Sin comparación, la nueva serie conseguiría el mismo resultado. La trama, que en el papel tiene buen aspecto, en pantalla se queda en nada. Es difícil de concretar: la conjugación de elementos no es catastrófica, la estética funciona y el argumento no está mal. Pero le falta sacar punta a las posibilidades que podría brindar la historia, a unos diálogos sin gracia, y tampoco se acerca al espectador. Es amable, sí, pero no simpática.
Entre todo aquello que no acaba de funcionar está el proceso de creación de sus personajes. Con un Eric McCormack que huye del homosexual Will de Will & Grace con la misma repelencia de siempre y un Thomas Cavanagh pasado de rosca, los actores parecen tener el encargo de resultar entrañables ya en la primera escena. Ellos tienen un pasado, tienen un carácter formado, pero el espectador no lo comparte. Y, en lugar de ayudar a construir esta imagen, intentan inculcar su atractivo forzadamente, a martillazos.
Ya se intuye desde la primera escena, en una declaración de principios en la piscina (¿por qué esta moda de hacer terribles inicios como en United States of Tara?), que ambos serán opuestos, carismáticos y adorables. Pero en la práctica queda en evidencia la química, pues no es tanta como intentan representar. Y la chica, Monica Potter, mal escrita y peor interpretada, fuera de lugar y desafinada, chirría tanto que realza en el buen sentido todo lo demás, básicamente insípido. Sigo sin comprender como el New York Times la calificó de “divertida” y lo mejor de la serie.
El proyecto, a resumidas cuentas, es fallido puesto que, sin ser malo, no ofrece ningún incentivo para seguirlo. Además, supone otra bala perdida por parte de TNT. El canal, que tiene entre su repertorio a la magnífica The Closer, parece no hallar su propio estilo a la hora de elegir los proyectos. Mientras que los demás canales de pago se han labrado un sello propio (FX es realista y retorcida, HBO es, como dirían las chicas ByTheWay, para gafapastas, Lifetime es ñoña, Showtime es irónica y busca el escándalo…), TNT sigue trabajándose su personalidad, sin dar síntomas de evolucionar. Y es que, tras Saving Grace, Raising the Bar y ahora Trust me, lo único por lo que se caracteriza es por lo soso de su producción.