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5 de noviembre de 2012

Desordenar los manuales

Aunque ninguna etiqueta resume la realidad, algunas la mutilan hasta volverla incomprensible. De eso que llamamos Boom aprendí el abismo entre los rótulos y las obras. ¿Qué tiene que ver Lezama Lima con Onetti? ¿Por qué García Márquez (1927) y Vargas Llosa (1936) sí, pero Puig (1932) no? ¿Hasta cuándo maestros como Di Benedetto o Ribeyro seguirán fuera de la foto? ¿Por qué en el retrato generacional rara vez figuran poetas, habiéndolos brillantes? ¿No resulta sospechoso que Elena Garro, María Luisa Bombal, Rosario Castellanos o Clarice Lispector apenas aparezcan en las viriles listas de sus contemporáneos? De eso que llamamos Boom admiro su ambición estética, que me hace pensar en la infinitud de la escritura; y recelo de sus mesianismos políticos, que me hacen pensar en la patología del liderazgo. Y, en el centro de las generalizaciones, dos décadas de textos memorables: Zama, Balún CanánFinal del juego, El sueño de los héroesEl astilleroPedro Páramo, El coronel no tiene quien le escriba, La ciudad y los perros, Las invitadas, AuraEl obsceno pájaro de la noche. Tanto que se merecen ser leídos como por primera vez, desordenando todos los manuales. 

11 de octubre de 2010

Discrepo, luego escribo

Que es un neoliberal, un esto y un lo otro ya lo sabemos, ya lo hemos oído. Que sí, que sí. Pero a su modo, por raro que parezca, Vargas Llosa es también un inadaptado. Nunca contenta a nadie. Demasiado laico y reflexivo para la derecha. Demasiado conservador y oligárquico para la izquierda. Acaso su auténtico lugar político sea la incomodidad. Cierto inconformismo ante las posturas ortodoxas. Eso mantiene, al menos, de su formación en el pensamiento crítico. No parece poco. Y parece acaso más útil que hablar siempre para tu público, posando frente a quienes te idolatran por decir justo lo que estás diciendo.

10 de octubre de 2010

Conversación en La Academia

Libro por libro, Vargas es quizás el más importante novelista vivo en español. Con sus precoces obras maestras, sus lúcidos ensayos, sus bajones posteriores. Me fascinaron La ciudad y los perrosConversación en la catedral y La guerra del fin del mundo. No se puede dialogar mejor que en Pantaleón y las visitadoras. Bueno, sí se puede: lo hizo Puig en El beso de la mujer araña. Me interesan bastante menos Los cuadernos de don Rigoberto o La niña mala. Qué importa. Tenía méritos de sobra para que los suecos se comportaran como si el Nobel de Literatura fuese de literatura. A veces viene bien recordarlo. Como lector de izquierda, me hacen pensar más las novelas del neoliberal Vargas que el teatro del comunista Fo.