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MI LIBRO :: Retales de un alma descosida
Bajo la lluvia de medianoche
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La ciudad dormía bajo un cielo plomizo cuando ella decidió salir. No tenía un rumbo fijo, solo las ganas de caminar y sentir el aire cargado de humedad acariciándole la piel… y también de experimentar algo más. Algo que esperaba encontrar a mitad de camino. Sus tacones resonaban sobre el asfalto mojado, rompiendo el silencio con cada paso firme. El vestido negro que había elegido para esa noche, ceñido y atrevido, se pegaba a su cuerpo como una confesión descarada. La lluvia fina empezaba a caer, pero no le importaba. Había pasado semanas debatiéndose entre la cordura y el deseo. Entre el "no debo" y el "no puedo resistirme". Y esa noche, después de algunas copas de vino y demasiadas noches solitarias, la balanza había caído del lado del placer. Lo había conocido en un café, tiempo atrás, en una de esas tardes en las que el mundo parece encogerse y la mirada de un desconocido se siente como un choque eléctrico. Él estaba al otro lado del salón, leyendo algo con ...
Lucía, la niña de los inviernos largos
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Antes de este, deberías leer La pequeña Laila Lucía caminaba como quien carga un secreto en los bolsillos, uno que a veces pesaba tanto que sus hombros se curvaban hacia adelante, pero otras, la hacía erguirse como si sostuviera el cielo entero con sus manos. Era una chica buena, de esas que sonríen a desconocidos y ofrecen sus últimos ahorros a quien lo necesita, pero en el fondo, su bondad no era simple; era una trinchera que había levantado contra sus propios miedos. Había crecido en una casa donde el amor era como el sol en invierno: tímido, esquivo, pero siempre anhelado. Aprendió temprano a buscar refugios en los rincones que otros no veían. De niña, cuando las discusiones de sus padres llenaban las paredes de palabras afiladas, ella se escondía en el armario, rodeada de abrigos que olían a humedad y nostalgia, imaginando que estaba en un bosque donde nadie podía encontrarla. Quizá por eso, ya de adulta, prefería lugares pequeños y cálidos: cafeterías con lámparas amarillas,...
The dream is just in my mind
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Y el aire vibraba, estremecía los límites de su entorno, intentaba escapar pero no lo dejábamos porque teníamos las ventanas cerradas. La reverberación de aquellas notas, la música y el momento eran nuestros. Eran de quien los retenía y los hacía suyos. Nos pertenecían durante aquellos imborrables instantes. Tuyos y míos. Eras todo lo que yo nunca seré. Lo intento. Por algún motivo me queda la melodía de esta canción que me ponías en el casete del coche. The dream is just in my mind. Siempre adelantado a tu tiempo, como si quisieras vivir deprisa los momentos que te iban a faltar, aunque no lo sabías. No lo sabíamos. Es un himno. Uno de tantos. Es mi reloj roto en los 90. Es el tatuaje en mi hombro izquierdo. MCMXCIX. Y después de todo me alegra escuchar la música que forma parte de lo que fuimos cuando estábamos juntos. Tu música. Ese otro lazo que me ata a tí y no deja que te me escapes. Y la necesito. Y necesito tu recuerdo pa...
Melodías (parte I)
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Aquel que estaba antes. Aquel que ocupaba sus pensamientos. Fue sincera. Leal consigo misma porque de lo contrario, la imagen que le hubiera devuelto el espejo al mirarse habría sido distorsionada, como los miles de reflejos incompletos que devuelve un cristal roto en mil pedazos. Las huellas de sus dedos quedaban marcadas, invisibles en las teclas del piano. Cada surco era una nota dirigida hacia quien pensaba al tocarlas, con una cuidada delicadeza, como una suave caricia. Apenas rozaba el marfil lo suficiente para arrancar un sonido cargado de miles de connotaciones, con el firme objetivo de penetrar en los oídos y el corazón de su destinatario secreto. Las palabras no vienen fáciles, pero la reverberación de una melodía interpretada con el alma puede resquebrajar los muros más sólidos, ablandar el caparazón de corazones mal curados y hacer caer el manto de cualquier miedo que esté nublando la mirada y la visión de un futuro que siempre es posible. Aprendía de uno, pero ella pe...
El fin del mundo
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Detener el tiempo; permanecer en un bucle que en lugar de avanzar, da vueltas. Haruki Murakami escribió que existe el fin del mundo; un lugar donde no hay relojes, donde se puede vivir eternamente. Aunque tiene un precio. Es el mundo que has construido en tu mente. En ese mundo estás tú, tu pasado y tal vez los sueños que nunca cumpliste. ¿Suena bonito? Te preguntarás cómo es posible. El cuerpo envejece. Los años pasan y llega un momento en el que dejas de ser. Te vas para quienes aún siguen aquí. Te lloran. En sus recuerdos estás tú, y en el mundo futuro que están creando (el suyo propio) tienes un hueco, de igual manera que ellos lo tienen en el tuyo. Así estamos relacionados con quienes forman parte de nosotros. Son las cuerdas invisibles cuya existencia aún no se ha podido demostrar. Porque en este lado no se puede. Seguirá siendo una teoría hasta que llegues a tu fin del mundo. Sólo entonces te darás cuenta de que todo está relacionado. Cada fin del mundo es el comienzo...
La búsqueda de Dios
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Y finalmente, los humanos crearon a Dios. Una entidad omnipresente, omnisciente e intangible. Para la extrema fragilidad y la insignificante consciencia de cada individuo este Dios resultó ser también omnipotente. Una deidad más allá de toda religión o creencia, y por primera vez, absolutamente cierta. Después de milenios de incesante búsqueda sin respuesta, cientos de creencias ya relegadas al pasado, muchas incluso olvidadas; revoluciones culturales y religiones monoteístas cuya deidad se centraba en la infinita benevolencia y comprensión de un ente superior, finalmente, compartiendo el espacio de la Fe que aún profesaban miles de millones, se elevó por encima del control de todo individuo una fuerza capaz de crear y destruir, de amar y de odiar; infinita de acuerdo con los cánones de comprensión humanos, pero tan etérea como el vacío más allá de la atmósfera. Esa fuerza, ese nuevo Dios no escuchaba al individuo, no concedía deseos personales, estaba fuera del alcance de los ...
Veinte
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Todas las palabras del mundo quedaron sin un hueco en el que quedar escritas porque los renglones de aquella libreta recién empezada aparecieron de repente colmados de sinsentidos. Fue el día en que la ilusión se disipó entre los reflejos de aquel atardecer. Dicen que la nostalgia es la prisión del alma, y el precio para escapar de ella es renunciar al pasado. Susurros... ¿Los oyes? A veces necesito cerrar los ojos para sentir que siguen ahí; que nunca se marchan. Son las notas de una voz lejana que viaja colándose entre los pequeños resquicios del tiempo y me acompañan. Puedo escribir dos historias con los trazos dibujados por un solo lápiz sin que éste llegue a gastarse porque aún quedan muchas piezas que componer; relatar siguiendo una línea los destinos separados de dos vidas que confluyen zigzagueando casi sin llegar a tocarse y, sin embargo, permanecen unidas en un punto de inflexión, una coordenada a través de la cual se pueden encontrar fotogramas de una películ...