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1 de febrero de 2016

La Señora

Durante años, en un minúsculo recuadro del diario argentino Página 12, se publicó el mismo anuncio que decía escuetamente: «Señora alemana. Clases y conversación. Alemán. Inglés. Francés». No constaba ninguna dirección o zona de la ciudad. Tampoco se indicaba un correo electrónico, un número de móvil o alguna red social. El único contacto de la anunciante con el mundo exterior era un teléfono fijo. De notable simetría en sus dígitos, por cierto. La Señora no tenía nombre. Igual de hermética resultaba la propia formulación del texto: una alemana enseñando dos idiomas que no eran el suyo. La propuesta quizás habría sonado lógica de haberse mencionado alguna formación específica. Licenciada, traductora, intérprete. Nada de eso parecía necesario para la Señora. ¿Se sugería acaso al improbable lector que, por el mero hecho de ser alemana, su dominio de los demás idiomas quedaba garantizado? Desde aquel lejano día no he salido de aquí, pero hablo con mis guardianes en tres lenguas extranjeras con una perfección que por momentos me asombra.

2 de octubre de 2014

Un impostor leal

Veo Garbo, el espía, documental que cuenta la insólita vida del doble agente catalán Joan Pujol, a quien se le atribuye un papel decisivo en el desembarco de Normandía. Aunque el apodo provenga de su facilidad para actuar, quizá su mayor don fue el literario. Para salvar el pellejo durante la Guerra Civil, Garbo había desertado del ejército republicano y se había pasado al bando nacional. En la Segunda Guerra Mundial se ofreció como espía a los ingleses, que lo rechazaron. Entonces probó suerte con los alemanes y, una vez contratado por estos, volvió a ofrecerse a los aliados. Así adquirió una fantasmagórica gloria falsificando informes dirigidos al enemigo. Garbo escribió toneladas de documentos, haciendo pasar por verdaderas las más disparatadas conjeturas. Sin pisar Inglaterra, narró minuciosamente a los nazis sus andanzas por Londres. Llegó a inventarse a veintidós informantes imaginarios, vale decir heterónimos, todos con sus respectivas biografías y correspondencias con la inteligencia alemana, que le pagó a su autor por cada uno de ellos. ¿Cómo fue posible tamaña impostura? Quizá porque los nazis necesitaban leerlo: su fanatismo disfrutaba creyéndole. Por esta labor de espionaje fantástico, Garbo llegó a ser condecorado por ambos bandos. Viendo el documental no dejé de pensar en los impostores de Historia universal de la infamia y en el ensayo de Borges sobre las kenningar, donde distingue entre un traidor y «un hombre desgarrado por sucesivas y contrarias lealtades». Si alguien duda de la capacidad de las palabras para intervenir en la realidad, que se acuerde de Garbo, el Pessoa del espionaje. Y que piense cuántas vidas salvaron sus ficciones, no sus armas.

17 de julio de 2013

Llamadas a Bolaño (2)

Si tuviera que destacar alguno de los dones de Bolaño, creo que elegiría la desesperación. Bolaño no narraba historias: las necesitaba. Su escritura tiene una cualidad profundamente agónica. Quizá por eso conmueve tanto, hable de enciclopedias o crímenes, de sexo o metonimias. La narrativa contemporánea, observa en La literatura nazi en América, tiende a la falta de compasión, a la incapacidad «de comprender el dolor y por lo tanto de crear personajes». Bolaño desnuda de golpe la intimidad de sus personajes, mientras estos parecen discurrir sobre pormenores literarios. Su metaliteratura es una maniobra emotiva: nada consta como dato cultural en sus textos, todo está en estertor. El resumen de esta actitud podemos encontrarlo en “Otro cuento ruso”, cuya anécdota transcurre durante la Segunda Guerra Mundial. Sangrando por la boca, con la lengua brutalmente retorcida por unas tenazas, un soldado sevillano intenta gritar coño. Pero emite unos sonidos que sus torturadores interpretan como Kunst. Es decir, arte en alemán. De esta manera «la palabra coño, metamorfoseada en la palabra arte», le salva la vida.

10 de junio de 2013

La crisis como patria

Una diferencia significativa entre Latinoamérica y Europa radica en la extensión de sus respectivas clases medias: factor que conviene tener en cuenta para no frivolizar en las comparaciones. Pero esta involutiva Europa tendría mucho que aprender de la otra orilla, si no fuese porque en general se limita a subestimarla políticamente o a colonizarla económicamente. Un ciudadano latinoamericano da por sentado que su país puede irse al carajo en cualquier momento. Como si la crisis fuese el campo de juego. Una patria en sí misma. El ciudadano europeo hoy tiende, en cambio, a quedarse perplejo o deprimirse frente a la crisis. Como si esta formara parte de algún inexplicable error de cálculo. A mediados del pasado siglo, el continente entero estaba devastado y sumido en la miseria. Si se salió de dos posguerras mundiales, debiera ser posible reconstruirse tras el bombardeo de la troika. Claro que, para eso, antes sería necesario reconocer lo demolido.

2 de mayo de 2013

El muro invisible

La desocupación es la primera tragedia. La degradación del trabajo, la segunda. En su afán por despedir a unos y precarizar a otros, la patronal y el Gobierno atentan contra el principio que permite que funcione todo el sistema, incluyendo la explotación misma: la recompensa al esfuerzo. Si a mayor esfuerzo no hay mejores resultados, la lógica laboral entera se viene abajo. Por eso no se está destruyendo empleo: se está destruyendo a los trabajadores. Cantó Pavese que trabajar cansa. Pero mucho más agota no encontrar trabajo. Es penoso haber llegado al punto de que el ciudadano medio esté deseando ser explotado, tener al menos la ocasión de someterse a un régimen injusto. Hemos vuelto al siglo 19 en plena era digital. Vivimos en dos siglos al mismo tiempo. Parecemos atrapados en una novela proletaria de HG Wells, donde la ciencia ficción es un contrato. Al escritor alemán Ingo Schulze, nacido al otro lado del Muro, le preguntaron una vez si lamentaba la extinción de su país natal. Schulze respondió que no le preocupaba la desaparición del Este sino la del Oeste, ya que que conceptos como libertad o democracia empezaban a convertirse en una entelequia. Ese muro invisible, ¿cómo se derriba?

11 de febrero de 2013

Fausto en la caverna

Fáusticamente, escribió Eugenio Trías en su Prefacio a Goethe: «Enemigo y amigo a la vez, el Tiempo fija un límite a la acción, obliga a la determinación, establece un dique a la omnipotencia del deseo: fija un pacto que permite el pasaje de lo posible a lo real». Durante sus últimos años, Goethe experimentó una atracción más romántica que su propia juventud. Con la monstruosidad que le era propia, Goethe no vivió su ancianidad como vida realizada, sino como tentación de eternidad. Amó, escribió y planeó con desmesura. A lo largo de su obra, observa Trías, «magnificó la acción. Y sin embargo, ¿no se hallan todos sus personajes aguijoneados por la duda?». Como todo gran lector, Trías tanteó un autorretrato en aquello que leía. A ese efecto, ciertos clásicos son espejos abismales. En sus Conversaciones con Goethe, Eckermann compuso un duelo de vampiros donde el discípulo se somete al maestro para sorber su sangre, mientras el anciano se deja exprimir sabiendo que necesitará la fuerza del joven para concluir sus trabajos. Desde extremos opuestos de la vida, ambos son Fausto y se defienden del tiempo. La descripción necrófila del cadáver de Goethe es digna de una novela gótica. Enamorado, triste y victorioso, el discípulo Eckermann ha sobrevivido al cuerpo del maestro, a costa de cargar con su fantasma. Enfermo hacía tiempo, Trías falleció ayer. Parece inconcebible que se muera la gente a la que leemos, igual que nos asombra subrayar pensamientos póstumos. Sus ideas continúan resonando en nuestras cabezas mortales. Como un juego de ecos que cambian de caverna, pero jamás se extinguen.

17 de enero de 2013

El jefe de todo lo nuestro

Europa se parece cada día más a una comedia de Lars von Trier (créase o no, von Trier ha hecho comedias) proféticamente titulada El jefe de todo esto. La película trata de una empresa donde imperan los despidos y las injusticias, pero en la que nadie sabe a quién culpar: el jefe que da las órdenes permanece en el anonimato. Así todas las decisiones, por cuestionables que sean, van siendo tomadas en nombre de una autoridad indefinida. Los personajes se acusan unos a otros, y cada cual se remite a una instancia superior. Esta cadena de desplazamientos de responsabilidades guarda una inquietante semejanza con nuestro actual panorama: los ciudadanos culpamos a los políticos nacionales; los políticos nacionales, a los intereses de Alemania; Alemania, a los bancos; y los bancos, al gasto público. O, no sé, a Bertold Brecht. La película, en suma, retrata la explotación perfecta: aquella perpetrada por fuerzas que los explotados no aciertan a identificar. Quizá sólo von Trier, genio de la crueldad e hijo de puta profesional, sea capaz de mostrarnos qué demonios pasa aquí.

8 de enero de 2013

Ciertos gestos póstumos

Creo recordar que fue Quim Monzó, esa máquina carnal de contar cuentos, quien cierta vez me habló de la historia de un aristócrata francés que aguarda la guillotina leyendo tranquilamente. Y, cuando sus verdugos vienen a buscarlo, en un gesto de magistral desprecio, dobla la página del libro en la que lo han interrumpido. Este diminuto y poderoso ademán me ha venido a la memoria leyendo Culpa, del abogado bávaro Ferdinand von Schirach. Sucinta serie de casos de crímenes reales, su originalidad radica en que la culpa que en última instancia se expone no es tanto la de los criminales como la de su defensor legal. O sea, la del propio autor. En uno de los casos, von Schirach narra el suicidio de dos de sus clientes, una joven pareja que decide pegarse un tiro antes que ser condenada por homicidio. El relato finaliza con esta sutileza: «No quisieron hacerlo en su casa. Hacía tan sólo dos meses que habían pintado las paredes».

2 de julio de 2012

Eurocopia

Y España volvió a ganar, aunque sea jugando. Menos mal que el fútbol, oigo decir a muchos aficionados, nos distrae por un rato de la política. Sin embargo casi todos, precisamente por razones políticas, celebramos la derrota de una Alemania demasiado segura de sí misma. Igual que, en el partido anterior, habíamos lamentado su victoria ante la sufrida selección griega. Nos dio cierta lástima golear a una Irlanda en bancarrota, ante la mirada de un árbitro portugués. Más que un partido, aquello parecía un rescate a tres bandas. A diferencia de otros torneos, hubo algo de tácita complicidad entre italianos y españoles. Pensábamos en Pirlo y Sergio Ramos, en sus penaltis suicidas. Pero acaso sus disparos se desviaban hacia la cumbre del euro, con Monti y Rajoy corriendo a presionar, apoyados por el mediocampista Hollande, a la ultradefensiva Merkel. No es exactamente una evasión lo que propone el fútbol. Sino más bien un reflejo esperanzadamente deformado. Una contestación simbólica, cuya libertad coincide con sus límites: son apenas noventa minutos. Una hora y media de ficción bien actuada, como el cine. Mitad olvido y mitad memoria paralela. A caballo entre el opio y la revancha.

28 de mayo de 2011

A mis brazos, libro

Este año, el país invitado a la feria del libro de Madrid es Alemania. El maestro Goethe dejó dicho en sus maravillosas Elegías romanas: «Muchas veces he escrito poemas en sus brazos,/ contando suavemente sílabas en su espalda/ con los dedos». Estas fechas de poca ropa se prestan a abrirnos de páginas. Acostarse con un libro es revolcarse dos veces.

8 de noviembre de 2010

Bienvenida, traducción

A la entrada del hotel, un letrero anuncia: «Ya estás en Málaga. Ya eres de Málaga». Me gusta esta bienvenida que sugiere que los extranjeros no existen. Pero lo que me fascina son sus traducciones para los viajeros de otras lenguas. La frase original parece simple, y ninguna de sus cuatro traducciones dice lo mismo. «You are now in Málaga. You are now part of Málaga». Aunque la estructura sea idéntica, el matiz adverbial de now enfatiza la provisionalidad del visitante: estás aquí, en este momento. El texto en español, en cambio, adopta permanentemente al huésped. Le otorga un pasaporte imaginario. «Tu es maintenant à Málaga. Tu es désormais de Málaga». Esta versión combina ambas temporalidades: estás de paso, pero de ahora en adelante quedarás impregnado. «Willkommen in Málaga! Fühlen Sie sich hier zu Hause». Este recibimiento es puro Biedermeier: siéntase en casa. Bien, ¿y a quién le pertenece la casa? «Finalmente sei a Málaga, sei uno di Málaga». La conclusión es fiel: si estás aquí, eres uno más de aquí. Sin embargo el comienzo de la frase, finalmente, insinúa que hemos tardado un poco. Que podríamos haber llegado antes. La puntualidad no es una expectativa italiana. La traducción: ese reloj demente que abarca todas las zona horarias.

5 de noviembre de 2010

Rousseau 2.0

El prestigioso semanario alemán Die Zeit, en plena crisis económica y ante el supuesto declive del periodismo impreso, ha aumentado su tirada en papel, sus ventas de ejemplares y sus beneficios anuales. El diario tiene también una elaborada edición digital, donde no se reproducen todos los contenidos impresos ni se cuelgan de forma simultánea. Leo unas interesantes declaraciones de su director acerca de lo que él denomina las «creencias pararreligiosas» de internet. «Soy contrario», opina, «a la idea de internet como único medio democrático, como única esperanza, como única salida». Ciertamente, hay algo inquietante en el adanismo con que a menudo se concibe la Red (quizá porque aún no sabemos usarla): como un espacio libre a priori, pletórico de derechos y carente de deberes. Como un segundo mundo destinado a cumplir nuestras antiguas utopías de libertad absoluta. Como si, espontáneamente, navegar nos volviera mejores ciudadanos. Como si el internauta fuese bueno por naturaleza. El que esté libre de pecados virtuales, que tire el primer ratón.