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5 de noviembre de 2012

Desordenar los manuales

Aunque ninguna etiqueta resume la realidad, algunas la mutilan hasta volverla incomprensible. De eso que llamamos Boom aprendí el abismo entre los rótulos y las obras. ¿Qué tiene que ver Lezama Lima con Onetti? ¿Por qué García Márquez (1927) y Vargas Llosa (1936) sí, pero Puig (1932) no? ¿Hasta cuándo maestros como Di Benedetto o Ribeyro seguirán fuera de la foto? ¿Por qué en el retrato generacional rara vez figuran poetas, habiéndolos brillantes? ¿No resulta sospechoso que Elena Garro, María Luisa Bombal, Rosario Castellanos o Clarice Lispector apenas aparezcan en las viriles listas de sus contemporáneos? De eso que llamamos Boom admiro su ambición estética, que me hace pensar en la infinitud de la escritura; y recelo de sus mesianismos políticos, que me hacen pensar en la patología del liderazgo. Y, en el centro de las generalizaciones, dos décadas de textos memorables: Zama, Balún CanánFinal del juego, El sueño de los héroesEl astilleroPedro Páramo, El coronel no tiene quien le escriba, La ciudad y los perros, Las invitadas, AuraEl obsceno pájaro de la noche. Tanto que se merecen ser leídos como por primera vez, desordenando todos los manuales. 

15 de mayo de 2012

El apetito de Fuentes

Algo fantasmagórico sucede con el Boom. Mientras a García Márquez le inventaban una muerte en la Red, sus libros resucitaban en la feria de Teherán. Y, mientras Carlos Fuentes anunciaba que iba a empezar un libro, se le terminó la vida. Nunca tuve ocasión de tratar a Fuentes. Una vez le di la mano en Guadalajara. Saludaba mirando a los ojos y apretando. Transmitía una mezcla de ambición y sosiego. No parecía alguien que lamentara ser quien era. Tommasso Debenedetti, humorista italiano de inverosímil nombre y autor de la falsa noticia sobre Gabo, es experto en mentir entrevistas. He leído inmejorables entrevistas imaginarias, como las de Papini en Gog, las de David Foster Wallace en Brief Interviews with Hideous Men o las de Kurt Vonnegut en God Bless You, Dr. Kevorkian. Hoy en cambio nos parece inventada la entrevista real con Carlos Fuentes que, hace apenas 24 horas, publicó El País. En declaraciones casi póstumas, Fuentes dijo que bailaba, que tenía planes y que no tenía miedo. Abro Cambio de piel por el final. La penúltima línea todavía repite: «Sé que su apetito no está satisfecho».

2 de julio de 2011

Halfon habla

Mañana nunca lo hablamos, de Eduardo Halfon, ofrece una autobiografía en cuentos. Una infancia revisitada bajo una emoción de segundo grado, la que produce darle forma y sentido a todo aquello que no lo tuvo, o lo tuvo a nuestras espaldas. El hermoso primer relato, entre Hemingway y García Márquez (donde, según la ocasión, dispara o enternece Halfon), nos da la pauta del dolor y el amor que esperan en el resto. «Era un jueves. Era el verano del 81. Eran días de disparos». Así se resume el exilio en el último relato, especie de encuentro entre César Vallejo, Kafka y la guerrilla. Los primeros libros del autor, Esto no es una pipa, Saturno o El ángel literario, estaban obsesivamente recorridos por una pregunta: ¿Para qué narrar? Para no suicidarse, parecían responder. Este último libro sugiere otra pregunta con padre de fondo: ¿Para qué recordar? Quizá para tener infancia. Porque mañana nunca hablamos de lo que debíamos, hasta que la escritura por fin habla.

6 de marzo de 2011

Blog Caribe, 1855

A principios de año tuve la suerte de visitar Riohacha, capital de La Guajira colombiana y cuna de los abuelos de García Márquez. Su gente es de una hospitalidad casi inexplicable (sobre todo si uno llega de París). Allí me regalaron un curioso libro sobre la historia de la prensa de la ciudad, firmado por el escritor e historiador Fredy González Zubiría. Un par de meses después, o un par de siglos atrás, averiguo que existió un remoto periódico llamado El mosquetero. Fundado en 1855 y de orientación política claramente conservadora, fue sin embargo pionero en la utilización de ciertos recursos periodísticos que hoy nos parecerían posmodernos. Por ejemplo los diálogos entre personajes anonimos, y muchas veces ficticios, que se dedicaban a comentar sarcásticamente la actualidad de la ciudad. Las costumbres un tanto espadachinas de El Mosquetero hacían que su contenido informativo se confundiera con el libelo, «por su inclinación a la denigración y al insulto personal». Aquel diario duró poco. Versión online no tenía.