El
pinzón se enfrentó a la dificultad física de horadar un fruto desconocido. No
hay problema. Metió la cabeza debajo del ala y extrajo el “Manual darwiniano
para el cambio de pico”.
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jueves, 7 de febrero de 2019
jueves, 8 de noviembre de 2018
Malos humos
jueves, 19 de julio de 2018
El baño
jueves, 26 de abril de 2018
Progresión regresiva
jueves, 1 de febrero de 2018
Agua
jueves, 9 de noviembre de 2017
Ocurrió en un restaurante
viernes, 18 de agosto de 2017
Puenting
La hoja del ficus se
desprendió de su base y cayó al vacío describiendo sutiles arabescos. La
tórtola desplegó el paracaídas y bajó a buscarla antes de que tocase el suelo.
Hizo palanca con sus patas y en pocos segundos la hoja estaba de nuevo en la
rama. Fue el puenting más vistoso que una hoja realizaría en su vida.
jueves, 25 de mayo de 2017
La casa
A la casa le cortaron el
suministro de energía: se llenó de velas; abortaron la llegada de agua a los
grifos: se llenó de cantimploras; la asfixiaron con un cinturón de hombres
policías: se oxigenó con un anillo de hombres pancartas. Y cuando parecían
derrumbarse sus cimientos, que moriría por una hambruna de ideas, llegó un
viento huracanado del hemiciclo de la razón, repartiendo créditos blandos para
que florecieran garbosos los geranios de los balcones.
jueves, 19 de enero de 2017
Bola de cera
El niño amasaba su bola
de cera y pedía más y más a todos los penitentes. El largo cirio se inclinaba y
vertía gotas ardientes, que el mozalbete celebraba como si en sus manos portase
la potestad de hacer crecer el mundo. Su ambición era tal que no dejaba hueco
para sus juegos de niño, sólo quería amasar y amasar. Y en el domingo de
resurrección resbaló en una de sus locas carreras y la bola del mundo quedó
convertida en el planisferio de la Semana Santa.
jueves, 6 de octubre de 2016
El bando
Los niños jugaban al
futbol con una pelota tan rebelde, que al recibir un patadón, jamás tomaba la
dirección de la portería. Tenía especial predilección por la bandeja de los camareros
y los sombreros de las señoras. Por eso en aquella plaza el alcalde hizo
colocar un bando, en el que se prohibía expresamente, solicitar la presencia
del camarero y sentarse a la mesa con la cabeza cubierta.
jueves, 2 de junio de 2016
En el último suspiro
La mujer extrajo del baúl
el negro farol que habría de iluminar el gris de la lápida. Lo limpió, le dio
barniz y escamondó el cristal para que brillase toda la noche. Introdujo una
vela en su interior y cogió una cerilla para prender la mecha. La vela no
iluminaba. Cambió la vela, consumió la caja de cerilla y probó suerte con un
mechero. Se le agotaron las velas. Probó con una lamparilla de aceite, pero al
cerrar la puerta de la farola, se apagó. Rebuscó y halló un artilugio chino, de
luz permanente que simulaba una vela, pero no tenía pilas. Se acordó de una
iluminaria cilíndrica que acumulaba luz y se hacía visible por la noche. Agarró
el farol, se cubrió con la negra mantilla y cuando llegó al cementerio ya era
de día.
jueves, 10 de marzo de 2016
Huelguistas
viernes, 25 de diciembre de 2015
Encuentro
viernes, 18 de septiembre de 2015
Un congreso de altura
El aire desplaza el polen
de los álamos que impávidos se agarran dónde pueden para no acabar bajo la
escoba del barrendero. La escoba envidia a los álamos porque jamás alcanzará su
altura y el barrendero desprotica de los árboles que no hacen más que ensuciar
el suelo. Así que cuando se celebró el Congreso de Brujas, a mediados de la
primavera, a Juan, barrendero del barrio, se le ocurrió la feliz idea de
invitar a todas ellas a néctar de madroño… ¡daban unos saltos!
martes, 23 de junio de 2015
Jóvenes
Cada mañana ocupan los cincuenta centímetros más fríos de todo el umbral, pero no importa: con las mochilas depositadas en batería y los labios pegados tras la intimidad de una gorra "Nike", saludan las primeras luces del alba esperando que suene la alarma del móvil para incorporarse a la primera clase del día. A veces semejan virginales estatuas que esculpiera algún afamado artista: no importa nada, no se mueve un solo músculo, permanecen abrazados como si la vida les fuese en ello; otras cuchichean frases imperceptibles al resto de los mortales, en un lenguaje peculiar creado para entenderse tan sólo ellos. En época de exámenes mantienen en alto unos cuantos folios, tratando de hacer pasar los conceptos fundamentales desde la mano al cerebro, imitando al mejor de los ilusionistas del mundo. Pero sus ojos son otra cosa: desprenden un brillo especial, un halo embriagador que nos llega a todos los que pasamos por delante de ellos, haciendo como que no los vemos, pero sintiendo como se nos anima la rama juvenil que aún conservamos dentro.
lunes, 13 de abril de 2015
Gervasio
Tiene el bigote que sobresale de la cara por encima de cualquier cosa. La tez morena de herencia, los dedos achorizados y los ojos rasgados sin llegar a ser confundidos con los orientales. Su voz es ronca, con resonancias portuguesas y altos y bajos de distintas tonalidades. Adorna sus canas con un sombrero tipo tirolés, que hace años le colocaron y que ya forma parte inseparable de su anatomía, y la comisura de los labios con un eterno cigarro encendido por encima de cualquier disposición higiénico-sanitaria al uso. La furgoneta es grande, puesta a transportar admite un número indefinido de infantes en el habitáculo delantero. Se maneja con destreza con ella, acostumbrado a calles estrechas, rasguños por las paredes y subidas y bajadas de acerados. Más que un chofer parece un muñeco articulado con más brazos que el resto de los mortales: lo mismo recoge a los zagales en la puerta del colegio, que lleva pasto o transporta muebles. Ahora, eso sí – señor guardia – no le pida usted papeles porque entonces sí que la hemos liado: con lo que cuesta la gasola, la mala leche del payo del taller, los “ricambios” y la cara de los churumbeles mirando a la autoridad, más vale pensar en otra cosa y dejar que siga su camino porque a honrado no hay quien le eche la pata a Gervasio.
jueves, 26 de febrero de 2015
La maleta
Apareció una mañana junto a los contenedores de basura, sin que nadie en los bloques vecinos supiese de quién era. Pasó una pareja de novios, la examinaron delicadamente y al verla tan reluciente pensaron que era una broma con cámara oculta, y decidieron dejarla donde estaba; pasó un señor mayor y tras comprobar que las ruedas se encontraban en perfecto estado y pasear con ella un trecho, volvió a dejarla en su sitio porque ¿a dónde iba a ir él? Pasaron unos jóvenes que la pusieron en mitad del acerado y saltaron y saltaron por encima de ella con sus patinetes; por no cargar con ella la volvieron a poner junto a los contenedores; con las sombras de la noche, un cartonero buscó y rebuscó por entre sus múltiples bolsillos hasta encontrar un fajo enorme de las antiguas pesetas, pero lo dejó todo como estaba porque si lo mueve de allí, seguro que acaba enchironado; llegaron los basureros pero consideraron que era una pena enviar al camión una maleta tan nueva, mejor la dejarían por si le servía a alguien; pasó un perro que hizo un intento de mearse en ella, pero al oler a nueva, desconfió y prefirió alzar la pata en el árbol de costumbre... Pasaron y pasaron, hasta que un día, triste y descolorida por tanto infortunio, se le reventó el vientre y soltó todo el lastre de billetes –que se llevó el viento. Esa tarde una pareja de enamorados dieron con ella y pensaron que con un par de zurcidos y un poco de tres en uno, tendrían la valija ideal para el viaje que pensaban hacer.
lunes, 29 de diciembre de 2014
Cuatro cartones
La estancia es el duro mármol de una puerta trasera que nunca se abre, porque el edificio está en desuso. Tiene la ventaja con respecto a los cajeros automáticos, que no te despiertan a altas horas, ni te dan patadas en los riñones y con el albergue que no tienes que soportar los trepidantes ronquidos del compañero de arriba. Te levantas con las primeras luces o con el canto del mirlo, que utiliza como posadero matutino el balcón de la señora del primero que lo tiene como una jungla. Si no ha llovido demasiado, le das una vuelta al cartón-sábana y queda listo para la hora de la siesta, si fuera menester, o si no para cuando llegue la hora de acostarse – si es que llega .Ni que decir tiene que el tajo está cerca: en cuanto queda un hueco libre de aparcamiento, te colocas la gorra (amarilla), el paraguas en el antebrazo y el silbato entre los labios. No hay que olvidar una vuelta por los contenedores por si se puede mejorar la oferta del ajuar: el último cartón-edredón resultó demasiado pesado y aunque aislaba de la humedad, hacía sudar lo suyo. A la una hay que estar en la cola del comedor y por la tarde conviene dar una vuelta por el Más y Mas que dicen los colegas que hay ofertas de tetra-brik. Y mañana hay que madrugar, que las monjas del hospicio reparten ropa. Lo de los cartones tendrás que dejarlo porque cada vez que reúnes una carga, te la terminan robando; lo tuyo es aparcar coches, que es trabajo limpio. Y déjate de sutilezas en tu estancia que como la pongas demasiado atractiva, terminarás perdiéndola: ya sabes como es la gente. Apáñate con los cuatro cartones y no te preocupes por el desahucio, que se trata de un edificio oficial. Buenas noches.
miércoles, 5 de noviembre de 2014
El coche rojo
413 Hola Gon, me dio mucha alegría verte con Rafael Indi el
otro día, es cierto, hacía tiempo que no lo veía, ¿y a ti como te fue con
María, Luisma y Vero?, ah, muy bien, ya sabes como son, pero… no nos perdamos
¿qué traes hoy?, un micro, espero que te guste, pues vamos a leerlo:
Había pasado el verano y de nada sirvieron las denuncias de los vecinos; el ayuntamiento hacía caso omiso porque aquel coche no entorpecía la circulación; se convirtió en el punto de mira de toda la clase marginal del barrio, hasta que un día lanzaron una lata de gasolina en su interior y le prendieron fuego. Vinieron los bomberos, la grúa, se dañaron tres coches más y estallaron los cristales de un escaparate próximo. Los operarios de la limpieza cumplieron su cometido y el lugar quedó expedito y preparado para que otro vehículo lo ocupase. El que fuera su dueño contempló desde su casa los últimos instantes de aquel utilitario rojo; no se inmutó, casi ni parpadeó. Hacía tiempo que el coche lo había superado.
martes, 7 de octubre de 2014
Sonidos del atardecer
409 ¿Y tú que piensas de las tarjetas negras, Gon?, ¡Mandeee!, perdona, hijo no se lo que digo… ¿viste a esa persona que pasó por aquí como de forma equivocada?, 03160_V, eso, digamos que estuve tomando café con Priego y MJosé, a la que tenemos que agradecer su haiku, así es, y ahora pon ya tu micro y vamos a otra cosa, voy, voy, pues adiós.
Una tórtola turca proclama sus derechos desde el último eslabón de una mohosa antena de televisión, mientras un palomo doméstico de plumaje grisáceo enarbola su buche y danza alrededor de la hembra, requiriéndola en amores. En la radio suena la voz de Alejandro Sanz interpretando “Ella”; unos cuantos gorriones alborotan por la posesión de un hueco en la pared, y una sierra radial hace apretar los dientes para contrarrestar tan ingrata percusión. Una nube negra avanza desde Portugal. Las monjas piden a los feligreses que acudan a misa de siete con dos toques largos y un repiqueteo de campanas menudas. En la lejanía se oye el murmullo del tráfico, tan sólo interrumpido por la presencia de una escandalosa sirena que pide a gritos abrirse paso. Ahora es un tordo quien silba desde el pico de una torre, y unos vencejos le sobrevuelan emitiendo estridentes chirrííí. El vecino del segundo continúa grapando la tapicería del sofá con la consiguiente parsimonia del trabajo bien hecho. Ahora se debe haber producido un atasco porque se oye el sonido de los cláxones casi sin parar. La nube cubre media bóveda celeste. La emisora de radio se autodefine como la mejor, y un coche grúa da marcha atrás emitiendo agudos pitidos disuasorios. Un avión, que no se ve, pasa por algún lugar del espacio aéreo. No se oye, pero se ve el resplandor de un rayo, al que de inmediato sigue un estruendoso ruido, para terminar cayendo unos gruesos goterones a los que se les siente estrellarse contra la solería de la azotea. Fin del espectáculo.
Una tórtola turca proclama sus derechos desde el último eslabón de una mohosa antena de televisión, mientras un palomo doméstico de plumaje grisáceo enarbola su buche y danza alrededor de la hembra, requiriéndola en amores. En la radio suena la voz de Alejandro Sanz interpretando “Ella”; unos cuantos gorriones alborotan por la posesión de un hueco en la pared, y una sierra radial hace apretar los dientes para contrarrestar tan ingrata percusión. Una nube negra avanza desde Portugal. Las monjas piden a los feligreses que acudan a misa de siete con dos toques largos y un repiqueteo de campanas menudas. En la lejanía se oye el murmullo del tráfico, tan sólo interrumpido por la presencia de una escandalosa sirena que pide a gritos abrirse paso. Ahora es un tordo quien silba desde el pico de una torre, y unos vencejos le sobrevuelan emitiendo estridentes chirrííí. El vecino del segundo continúa grapando la tapicería del sofá con la consiguiente parsimonia del trabajo bien hecho. Ahora se debe haber producido un atasco porque se oye el sonido de los cláxones casi sin parar. La nube cubre media bóveda celeste. La emisora de radio se autodefine como la mejor, y un coche grúa da marcha atrás emitiendo agudos pitidos disuasorios. Un avión, que no se ve, pasa por algún lugar del espacio aéreo. No se oye, pero se ve el resplandor de un rayo, al que de inmediato sigue un estruendoso ruido, para terminar cayendo unos gruesos goterones a los que se les siente estrellarse contra la solería de la azotea. Fin del espectáculo.
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