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viernes, 15 de diciembre de 2017
Alanis
La estridencia de lo real. Hay un cierto tipo de cine que quiere captar la realidad sin maquillaje alguno, como si nuestro ojo la registrara en su cruda condición. Crudeza que se amplifica si pretende abordarse las vidas más precarias y miserables. La crudeza y la fealdad se funden. Hay obras que pretenden captar el pulso cotidiano de quien sobrevive a duras penas, como si en cada momento le amenazara el desalojo de la propia vida. Casi no hay trama, porque se pretende registrar un trozo de vida, como si se la sorprendiera en una racha cualquiera, aunque sea extrema, porque pese a que parezca excepcional no lo es: son vidas siempre en el filo. Ese era el caso de 'La vida de Anna' (2016), de la cineasta georgiana Nino Basilia, que pasó desafortunadamente desapercibida cuando se estrenó hace seis meses, o lo es de la también notable 'Alanis', de Anahi Berneri, que ganó el premio a la mejor dirección y la mejor interpretación femenina en la última edición del festival de cine de San Sebastian. Alanis (Sofia Gala Castiglioni) es desalojada, junto a otras prostitutas, por la policía, y después por el casero, del piso que utilizaban como centro de trabajo. Con escasas pertenencias, ningún dinero, y un hijo de año y medio, como quien pierde el paso (o más bien zancadillean para que lo pierda), deberá esforzarse por salir del trance y volver a reiniciar su vida. Está curtida en la supervivencia, e, incluso, en su posición de permanente precariedad tiene prioridades: prefiere reiniciarse en la prostitución que trabajar como mujer de la limpieza.
El estilo cinematográfico, en estos primeros pasajes, parece rehuir cualquier estilización, como si fuera otro episodio más de un vivir cada día (en las circunstancias más paupérrimas). Aunque comienza con un plano de elaborada composición descompensada que rezuma intencionalidad: Alanis sentada en la taza de water, antes de meterse en la ducha. Encuadrada desde el otro extremo del pasillo, se la ve sólo la mitad del cuerpo, como si esa fuera su vida, una vida partida, un espacio vacío, carente, que su cuerpo desnudo llena de modo provisional.Hay películas que intentan captar el pálpito o la respiración de lo inmediato con la cámara móvil al hombro, como si esa convulsión nos hiciera partícipes de cada instante. Una de las obras más singulares estrenadas este año, la notable 'El rey de los belgas' (2017), de Peter Brosens y Jessica Woodworth, realizaba una mordaz variante. Estaba narrada a través de la cámara que porta alguien, pero las composiciones y la misma configuración visual es impecable, estilizada, porque su pretensión busca difuminar los límites entre ficción y representación. Por su parte el cineasta coreano Hong Sang Soo no agita la cámara, pero utiliza un recurso que parecía ya superado, el zoom, y además lo emplea, en ocasiones a trompicones, evidencia de un estilo tosco y desmañado En ocasiones, como en 'Lo tuyo y tú' (2016), logra superar en parte esa fealdad o torpeza expresiva con su elaborada construcción dramática que no intenta, precisamente, ser realista, sino también difuminar límites de representación y realidad, pero en otras se muestra incapaz como en la recientemente estrenada 'En la playa sola de noche' (2017). Es la estridencia de estilo, como en 'Alanis' se evidencia la estridencia de lo real. Y lo hace a través de planos fijos, como celdas.
'Alanis' se complejiza en su segunda mitad mediante unos recursos expresivos que transcienden el mero aparente registro de lo real para plantear una reflexión sobre una vida condenada a un escenario en el que es un mero reflejo, o cómo en el reflejo, en lo que representa para otros, los hombres, se sostiene para sobrevivir. Los espejos, las figuras interpuestas en el encuadre y los cortes de plano (o la escisión espacial en el mismo plano) lo evidencian con sutileza. En un interrogatorio de la policía, hay una figura que se interpone, de modo borroso, en un lateral del largo primer plano sobre su rostro. Ante una pregunta sobre cómo dio a luz a su hijo, ella responde que 'rompió aguas mientras la cogían', para acto seguido reírse, y aclarar que fue en un hospital. Con esa aclaración el encuadre varía, en un salto de eje, y evidencia al fondo del encuadre un espejo. Su comentario, su risa, refleja un hartazgo ante una forma de tratarla, de considerarla (siempre como si hubiera algo interpuesto en la mirada ajena que distorsiona la percepción sobre cómo es ella o su vida). En una posterior secuencia, tras un plano de la entrada de un hotel en el que se percibe un movimiento de prostitutas, se la ve tumbada sobre una opulenta cama, junto a su hijo. Pero en el siguiente plano se revela que es una cama que está en un escaparate. Al respecto, también como significativo recurso escénico, señalar que la amiga a la que recurre es la dueña de una tienda de moda, entre cuyas ropas duerme sobre un colchón en el suelo. Vida de escaparate, cual maniquí. Un tercer ejemplo que conecta con la primera secuencia, y mediante otro recurso con la segunda. Un largo primer plano en el interior de una tienda, con un maniquí en primer término borroso en un lateral del encuadre, mientras es follada por detrás por un cliente. En un momento dado, se corta a un primer plano de ella incitándole con sus procaces palabras a que logre correrse, un plano que evidencia que el encuadre se estaba realizando a través del reflejo en un espejo. Y, cuarto ejemplo, un plano de Alanis curándose su rodilla, tras haber sido golpeada por otras prostitutas, por una cuestión territorial. El espejo está dividido en dos, por lo que ella se refleja doblemente. Su escisión entre cuerpo y reflejo.
domingo, 2 de julio de 2017
Lo mejor del segundo trimestre del 2017
10. Stefan Zweig: Adiós a Europa, Maria Schrader
9. Las películas de mi vida, Bertrand Tavernier
8. La vida de Anna, de Nino Basilia
7. El rey de los belgas, Peter Brosens y Jessica Woodworth
6. Rosalie Blum, de Julen Rappeneau
5. Norman, el hombre que lo conseguía todo, Joseph Cedar
4. Los demonios, de Philippe Lesage
3. Lady Macbeth, de William Oldroyd
2. Bajo el sol, de Dalibor Matanic y (abajo) 1. Personal shopper, de Olivier Assayas.
Fantasmas. Cuerpos que no encuentran su lugar, que no consiguen conectar, que se sienten desclasados, fuera de lugar. Exploradores de espacios que quizá no existan, aunque quizá lo fundamental sea la actitud el propósito que evidencian las faltas de la configuración de un supuesto orden, de una estructura de sociedad, de sentido. La ciudad perdida de Z es como la entidad que no sabes si es sobrenatural o real, si eres tú mismo o es la realidad afuera, esa realidad de ventas y compras, de pantallas e intercambios difusos (Personal shopper).
Soledades. Cómo conectar, cómo sentir junto a otro, seres en el tiempo que nos enfrentamos con los abismos de nuestro pasado, de nuestro incierto futuro o movedizo presente (Rosalie Blum). Cómo nos confrontamos con la decepción, con el contraste entre lo que soñamos y lo que fuimos (Wilson, Colossal). Cómo nos construimos, cómo nos definimos, quiénes somos en el proceso de formación, cómo nos confrontamos con la multiplicidad de emociones, impulsos, deseos, instintos, cómo nos configuramos como adultos, cómo realmente se relacionan los adultos (¿la formación en qué forma derivó?¿cómo se logra lidiar o encauzar con los demonios?). (Los demonios, La chica dormida)
Rivalidades. Los enfrentamientos entre colectivos. Qué es Europa,, qué es el otro, cómo nos relacionamos con los otros, como construcciones identitarias (genéricas, étnicas...sea de otra nacionalidad, religión, género sexual, raza...), máscaras que se injertan, y disgregan y separan: las rivalidades, la ignorancia de cómo es aquella otra cultura. La imperiosa tendencia humana a la destrucción, y a la estigmatización. La brutalidad de su naturaleza básica: El monstruo del impulso a hacer daño. La sublevación de quien sufrió el estigma, la utilización de los mismos recursos: todo depende de la posición. Y ¿Cómo afrontar el daño, la pérdida, por qué la necesidad de la retribución, el victimismo que se convierte en agresión? (Bajo el sol, El rey de los belgas, Stefan Zweig: Adiós a Europa, Déjame salir, Lady Macbeth, Life, Una historia de venganza).
Funciones. El ser humano convertido en agente, en ejecutor de procedimientos, intermediario o estratega, la realidad como escenario de cálculo y conveniencias, alianzas y trámites, pulsos y partidas. Seres en medio sin vida íntima que transitan en un escenario virtual, intangible, como el universo escurridizo de las finanzas que nos domina como dictadura. Mientras, entre las ruinas de lo real forcejean quienes boquean para poder sobrevivir porque se arrastran entre míseros empleos con los que mal sobreviven, sin lograr encontrar la salida, aunque por desesperación piensen que puede estar en otro escenario geográfico, otro país, otro continente (Miss Sloane, Norman, el hombre que lo conseguia todo y La vida de Anna).
Mejor interpretación masculina: Michael Fassbender (Alien:covenant). Joseph Hader (Stefan Zweig: Adiós a Europa). Woody Harrelson (Wilson). Edouard Tremblay Granier (Los demonios). Arnold Schwarzenneger (Una historia de venganza)
Mejor interpretación femenina: Kirsten Stewart (Personal shopper). Ekaterina Demetradze (La vida de Anna). Jessica Chastain (Miss Sloane). Tihana Lazovic (Bajo el sol). Florence Pugh (Lady Macbeth).
Mejor dirección fotográfica: La ciudad perdida de Z (Darius Khondji). Lady Macbeth (Ari Wegner). Una historia de venganza (Pieter Vermeer). La chica dormida (Andrew Commis). Colossal (Eric Kress)
Mejor banda sonora: Miss Sloane (Max Richter). Una historia de venganza (Mark D Todd). Déjame salir (Michael Abels). La ciudad perdida de Z (Christopher Spelman). Life (Jon Ekstrand).
Mejor guión: Norman, el hombre que lo conseguía todo (Joseph Cedar). Personal shopper (Olivier Assayas). Rosalie Blum (Julen Rappeneau). Stefan Zweig: Adiós a Europa (Maria Schrader, Jan Schomburg). Lady Macbeth (Alice Birch).
Mejor edición: Personal shopper. Lady Macbeth. Bajo el sol. Los demonios. Norman, el hombre que lo conseguía todo.
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sábado, 17 de junio de 2017
La vida de Anna
Anatomía de la vida precaria. Cada uno conocerá a alguien que alguna vez haya manifestado que no quiere ver en la pantalla el retrato o reflejo de la vida cotidiana, sobre todo si es su vida cotidiana. Probablemente no sentirá ningún interés por la notable 'La vida de Anna' (2016), de la cineasta georgiana Nino Basilia. Da igual que transcurra en Georgia. La vida de Anna es la vida de cualquiera, en cualquier país, que sufre por sobrevivir en el día a día. Podía haberse titulado La vida precaria, o la vida de cualquiera que vive en la permanente precariedad, o permanente parece en el horizonte como un embudo que se estrecha, por lo que se desespera o se buscan opciones desesperadas, algún tipo de salida, aunque sea en otro lugar, como si ese mero cambio espacial pudiera hacer sentir que se reinicia la vida y que puede perfilarse el escenario de otro modo, no desde luego con precariedad ni desesperación.
Anna (Ekaterina Demetradze) trabaja de interina en varias casas y friega platos en un restaurante. Es madre soltera. Su hijo es autista, lo que implica que se encarezca el pago del colegio especializado. El padre no quiere saber nada de él, no soporta mirarle cara a cara. Por eso, incluso, cuelga las llamadas de Anna cuando ella le llama para pedir que le ayude con el gasto que supone la atención de su hijo. Un hombre la elude, y otra la agobia, ya que sufre el persistente asedio de un joven que está enamorado de ella. Es una presencia constante delante de su edificio, como un adorador que espera que sea bendecido. No parece haber término medio en su vida, entre la falta y la sobrecarga. Anna necesita salir de ese agujero de vida donde se siente atrapada y atascada. Por eso, quiere marcharse a Estados Unidos, pero no le facilitan el visado, ironía hiriente, porque su economía no cumple los requisitos adecuados. En cambio, no es lo suficiente pobre como para recibir una ayuda estatal, aunque justifique la necesidad por lo gastos que supone la atención de su hijo autista. No, no parece haber término medio.
¿Cómo se articula expresivamente la mirada sobre lo corriente, esa realidad que implica una colisión para los que demandan una ficción que no les hagan sentir en una pantalla la falta de respiración que puede encasquillar la vida cotidiana y que consideran que más bien pertenece al documento, y por tanto, a lo que no reporta catarsis ni distracción ni placer? En las dos últimas décadas ha habido cineastas que se han convertido en su emblema, Ken Loach y los hermanos Dardenne. Ambos evidencian también los riesgos que conlleva, sus manierismos, cómo se pueden convertir en clichés, como los convulsos movimientos de cámara pegada a la nuca de un personaje; el énfasis en el tremendismo, en el grito y feismo, en el vaciamiento dramatúrgico en la reiteración de acciones (lo real como mera oclusión) o su amortiguación entre convenciones dramáticas. 'La vida de Anna' es un modelo de narración sintética, de condensación y precisión. No hay música, la desnudez es cruda, evita toda recarga dramática, toda afectación, todo subrayado de la sordidez de la realidad desmañada:Ya hablan los mismos escenarios elegidos: esa casa donde vive, cemento sucio que parece descascarillarse, con esos puentes de metal herrumbroso que unen los edificios.
Nos confronta con la vida de Anna, una vida en grado de cero como la de tantos millones, con su respiración cotidiana, o su dificultad para lograr respirar fuera del oleaje de una dinámica de vida que parece abocarla, como un remolino de dificultades e incluso adversidades. hacia las simas abisales del despojo: su desesperación cuando le quedan pequeños a su hijo los zapatos que le ha comprado, para lo que incluso ha pedido algo de dinero prestado a una amiga; su rabia cuando golpea desaforadamente a su joven admirador, apostado en la entrada de su casa, tras que le hayan negado el visado (después de un absurdo cuestionario por redundante); su rabia y desesperación cuando quien le puede conseguir el visado de modo ilegal le dice que, por contingencias que no dependen de él, el viaje será sólo hasta Méjico desde donde pasará la frontera de modo ilegal recorriendo veinte metros de una tubería subterránea tras previo viaje comprimido de una hora en un camión. ¿No está su vida ya suficientemente comprimida y se asemeja demasiado una tubería subterránea? ¿Cómo se puede reaccionar ante una realidad en la que además no abunda precisamente quien te ayude generosamente sino quien te pida algo a cambio? La mente de su abuela ya se desorienta, no es consciente de que, además vestida, se ha quedado largo rato bajo la ducha, o se deja la puerta abierta cuando decide salir de casa, y, aunque no sepa dónde se encuentra, se queda escuchando a quienes protestan por la falta de justicia social. Desorientación, escasa justicia social: los que le niegan a Anna la ayuda estatal argumentan que si le proporcionaran algún tipo de subsidio a alguien como ella, las arcas del Estado se arruinarían y quedarían vacías. Ella responde furiosa, indignada, con un pregunta: ¿Alguien como yo?
En la narración abundan los planos de larga la duración y las elipsis, algunas admirables, que condensan, en acciones, procesos (decisiones, dilemas). Anna encuentra un fajo de billetes de cien dolares en uno de los pisos que limpia. Ella pide al dueño, el cual no se acordaba de que tenía ese dinero en un cajón, que se los preste, pero le contesta que se los da si se acuesta con él. Anna se lo piensa y se desnuda ante el espejo, pero tras contemplarse unos segundos recoge la ropa y sale corriendo. Elipsis: Entra en la habitación del hospital donde se encuentra el joven admirador, ingresado tras abrirse las venas por su paliza, y se acuesta con él. Una acción que tiene más que ver con ella misma, con sentirse íntegra. Por eso se niega en primera instancia a vender su piso por un precio que considera demasiado bajo. Otro admirable ejemplo de síntesis: decide vender su piso al precio establecido: Plano en el bufete mientras firman los papeles. Siguiente plano: Anna entrega el dinero al intermediario que dice que le conseguirá el visado. 'La vida de Anna' es una película que mira de frente a nuestra precariedad, y además con la elocuencia del ingenio expresivo. Y eso siempre es un gran placer, nos confronten con las aristas más dolorosas de nuestra realidad o nos trasladen a otra que nos haga sentir que nos fugamos.
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