares que creo que cruzo el pasillo de mi casa en busca de un vaso de agua. Hay días en los que me despierto con nubes y tristeza. Otros con buen humor. Pero me agarro a la rutina para no hundirme y termino el día flotando, escondida en mi belénesteban, abrazada a una canción. Casi todas hablan de ti, de mi, de nosotros, de esta calle Mayor que se vuelve áspera sin tu mano, de otras glorietas que son desérticas desde que no las descubro contigo.
Pese a las pastillas me cuesta dormir. No me quedan sueños para cerrar los ojos y olvidarme. Así que hay noches en las que imagino q me convierto en fantasma, como patrickswayze en ghost (pero sin esos gestos ni camisas de bailarín cubano) y vuelo hasta tu ciudad. Tú regresas a casa, por las mismas calles-pasillo de las que escribía yo. Le has perdido el miedo al frío. No has cogido guantes y metes tus manos en los bolsillos. Te alcanzo y me abrazo a tu espalda. Solo quiero olerte. Me acerco a tu nuca y debo hacerte cosquillas porque esbozas una pequeña sonrisa hacia la izquierda. Lo sé porque se ha formado una arruguilla donde no te crece la barba. Me pongo delante de tí y te miro, los ojos brillantes. No me ves, así que alargo la mano hasta tu mejilla y te acaricio. Una lágrima de frío surca tu pómulo. La recojo con un beso. Te veo seguir, pasar por delante de mí, tarareando una canción, la misma a la que yo me agarro cuando trato de olvidarte. Aprietas el paso y te subes el cuello de la chaqueta. Se ha levantado un poco de viento. Me miro- pijama, descalza- me siento frágil, vulnerable. Tú sigues caminando, te vas alejando de mí, doblas una esquina y te pierdes. Ha desaparecido hasta tu sombra y yo me estoy muriendo de frío.
Me escondo debajo de nueve edredones y aún escucho el aullido del viento. Hoy solo queda ese recuerdo entre nosotros, alguna canción, tres fotos. No hay nada de mí en tu vida. Dentro de dos meses- de dos días quizás- me habrás olvidado. Regresarás a casa sin miedo a la noche, ni al frío y ni siquiera en esa tibieza que a veces acaricia tu nuca me encontrarás a mi. Llegarán otros inviernos, otras nubes. Las palabras se irán borrando. Cualquier noche al acostarte pensarás que lo que sentías conmigo era solo un sueño, así que seguirás durmiendo.
Me cruzaré contigo una noche al volver a casa y no me reconocerás. Eso sí que me asusta, más que el frío.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Trece


Es exactamente así.



Hello my love
It's getting cold on this island
I'm sad alone
I'm so sad on my own
The truth is
We were much too young
Now I'm looking for you
Or anyone like you

We said goodbye
With the smile on our faces
Now you're alone
You're so sad on your own
The truth is
We run out of time
Now you're looking for me
Or anyone like me

Na na na na…

Hello my love
It's getting cold on this island
I'm sad alone
I'm so sad on my own
The truth is
We were much too young
Now I'm looking for you
Or anyone like you

sábado, 11 de diciembre de 2010

Teléfono Rosa: volamos hacia Estocolmo.

 Marcos Mc Queen me  propone huídas de tanto en tanto. Hace unos meses nos fugamos a Kobe a la hora de cenar y despedimos a un carguero chasqueando los palillos, entre noodles y un vino blanco; los noodles sabían a tarde en Londres, el vino a carretera manchega y a campo. El jueves, después de perdernos por una librería, nos fuímos a una casita verde, aledaña de la de Frida Kahlo en Coyoacán. Él me habló del Rio Grande, de una huída con rumbo a Tokio pasando por Hawai y por Ciudad Juárez. Las imágenes saltaban por su iphone mientras daba sorbos a un daiquiri y sus colores se deshacían entre hielos, como si el desierto estuviera pintado con acuarelas . Yo le escuchaba al borde de un Old fashioned que sabía a saloon y a duelo. Planeábamos subir al Fuji cuando sonó el teléfono con insistencia.
Regresé a la realidad, a la calle Mayor, a la farola amarilla que nos iluminaba frente al colegio de arquitectos, a los muebles reciclados de Lupita. A mis ganas de meter todo eso en una maleta y subirme en el coche de la huída.
Era Rosa la que llamaba.
Teléfono Rosa.
Detuve la ensoñación. McQueen detente, espérame en Le Mans, que ahora no puedo ser Ali Mc Graw. Rosa seguía agitando con mayúsculas mi pantalla.

- Reina, tenemos que hablar- su tono era urgente.
- Estoy tomando un cóctel.- Medí su preocupación con mi silencio- Te llamo al llegar a casa.
- Sí por favor. Hay que comentar lo de Varguitas- aquí se puso seria- Lo que dijo Don Mario.

 
Suspiré. Marcos sonreía desde el otro lado de Río Grande. Yo cruzaba las piernas como Joanna Halloway en la barra del Four Seasons.

- No te preocupes, dame diez minutos.

Colgué. Sé que Rosa, al otro extremo, bajaba las pestañas. Me despedí de Marcos en una esquina de la avenida, no había coches en el Downtown. Crucé la calle como una secretaria de los cincuenta, enfundada en mi abrigo rojo, dando las horas con mis zapatos de tacón.  Ya en casa me descalcé y marqué su número.

- Reina...

Rosa alargó la sonrisa.

- Qué puntual.
- Cierto- me tumbé sobre el edredón blanco- Me moría de ganas de comentar el discurso del Nobel.
- Me lo temía- dijo ella poniéndose seria- creo que he llegado a tiempo.¿No habrás escrito el post, verdad?
- Pensaba hacerlo mañana- bostecé- he tenido un día horrible. De divorcios y desamores en vena.
- Bien, pues por eso te llamo- añadió ella poniéndole punto y final al prólogo- para que no te entre la vena norteamericana de "happy end" y pierdas la perspectiva.
- ...¿Rosa?- balbuceé- ¿No te ha gustado?
- Reina, vamos a ver...- tomó aire- tú sabes que Vargas Llosa a mí me enloquece y que claro, como cualquiera, me he pasado el discurso llorando, porque ha sido emocionante y lúcido, valiente y tierno, pero reina...
- ¿Sí?- le pregunté incorporándome en la cama.
- Lo que le ha hecho a Patricia no tiene nombre. 
-¿Perdón?- se me atragantó el whisky en el que aún flotaba.
- ¿Qué le ha hecho?
- Me lo temía: te han perdido las lágrimas y te has dejado llevar.- su voz adquiría el tono de desayuno con caviar de Alexis Carrington.-¿ Tú has escuchado lo que le ha dicho?
- Claro- mi ingenuidad se vuelve metacrilato, como las pupilas de Krystel- y ha sido precioso. Precisamente hablaba de eso con Marcos, de ese comienzo lleno de amor y lealtad "Perú es Patricia, la prima...."
- Sí, eso es precioso, tan bonito como ya lo era en "El paciente inglés"- me replica- y tú  y yo somos de esas, de esas que creen que su patria son sus afectos: nuestros amigos, nuestros amores, nuestros seres queridos...Perfecto el principio, pero vayamos un poco más allá que Mario Vargas Llosa es el Nobel de Literatura, reina...¡el Nobel! ¿Y qué le dice el Nobel a su mujer?
- Pues...- su vehemencia me quita seguridad- pues...le dice (he escuchado el discurso más de seis veces y ahora que tengo q defenderlo no recuerdo una sola palabra, me suele pasar, no sé mantener mis argumentos, grrr...) pues le dice que es la que pone el orden en su caos y se le quiebra la voz de emoción, de cariño...
- Toda la razón. Toda.- sé que Rosa sigue sonriendo doscientos cincuenta y cuatro kilómetros más allá- Pero, un momento, a partir de ahí...¿tú te has puesto en el sitio de Patricia?
- ¿Yo? - y me imagino de repente, asimilada en la nariz respingona y los ojos brillantes de la peruana, en su boca carnosa y autoritaria- ...sí, claro...
- ¿Y cómo te sentirías tú si, en el momento cumbre de la vida profesional de tu marido, él habla de tí y le falta decir que eres estupenda porque nadie pasa como tú la fregona? ¡Reina, es indignante!
- :::
- Indignante, Eva. Yo estaba escuchándole y de repente se me han llevado los demonios. Que Mario Vargas Llosa, ese escritor al que yo adoro, admiro, uno de los grandes de la literatura universal, que nos ha emocionado, nos ha hecho temblar con la mayor parte de sus novelas, que ha creado esos personajes inmensos...ese mismo Vargas Llosa, recibe el Nobel, se quita el rubor con el pañuelo y comienza a hablar de la mujer con la que ha compartido cuarenta y cinco años, y ...-toma aire, se atropella de pasión- solo se le ocurre decir que hace las maletas mejor que nadie, que pone a raya a los periodistas,  que lleva la contabilidad de la casa y lo hace requetebien. ¡Coño Eva, le ha faltado decir que además es discreta y ya estamos otra vez con un hombre inteligentísimo que parece que lo único que valore en una mujer es que sea su primera dama! ¡Estoy indignada!

De repente se hace la luz. Mi habitación sigue en penumbra y yo ya estoy incorporada, pegada a la pared miro a través del cristal y vuelo hasta Estocolmo. En este mismo momento si fuera Silvia de Suecia escondía el diploma y el cheque del Nobel de Literatura en una caja fuerte, debajo de una isla del archipiélago, donde ni siquiera pudiera encontrarla Lisbeth Salander y mañana dejo al peruano compuesto y sin otro glamour que el de su nuera Genoveva. Rosa tiene razón.¿En qué estaba yo pensando cuando le escuchaba?

- Vamos a ver...-sigue mi amiga, tranquilizando su voz- que yo a Varguitas le amo. Le amo. García Márquez y él y tú lo sabes reina, que cada vez que vamos a la FNAC yo te compro "Cien años de soledad" en una edición distinta, para que lo releas una vez al año. Que hay que ser musulmana de Macondo y peregrinar hasta la vida de Aureliano Arcadio, o José Arcadio al menos una vez al año. Pero reina...lo de este hombre en el discurso es incomprensible.¿Qué le pasó?¿ Le daba vergüenza o pudor hablar de su mujer? Pues debía haber encuentrado la fórmula para decir que ella es la que le hace ser mejor persona, o mejor escritor, no lo sé.... Que chochee si quiere, o que pierda los papeles y diga que aún se le remueve todo cuando la mira o cuando se despierta a su lado y la toca.¡Lo que sea!...Yo puedo ser una cursi, pero él no puede ser así de convencional, así de...¡Ay, reina, que las mujeres somos más que eso!
- Tienes toda la razón Rosa, pero es que aún les cuesta un mundo demostrar sus sentimientos. Mira este año el shock que ha supuesto el beso de Iker o la dedicatoria de Bardem a Pe en Cannes...- trato de disculparles, pero sin mucha convicción.
- Pero si ya no es eso, Eva, ya no se trata de sus sentimientos si no de cómo nos ven. En eso a Javier Bardem lo salvo de la quema- y no porque me guste más que Mario, que ya sabes que no- pero él, al menos, le dijo a Penélope que era "su amor, su amiga, su compañera" y no que hacía el cocido mejor del mundo y oye, eso ya tiene su mérito. Pero lo de Don Mario no, reina, no...no tiene disculpa. La tía Julia tiene que estar contenta.

La tía Julia. Abro paréntesis en mi memoria y de nuevo es Rosa la que me resume: Julia Urdiqui, primera mujer de Mario Vargas Llosa inspiró el personaje principal de "La tía Julia y el escribidor", novela semi-casi-auto biográfica de Mario Vargas Llosa. Estuvieron casados nueve años, vivieron en París y durante su matrimonio Vargas Llosa escribió novelas como "La ciudad y los perros" de la que le cedió los derechos al divorciarse. Vargas Llosa volvió a casarse con Patricia, sobrina de su ex-mujer y prima suya, Julia Urquidi publicó años más tarde su versión de los hechos titulada "Lo que Varguitas no dijo". Vargas Llosa se enfadó, consideró que era chismografía y le retiró los derechos de "La ciudad y los perros". Ella manifestó en el año 2003 : " Yo lo hice a él. El talento era de Mario, pero el sacrificio fue mío. Me costó mucho. Sin mi ayuda no hubiera sido escritor". Aún así, anhelaba que le dieran el Nobel. Murió en marzo del año pasado, se quedó sin verle roto de alegría al recibir el premio.
  (Les veo en esta fotografía y la nostalgia tiñe la llamada de Rosa. ¿Qué queda de nosotros mismos después del amor?¿Qué recuerdo guardarás de mí?¿Cómo me pensarás?¿Qué dirás cuando te pregunten?)
Rosa y yo nos quedamos calladas. La historia de Vargas Llosa, Patricia y la tía Julia nos conmueve. Imaginamos lo difícil que fue para los tres vivir con esa situación. Qué difícil debió de ser para Julia dejarle marchar, sin rencores ni odios, después de haber querido tanto. Y él...¿cómo recordaría esos nueve años? ¿Cómo encajará la tia Julia de sus comienzos, con la de la revancha de "Lo que Varguitas no dijo", con la mujer que le enloqueció siendo un joven lleno de talento? La vida es un puzzle que va cambiando su forma.

 
La casa sigue en silencio. Yo comienzo a tener frío, se ha hecho tarde. Rosa permanece al otro lado del teléfono. De repente las dos comenzamos a reirnos sin freno, cuesta abajo, con hondura. A mí se me saltan las lágrimas.
- Reina, no dejes de llamarme nunca. Prométemelo:nunca.
- Te lo prometo. Aunque sea para contarte el crimen de los Urquijo, que ví un reportaje ayer en televisión y no he pegado ojo.
Nos volvemos a reir sin cálculos de hipotecas ni previsión de riesgos.
- Vale, y de la desaparición del Nani.
- Nena, estamos truculentas, en modo "A sangre fría".
Nos volvemos a interrumpir con risas.
- Si me fugo díme que me seguirás llamando.
- O me iré contigo (es un decir reina, pero si vuelves y no es muy cara tu huida me ire contigo).
Es medianoche. Nos despedimos. Bendigo el teléfono Rosa y su urgencia.
 

lunes, 6 de diciembre de 2010

El típico Bufador

Han puesto a la venta uno de mis veranos. No sé cuánto piden por él, mañana llamo e invierto en un décimo de loteria para soñar hasta el día veintidós con esta casita. Calle del Engaño, the rock, Peñíscola. El puente, con este frío, se alarga como chicle. En las callejones del castillo no se habla de controladores, ni de wikileaks, ni de Mónica Juanatey ni del enfado de Guardiola al bajar del autobús.La actualidad, el runrún del mundo que no cesa se diluye entre las paredes encaladas.
Llego al borde del arroz y no me resisto a repetir los ritos. Paso por la tienda de Marga y me enamoro de una caja antigua que parece sacada de Portobello. El viento mueve los farolillos japoneses- verdes, naranjas, rosas- que se convierten en alegrías del círculo polar. De la Tramontana- aquí me escuece el lacrimal- queda la puerta, la tabla de Migue y la palmera que pintó Paula. Doblo en la esquina de la Cantoná y avanzo hasta la que fue mi casa. Las botas de agua (rojas) sustituyen las hawaianas (azules) del verano, la blancura del frío ha tomado el sitio del brillo dorado de tanto sol.
   Me asomo a mi ventana, sobre el "For sale". Cuánto me he escondido yo entre las piedras y leyendas del Papa Luna. Peñíscola era, aquel verano, un agujero espacio-tiempo. Una burbuja de historias que desembocó en la novela corta que aún está pendiente- "El típico Bufador"- en la que hay un asesinato y muchos sospechosos,  como un cluedo que sueña ser dirigido por Berlanga.
Recupero la introducción: 

 Una pareja se fotografía más allá del Salabre, en el rincón del bufador. La fuerza de las olas hace que de vez en cuando la espuma salpique sus instantáneas. Ella sonríe con los labios cortados, le tiemblan las piernas de frío. El dispara sin mirar. De repente la cabeza de un hombre se estrella contra la roca y elevada por el impulso del agua, traza una parábola hasta alcanzas la ventana más baja y vuelve al mar.
Nadie la ha visto.
Nadie se acuerda de él.
Después de comer un arroz negro en Porteta la pareja regresa al hostal. Ella se ha bebido casi toda la botella de vino blanco y ronca mientras duerme. Él no sabe qué hacer para no pegarle un grito. En la televisión no hay carreras de coches, así que decide encender el ordenador.
Saca la tarjeta de la cámara y le da a "Importar imágenes, carpeta nueva". En la nueve de treinta, vacacionespeñíscola, observa algo extraño. Al principio no sabe qué es.
Aparta el netbook de la cama con horror.
Ha descubierto que unos ojos le están mirando.

domingo, 5 de diciembre de 2010

El escorpión y la araña




Sucesos-menorca :
Los vecinos de la madre que ahogó a su hijo en Mahón dicen que era "extraña". Efe.


"Podría perdonarla y empezar una nueva vida con ella"







Se hizo dos trenzas y con los dedos separaba los mechones rubios, temblando, como si vareara un olivo. Se sujetaba el pelo con una mano, mientras con la otra se frotaba los ojos, tan cansados después de las horas en vela como las gafas, que le pesaban al hablar. Estaba peinándose a golpes cuando creyó escuchar el grito de su madre desde la cocina, avisándola de que iba a perder el autobús del colegio. Se puso la goma con rabia y fue hacia la puerta. Hiciera lo que hiciera siempre llegaba tarde, pero, con todo, el autobús la esperaba. Llegaba sin respiración, con las botas manchadas de barro y el pelo revuelto de la carrera; aguantaba el sermón del conductor que la conocía pero refunfuñaba y se sentaba en una esquina junto al cristal, escondiéndose debajo de la capucha de su anorak. Quería ser invisible, no sentirse observada, pero las profesoras le decían a su madre que era una niña excesivamente callada y le reñían porque escondía las manos en los puños de los jerséis cuando salía al encerado. Sin embargo, Nuria no sabía hacer las cosas de otra manera: corría por su calle cuando salía a jugar sola, se escondía las galletas en los bolsillos porque casi nunca tenía hambre y le gustaba contar las gotas de lluvia que se estrellaban contra los cristales. Eso era lo que más le gustaba del mundo. Imaginaba que era una científica dedicada al estudio de las nubes- se sabía de memoria las cuatro clases: cirros, estratos, nimbos y cúmulos; las recitaba de un tirón-, una científica que descubría la manera de moverlas y de que se detuvieran antes de romperse sobre una ciudad. Imaginaba que las podía pesar, modificar su color o su forma y que conseguía que no lloviera nunca sobre su casa o que siempre lo hiciera en la hora del recreo para no tener que salir al patio donde se sentía sola porque no le gustaba hacer carreras ni jugar con muñecas. Se pasaba las horas mirando al cielo, ensimismada con lo que había detrás del cristal-ya fuera el de la escuela o el de casa- dibujaba y etiquetaba lo que solo parecían manchas de diferentes azules; anotaba las cifras con lápiz al final de su cuaderno cuando estallaba la tormenta: martes, 1572; miércoles, 3.327; viernes, 9.789…y si se equivocaba con algún número o una letra lo borraba. Era cuidadosa y utilizaba la goma con mucha delicadeza, sin que se arrugara el papel de la libreta. Tenía un estuche de dos pisos, de piel granate con aguas, que le habían regalado sus padres cuando hizo la comunión. Aquel estuche era su mayor tesoro, su juguete preferido, por eso había escrito en el lado izquierdo, debajo de la regla, el transportador y la escuadra, su nombre: Pippi Lamstrung. Su madre solía decirle que se parecía a ella. Por si acaso nadie más la reconocía, debajo de la goma puso “Nuria”. La erre le salió al revés, pero no quiso tacharla.

Estaba pintando esa erre en la pared cuando la voz que gritaba su nombre abrió la puerta del cuartucho. La claridad del invierno la sorprendió como en aquellas mañanas de la infancia, de barro y nubes. Al subir al furgón se sentó en una esquina y mirando a través del cristal, pensó cuánto le gustaría ser invisible, desaparecer.

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Me ha despertado el timbre. Acababa de echarme en la cama cuando han llegado. Ha sonado con insistencia, justo cuando se agarraba a mi almohada el primer sueño. Les he abierto en pijama y me han preguntado por ella. Sabían mi nombre y que había estado trabajando por la noche, pero han esperado a que se fuera para venir a buscarme. Apenas he tenido tiempo para vestirme: mientras me colocaba los vaqueros un agente inspeccionaba la habitación, por encima con cuidado. No me han dejado coger el móvil. Para qué si tampoco iba a poder avisarla. En la calle, las vecinas estaban en batín, el ruido de lo inusual las había apartado del desayuno o de las conversaciones mientras se tiende la ropa. Hoy su calma se ha roto con la noticia. En el cuartelillo me han tratado bien. Me han pasado a un despacho en el que tres hombres y una mujer pelirroja me hacían las preguntas. Ella era guapa, con unas piernas de patinadora y el pelo recogido en una coleta. Estaba pensando a quién me recordaba cuando me han enseñado una foto de Víctor. Le he reconocido: "Es el sobrino de mi chica."”¿Está seguro?” “Sí, es el sobrino de Nuria” “¿Cuándo lo vio por última vez?” A partir de ahí he empezado a entender lo que sucedía y las palabras se han convertido en fichas de Tetrix, que iban cayendo lentamente en el fondo de mi cabeza. Aún así, treinta horas más tarde, ninguna encaja. El retrato de Nuria en mi cabeza está pixelado, borroso, como si alguien hubiera derramado un vaso de agua sobre la pantalla.


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“No te fijes en lo blanca que estoy en esa foto. No suelo ir a la playa. De pequeña sí, de pequeña sí que iba mucho con mi madre. Ella preparaba bocadillos, los metía en una bolsa con mis juguetes y cogíamos el autobús para pasar el día en Boa. A mí no me gustaba el agua. Me daba miedo. Aprendí a nadar muy tarde, ya de mayor después de una excursión del colegio en la que nos llevaron a Sanxexo. A todas nos hacía mucha ilusión ir a la playa, así que, en cuanto llegamos nos pusimos el bañador en una cafetería. El mío, aunque no sabía nadar era de competición, me lo había regalado mi tita y me quedaba un poco pequeño. Ya en la arena decidieron que íbamos a jugar a pillar y como correr no es lo mío, me tocó pagar casi desde el principio. Intenté alcanzar a las más torpes, como yo, pero ellas se metieron en el agua, saltando entre la espuma. No lo sabían porque era un secreto que teníamos mi madre y yo, pero allí no podía alcanzarlas porque me asustaban las olas. Todas se reían mientras yo iba de un lado a otro de la orilla. Me llamaban desde dentro del agua y se burlaban: “caguiñas, pava…”. Traté de meterme un par de veces pero las olas me parecían nubes gigantes tragapersonas y cada vez que se acercaba una me retiraba. Mi madre solía contarme historias de marineros que desaparecían en el mar y yo imaginaba que la espuma era la fuerza de esa agua que engullía a las personas que, como yo, no sabíamos nadar. Así que no entré. Estuvieron riéndose un buen rato hasta que se aburrieron y siguieron jugando sin mí. Pasé todo el día solo, sentada en la arena con mi bocadillo. La que era mi compañera de excursión no quiso sentarse a mi lado en el viaje de vuelta. Pasó por mi lado y sacándome la lengua me insultó de nuevo: caguiñas. Cuando llegamos a Noia mi madre me esperaba con las madres de mis compañeras. Intenté bajar de las primeras y le dije que nos fuéramos deprisa porque me moría de vergüenza y no quería que se enterara de que yo no era normal. Había contado 6.007 gotas de lluvia contra la ventana del autobús mientras regresábamos pero no lo apunté en ninguna parte porque no llevaba el cuaderno ni el estuche conmigo. Pero no he olvidado nunca esa cifra. Siempre he pensado que 6.007 era el número de todas las lágrimas que yo podía llorar. Ahora que ya sé nadar y que no lloro casi nunca, no sé si me acostumbraría a vivir en un sitio donde todo lo que te rodea es mar. "


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En la foto llevaba una camiseta negra con un Pumuki de colores, la misma con la que llegó a Mahón. Levantaba un dedo y se reía copiando el gesto del duendecillo. “Ahora ya sabes cómo soy. Tú me has hecho visible, Elder”. No era guapa, pero parecía simpática y me escribía cosas muy bonitas. Yo no esperaba que se quedara a vivir aquí. Al principio se vino para pasar unos días de vacaciones y aunque sí, es verdad, nos enrollamos, no pensé que esto iba a durar. He conocido a muchas mujeres por internet, bueno…no a muchas, pero sí a algunas y estas cosas no suelen funcionar. Al principio hay mucha emoción, mucho feeling y todo eso, pero luego te das cuenta de que esa persona no es como te contaba y surgen los problemas, en fin…Pero con ella no fue así. Al principio nos reíamos mucho juntos. Mucho. Siempre le apetecía hacer un montón de cosas, decía que en su ciudad se sentía enjaulada y que desde que había llegado a la isla había empezado una nueva vida. “Una vida llena de felicidad”, eso es lo que ella repetía. Por eso me extraña tanto todo lo que me han contado. No tiene nada que ver con ella. Me extraña y me preocupa: debe haber algún error, una trampa. Ella no es capaz de hacer algo así. No es la asesina que me cuentan. Nuria solo es la chica con la que me iba a fugar a Japón.


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“Si pudiera salir volando, me escaparía donde estás tú. No cogería nada. Abriría la ventana de mi cuarto, mientras mis padres duermen y subida en una nube llegaría a tu isla. Olvidaría esta ciudad, mi tesis, las comidas familiares, la cuadrilla de Coruña…Lo borraría todo. Me deslizaría por una rendija en tu habitación Te abrazaría mientras duermes, tejería una tela con mi pelo, como si fuera una araña y al despertarte solo me podrías besar. Te cuidaría, te mimaría y cuando te enamoraras de mí nos iríamos lejos juntos. Juntos y muy lejos, hasta Corea o Japón. Allí empezaríamos los dos una nueva vida. Subiríamos al Fuji, compraríamos tebeos de Naruto, brindaríamos con sake, comeríamos sushi y seríamos felices, felices como perdices. Los dos. En un país donde el sol nace todos los días.”


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Victor había nacido durante su último año en la universidad, eso fue lo que me dijo. Estaba más blanco que ella cuando llegó y se tapaba la cara con una gorra negra en la que había bordada una especie de espiral dentro de una hoja. Nuria me contó que era un símbolo ninja, pero cuando le pregunté al niño este se puso rojo y miró hacia su tia, parecía descolocado tras el viaje. Vino un viernes, lo recuerdo porque el domingo yo libraba y les propuse que nos fuéramos a Fornells, que eran las fiestas de San Antoni, para ver a los caballos y el jaleo. Pensé que sería divertido y que les gustaría ver el espectáculo que se monta en la plaza cuando aparecen los caballos bailando sobre sus cuartos traseros. Yo cuando era pequeño, siempre veía en ese momento algo mágico. Cogimos un buen sitio, en una esquina de la plaza y cuando aparecieron los caballos miré a Nuria, que contenía la respiración. Victor parecía asombrado, tenía los ojos muy abiertos y se había agarrado a su tía como si temiera perderse. Parecía de cristal en aquel momento. Mi chica me había contado que el chaval estaba muy triste. Victor era el único hijo de su hermano y este, tras la muerte de sus padres, había caído en una depresión profunda, empezó a tener problemas con el alcohol, luego con su mujer… No sé si estaban divorciándose o si ya se habían separado, pero el niño entre lo de los abuelos y el divorcio de los padres pasaba muchas horas solo y tenía problemas en el colegio. Por eso ella se había ofrecido a traérselo en verano, porque si no Victor se iba a comer todo el mal rollo que había en la casa y la tristeza no era lo mejor para un niño de su edad. A mí me pareció bien y Nuria estaba contenta, siempre me repetía que lo quería mucho. Además ella tenía vacaciones y podría dedicarle todo el tiempo. Yo, dependiendo de los turnos, me uniría a las excursiones. Recuerdo ese día de Fornells porque el niño habló un poco más y me contó con el deje gallego que le gustaban mucho las matemáticas y conocimiento del medio. Me lo dijo mientras ella y yo tomábamos una pomada antes de la comida, sentado en su silla como un hombrecito serio, con ese reloj naranja que era más grande que su muñeca. A mí me hizo gracia su vehemencia, así que cuando pasó uno de esos negros que venden gafas de sol le compré un escorpión y una araña de plástico y estuvimos un rato jugando los dos, peleándonos entre los boquerones y los vasos del aperitivo. Yo manejaba la araña, él se quedó con el escorpión. Nos reímos mucho y Nuria sonreía mirándonos. En un momento el niño escondió su muñeco detrás de la bolsa de patatas fritas y cuando quiso lanzarse sobre mi araña, sin querer, derramó la bebida sobre su falda. Entonces ella se puso a gritar como si la hubiera quemado. Se levantó, le llamó imbécil y a Victor se le encendieron las mejillas, pero no contestó ni lloró, sino que se quedó callado. Yo intervine porque me pareció que se estaba pasando y ella me dijo con una voz muy aguda que no era asunto mío. Le quitó la araña y la guardó junto con el escorpión que yo había dejado sobre la mesa, dentro del bolso. Nos quedamos los tres en silencio y Victor ya no volvió a hablar en todo el día. A ella al cabo de un rato se le había olvidado todo, pero como se puso a llover y yo no tenía muchas ganas de seguir con el plan del día dije que estaba cansado y nos volvimos al apartamento. Allí comieron pizza y vimos una película. Me dio rabia que el domingo se hubiera estropeado de aquella manera, pero no quise darle más importancia y no se lo comenté a Nuria. A Victor ya no volví a verle tan contento. Tampoco volvimos a estar juntos los tres, porque regresó en seguida a Galicia. Esta mañana, después de las preguntas, los agentes de me han enseñado el reloj, la araña y el escorpión de plástico. De golpe se me ha atragantado el recuerdo del jaleo y así es como he sabido.


 
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Ver Pumuki y tú.

Amigos en facebook desde junio de 2007.

Raquel >Pumuki

Ola guapa! Me enteré ayer de k te has ido lejos, pero muy lejos….jajajjaa, k lista! Escríbeme, bsos.

23 de septiembre de 2007 a las 13.55.
 

Pumuki >Raquel

Ooola Raql, sí estoy en el paraíso, jejeje…enamorada, contenta y con curro en una agencia de viajes. Todo guay. A ver si venís a verme y os ponéis morenas que sto es muy xulo.

23 de septiembre de 2007 a las 20 hrs.

 
Raquel> Pumuki

He visto a tu madre hoy, me ha dicho q Victor se va para allá. K guay! Pero, qué te ha dicho Xavi de eso? No le habrá hecho ni p…gracia.

13 de julio de 2008, a las 12.23 hrs.



Pumuki> Raquel
 
Uffff…mal rollo con lo de Vic. Pero paso de Xavi. El niño no es suyo, así q se viene con su madre. Él solo quiere amargarme la existencia. No soporta q yo sea feliz. Victor está contento y le encanta el mar. Es igual q yo de pequeña, jijiji…

15 de julio de 2008, 9hrs.


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Nuestra vida era normal, nada más que eso, normal. Trabajábamos los dos, nos habíamos cambiado de casa, teníamos amigos, dos perros…todo era normal. No sé qué esperaban que les contara. Ninguno de los dos éramos unos freakis enganchados a un juego de rol, ni escuchábamos voces del más allá. Nada así. No. ¿Qué nos conocimos por internet? Sí, ¿y qué? Hoy en día eso es algo normal, como antes ligar en un bar o hacerse novios en la verbena. Normal. Nos encontramos y punto. Ella vivía con sus padres en Galicia y yo había tenido un par de novias aquí con las que no me había salido bien. Nuria apostó por nuestra historia y se vino. No hay nada criminal en eso. Encajamos y comenzamos con lo nuestro, pero sin grandes pretensiones ni movidas: ahorrábamos para un viaje a Japón, veíamos las películas que yo me descargaba de internet…poco más. Después ella lo pasó mal con lo del accidente de tráfico de sus padres, fue todo muy fuerte, un golpe. Se enteró más tarde porque su hermano no quiso preocuparla y ni siquiera pudo ir al entierro. Pero se sobrepuso, era una mujer fuerte. Después vino Victor y eso la alegró. Estuvo unos días contenta. Cuando el niño regresó a su casa entristeció, era lógico. De alguna manera con él se marchaban todos los recuerdos de su vida anterior.

No podía contarles otra cosa, salvo lo que he vivido.

 
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“Aquella mañana Joan había cambiado el turno y estaba trabajando”. Lo dijo de un tirón después de observar durante más de diez minutos la sortija de aquella mujer, un pez con escamas rojas y negras abrazado al dedo anular. También se fijo en la manicura francesa y los labios pintados con perfilador. Todos eran signos de coquetería, “una mujer presumida”- pensó sonriendo de la misma manera que lo hacía cuando detenía a las personas que se acercaban a la zona de embarque del aeropuerto -“una de tantas a las que hago quitarse hasta los pendientes cuando pasan por debajo del arco.” La mujer no le devolvió el gesto. Bajó la mirada y apretó el bolígrafo contra el folio. “Le repito la pregunta por si no la entendido: el día que encontró a su hijo sin respiración en la bañera, ¿estaba usted sola en casa o también se encontraba su pareja? Y después, ¿recuerda usted que día fue?”

Seis mil siete gotas de lluvia en el cristal. El estuche de dos pisos y la goma de borrar sobre la mesa de una extraña. Ella misma había ayudado a Victor a escribir su nombre en el reverso. A su hijo le gustaba pintar la erre al revés, con el palito hacia el lado izquierdo. Era un juego de los dos, desde pequeño, cuando empezó a escribir. “Mami, ¿la erre es ese señor que baila?” Ella, que estaba chateando mientras el niño jugaba con un libro de actividades infantiles, se rió y miró lo que Victor hacía. “Sí, claro que sí, pero no es así, hombre, ¿por qué la has pintado al revés” “No está al revés mamá, es que baila y da vueltas.”

Los ojos de Victor rodeados de agua.


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Ver Raquel y tú.

Amigos en facebook desde junio de 2007.



Pumuki >Raquel
Wappaaaaa!!! K es de tu vida? X aquí genial, Vik en el cole, muy contento y yo feliz. Le han ofrecido a mi xico un trabajo en una multinacional y no sabemos k hacer, a lo mejor te escribo desde Japón el próximo año. Jajajjaja…vendrás a verme a Tokio, no???

 
24 de agosto de 2009 a las 19.50hrs.



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Se ha peinado como al principio, con dos trenzas. La llevaban esposada y parecía tranquila. Me he roto al ver que tenía puesto mi jersey de cremallera, el que a veces me roba para ir al trabajo. No lloraba, pero tenía las manos ocultas dentro de las mangas, igual que hacía de pequeña cuando la sacaban a la pizarra. Me he acordado de eso cuando la he visto así en televisión. Sé que tenía miedo. No lo parecía, pero yo sé que estaba asustada, me lo han dicho sus manos escondidas en mis mangas. No había querido encender la televisión para no verla, pero joder, es muy difícil. Todo esto es muy difícil. No quiero escuchar nada de lo que digan o escriban sobre ella y al mismo tiempo no puedo vivir con la angustia de no saber. No he movido ni una sola de sus cosas y están por toda la casa. No quiero tocarlas ni tirarlas a la basura. Lo único que he hecho es prepararle una bolsa- casi me derrumbo cuando he abierto el armario en el que guardábamos las maletas y he pensado que allí estuvo la de Victor, la misma de las fotos de todas las crónicas de sucesos, durante un tiempo- para subírsela a la cárcel. “Ropa cómoda, zapatillas, vaqueros, un chándal” eso es lo que me ha dicho el abogado por teléfono. He dudado sobre si debía ponerle la negra de Pumuky, con la que llegó a Mahón y la he dejado sobre la mesa durante toda la tarde. Después de verla en televisión he decidido quedármela yo. En la cárcel no la va a usar, han publicado su mote en todos los periódicos y me asusta pensar cómo la recibirán las otras presas. Se la guardaré yo hasta que salga, se lo he escrito en una nota. “Tal vez entonces podamos escaparnos. Nos haremos una bonita foto cuando subamos a la cima del Fuji, en otra vida, en Japón, los dos juntos sonriendo con el sol naciente.”

No somos tan raros.








martes, 30 de noviembre de 2010

El tema de Lara

Yuri escribe mientras Lara duerme. El cristal de la dacha está roto y fuera  hay un blanco infinito. Cubre sus manos con unos mitones que no abrigan y tiembla mientras observa el delicado rostro de ella iluminado por el resplandor de la nieve. Suena el tema de Lara de fondo- yo lo tengo enjaulado en un tiovivo,  para alegrar tu silencio- y su caligrafía sangra tinta.
Siempre he querido vivir esa escena de Dr.Zhivago: dormir como Julie Christie y descubrirte escribiendo al abrir los ojos. Quedarnos abrazados entre las mantas desafiando el presente, el pasado y el futuro con una sola cosa a la que agarrarme: tus manos. O ser Omar Shariff y desollarme los dedos trasladando al papel los cuentos que te susurro mientras duermes. Pintarte un mapa en la espalda y que sea nuestra Mágina- o tu Macondo- y que encontremos el camino a ese palacio de hielo en el que daremos la espalda a la revolución.
Por eso cada vez que llega el frío busco jerseys que me conviertan en Lara. Imagino que más allá de la avenida de Lidón, justo donde empiezan a formarse los bancos de bruma, hay una casa deshabitada que nos espera. En ella tú me peinaras los miedos y yo aligeraré las prisas. Una casa de finales del XIX, con azulejos de un azul intenso o de un verde cobalto, con un piscina vacía llena de plantas, pinos que oculten el camino hasta la puerta y una pista de tenis en la que crecieron anisetes y en la que, al caer la tarde nos sentaremos a escuchar las voces de los niños que jugaron al frontón.
    El frío se convierte en un motivo para volver a algunos costumbres. Para instaurar otras. Aprendo a hacer lentejas y retomo el blog. No sé bien por dónde empezar. Mis dedos dan volteretas. He estado cinco semanas rayando la moleskine sin pensar. He intentado llenarme de todas las cosas que eché de menos este verano: desayunos en Voramar, risas, comidas improvisadas, gente nueva, reencuentros. No he conseguido terminar ni uno solo de los libros que he empezado. He ido del trabajo a casa y de casa a quién sabe dónde me llevaba la jinkana de cada tarde. He empezado a ser feliz otra vez. Feliz de una manera extraña, sin un motivo concreto ni grandes explosiones de alegria. Feliz en espacios pequeños.
  Ahora busco entre los cajones esos guantes con los que me sentaba a escribirte cuando tú no me leías.Cuando me los ponga seguro que escucharé el tema de Lara.


PS: Hoy hay q leer el post de Isaac, en Tentari. Dan ganas de fugarse a su biblioteca.

domingo, 28 de noviembre de 2010

The girl with the mousy hair

Recoge su cinturón del suelo aunque no haya amanecido entre sus brazos. No encuentra los calcetines ni en la pobreza ni en la enfermedad, ni en la angustia ni en la calma de otra de sus ausencias, ni en las canciones mexicanas, ni en los salmos que preceden a los padresnuestros. Una vez más desayuna sola y con sorbos de té aumenta el hueco que preside la mañana de otoño a la que ha llegado el frío. Sin embargo, pese a los termómetros y las bufandas que cuelgan de los árboles, Paris arde sin sus abrazos y ya no sabe a fiesta (ni a novela de Vila Matas) sin su olor,
o sin:
su aliento,
sus reproches,
sus gritos de socorro.
O sin su respiración, que ella escucha aunque él viva en el otro lado del planeta. Así que, se precipita sobre otro domingo, con urgencia: se ducha, sale a comprar el periódico, twittea, pierde una hora en la lavandería, compra un croissant y llena con las migas un sobre en el que meterá hojas y hojas en blanco, como si él aguardara una señal o fuera a presentarse sin billete de vuelta. Entre mañana y desasosiego, tres llamadas a las que él no responderá.
Y todo junto,
con una cucharada generosa de pimentón
se cubre de agua. Así hierven los recuerdos y ella suda entre versiones de Bowie y nubes de orfidal ("No me riñas, myway"). Dobla la ropa y sus jerseys llenos, como sus notas, de bolas de puntos. Frases que no sabe remendar. Entre rayas francesas y los labios fruncidos sobre una copa de bourgogne sumerge sus ganas de ser un personaje de Fogwill. Entre lentejas imagina que es el principio de “Muchacha punk” y que se mete entre los pliegues de su piel como aquella vez que hicieron el amor en diciembre de 1978. Ya en la siesta, columpiándose en el eco de la bossanova, fantasea: es un molusco, un virus entre sus dedos que se inflama debajo de las mantas.
Hay mucho de melodramático en sus gestos aunque parezcan pausados, también en la manera de caminar al final del día e incluso en la diligencia con que se ha puesto a cocinar a primera hora de la mañana. Lo sabe. Por eso no ha vuelto, por eso no se atreve a moverse y cuando llega a esa plaza, su favorita, se queda mirando entre la gente con guantes que la empujan esa tarde, pero que no puede decirle nada. Porque ni sus amigos, ni los guisos nostálgicos, ni las canciones le han dicho cómo debe mover el cuello en esa esquina tan áspera, demasiado fría para que él vuelva a besarla.
No sabe seguir. Por eso camina al final de la tarde, cabizbaja, con el pelo castaño flotando entre las hojas, y de vuelta a casa, vuelve a escuchar ese disco antiguo y se pregunta- aunque ya ha adivinado la respuesta- si algún día habrá, aunque sea un eclipse, vida en Marte.





domingo, 24 de octubre de 2010

Despedida y ajuste.

Bueno, aún me cuesta decirlo, pero cierro por una temporada el blog. Voy a echar mucho de menos los comentarios de todos los que habéis pasado por aquí en los últimos meses, los descubrimientos, las casualidades y las voces a las que no he podido poner nombre, pero creo q necesito un silencio. Gracias por acompañarme durante estos años. Buff...se me pone todo el abecedario en la garganta. Espero veros pronto, en cualquier parte.

Un beso enorme.

y un abrazo.

eva

(de fondo suena "La vida en un blog" de Santos de goma)

Espacio en blanco






Estos son los pasillos del submundo, los sótanos de los juzgados. Como en las mejores películas de terror la mayor parte de las puertas no son una salida, tampoco conducen a ninguna parte, salvo a salas vacías, a la espera de encontrarles función. Entre ellas están los calabozos- qué extraño se hace en el siglo XXI utilizar una palabra con eco de catacumba- los locutorios en los que nos comunicamos con los detenidos y la clínica forense. Yo cada vez que bajo al submundo me pierdo y de paso, me acuerdo del angustioso final de "Tesis". La noche del FIB- la noche en blanco de las pastillas- me la pasé vagando por este laberinto de grises, buscando a la guardia civil. A las tres de la mañana el silencio de los pasillos impresionaba, así que me puse a cantar y solo me salía una canción de los Doors:














People are strange when you're a stranger,


faces are ugly when you are alone,


women seem wicked when you're unwanted,


streets are uneven when you're down...





Descubrí a Jim Morrison gracias a Muñoz Molina. Descubrí que las novelas podían estar llenas de música gracias a "El jinete polaco". Descubrí que tienen que pasar muchas cosas para que tú y yo lleguemos a conocernos- gran frase de Don Draper en el último capítulo de la cuarta temporada- gracias a Mágina. Me separan quince años de ese mes de agosto en el que solo escuchaba la lluvia de "Riders on the storm" cayendo sobre las páginas de mi edición del premio Planeta y sigo atrapada por esa historia, por el puzzle de acontecimientos que hace posible este principio:




"Sin que se dieran cuenta se les hizo de noche en la habitación de donde no habían salido en muchas horas, donde habían estado abrazándose y conversando en una voz cada vez más baja, como si la penumbra y luego la oscuridad que no notaban hubieran ido apaciguando el tono de sus voces pero no la avidez mutua de palabras, igual que se había apaciguado el modo al principio perentorio en que satisfacían y simultáneamente alimentaban su deseo..."




Aún tiemblo cuando lo releo: el amor debe ser ese párrafo. Tal vez más, pero nunca menos. El amor.