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28 de agosto de 2014

Cortázar forastero (4)

Siempre me ha intrigado el conflicto entre las imágenes populares de Cortázar y Borges y sus respectivos tonos como ensayistas. Borges tiende a ser considerado un clásico de sesuda seriedad. Pero su escritura, en particular sus ensayos, está plagada de provocaciones, ironías risueñas y bromas hilarantes. Cortázar es tenido por un autor lúdico, de esencial amenidad. Sus ensayos, sin embargo, mantienen una sorprendente corrección profesoral. Tal es el caso de Teoría del túnel, cuyo arduo empeño en trascender la razón positivista y repensar el surrealismo resulta curioso, si consideramos que dichos objetivos son gozosamente alcanzados en los relatos de Bestiario, escritos al mismo tiempo. Cuando Cortázar afirma que «las ideas son elementos científicos que se incorporan a una narración cuyo motor es siempre de orden sentimental», y que es preciso «hacer el lenguaje para cada situación», uno no puede evitar pensar que a menudo sus cuentos confirman lo que sus ensayos desdicen. Algo parecido podría observarse sobre Imagen de John Keats, minuciosa indagación en el más grande poeta romántico en lengua inglesa, que habría dejado al anglófilo Borges con ganas de diversión. Si bien en ese ensayo hay momentos aforísticos capaces de sintetizar al mismísimo Funes: «toda hoja es una lenta y minuciosa creación del árbol».

13 de enero de 2014

Neruda, fiesta y silencio (1)

Recorrer las tres casas de Neruda se asemeja bastante a releerlo. Todas parecen concebidas como una extensión de su obra, y casi una justificación de la misma. Quizá por eso adentrarse en ellas puede provocar admiración e irritación a partes iguales. Al igual que sucede con su profusa poesía, tras un primer deslumbramiento ante la presencia de estas casas, uno experimenta una suerte de intimidad defraudada. La sensación de que todo lo que allí vemos, que es mucho, está premeditado por el propio Neruda. Tan calculado como un efecto óptico. El atractivo irresistible de una casa-museo es la furtividad de la visita. Ese simulacro de impunidad con que el curioso infringe, o cree infringir, la vida secreta de su personaje admirado. Sin embargo, en estos espacios de orgullosa belleza uno siente que el Neruda hogareño, ese que se vestía torpemente, se afeitaba con prisa o dejaba miguitas de pie frente al fregadero, permanece inmune a cualquier intrusión. Ahí radica su gran diferencia con respecto al austero museo de su enemigo Huidobro en Cartagena. O al genuino ambiente de las casas granadinas de su amigo Lorca. O al que acaso sea mi preferido entre los hogares de poetas, el de Keats en Hampstead, cuyo nivel de pose tiende a cero. Es la limitación, aunque también la fuerza, de que las tres viviendas nerudianas pertenezcan a la etapa consagrada de su dueño, cuando cada decisión puertas adentro era tomada con conciencia legendaria.

24 de noviembre de 2011

Farewell, Rome

Keats no viajó a Roma para salvarse, sino para agonizar con alguna armonía. Aparte de su clima (menos benévolo de lo que los ingleses sueñan), Roma era la ciudad de la poesía. De los amores secretos, como supo Goethe. Y de la permanencia de la memoria, consuelo que sólo la antigüedad clásica puede brindarnos. Allí Keats gozó de una primera semana de mejoría, logrando dar paseos casi póstumos. El resto del tiempo lo sufrió acostado. Iba con él Joseph Severn, pintor, viajero y, sospecho, algo más que fiel amigo. Suyo es aquel retrato del poeta leyendo, inclinado, en una silla. Cuando fue retratado, Keats había empezado a notar los primeros síntomas de la tuberculosis. En ese mismo período escribió la Oda a un ruiseñor. Esta coincidencia sugiere que el poema no le canta a lo eterno, sino más bien a su imposibilidad. Que levanta un monumento y lo desmonta. Desde la cama donde esperó su final, como un precoz Onetti, Keats escuchaba el trajín de la Piazza di Spagna. A través del ventanal, la música de la vida debió de parecerle tan inverosímil como la posteridad del ruiseñor.

12 de marzo de 2011

Reloj de arena, cronómetro

Hay autores a quienes su obra parece dispuesta a esperarlos pacientemente, como sabiendo que alcanzarán la senectud: Santa Teresa, Cervantes, Goethe, Wordsworth, Tolstói, Mann, Juan Ramón, Borges, Saramago, Doris Lessing. A todos ellos la juventud se les renovó por fases. Igual que un reloj de arena volteado muchas veces. Y hay otros autores cuya obra nace acelerada, como con la certeza previa de que morirán pronto: Garcilaso, Sor Juana, Novalis, Keats, Chéjov, Kafka, Lorca, Pessoa, O'Connor, Bolaño. A estos el tiempo los persiguió en cada página. Igual que un cronómetro en cuenta atrás. Al menos ahora son más jóvenes que antes.