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11 de diciembre de 2013
Imperio y eufemismo
Además de los daños materiales, la crisis económica provoca que, al pensar y expresarnos, interioricemos los eufemismos de la lógica financiera. El lenguaje es una herramienta sin dueño; por eso conviene ponerse en guardia cuando alguien se la apropia. La capacidad de asombro, reacción o rechazo está directamente relacionada con la sensibilidad verbal. Esa es una de las funciones políticas de los estudios de lengua y literatura. Ya sabemos que, cuando alguien susurra ajuste, quiere decir empobrecimiento. Que, si conjuga el verbo sanear, no se refiere a la salud pública. Que, cuando esgrime la palabra crecimiento, está hablando de pactos con la banca. El Gobierno español celebra últimamente las presuntas buenas noticias que empieza a recibir en materia económica. El empleo sigue hundido. Los sueldos no suben. La deuda no baja. La inversión pública desaparece. De las pensiones, ni hablemos. Pero, atención, sorpresa: el trimestre pasado el país creció un 0,1 %. El vacío, una coma, luego un uno. Una pestaña por encima de la nada. Así valen la pena todos los sacrificios. Como exclamó Cervantes ante el monumento funerario de Felipe II, ¡voto a Dios que me espanta esta grandeza! La confusión entre micro y macroeconomía es una estrategia de distracción política, pero también una manera de ver y nombrar el mundo. Cuando el ministro Montoro afirma que España es un referente mundial en materia de ajustes, omitiendo sus consecuencias en cada ciudadano, el ministro no se está limitando a mentir: está confirmando una gramática de la distorsión que se extiende a todos los ámbitos. Las empresas, por ejemplo, ya no te venden productos. Lo que hacen a cada rato, insoportablemente, es ofrecerte soluciones. Soluciones, claro está, anteriores a la existencia misma del problema. El incesante Aristóteles distinguía entre lo económico y lo crematístico. Lo económico aludía a la justa administración de los bienes comunes. Lo crematístico, a los intercambios cuyo único objetivo era el beneficio individual. He ahí la trampa aristotélica de las políticas estatales: en vez de gabinetes económicos, tienen ranchos crematísticos.
26 de junio de 2012
Homo bursatil
El inefable FMI nos ordena qué hacer para evitar el naufragio después de que su propio ex director, mister Rato, inflara la burbuja inmobiliaria y hundiese un banco. Los especuladores nos toman por primates. En la escala de la evolución del homo bursatil se desarrolla una compleja parentela: las primas de riesgo, los tíos de la banca, los padres de la ruina y los hijos de su madre.
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