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16 de octubre de 2011

Parábola del iPad

Ahora que el señor Jobs ha alcanzado los cielos como el santo casi homónimo, recuerdo una visita a su más divino templo. Caminaba por Nueva York con un amigo. Él deseaba comprar un iPad en la espectacular tienda cúbica de la Quinta Avenida. Mientras peregrinábamos, debatimos sobre la utilidad del artilugio. La tienda me impactó por su capacidad metafórica. Su estructura de cristal permite contemplar el río de clientes, fluyendo incesantemente alrededor de las mesas, como una catarata al pie de un mirador. No sólo se exponen los productos: también a sus compradores. Es el capitalismo en versión transparente. La unión de material, mensaje e intención. Mi amigo se adentró en el cubo. Yo, que amo los Mac como aparatos bien hechos, pero los detesto como fetiches de consumo, preferí esperar fuera. Me quedé observando el interior de la tienda. Noté que no había cajas de cobro: los empleados iban recorriendo los pasillos y cobrando directamente, iPad en mano. Al rato mi amigo emergió del cubo con un gesto de decepción. Las existencias se habían agotado y, por ese día, no quedaban más terminales. Entonces comprendimos la verdadera utilidad del iPad: vender iPads. Amén.

1 de abril de 2011

Buen viaje

«Que lleve usted buen viaje», me susurró el taxista barcelonés retirando sus brazos del maletero donde seguía intacto, apagado, calladito, mi Macbook, «Que lleve usted buen viaje», dijo entregándome velozmente el equipaje, mientras yo bostezaba con cara de mal sueño, «Que lleve usted buen viaje», me deseó como Machado en la irónica copla a Don Guido, «Que lleve usted buen viaje», pronunció frente a la entrada del aeropuerto que me llevaría lejos de la ciudad, del coche, de la suerte, «Que lleve usted buen viaje», fue su despedida, y yo traté de agradecerle pero un nuevo bostezo devoró la mañana, «Que lleve usted buen viaje», sentenció, profético, el conductor, y el maletero y mi boca se cerraron al mismo tiempo.

10 de marzo de 2011

Las fundas

Soy uno de esos esnobs despreciables que adoran Apple. Pero también otro de esos usuarios que se pasaron al Mac simplemente porque comprobaron que funciona mejor. Sostenían los ilustrados que lo bueno debía ser bello, y viceversa. En un hipotético Siglo de las Luces 2.0, Apple equivaldría a Kant. Y Microsoft, a un Barroco decadente. Ahora bien: el imparable negocio de complementos, adminículos y demás cachivaches adyacentes me empieza a tocar las manzanas. Además de auspiciar un sistema operativo superior, Apple lidera la metamorfosis del medio en el fin. Del instrumento en su consumo en sí. Como el mercado tecnológico siga por este camino, pronto habrá alcanzado su pesadilla ideal: producir contenidos tecnológicos para rellenar su propio envoltorio. Una gama de aparatos a juego con las fundas.