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miércoles, 27 de octubre de 2010

Pérdidas en la oficina

Se supone que el humor de oficina es universal y que por ello Outsourced debía triunfar como la espuma situada detrás de Steve Carell. Esto, como se ha demostrado, no era así, pues la retención en la programación es un concepto que tiende a funcionar a corto plazo. Si se coloca una serie detrás de un éxito, uno se asegura que el primer día la novata tendrá cierta audiencia, pero si los perfiles no encajan (o el producto desmerece), la serie irá decayendo en términos numéricos. Y las ridículas situaciones de unos indios de brocha gorda no encaja con el humor de Michael Scott, sobre todo porque la oficina tiene la vista demasiado puesta en el exterior.


Son dos mundos distintos, como también lo era Rockefeller Plaza que tampoco destacaba con tan buen lead-in. Y es que, de hecho, allí sólo encajaría Parks & Recreations, que proviene sin disimulo de la misma escuela, y la NBC se niega a dar un espaldarazo a su querida Amy Poehler, a la que consideran un anzuelo que debería atraer millones por si misma. Eso sí, estamos a finales de octubre y aún nadie sabe pronosticar cuando volverá Leslie Knope.


En el caso de Outsourced, sin embargo, es difícil concluir si es su mediocridad la que provoca el rechazo (cada semana ha ido perdiendo adeptos) o si vivir en la cadena del pavo real es lo mismo que nacer descastado en la India. Lo más probable es que se trate de una mezcla de ambas variables, porque la NBC es torpe, pero esta nueva comedia es un pozo en el que se van perdiendo las buenas ideas. A algunos les parecerá ofensivo que dediquen veinte minutos cada semana a meterse con una cultura a base de chistes facilones, pero justamente este concepto es el que me motivó a darle una oportunidad. Sin embargo no me convence hacia donde han ido a partir de esta premisa.


Los personajes de esta centralita telefónica son entrañables: el parlanchín da miedo cada vez que abre la boca, el seductor sabe transmitir ilusión con la mirada, la guapa atrae, la silenciosa se nos gana con un solo grito y el jefazo americano es lo suficientemente mono como para encandilar y lo suficientemente normal como para dejar que los demás lleven la función. Por esto cuesta entender que no se queden todo el día atrapados en la oficina con el abanico de posibilidades que ofrecen las llamadas telefónicas, los choques de caracteres y culturas, y los estúpidos artículos de broma que venden, mientras por la calle se pasean unas cuantas vacas sagradas. Eso daría para una sitcom divertida. Pero cuando deciden salir a cenar y darles demasiada vida fuera del trabajo semana sí y semana también, cuando crean triángulos amorosos innecesarios y añaden personajes externos que no pintan nada, de repente pierde todo su potencial. No hace falta que juegue con las mismas bazas que The Office, pero no le hubiera sentado mal emular la condición de jaula de grillos de la de Michael Scott. Y es que si el énfasis se deposita en aquello que está fuera, ¿por qué debería ir yo al día siguiente a la oficina?