viernes, 30 de mayo de 2014

La tira del sujetador

Hay que colocar el ladrillo justo en el centro de la columna, allí donde está la tira del sujetador. Mi profesora de yoga lo repite como un mantra todas las semanas, en todas las clases, a todos sus alumnos, con independencia del sexo y de lo que les afecte la ley de la gravedad.
La tira del sujetador es un punto geográfico.
Están los puntos cardinales por todos conocidos, los cinematográficos- el Nueva York de Woody Allen, el Paris de Casablanca, Kenia de Meryl Streep y Benidorm cuando llegaron las suecas- los históricos- el Muro de Berlín, Tiananmén, Vietnam-y los reales, los que no sitúan en la vida un martes: la caja de galletas en la despensa, la tapa del váter y la tira del sujetador.
Este último es un agujero negro. La palabra que abre la cueva de Aladino. Es el pasadizo que deja que se resbalen las bragas y caigan los vaqueros la primera noche. Es la etiqueta que no conseguimos quitarnos del cuerpo las temporadas de soledad. El interruptor que ilumina un paisaje nuevo cuando cierras los ojos, se eriza la nuca y te dejas morder.
La tira del sujetador es una linea de meta, un puesto fronterizo abierto al tráfico de todos los secretos.

martes, 6 de mayo de 2014

La intensidad y el tocino


Hubbell deja a Katie. Él ya ha tomado la decisión hace tiempo. No queda ningún resquicio al que ella se pueda agarrar para renovar su historia.Katie- Barbara Streisand- lo sabe, pero poseída por sus miedos, le llama una y otra vez por teléfono, le llora, le suplica, le arrincona y si Robert Redford en lugar de ser en la película un guionista de éxito fuera la rosa del Principito, veríamos como es ahogado por las súplicas de Katie y cómo esta se quedaría sin razón para volver a su planeta.
Estamos en 1973, fecha en la que Sidney Pollack se arriesga uniendo en una película a dos actores con la fuerza de un cometa y le sale un peliculón de amor con temazo incluído- "The way we were"- que asusta. Las críticas llueven por todos lados: dulzona, larga, melodramática, etc. Pero la química entre Redford y Streisand es tan fuerte que de la colisión de esos dos- había dicho antes, cometas, sigo pues con la metáfora- cometas, saltan meteoritos.
Han pasado treinta y un años y la cinta resulta con el tiempo hasta ingénua. Sin embargo, hay una escena precisamente en la ruptura de la que yo me acuerdo día sí, día no, y sucede precisamente cuando,después de las veinte mil llamadas de ella, Redford accede a conversar y le explica por qué ha decidido poner fin a su relación:

  "Es que eres demasiado intensa"

Hubbell/Redford lo dice entre el hartazgo y la desesperación, como si ya se viera desbordado ( de hecho Redford, Hubbell en la película, ya está enrollado en ese momento con una pánfila que no es más que "un trós de carn batejà"- un pedazo de carne batido- que diría mi madre, o una princesa manca, de esas que digo yo, que parecen de plástico y ni se mueven ni se notan ni traspasan)por algo que ha estado ahí desde el principio.
La cara de Streisand se merece un oscar a toda una carrera. La pobre, por exigencias de su papel y de Sidney Pollack no reacciona, pero en ese momento es para darle a Redford el guantazo que Gilda no le devolvió al tontico de Glenn Ford. Ella es intensa desde el minuto uno de la película, qué digo yo, desde los títulos de crédito (de tan intensa como es canta ella misma la canción de la película) pero no quería fijarme yo en esa intensidad de la Streisand que es como un elefante en cualquier lugar en que no le corresponda estar a un elefante, sino en la intensidad, rasgo de carácter, virtud o defecto que ahora parece ser más reprochable que la halitosis y la violencia sin freno juntas . Esa intensidad que, con frecuencia, se nos adjudica a un tipo de mujeres: las "intensitas", para que nos entendamos.
Ultimamente no dejo de leer comentarios y referencias donde decirle a alguien que es intenso es reprocharle que es un plasta desbocado y advertirle de que además, da miedo. A mí cada vez me afectan menos esos comentarios porque he sido intensa desde que nací- mi madre le dijo un día al pediatra,agotada y con las ojeras por el tobillo, "o sobra niña o falta madre". Yo tenía dos años y medio y para que la pobre mujer descansara de mi intensidad me apuntaron a clases de inglés en el piso de al lado de mi casa, es decir, que les daba la paliza a otras- y porque convivo con ese miedo que provocas en los otros desde hace tiempo.
Sin embargo, a veces me duele, porque en realidad lo intenso solo afecta de verdad a aquellos que lo son, es decir al modo en que tienen de ver la vida quienes caminan por ella con el volumen al máximo. Somos nosotros los que nos despellejamos en las caídas, los que echamos a volar en un orgasmo múltiple cuando nos enamoramos o los que nos clavamos cristales en la planta de los pies cuando discutimos.
A mí la intensidad me recuerda a la velocidad que se coge yendo en patines: asusta, la intentas controlar, pero a veces se escapa y te sientes la chica de martini por las playas de Malibú con su faldita corta, otras se te desboca y los metros siguientes se nublan, te tropiezas, caes de cabeza, haces la croqueta y montas un estropicio de la leche, pero intentas no llevarte a nadie por delante. Y sí, hay veces que no puedes evitarlo y arrollas a quien menos culpa tiene, pero también fumiga el silencio de otras personas como un arma de destrucción masiva y nadie le pone tantas etiquetas con calaveras.
Yo confío en que esto de tachar por intenso sea una moda pasajera, como la de criticar a los que toman gintonic (que algunos ya lo hacíamos desde antes y nos ha tocado pasarnos al vodka para que no nos monten una verbena en la copa cada vez que nos pedimos uno) a las que bailan sevillanas (a mí me gustan) o a los que probamos un poco de todo y hemos sido indies, folclóricas, festivaleras, punkies, yuppies de provincias, novias de opositor, amantes en la distancia, copleras en taberna, investigadoras sin beca o princesas sin pirata cojo.
Que pase. Que no da mal fario ni tiene nada que ver con el fracaso ni con el tocino.
Confío en que con la intensidad podamos vivir y que al final, sea el pánfilo de Robert Redford el que, en la puerta del hotel, se quede pensando en que se perdió lo más importante, que eran las ganas de disfrutar esto en lo que todos andamos metidos.