UN GENTLEMAN INGLÉS, O LA VENGANZA DE LA LANGOSTA THERMIDOR
Se me aparece en el recuerdo como una especie de mezcla entre Chesterton y Charles Laughton, pero en más guapo. Corpulento, vestido con ropa de marca muy veraniega, el vello cano en los brazos morenos y fuertes, impecablemente afeitado, oliendo a loción cara, de tres cifras, rolex de titanio en la muñeca, casi siempre acompañado de su mujer, de la que no recuerdo el nombre, pero sí que más que alcohólica era directamente cirrótica, por eso que irónicamente puede llamarse justicia poética, o exacto contrapunto huxleyano: una especie de espantapájaros caquéxico al que el aliento le apestaba a alcohol incluso desde antes de levantarse, y que picaba entre bebidas, como quien dice. Podía permitírselo: su marido, este gentleman inglés, era uno de los reyes de la comida congelada en su país. No menos de siete Visas Platino, American Express, Mastercards Oro, etc, adornaban coloridamente su billetera, siempre reventona de billetes. Se llamaba Dennis. Un conocido mío tenía la vaga idea de que a...