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miércoles, 6 de septiembre de 2023

Mis textos en Dirigido por - Septiembre 2023

 

En el número de Septiembre de Dirigido por - Septiembre 2023 se publican mis textos sobre Las chicas están bien, de Itsaso Arana, Creatura, de Elena Martín y Mansión encantada, de Justin Siemen.

jueves, 27 de junio de 2019

Los días que vendrán

La ordinaria vida ordinaria. Virginia y Lluis son cualquier pareja, y a la vez son David Verdaguer y María Rodriguez Soto, los intérpretes que los encarnan en Los días que vendrán, de Carlos Marqués-Marcet. Son personajes, y son ellos mismos, porque el embarazo de María es real. Es, por tanto, una ficción que adopta las maneras, y la apariencia, más que de un documental o reportaje, de realidad captada al vuelo. Su construcción ficcional resulta elaborada pero prefiere aparentar que fuera el registro de los lances ordinarios de una experiencia particular que puede ser la de cualquiera, la experiencia de un embarazo hasta el momento de dar a luz. Un embarazo, y un parto, que no son simulados, sino reales. Al cineasta se le ocurrió la idea cuando supo que su amigo David, protagonista masculino de sus dos obras previas, 10.000 Kilómetros (2014) y Tierra firme (2017), y su pareja, van a ser padres. Aprovecha esa circunstancia real para construir una ficción que parezca real, en cuanto corriente y ordinaria. No recrea, en sentido estricto, los conflictos que pueden vivir los actores con su propia experiencia, pero se empapa de la misma para plantear una ficción sustentada en las vacilaciones y los conflictos, la ficción de convertirse en padres, cómo se enfoca una experiencia que implica confrontarse con un territorio desconocido y reestructura la propia vida, qué actitud se adopta en cuanto padre y madre, que no dejan de ser roles, de la misma manera que el pulso entre ambos busca un consenso, un escenario dramático que ambos configuren y compartan con las mismas pautas y coordenadas.
En el principio, las dudas sobre el mismo hecho de ser padre. Las interrogantes sobre si las circunstancias, por las disponibilidades materiales, pueden ser las propicias. Y sobre si mismos, si serán capaces de responder a la exigencia del papel. Si serán capaces de ser padres competentes. Aceptada la apuesta, y decididos a construir el decorado que posibilite un nuevo orden escénico, con la entrada en escena de otro actor, la niña, entra en juego el forcejeo entre ambos actores por definir un escenario que sea el que ambos quieren, aunque más bien se convierte en un pulso para que el otro se acomode al propio. O dicho de otro modo, entran en colisión distintas actitudes y diferentes enfoques. La prospectiva de afianzar un escenario, con la inclusión de la niña, abre interrogantes sobre la sustancial conexión entre ambos, si es tierra firma la que cimenta su relación, o si más bien hay una distancia consustancial de la que aún no han apercibido durante el año de su relación. Los forcejeos se suceden por las divergencias que se manifiestan en la forma de enfocar ciertas circunstancias: qué se comparte o no, qué se discute o no antes de hacer algo, qué se da por sentado sin consultarlo antes. Y por las disonancias en las respectivas actitudes. En un caso más distendida, la de Virginia, en otra, más insegura, la de Lluis. Cuando ella pierde su empleo por el embarazo él acepta un trabajo que no aceptaría en otras circunstancias por temor a la precariedad, pero lo hace sin consultarlo con ella. Lluis, más tenso, se preocupa sobremanera de que al bebé le pueda afectar una copa de vino que tome ella o que pueda ocurrir lo peor si ella se sube a una silla. Forcejeos que ponen en cuestión la relación, interrogantes sobre si serán no sólo capaces de ser padres competentes sino si los cimientos como pareja son los más sólidos o se pueden resquebrajar fácilmente con la recurrencia de divergencias que acrecienten en exceso las discusiones.
Es un desafío edificar la arquitectura de la narración sobre los deslustrados cimientos de lo ordinario, sostenidos con escurridiza sutilidad por la abstracción. El dominio del tiempo, de la duración, es fundamental. Hay cineastas que lograron obras extraordinarias, caso de Chantal Akerman, con Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975) o Cristu Puiu, con Aurora, un asesino muy común (2010). Hay un cierto momento en que Los días que vendrán se encasquilla. El interés del planteamiento teórico se atasca en la redundancia, y en la demasiado ordinaria vida ordinaria, o cuando el sustantivo se asfixia con el adjetivo. Quizá porque los personajes resultan demasiado cualquiera, y lo cualquiera se torna anodino, carente del atrayente relieve. Quizá porque el tiempo (en cuanto duración, y la duración es respiración) queda desterrado, y se evidencian las costuras del artificio en la presunta naturalidad. Es algo que suele pasar a buena parte de las producciones catalanas que intentan combinar ficción y documental. Con la excepción de la estimable Julia Ist (2017), de Elena Martín, se precipitan en lo impostado (Las distancias) o lo banal (la muy sobredimensionada Verano 1993). Lo ordinario incluso puede resultar rancio. Puede ser una impresión suscitada por la paulatina mengua de interés pero en Los días que vendrán los temas musicales que se emplean, que escuchan los protagonistas, de cantautores catalanes o de flamenco me retrotraían a la época de la transición: como la dificultad de la pareja por encontrar el pertinente consenso que les afiance como padres en ese periodo de transición que supone un embarazo, quizás se sugiere que el país no lo ha logrado y aún no ha realizado ese salto a la vida adulta de progenitores. Y como Lluis, cuando irrumpe con sus amigos, en estado de embriaguez, en el colegio al que asistieron cuando eran niños, aún jugamos en el patio del colegio, y a deshoras. Quizá no fuera involuntario sino un apunte intencional. Los días que vendrán aún no han venido.

domingo, 18 de junio de 2017

Julia Ist

La arquitectura de la mirada. Ahora estoy en una ciudad, ahora estoy en otra. Ahora quiero a un chico, ahora quiero a otro. Julia (Elena Martin) es una chica barcelonesa que, gracias al programa Erasmus, se traslada a Berlín, por un tiempo limitado, unos meses, para proseguir sus estudios de arquitectura. El trabajo que prepara con unos compañeros se centra en las viviendas flexibles. Nada de construcciones rígidas, sino viviendas que puedan ser modificadas. En 'Julia Ist' (2016), de Elena Martin, se omiten las transiciones del viaje de Barcelona a Berlín, y de la vuelta. Compartimentos. Variaciones. ¿Modificaciones?. En el primer piso siente que no encaja con sus compañeras, por eso opta por mudarse a otro. Búsqueda de lugares, personas con las que encajar, sea compañeros de piso, amistades o relaciones sentimentales. ¿Hay transiciones?¿Se pasa de un compartimento o encuadre de vida a otro sin que haya variaciones sustanciales, como si fuera una sucesión de pruebas y ensayos? Todo es parte de un mismo curso narrativo, sin duda, el de la propia evolución de Julia, avance, retroceda, se enriquezca y madure, tropiece de nuevo, o permanezca en pausa, desconcertada.
Julia construye su vida, está en proceso de formación, comienza a edificar su vía, tantea. Ser flexible al cambio convive con la veleidosidad, con la indefinición, con la ofuscación de los impulsos, con las percepciones difusas, con los espejismos sugestionadores de la apariencia de novedad (otra ciudad en principio no es la misma que se dejó porque ésta era la desgastada por la familiaridad: el cambio en sí puede suministrar una impresión ilusoria: es el cambio en sí el estimulo transfigurador). Hay quien ve a Berlin como una ciudad fea. Es berlinesa. Hay quien ve a Berlín como una ciudad encantadora. Es extranjera. Lo extraño, lo que es novedad, lo que está mitificado desde la distancia adquiere otra resonancia, e influye quizá en las decisiones y percepciones.
Julia tiene un novio barcelonés, con el que, ya en la distancia, mantiene conversaciones puntuales a través de la pantalla. Pero su relación no parecía muy firme. No parece que la conexión fuera tan sólida como para expresar lo que siente o piense. O quizá simplemente es su miedo o incapacidad de afrontar las cosas como son. Interpone distancia sin manifestar la distancia que siente en la misma proximidad junto a él. En Berlín conoce a otro chico. En principio, el relato, para sus amigas o para sí, es el de otra forma de plantear una relación, como si efectivamente, al vivir en otra ciudad, que representa algo diferente, y no lo corriente, no pudiera ser la misma forma de relacionarse con la realidad, con los sentimientos (una relación abierta, 'flexible'). Pero en cuanto ve que el chico alemán no muestra mucho interés por ella, o el mismo que por otra, como si ella fuera cualquier otra, reacciona con celos y reproches. Porque a ella sí le gusta especialmente. El no es otro rostro cualquiera, como Berlín es una ciudad distinguida. Julia se confronta con la contradicción, con la escisión entre la vivencia y el relato que establecemos de la vivencia, entre cómo creemos habitar la realidad y cómo realmente la habitamos cuando nos confrontamos con la experiencia en sí.
Pero quizá todo sea cuestión de compartimentos estancos, que no se diferencian, y que a la vez son fases de un proceso, de una evolución. Quizás cuando vuelve a Barcelona no haya salido de Barcelona, y aún esté en la casilla de salida, y no sabe cómo encajar la vuelta de una ciudad en la que por otra parte quisiera haber permanecido como si habitara un sueño, una fiesta de disfraces en la que consume sustancias embriagadoras, en la que baila y se desplaza en un bosque como si viviera fuera de la realidad, en un mundo de ensueño sin vinculo con una realidad de decepciones o relaciones insuficientes. En Barcelona, con su familia, con su novio, sentía una vida reducida, mínima, excesivamente familiar, tanto que parecía desteñida, como una vida en borroso esbozo. En Berlín siente una distinción, se siente fuera de la realidad, como si accediera a otra que quizá pueda construir con otros cimientos más singulares y sustanciosos, como la atracción que siente por su compañero de estudios. Quizá construye ilusiones.
Siempre se va por detrás de las emociones, aunque las actitudes piensen que abren la espesura a machetazos. Cuando el chico alemán le dice que no quiere esas historias de celos y reproches, ella vuelve a la discoteca, al aturdimiento de la embriaguez, y se besa con otro chico, como un espasmo de despecho. La cineasta la encuadra en la distancia, un plano desenfocado, como su propia percepción y estado. Es uno de los detalles que distinguen esta estimable obra que puede parecer en su superficie una historia ya vista, intercambiable, una experiencia que ha podido vivir cualquiera. Alguien al salir de la proyección comentaba con cierta indignación que no entendía por qué la planificación no destacaba más la presencia de los edificios, ya que ella es estudiante de arquitectura, en vez de tanta fiesta. 'Julia Ist', bajo su apariencia de trozos de vida captados al vuelo, pretende hablar de otras arquitecturas, de mirada y emociones en proceso de edificación. Ahora está desenfocado, ahora parece que no. ¿Cómo enfocaré el próximo compartimento o encuadre de vida?