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27 de agosto de 2014
Cortázar forastero (3)
Quiroga tanteó una división de su propia narrativa en cuentos de efecto y cuentos a puño limpio. Por anacrónicamente viril que hoy suene esta nomenclatura (casi tanto como la lamentable distinción en Rayuela entre lectores macho y hembra), el matiz parece pertinente: los textos de estructura clásica frente a los que salen sin brújula en busca de un impacto visceral. De manera análoga, resultaría factible agrupar los cuentos de Cortázar en función de dos conceptos mencionados por él: aquellos con la milimétrica vocación de converger en un golpe final, en un knock-out; y aquellos otros con preferencia por la improvisación musical a partir de un tema dado, es decir, por el take. Entre estos últimos podrían incluirse “Carta a una señorita en París”, “El perseguidor” y libros mucho menos transitados como Un tal Lucas. Tampoco los personajes femeninos de Cortázar escapan a esta suerte de amor dual. A un lado pululan diversas Magas y figuras más o menos influidas por la nouvelle vague. Pienso en la Alana de “Orientación de los gatos”, atrozmente alabada como «una maravillosa estatua mutilada», y cuyos encantos parecieran transcurrir sin ella saberlo, gracias a su becqueriano exégeta. Al otro lado sobresalen, por su capacidad de contradicción, retratos más complejos de personajes femeninos tradicionales. Así sucede con la madre de “La salud de los enfermos” o la prostituta de “Diario para un cuento”, cuya foto aparece como inquietante (¿y acaso irónico?) marcapáginas de una novela de Onetti.
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