JUAN JOSÉ SAER
(Serodino, Santa Fe, Argentina, 1937-París, Francia, 2005)
Leche de la Underwood
Por delicadas que sean, las mañanas
envilecen; lo destructible vacila
y lo que pareciera, frente a nosotros, perdurar,
no nos acoge, menos cruel que indiferente. Animal
anónimo, por más que grites, nadie escucha,
y ni por lejos la lengua es la que conviene.
Existe, tal vez, en alguna parte, un idioma,
nadie niega, pero habría que desandar,
salir, si fuese posible, del centro de la noche,
y empezar de nuevo con otra clase de balbuceo.
Tantas tardes que resbalan:
ya no se sabe
en qué mundo se está, y sobre todo si se está
en un mundo. Se muerde
un fantasma de manzana, mientras sigue merodeando,
como desde un principio, lo oscuro. Destellos
de un sol de invierno en la ciudad
transparente; brillos, rápidos o lentos,
que algunos blanden como pruebas
abandonándose, soñadores, su tibieza. Entre tantas
estrellas, esperanzas: relentes
de un reino animal.
**
Recuerdos del doctor Watson
a José C. Chiaramonte
Vimos con Holmes la lluvia desde el carruaje
en la hermosa avenida Brixton, yendo hacia Andley´s Court.
“Esta tarde en el Concert Hall oiremos cantar a Norman Neruda”
Ráfagas mudas de agua lenta golpeaban contra los vidrios, férrea
realidad nos rodeaba y nos movíamos en ella, nítidos. Puedo
si quiero, evocar el preciso rumor de la ruedas sobre las piedras mojadas
y el resoplar de los caballos atravesando la ciudad familias.
Ladrillos rojos chorreando agua, hombres borrosos en la lluvia:
la luz de gas manchaba la oscuridad matinal. Siento otra vez, con noble
fruición, el peso cálido y el vaho de nuestros abrigos,
la mirada de un muerto en honda persecución
golpeando contra el revés de mi mente. Hombres del porvenir, plagados
de irrealidad, para ustedes nunca este collar
de sólidos minutos, este edificio de horas de piedra. La niebla
carcomerá las paredes de Londres y el corazón de nuestra descendencia
yacerá débil o muerto, ciego humo amarillo. Honda
es nuestra pobre vida en comparación y benditos
nuestro violín, nuestra fiebre de Afganistán, nuestra deliberada morfina.
***
ÁLAMOS
Parecen familiares del cielo y brillan, delicados y lentos,
sin mostrarse, para el que los contempla, ni amigos ni enemigos.
Se inclinan blandos y victoriosos a todos los vientos
y son, en la tarde abierta, más testimonio o prueba que testigos.
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viernes, 7 de octubre de 2016
sábado, 29 de octubre de 2011
Cualquier señal oscura de sentido
JUAN JOSÉ SAER
(Serodino, Santa Fe, Argentina, 1937-Francia, 2005)
Reconstrucción del soneto "escrito" en su cuento breve Sombras sobre vidrio esmerilado,
en el que toma versos de un poema de Alfonsina Storni
Cuando una sombra sobre un vidrio veo
Veo una sombra sobre un vidrio. Veo
algo que amé hecho sombra y proyectado
sobre la transparencia del deseo
como sobre un cristal esmerilado
en confusión, súbitamente, apenas
vi la explosión de un cuerpo y de su sombra
ahora el silencio teje cantilenas
que duran más que el cuerpo y que la sombra
¡Ah! si un cuerpo nos diese aunque no dure
cualquier señal oscura de sentido
como un olor salvaje que perdure
contra las diligencias de ese olvido
y que por ese olor reconozcamos
cuál es el sitio de la casa humana
como reconocemos por los ramos
de luz solar la piel de la mañana.
**
De Alfonsina Storni,
Contra voz
ENTIERRA la pluma
antes de atarte a los puños
como una llama
el dolor de servir
a cosas estultas.
Por su punta,
como por los canales
que desagotan el río,
tu agua se desparrama
y muere en el llano.
La palabra arrastra limos,
pule piedras,
y corta selvas imaginarias.
Piden los hombres
tu lengua,
tu cuerpo,
tu vida:
Tírate a una hoguera,
florece en la boca
de un cañón.
Una punta de cielo
rozará
la casa humana.
(de Mundo de siete pozos, 1934)
Para leer este cuento de Saer, haga clic aquí o aquí, etcétera.
(Serodino, Santa Fe, Argentina, 1937-Francia, 2005)
Reconstrucción del soneto "escrito" en su cuento breve Sombras sobre vidrio esmerilado,
en el que toma versos de un poema de Alfonsina Storni
Cuando una sombra sobre un vidrio veo
Veo una sombra sobre un vidrio. Veo
algo que amé hecho sombra y proyectado
sobre la transparencia del deseo
como sobre un cristal esmerilado
en confusión, súbitamente, apenas
vi la explosión de un cuerpo y de su sombra
ahora el silencio teje cantilenas
que duran más que el cuerpo y que la sombra
¡Ah! si un cuerpo nos diese aunque no dure
cualquier señal oscura de sentido
como un olor salvaje que perdure
contra las diligencias de ese olvido
y que por ese olor reconozcamos
cuál es el sitio de la casa humana
como reconocemos por los ramos
de luz solar la piel de la mañana.
**
De Alfonsina Storni,
Contra voz
ENTIERRA la pluma
antes de atarte a los puños
como una llama
el dolor de servir
a cosas estultas.
Por su punta,
como por los canales
que desagotan el río,
tu agua se desparrama
y muere en el llano.
La palabra arrastra limos,
pule piedras,
y corta selvas imaginarias.
Piden los hombres
tu lengua,
tu cuerpo,
tu vida:
Tírate a una hoguera,
florece en la boca
de un cañón.
Una punta de cielo
rozará
la casa humana.
(de Mundo de siete pozos, 1934)
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lunes, 17 de mayo de 2010
Ruidos de agua
JUAN JOSÉ SAER
(Serodino, Santa Fe, Argentina, 1937-Francia, 2005)
SEÑALES DEL RIO LOT
El azar se transforma
en mundo, y
el mundo
en belleza.
Región
antigua
que acompañabas,
gentil, el tren
en un anochecer
de fin de invierno,
reunida, al fin,
en imagen
por el curso
de tu río. Río,
o signo más bien,
por el que,
como por un lugar,
con delicia,
se atraviesa.
***
RUIDOS DE AGUA
Nadie está, aunque parezca estar, en el mundo.
Como cuando en el agua lisa y resplandeciente
cae una piedra que llena el aire con su eco,
igual el todo, permanencia inmóvil,
se abre y se cierra con cada nudo, fugaz, de acaecer.
Ruidos de agua. Y silencio, después,
en un lugar arcaico y sin orillas.
***
HAIKU
Plantas inmóviles
antes de la tormenta.
Una sola hoja tiembla.
***
MADRIGAL
Pastores,
la estrella
no lleva a nada,
su trayectoria
es azar,
aparición fugitiva
en la manada
de siglos fugitivos,
la cruz,
más tarde,
coincidencia;
pastores
el sol relámpago,
el tiempo entero
suspiro, pastores
lo visible
explosión,
espejismo
el firmamento;
pastores
la propia mano
improbable,
el pensamiento
brisa o fiebre
en el anochecer,
la adoración
error o cálculo
en un establo
vacío.
***
EL CULTO DEL CARGO
Desháganse
de adornos y vestimenta;
desierten
factorías y jardines.
Que un árbol junte la tierra
el cielo; que se entremezclen
sexo y jerarquías:
después de la catástrofe
viene la vuelta de nuestros muertos,
después de la oscuridad, la luz
flamante. Salgamos desde el cero
otra vez, renovados, al infinito.
ime la herrumbre
de este mundo gastado, se quiebran
las estrellas en ruinas,
el aire sucio raspa
pupilas secas
bajo párpados blancos. O el paraíso
o nada: desdeñen
la limosna, el imperio
del siglo, reintroduzcan
el gusto por la abundancia.
Preparen
la desnudez exigente.
Respondan
a la mistificación con silencio.
Acepten
el paso oscuro por el caos.
Abandónense a la inacción.
**
Estos poemas pertenecen a La guitarra en el ropero (1981-1987), última parte de El arte de narrar, Seix Barral, 2000.
Fuente: Clarín, 5 de noviembre de 2000
***
Con el tiempo, si es que estoy viva, tomaré el color de la esterilla del sillón, me iré volviendo amarillenta y lustrosa, pulida por el tiempo.
El tiempo de cada uno es un hilo delgado, transparente, como los de coser, al que la mano de Dios le hace un nudo de cuando en cuando y en el que la fluencia parece detenerse nada más que porque la vertiente pierde linealidad.
De Sombras sobre vidrio esmerilado
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char